lunes, 13 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 36

 

Paula estaba avergonzada. Se sentía como si hubiera cruzado el canal de la Mancha cuando no habían sido más que unos metros. La única justificación posible era que no había desayunado ni comido nada.


–Vale.


–Rodéame con los brazos y las piernas, como un koala.


–¡No vas a poder nadar!


–Te aseguro que sí. Confía en mí.


Paula no tuvo más remedio que obedecer y tuvo que admitir que no había nada más maravilloso que sentirse segura en brazos de un hombre fuerte, capaz de trasladarla por el agua como un delfín.


«Soy patética; un desastre de mujer moderna. Debería nadar por mi cuenta».


Se relajó completamente y dejó que su cuerpo se pegara al de él. La sensación era demasiado maravillosa como para evitarla. Cerró los ojos con fuerza; ya no sentía tanto frío.


–Paula, puedes soltarte.


Ella abrió los ojos y descubrió que estaban en la orilla. Avergonzada, lo miró. Él la observaba sonriente, con ojos chispeantes y escrutadores, como si tratara de adivinar lo que pasaba por su mente.


Paula desvió la mirada hacia sus hombros, a los que seguía asida. Fue a bajar las piernas, pero él se las apretó levemente. Cuando Paula volvió a mirarlo a los ojos vio que sonreían con malicia, y la calidez que percibió en ellos hizo que le estallara una bola de fuego en el vientre. Soltándose, se deslizó y puso los pies en la arena.


Pedro le pasó una toalla en la que ella se envolvió antes de sentarse. Al ver que Pedro la miraba preocupado, dijo:

–Estoy bien. No es más que cansancio.


–No has comido nada –Pedro buscó en una bolsa y sacó un plátano, que peló. Paula rió–. No sé de qué te ríes. Tómatelo y luego iremos a tomar algo.




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