sábado, 11 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 31

 

Pedro observaba a Paula desde el balcón, oculto tras la cortina semidescorrida de la sala. Llevaba un buen rato mirando la fotografía. Empezaba a hacerse a la idea de que hubiera alguien en su casa, puesto que nunca invitaba a nadie. Saber que compartían el mismo techo lo había mantenido despierto.


–¿Has visto todo lo que querías?


Paula se giró sobresaltada y lo vio entrar por el balcón.


–Creía que te habías marchado.


–Evidentemente –Pedro miró con insistencia la fotografía que Paula seguía sosteniendo en la mano.


Pero aparentemente, Paula no pensaba estar haciendo nada improcedente.


–¿Es tu padre? –preguntó. Al ver que Pedro asentía, continuó–: ¿La tomó tu madre?


Pedro la miró, frío como un témpano.


–No.


–¿Es el día de tu graduación?


Pedro le agradeció que abandonara el tema familiar.


–No. El día que presenté la tesis.


–¿Tu madre no fue?


No pensaba dejar el tema.


–Sí –estaba en la segunda fila. Había llegado tarde y había estado a punto de quedarse sin asiento.


–¿No tienes ninguna otra fotografía de familia? ¿Ninguna de tu madre?


Ya no había manera de pararla.


–Mi madre dejó a mi padre después de quince años casados. Se casó de nuevo y tuvo dos hijos más.


Bastaba como resumen. Su madre había engañado a su padre con otro hombre y Pedro nunca había logrado comprenderlo. ¿Qué demonios quería? Su padre era rico, tenía éxito, quería crecer… Pero a ella le había dado lo mismo.


–¿Te fuiste con ella?


–No.


Pedro todavía podía vela en la puerta, llamándolo. Él se negó a ir. Estaba furioso con ella por haber destruido un mundo que para él era perfecto. Ella ni siquiera se esforzó en convencerlo.


–¿Cuántos años tenías?


–Catorce.


–¿Tu padre es abogado?


–Sí –Pedro contestó tal y como instruía a sus clientes, con honestidad pero escuetamente.


–¿Trabaja mucho?


–Sí.


–¿Qué hacías después del colegio?


Pedro frunció el ceño pero contestó:

–Después de nadar en la piscina, iba a su despacho a hacer los deberes.


Pedro se irritó consigo mismo por haber permitido aquel interrogatorio, y más aún cuando creyó ver lástima reflejada en el rostro de Paula. Su padre y él habían vivido felices. Los dos se habían volcado en sus respectivas responsabilidades, y ninguno volvió a confiar en las mujeres.


Tomó la fotografía, la devolvió al estante y decidió hacer él las preguntas.


–¿Y tus padres? ¿Están separados?


Pedro asumía que todas las relaciones acababan, sino físicamente, espiritualmente.


Paula lo miró con sorpresa y dijo:

–No. Forman una pareja muy sólida –con una mueca de resignación, añadió–: Pero no han tenido demasiado éxito con la educación de sus hijas.


–El matrimonio y los hijos siempre acaban desastrosamente –dijo Pedro con aspereza–. Yo no pienso asumir jamás ese compromiso.




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