sábado, 12 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 30

 


Cuando el sol empezaba a ponerse en el horizonte, Pedro detuvo la camioneta frente a la casa de Susy. Suspirando, guardó las gafas de sol en la guantera y miró la puerta durante unos segundos mientras escuchaba el canto de un pájaro. Debía estar en las ramas del árbol más cercano y Pedro intentó buscarlo con la mirada…


Pero hizo mueca al percatarse de lo que estaba haciendo.


Retrasar el momento.


¿Qué le pasaba últimamente? Antes de que Paula apareciese había sabido exactamente lo que quería de la vida y cómo conseguirlo.


Susy era la mujer perfecta para él. Había pasado por un divorcio difícil y había llorado muchas veces sobre su hombro. Pero ahora era libre y él lo sería pronto.


Además, Susy era como de la familia.


Pedro no dejaba de recordarse a sí mismo las virtudes de la joven: le gustaba, era fácil estar con ella y quería tener hijos.


«Paula tiene una hija».


No podía dejar de pensar en ello.


Paula tenía una hija, una niña encantadora y cariñosa. Él no tenía experiencia con bebés, pero había pensado que aprendería cuando Hector y Cecilia tuviesen a su hijo.


Sin embargo, Maite estaba allí y sentía una extraña conexión con ella. Cuando se agarró a su cuello esa mañana y lo miró con sus ojitos azules, supo que le daría la luna si eso la hacía feliz.


Pedro se pasó una mano por la frente. Susy lo esperaba esa noche. Un mes antes se había ofrecido a llevarla al baile de los ganaderos de Red Ridge. Era algo a lo que iban todos los años, una manera de honrar a los mayores, cuyas tradiciones y formas de hacer las cosas empezaban a perderse. Y el padre de Susy acudiría también.


Qué demonios, pensó, bajando de la camioneta.


Susy acababa de salir al porche y la vio cerrar la puerta con una sonrisa en los labios. Era una chica guapa de larga melena oscura y expresivos ojos de color ámbar. Su vestido de flores se movía con la brisa mientras bajaba los escalones del porche, pero en cuanto se acercó a la camioneta su sonrisa desapareció.


–¿Qué ocurre?


–Mi padre no irá con nosotros, no se encuentra bien.


–¿Qué le pasa?


–Está cansado. Dice que tiene un resfriado y no quiere contagiárnoslo.


–Pero tú no lo crees.


Susy negó con la cabeza.


–Yo creo que es algo más. Últimamente siempre está cansado… dice que se pondrá bien en un par de días, pero yo no estoy tan segura.


–Pareces preocupada.


–Mentiría si dijera que no lo estoy.


–¿Quieres quedarte con él? No tenemos por qué ir al baile.


Susy inclinó a un lado la cabeza.


–Mi padre se enfadaría si no fuese. Me ha dicho que vaya al baile y me entere de todos los cotilleos del pueblo para contárselos luego.


Pedro sonrió.


–Muy bien, entonces vamos. No te preocupes por tu padre, es un tipo duro.


–Gracias –dijo ella, apretándole el brazo. –No sé qué haría sin ti –añadió, poniéndose de puntillas para darle un beso en la cara.


Lo había hecho más de una vez y Pedro siempre se había tomado la libertad de devolverle el beso. En alguna ocasión habían estado a punto de hacer algo más, pero siempre era él quien pisaba el freno. Era como si entre ellos hubiese un acuerdo tácito para que las cosas no llegasen más lejos hasta que estuviera divorciado.


No era fácil rechazar a una mujer como Susy, pero durante todo ese tiempo había pensado que estaba haciendo lo que debía hacer. Nunca le había sido infiel a Paula, ni siquiera cuando estaba furioso con ella, porque las promesas del matrimonio eran importantes. Pero empezaba a preguntarse si había algo más. Tal vez lo único que podía haber entre Susy y él era una amistad.




viernes, 11 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 29



La mañana llegó enseguida porque Maite la despertó a las dos de la madrugada y luego, de nuevo, a las seis. Paula se levantó de la cama para trabajar en la gala de Penny's Song antes de que la niña despertase de nuevo.


Grogui, pero eficiente, empezó a hacer planes para organizar la cena en el rancho y a las doce había encargado unos folletos en la papelería de Red Ridge e incluso había conseguido una entrevista en la emisora de radio local. Al día siguiente puliría los detalles pero, por el momento, había puesto en marcha la primera gala del rancho Penny's Song.


Esa tarde, Paula fue al rancho a buscar a Pedro. Lo encontró en el corral, hablando con tres niños que lo miraban entusiasmados.


–Hay que cepillar a los caballos todos los días. Si han corrido mucho, hay que quitarles el polvo, la piel muerta y el pelo bajo la capa de sudor. Hay que pasar el cepillo de arriba abajo con fuerza y ese masaje relaja sus músculos.


Pedro les demostró cómo cepillar a Tux.


–Cuando terminéis de cepillarlos tenéis que pasarles la manguera.


Paula estaba a dos metros, con Maite en brazos, cuando Pedro la vio y esbozó una sonrisa antes de volverse hacia los niños.


Maite, con un gorrito para evitar el sol, acababa de despertar de la siesta y miraba el caballo, fascinada. Cuando Tux relinchó, la niña lanzó un grito de alegría y Pedro se volvió, riendo. Cada vez que miraba a Maite con esa expresión, Paula sentía que se le hacía un agujero en el estómago. Aunque era lógico porque Maite era una monada, desearía no alterarse tanto cada vez que Pedro le prestaba atención a su hija.


Los niños la saludaron alegremente y ella les devolvió el saludo. Solo había pasado una semana, pero estaba claro que los niños se habían convertido en una familia.


Paula se dirigió a la tienda para ayudar a Claudio a colocar cosas en las estanterías y entretener a Maite con objetos de colores.


Veinte minutos después, la niña empezó a protestar. No quería estar en el cochecito y tampoco parecía cansada, pero cada vez que la tomaba en brazos intentaba que Paula la dejase en el suelo.


Paula intentó darle el biberón y cantarle sus canciones favoritas, pero Maite seguía llorando. Tanto que cuando Hernan, un niño de diez años, entró en la tienda, no pudo atenderlo porque los gritos de Maite eran aterradores.


–Calla, cariño –susurró, sin saber qué hacer.


El pobre Hernan se tapó las orejas con las manos, mirando a Maite como si fuera una extraterrestre.


Paula iba a dejar a la niña en el cochecito cuando Pedro entró en la tienda.


–No sé qué le pasa…


–Deja que lo intente yo.


La voz masculina le llamó la atención a Maite, que alargó los bracitos hacia él mientras hacían el intercambio.


Un segundo antes estaba dando alaridos y, de repente, apoyó la cabecita en su pecho y se quedó callada. Cien kilos de músculo en contraste con su adorable niña de casi cinco meses, que parecía hipnotizada.


Paula se dejó caer sobre un taburete.


–Vaya.


–¿Me puede dar ese camión? –preguntó Hernan.


–Claro que sí. Has trabajado mucho –dijo Pedro, alargando un brazo para tomar el camión de la estantería.


–Desde luego que sí –el chico lo miraba como si pudiese convertir la arena en oro.


–Dale tu tiquet a la señora Alfonso.


Unos segundos después, Pedro y Paula estaban solos en la tienda.


–Me siento traicionada –dijo ella. –Yo no podía hacer que dejase de llorar y entonces apareces tú…


–Se me dan bien las mujeres –replicó él, burlón.


–¿Hasta los bebés?


–Eso parece –Pedro le tapó las orejitas a la niña. –Y tengo la impresión de que anoche dejamos algo sin terminar…


La noche anterior Paula había soñado con terminar lo que habían dejado a medias en el jardín del hotel y su sueño había sido increíblemente erótico.


Pedro


–Admite que también tú lo has pensado.


Ella tragó saliva. Se estaba ablandando y era imposible no hacerlo al ver a Pedro con Maite. Pero tenía que ser sensata.


–He estado pensando en Penny's Song todo el día y he decidido que queda algo por hacer.


–¿Qué?


–Una entrevista en la radio.


Pedro hizo una mueca.


–No.


Paula había esperado esa reacción.


–Con el nombre de Pedro Alfonso detrás de Penny's Song la gente se interesará más y tú lo sabes. Piensa en el dinero que podríamos recaudar.


–Ya no soy un personaje famoso y ahora que he dejado mi carrera me gusta pasar desapercibido, tú lo sabes. Red Ridge es mi hogar y la gente de aquí respeta mi privacidad.


–Sí, lo sé…


–He terminado con esa parte de mi vida, Paula, pensé que lo habías entendido.


–Pues claro que lo entiendo –dijo ella. –Y por eso no he pedido una entrevista en una emisora importante. Es una emisora local, pero cuanta más gente nos escuche más fácil será recaudar dinero para el proyecto.


Maite apartó la cabecita para mirar a Pedro a los ojos y esbozó una sonrisa sin dientes. Fue un momento especial entre ellos, niña y hombre, que hizo sentir a Paula una punzada de celos.


–No quiero hacerlo –insistió Pedro.


–Pero lo harás –dijo Paula.


Él tuvo que reír.


–Me irrita cuando tienes razón.


–Debes llegar a la emisora mañana a las ocho. Te llamaré luego para darte los detalles.


–Será mejor que me vaya antes de que me convenzas para que dé un concierto –Pedro besó la cabecita de Maite como si fuera algo que hiciese todos los días ates de devolvérsela a Paula. –Ten cuidado con ella, es muy manipuladora –le advirtió a la niña.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 28

 


Paula se bajó el vestido y Pedro se subió la cremallera del pantalón a toda prisa.


–No pasa nada. Solo estaba enseñándole el hotel a mi mujer.


Un hombre mayor con uniforme azul apareció entonces.


–¿Y qué estaba enseñándole aquí, donde no hay luz?


Pedro tuvo que sonreír.


–Se sorprendería.


El vigilante sacudió la cabeza.


–Pensé que eran un par de críos haciendo lo que no deberían. ¿Son ustedes clientes del hotel?


–No –respondió Pedro. –Pero acabamos de cenar con Bruno Williams, el gerente.


–¿Ah, sí? –el hombre lo miró, escéptico. Pero entonces pareció reconocerlo. –¿No es usted un cantante famoso?


–Sí, lo era.


Pedro Alfonso, ¿no?


–El mismo.


–Entonces vive por aquí.


–Cerca de aquí, en el rancho Alfonso.


–Bueno, sigan con lo suyo, yo tengo un café esperándome en la garita.


–Sí, claro –Pedro le tomó la mano a Paula para ir prácticamente corriendo al aparcamiento. Pero en cuanto cerró la puerta y se miraron, los dos soltaron una carcajada.


–Seguro que no se te había ocurrido que pudieran meternos en la cárcel –bromeó Pedro, apoyándose en la puerta de la casa de invitados.


–Ha sido una noche increíble –asintió Paula.


Él levantó una mano para acariciarle el pelo.


–Sí, es verdad.


Paula suspiró. La noche no tenía por qué terminar. Pedro estaba esperando que dijera eso y le gustaría tanto. Podrían pasar otra maravillosa noche juntos.


–Es tarde y mañana tengo muchas cosas que hacer –dijo, sin embargo.


A veces le gustaría soltarse el pelo, olvidarse de todo y no ser tan racional. ¿Por qué no podía invitarlo a entrar y olvidarse de las consecuencias?


Porque ella no era así.


Y debía pensar en Maite, eso era lo más importante. La niña necesitaba estabilidad.


–Debería decirle a Elena que ya estoy en casa –siguió, nerviosa. –Ha sido un detalle por su parte…


Pedro la interrumpió, tomándola entre sus brazos para besarla. Era un beso menos urgente que los anteriores, menos erótico, pero el sabor de sus labios era adictivo y Paula se lo devolvió durante unos segundos.


Estaba a punto de dar marcha atrás cuando Pedro la sorprendió apartándose primero.


–Dile a Elena que la llevaré a casa –murmuró, mirándola a los ojos. –La espero en el coche.


Paula abrió la boca para decir algo, pero Pedro ya se había dado la vuelta para subir al coche.


–Vaya –murmuró para sí misma.


Desconcertada, entró en la casa con el estómago encogido y el cerebro abrumado de imágenes. Intentaba encontrar sentido a lo que estaba pasando entre su marido y ella, pero no lograba hacerlo.


Elena se levantó al oírla entrar.


–¿Lo han pasado bien?


–Sí, muy bien.


–Ya lo veo.


–¡Elena!


¿Tan evidente era? Colorada, Paula decidió aclarar las cosas.


–No es nada de eso. Hemos estado hablando de Penny's Song.


–Uno no suele acabar despeinado y con ese brillo en los ojos solo por hablar… y tampoco desaparece un pendiente.


Paula se llevó las manos a las orejas. Le faltaba uno de sus pendientes.


–Son mis favoritos –murmuró, más avergonzada que antes.


¿Los habría perdido cuando Pedro la tomó entre sus brazos en la oscuridad? ¿O tal vez cuando fueron corriendo hasta el aparcamiento? Paula no pudo evitar una sonrisa y Elena asintió con la cabeza, como diciendo «ya lo sabía yo».


Lo mejor sería cambiar de tema, decidió Paula.


–¿Cómo está Maite?


–Durmiendo como un angelito. Despertó una vez, pero le di el biberón y volvió a quedarse dormida.


–Me alegro de que no le haya dado problemas –Paula se dirigió a la habitación y apoyó las dos manos en la cuna para mirar a Maite, la lucecita de seguridad en forma de Cenicienta le iluminaba la carita. –Es tan preciosa.


–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.


–Gracias por quedarte con ella esta noche. Yo sabía que estaba en buenas manos.


–No me importa quedarme con Maite de vez en cuando.


Volvieron al salón y Elena tomó su bolso.


–Ah, casi se me olvida. Ha llamado un tal Jonathan Stevenson –le dijo, tomando una nota de la mesa. –Su ayudante le ha dado este número. He anotado aquí el mensaje.


–Muy bien, gracias. Pedro está esperando en el coche para llevarte a casa.


–¿Por qué no ha entrado?


–No lo he invitado a entrar –respondió Paula para que el ama de llaves no se hiciese una idea equivocada.


Una aventura antes del divorcio no arreglaba un matrimonio.


Cuando la acompañó a la puerta se vio abrumada por el deseo de abrazarla por ser tan buena con Maite y Elena le devolvió el abrazo con una sonrisa.


Después, Paula leyó la nota de la agencia inmobiliaria de Nashville:

La casa que quería está en venta. ¿Sigue interesada?


 


La casa, a las afueras de Nashville, tenía tres dormitorios y un bonito jardín. Era una casa perfecta para una familia. Había pensado comprarla incluso antes de que Maite apareciese en su vida y solía pasar por delante todos los días, antes de ir a la oficina.


Pero no podía tomar la decisión esa noche porque estaba pensando en Pedro y en una docena de cosas más.


–Mañana –murmuró, convencida de que tendría la cabeza más despejada después de una buena noche de sueño.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 27

 


Paula lo siguió, sorprendida, mientras la sacaba del restaurante. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras iban hacia el jardín, el único sonido que se escuchaba era el del agua de la piscina cayendo por la cascada artificial.


–Me vuelves loco –murmuró él unos segundos después, bajando la manguita del vestido para besarle los hombros.


–No sé qué he hecho –susurró Paula, sin aliento.


No mucho, debía admitir Pedro. Paula nunca había tenido que hacer mucho para excitarlo. Y ahora que la había saboreado de nuevo, quería más.


–Esos suspiros mientras probabas el pastel… me han hecho desear que me probases a mí.


–¡Pedro!


Él buscó sus labios urgentemente y la besó hasta dejarla sin aliento, haciéndola suspirar una y otra vez. Enredando los dedos en su pelo, tiró de su cabeza suavemente…


Era tan preciosa, pensaba. No se cansaba de ella.


La sujetaba firmemente con una mano mientras con la otra le acariciaba los pechos por encima del vestido. Los sensible pezones respondieron de inmediato y jugó con ellos para darle placer, reemplazando la mano pon la boca hasta que Paula le pidió más. Con el corazón desbocado, chupó por encima de la tela, deseando más de lo que el decoro y el momento podían ofrecerles. Sin embargo, siguió haciéndolo sin pensar, perdido en las caricias.


Paula arqueó la espalda, acercándose más, tan enloquecida como él mientras seguía con el sensual asalto.


–Por favor… –susurró.


–Espera, cariño –Pedro estaba deseando terminar, pero Paula era lo primero. La había llevado hasta allí y la satisfaría allí mismo.


Sin decir una palabra, le dio la vuelta, acariciándola mientras sentía su trasero entre las piernas… pero en el último momento se contuvo. No podía hacerle el amor allí, en el jardín del hotel.


Pedro


Lo necesitaba tanto como ella y, aunque le hubiera gustado estar en la cama, no pensaba dejar que se fuera a casa insatisfecha.


–Paula… –susurró, levantándole el vestido para acariciarle el centro por encima de las bragas. Estaba húmeda y sabía que sería rápido. Su pasión lo excitaba de una forma increíble.


Cuando apartó las braguitas a un lado para acariciarla con los dedos, la sintió temblar entre sus brazos.


–Lo sé –le dijo al oído.


–¿Vamos a hacerlo de verdad? –la oyó susurrar, con tono incrédulo.


La respuesta de Pedro fue introducir un dedo en su interior hasta que la vio morderse los labios para no gritar de placer. Sus espasmos lo hacían sudar, pero la llevó hasta el final tapándole la boca con una mano para evitar que los oyeran.


Cuando terminó, se volvió para mirarlo, sus preciosos ojos azules brillaban a la luz de la luna.


–Nunca he sido una amante egoísta –le dijo, bajando una mano para acariciarle la erección por encima de los pantalones.


–No empieces algo que no puedes terminar –le advirtió él.


Paula se mordió los labios.


–Dime que esto es solo sexo.


Tenía que saber que era solo un momento de locura antes del divorcio. No la había perdonado y ella no lo había perdonado a él.


–Solo es sexo –murmuró Pedro.


Paula empezó a desabrochar su cinturón…


–¿Qué hacéis ahí? –escucharon una voz a lo lejos. –Seguridad del hotel, salid para que pueda veros.




jueves, 10 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 26

 

Poco después, Williams los llevó al salón de banquetes, que tenía escenario y una pista de baile. A Pedro le gustó el sitio y lanzó un silbido, imaginando a cientos de personas abriendo sus carteras por una buena causa. Paula estaba sonriendo, pero un sexto sentido le decía que algo no le gustaba.


–Si me lo permiten, quiero enseñarles nuestro restaurante –Williams, un hombre de mediana edad con el pelo rubio oscuro y sonrisa perpetua, los llevó hacia una mesa desde la que se veía el campo de golf y las hermosas montañas Red Ridge al fondo.


Pero en cuanto se sentaron, el gerente recibió una llamada urgente y tuvo que disculparse.


–Disfruten de la cena, volveré en unos minutos.


Pedro se volvió hacia Paula en cuanto se quedaron solos.


–Hemos tenido suerte de que nos haya ofrecido usar el hotel. En el hostal de Red Ridge no cabría tanta gente.


–Es precioso, pero no me gusta para la gala.


–¿No te gusta?


–Quería verlo antes de tomar una decisión, pero creo que ya he visto suficiente.


El pelo se le movía ligeramente alrededor de la cara, los mechones rubios se reflejaban bajo la luz de las arañas de cristal.


–Muy bien –dijo él, sorprendido. –¿Qué tienes en mente?


Paula sabía que iba a escucharla. Siempre le había dado sensatos consejos sobre su carrera, ese no había sido el problema.


–Sé que no tenemos mucho tiempo, pero no podemos organizar la gala aquí.


–¿Por qué no?


–Deberíamos hacerla en Penny's Song. Así es como tiene que ser, Pedro.


–Muy bien, te escucho.


–He visto el rancho y he conocido a los niños que están allí… he visto la alegría en sus ojos y la relación que tienen con los voluntarios. Estar en Penny's Song es tan gratificante para los niños como para ellos y me he dado cuenta de lo importante que es ese rancho para todos los que están involucrados en el proyecto. No te puedes ir de Penny's Song sin sentirte bien contigo mismo y las personas que quieren aportar dinero al proyecto tienen que ver eso.


–Muy bien, de acuerdo.


–Pero no lo verán en unas diapositivas –siguió Paula. –Tienen que caminar por donde caminan los niños, ver los caballos, las habitaciones en las que duermen, la tienda donde cambian sus puntos por juguetes. Si organizásemos allí la gala conseguiríamos muchos más fondos, estoy segura.


Pedro se quedó helado. Tenía razón y era tan evidente que no entendía por qué no lo había visto él mismo. Si Paula hubiera estado allí durante la construcción del rancho, lo habría organizado así desde el principio…


–Tienes razón. ¿Pero qué le decimos a Williams? Él espera que…


–Lo único que perderá el señor Williams es cedernos el salón. Podemos usar el catering del hotel y los invitados que vengan de fuera se alojarán aquí. Haré unas cuantas llamadas mañana para que todo el mundo sepa que la gala tendrá lugar en el rancho –anunció Paula. –En cuanto a los residentes de Red Ridge, de este modo también ellos tendrán la oportunidad de ver el rancho.


–Muy bien, haremos los cambios necesarios –asintió Pedro, frunciendo el ceño al ver que Bruno Williams acababa de entrar en el restaurante. –¿Quién se lo va a decir?


Lo hizo Paula, tratando el asunto con mucho tacto e incluso haciendo que el hombre les diese las gracias por poder participar en el proyecto.


Era admirable, pensó Pedro. Paula era muy buena en su trabajo y no tenía la menor duda de que la gala sería un éxito.


Durante la cena discutieron los nuevos planes, pero era Paula quien hablaba y él la miraba, como hipnotizado por su expresión, por la convicción que ponía en sus palabras. Era preciosa a la luz de las arañas y Pedro decidió que buscaría una oportunidad de estar a solas con ella después de cenar.


Afortunadamente, el señor Williams tuvo que disculparse de nuevo para atender un asunto del hotel.


–Sigan sin mí, me temo que voy a tardar un rato. Pero hablaremos mañana por teléfono, si les parece.


Cuando el gerente se marchó, Paula probó su pastel de frambuesa y chocolate.


–Qué rico… umm… –murmuró, cerrando los ojos.


Sus suspiros eran tan sexys que Pedro no sabía si iba a poder soportarlo.


Cuando se dio cuenta de que no había probado el pastel, Paula lo miró con el ceño fruncido.


–¿No vas a probarlo? Es delicioso.


–Voy a probarlo, cariño. Pero más tarde –Pedro se había inclinado para rozar sus labios, pero el ardiente brillo de sus ojos hizo que se pusiera en acción. –Vámonos de aquí.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 25

 


Pedro abrió la puerta de su nuevo Mercedes, haciéndole un gesto a Paula para que subiera. Paula llevaba un vestido rosa con unas manguitas en forma de pétalo que le acariciaban los hombros y unos zapatos de tacón del mismo color que la hacían medir casi lo mismo que él. Y, al verla, Pedro pensó que el lujoso coche no podía compararse con su mujer.


También él se había arreglado para la cena, cambiando los vaqueros por un pantalón oscuro y una camisa blanca, sombrero Stetson y botas negras.


Pero Paula no parecía haberse fijado en él o en el coche.


–Que lo pasen bien –dijo Elena desde el porche. –No se preocupen por la niña.


Paula tragó saliva. Si fuera a su propia ejecución no estaría más triste.


–¿Nos vamos? –preguntó Pedro.


–Sí, claro.


–Bueno, ¿qué te parece? –le preguntó él después de arrancar.


–¿A qué te refieres?


–A mi nuevo coche.


–Ah, el coche –Paula acarició los suaves asientos de piel en color avellana, mirando un salpicadero con tantos aparatos como la cabina de un piloto. –Está muy bien, es muy grande. ¿Ya has pasado la fase de comprar deportivos?


–A mi edad, es lo más lógico –bromeó Pedro.


Cuando compró el coche lo hizo pensando en una familia y la velocidad no era su prioridad. Quería algo grande, seguro, un automóvil en el que se pudiesen poner una o dos sillitas de seguridad. Y cuanto antes mejor, porque ya no era un crío. Los hombres tenían relojes biológicos mentales… y el suyo estaba marcando los cuartos como loco.


–Treinta y seis años no es ser viejo.


–Treinta y siete –dijo él. –Los cumplí hace unos meses.


Paula sonrió. Parecía distraída, como si estuviera pensando en otra cosa. Debía estar preocupada por Maite, imaginó. Elena y él habían tenido que insistir para que la dejase con el ama de llaves y, por fin, Paula había aceptado. Aunque era evidente que seguía pensando en ello.


–La niña está bien, no te preocupes.


–Es que nunca la dejo sola.


–Tú misma has dicho que suele dormir de un tirón.


–¿Y si despierta y yo no estoy allí?


–Elena tiene mucha experiencia con niños. Ella conseguirá que se vuelva a dormir.


–Ya sé que se le dan bien los niños –dijo Paula. –Además, ha prometido llamarme en una hora.


–¿Lo ves? No hay ningún problema. Si hubiese alguno, Elena te lo diría, pero no lo habrá.


Paula era exageradamente protectora con Maite, pero debía reconocer que era una madre maravillosa. La preocupación que veía en su rostro lo enternecía. Era difícil estar enfadado con alguien que se esforzaba tanto y que estaba haciendo algo tan noble. Pedro había sabido desde el principio que sería así, que la familia que podrían haber tenido estaría siempre bien cuidada y atendida, pero Paula no había confiado en que fuera así.


Ese había sido un tema de discusión constante durante su matrimonio. Su impaciencia por tener hijos había hecho que decidiera formar una familia con otra mujer y cuando Paula volvió al rancho estaba al borde del precipicio con Susy Johnson.


A punto de dar el salto.


–Espero que tengas razón –murmuró ella, mordiéndose los labios.


–Siempre la tengo –bromeó Pedro.


Paula sacudió la cabeza, burlona.


«Misión cumplida», pensó él, animado por su sonrisa.


Bruno Williams, el gerente, los esperaba en la puerta del hotel Ridgecrest. Y mientras les mostraba las instalaciones, Paula tuvo que admitir que era un sitio impresionante, con cascada en la piscina, spas y hasta un campo de golf que podría rivalizar con los campos profesionales.


Mientras iban hacia la sala de juntas, Elena llamó para asegurarle que Maite seguía dormida y Paula suspiró, aliviada.


Después de eso pudo concentrarse en el trabajo, mirándolo todo con ojo crítico, calculando opciones.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 24

 


La casa de Hector y Cecilia estaba situada sobre un altozano desde el que se veía la casa principal, la luna iluminaba el paisaje mientras se dirigían al coche, con Maite medio dormida.


–Parece cansada –comentó él.


–Lo está. Ha sido un día muy largo para las dos.


–Tengo que hablar contigo –dijo Pedro entonces.


–Tenemos que hablar del divorcio…


–No, no es eso. Es sobre Penny's Song.


Mientras colocaba a Maite en la silla de seguridad, Paula vio cómo miraba a la niña, sujetando su cabecita con una mano, acariciando su pelo casi como si no se diera cuenta…


Pedro también estaba encariñándose y Maite respondía con la confianza que tendría una niña en su padre. Era lo que Paula había temido, pero no quería que Maite sufriera cuando se marchasen de Arizona.


–Mañana tenemos una cena con el gerente del hotel Ridgecrest –dijo Pedro entonces. –Como sabes, van a prestarnos el salón de banquetes y nos han ofrecido un buen descuento para la gala.


–¿Por qué me has incluido en la cena sin contar conmigo?


Pedro se encogió de hombros.


–Fue una cosa de última hora. El gerente empezó a hablar de decoraciones y cosas para la gala y yo no tengo ni idea de eso.


Era cierto. Pedro Alfonso sabía echar el lazo a una vaca, controlar a un caballo nervioso y mantener su imperio, pero no sabía nada sobre la organización de una gala, ese era su departamento. Ella podría organizar una gala para recaudar fondos con una mano atada a la espalda.


–¿Y no podemos hacerlo durante el día?


–No, él ha insistido en que vayamos a cenar.


Paula frunció el ceño.


–¿Pero qué voy a hacer con Maite? Si se queda dormida no habrá ningún problema, pero si está despierta no podré concentrarme en la conversación.


–Entonces, lleva a Elena contigo. Ella puede cuidar de Maite un rato.


–¿A qué hora has quedado con él?


–A las ocho.


Sí, la solución de Pedro era viable. Además, era importante para el futuro de Penny's Song que aquella gala fuera un éxito. Ver el rancho con sus propios ojos la había hecho pensar que organizar una lujosa gala no era la mejor manera de recaudar fondos. Tendría que hablar antes con Pedro, pero se le había ocurrido algo mucho mejor.


–Muy bien –asintió. –Si hay que hacerlo, lo haré.


Pedro esbozó una sonrisa.


–¿Por qué sonríes como un tonto?


En realidad, no parecía un tonto, más bien un hombre guapísimo.


–Eres muy sexy cuando te pones seria.


–¿No me digas? –Paula se apoyó en la puerta del coche, recordando cuando salían juntos. Pedro la desnudaba con los ojos entonces, diciendo que lo excitaba cuando se ponía seria. De hecho, cada vez que mantenían una conversación de negocios encontraba la manera de quitarle la ropa.


–Sí, lo eres –sus ojos se habían oscurecido y su sonrisa ya no era tonta sino peligrosa. Cuando dio un paso hacia ella, Paula no tuvo fuerzas para apartarse.


Pedro le levantó la barbilla con un dedo, su rostro estaba tan cerca que podía ver el círculo oscuro de sus iris, tan cerca que su corazón se aceleró, tan cerca que el aliento masculino le acariciaba las mejillas.


Y luego la besó, un mero roce de los labios, justo lo que necesitaba después de un largo y agotador día. Cuando se trataba de asuntos de la carne, Pedro sabía cuándo pisar el acelerador y cuándo levantar el pie.


Paula se acercó un poco más, absorbiendo el calor de su cuerpo, y Pedro volvió a besarla tiernamente, sin exigir nada, sin intentar controlar el beso siquiera. No había defensa contra esa táctica y Paula sentía que se iba hundiendo cada vez más en aquel beso, en el placer que le producía su proximidad. Los separaban unos centímetros, pero se veía poderosamente atraída por una sutil fuerza contra la que no podía luchar.


Pedro, por otro lado, se mostraba tranquilo y dulce… si se podía describir así a un rudo vaquero.


Sentía la tentación de apretarse contra él, de tocar su cuerpo, sus musculosos brazos… querría estar piel con piel y era difícil librarse de esa sensación.


Pedro levantó una mano para acariciarle el pulso que le latía en la garganta antes de besarla allí y el mundo pareció detenerse.


La deseaba, pero no exigía nada y se limitó a besarla tiernamente por última vez antes de apartarse.


–Vete a dormir –le dijo. –Nos vemos mañana.


Paula volvió a casa con los faros de la camioneta de Pedro reflejándose en el espejo retrovisor, pero cuando giró hacia la casa de invitados él siguió hacia el edificio principal.


–Has estado muy cerca –murmuró, con el corazón en la garganta.


No entendía por qué los ojos se le habían llenado de lágrimas.


O tal vez sí y era por eso por lo que le dolía el corazón.