lunes, 13 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 35

 

Te gusta trabajar en un ambiente dinámico


Aquella noche Paula trabajo más horas de lo habitual para intentar olvidar los recuerdos del viernes anterior y dejar de desear que se repitiera. Llegó a casa a las seis de la mañana. Después de una deliciosa ducha, se metió en la cama desnuda y se tapó tan solo con la sábana. Cinco minutos más tarde, oyó que llamaban a la puerta.


–¿Sí?


–Paula.


–Déjame.


En lugar de obedecer, Pedro entró y descorrió las cortinas. Paula cerró los ojos con fuerza para protegerse de la luz.


–Paula, vas a venir conmigo.


–No, quiero dormir.


–Abre los ojos. ¿Cuándo has visto la luz por última vez? –dijo él. Su voz sonó al lado de la cama–. Vas a volverte un vampiro. Si vuelves al bar en las próximas veinticuatro horas, te despido.


–No puedes hacer eso.


–Soy el jefe.


–Está bien, no iré. Pero ahora déjame en paz.


–No. Pienso darte la lata hasta que salgas a tomar el aire.


Pedro.


–¿Prefieres que me meta en la cama contigo? 


Paula se sentó sobresaltada, llevándose la sábana a la barbilla. Pedro sonrió.


–Sabía que así te convencería. Te doy cinco minutos. Si no sales, vendré a vestirte yo mismo.


Paula dudó unos minutos y finalmente se levantó y, al mirar por la ventana, vio que el sol brillaba en lo alto y que era más tarde de lo que pensaba.


–Ponte el bañador –oyó decir a Pedro desde fuera.


Paula se puso el bikini mientras se decía que no debía ir con Pedro a ninguna parte.


Caminaron por la playa hasta que encontraron un hueco y Pedro extendió la toalla.


–Se te está yendo el moreno –dijo, rozándole el brazo.


Ella cerró los ojos y rezó para que no se diera cuenta del escalofrío que le recorría la espalda.


–¿Por qué estamos aquí, Pedro?


–La semana que viene empieza mi nuevo juicio. Es mi última oportunidad de relajarme, y tú necesitas un descanso.


–¿De qué es el juicio? 


Él miró hacia el mar.


–Preferiría no pensar en ello.


–¿En qué quieres pensar?


–En nada. No quiero ni pensar, ni analizar.


Paula lo miró por unos segundos y rompió el silencio:

–Vayamos a nadar. Te echo una carrera hasta el pontón.


Se quitó las gafas y el vestido y salió corriendo antes de acabar la frase. Oyó a Pedro reír y supo que la ventaja no le serviría de nada.


El agua estaba helada, pero Paula se sumergió y nadó con fuerza. Para cuando llegó, jadeante, Pedro la esperaba.


–Tienes muy buena técnica –dijo él–. Te iría bien practicar.


–¿Tú crees? –dijo ella con la respiración entrecortada.


–¿Estás bien? –preguntó él, tirando de ella hacia sí. Paula sentía un pinchazo en el costado y le costaba respirar–. Tienes los labios azules y estás helada. Te llevo a la orilla.



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