Hector, Federico y Pedro jugaban al póquer por pura rivalidad fraternal. El que ganaba donaba el dinero a Penny's Song o a alguna otra organización benéfica, pero esa noche Pedro no tenía la cabeza en la partida.
Inquieto, se llevó el vaso de whisky a los labios.
A Paula le pasaba algo aquel día. Parecía diferente, como si estuviera deseando librarse de él. Usando como pretexto la organización de la gala habían pasado muchas noches juntos, pero pronto se marcharía y él se quedaría allí.
–Te toca –dijo Hector. –¿Apuestas o no?
–Espera un momento –Pedro miró sus cartas, pero no podía concentrarse.
Federico tiró las suyas sobre la mesa, mostrando dos ases.
–¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué estás tan distraído?
–Tengo muchas cosas en la cabeza.
–¿Ocurre algo?
–No, nada –respondió Pedro.
Pero no era cierto. Había pensado que hacía el amor con Paula solo por deseo, que cuando se fuera a Nashville la olvidaría y seguiría adelante con su vida, pero no estaba siendo tan fácil como había pensado.
Con Paula nada era fácil.
Y Maite, la pobre Maite, ese bultito de pañales sucios, biberones, baberos y gritos aterradores había encontrado la forma de meterse en su corazón.
Cuando la imagen de Maite aparecía en su cerebro, lo único que veía era su preciosa sonrisa y decirle adiós, como decírselo a Paula, le rompería el corazón.
–Si la organiza Paula, seguro que será una gala estupenda –comentó Federico.
–Sí, desde luego.
–¿Se irá después de la gala? –le preguntó Héctor.
Pedro se tomó el resto del whisky antes de dejar el vaso sobre la mesa.
–Supongo que sí. Y entonces todo habrá terminado.
Silencio.
–Muy bien, imagino que hemos terminado de jugar por hoy. Podemos ver el final del partido –sugirió Hector. –Cecilia no volverá a casa hasta dentro de un par de horas.
–¿Cómo lo sabes? –le preguntó Pedro.
Héctor sacó el móvil del bolsillo.
–La tecnología es maravillosa… va a ver una película con Paula.
Alfonso soltó una carcajada.
–El móvil es una buena forma de tenerla controlada.
Su hermano sonrió, más contento de lo que Pedro lo había visto nunca.
–Cuéntamelo cuando tu mujer esté embarazada. Dime entonces que no querrás saber dónde está y qué hace cada minuto del día.
Federico iba a decir algo, pero pareció pensárselo mejor.
–Te creo.
–Me alegro –Héctor le dio una palmadita en la espalda. –Oye, Pedro, escuché tu entrevista en la radio el otro día. Estuvo bien, aunque parecías un poco oxidado.
Tenía razón, pensó él, estaba oxidado.
Pero no echaba de menos ser una celebridad. Volver al rancho de su familia había sido la mejor decisión de su vida.
–No quería dar la entrevista, pero Paula me convenció. Es bueno para Penny's Song.
Sus hermanos asintieron con la cabeza.
Pedro se levantó entonces porque no estaba de humor para jugar al póquer o ver un partido de béisbol.
–Me marcho, gracias por la partida.
Hector se levantó también.
–Espera un momento –¿Por qué? ¿Qué ocurre?
Su hermano sirvió whisky en los tres vasos y levantó el suyo para decir:
–Quiero brindar por mi hijo. Vamos a tener un niño y se llamará Hector Rodrigo Alfonso.
–Enhorabuena –lo felicitó Federico.
–Es una gran noticia –dijo Pedro. –Papá se sentiría muy orgulloso.
–Sí, es verdad.
Pedro volvió a sentarse porque necesitaba un trago. Aunque no le dolía la felicidad de su hermano, al contrario. Hector lo había pasado muy mal cuando su primera esposa murió y por fin tenía la vida que merecía. Pero eso no evitaba que se le encogiera el corazón.
Él le había fallado a su padre, el hombre al que había admirado y querido siempre. No iba a poder cumplir la promesa que le hizo en su lecho de muerte.
Cuando Pedro hacía una promesa intentaba cumplirla y aquella había sido la más importante de su vida. Había culpado a Paula por ello, pero su mujer había sido una cabeza de turco, la única persona a la que podía acusar. Y no la había perdonado.
«Pero a ella le hiciste otra promesa, imbécil, una igualmente importante».
Y no la había cumplido.
¿También le había fallado a Paula? Se había casado con ella prometiendo amarla durante toda la vida. Siempre la había culpado a ella por lo que fallaba en su matrimonio, pero decidió admitir su parte de culpa en la ruptura…
¿Por qué ahora? ¿Por qué admitía por fin que también había sido culpa suya?
No lo sabía y volvió a casa sintiéndose peor que nunca.
Una vez allí, tomó una botella de whisky del bar y subió a su dormitorio. Aceptar la verdad no era tarea fácil y Pedro decidió no pensar en ello esa noche. Con la cabeza embotada por el alcohol, cayó en un profundo sueño…