jueves, 10 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 25

 


Pedro abrió la puerta de su nuevo Mercedes, haciéndole un gesto a Paula para que subiera. Paula llevaba un vestido rosa con unas manguitas en forma de pétalo que le acariciaban los hombros y unos zapatos de tacón del mismo color que la hacían medir casi lo mismo que él. Y, al verla, Pedro pensó que el lujoso coche no podía compararse con su mujer.


También él se había arreglado para la cena, cambiando los vaqueros por un pantalón oscuro y una camisa blanca, sombrero Stetson y botas negras.


Pero Paula no parecía haberse fijado en él o en el coche.


–Que lo pasen bien –dijo Elena desde el porche. –No se preocupen por la niña.


Paula tragó saliva. Si fuera a su propia ejecución no estaría más triste.


–¿Nos vamos? –preguntó Pedro.


–Sí, claro.


–Bueno, ¿qué te parece? –le preguntó él después de arrancar.


–¿A qué te refieres?


–A mi nuevo coche.


–Ah, el coche –Paula acarició los suaves asientos de piel en color avellana, mirando un salpicadero con tantos aparatos como la cabina de un piloto. –Está muy bien, es muy grande. ¿Ya has pasado la fase de comprar deportivos?


–A mi edad, es lo más lógico –bromeó Pedro.


Cuando compró el coche lo hizo pensando en una familia y la velocidad no era su prioridad. Quería algo grande, seguro, un automóvil en el que se pudiesen poner una o dos sillitas de seguridad. Y cuanto antes mejor, porque ya no era un crío. Los hombres tenían relojes biológicos mentales… y el suyo estaba marcando los cuartos como loco.


–Treinta y seis años no es ser viejo.


–Treinta y siete –dijo él. –Los cumplí hace unos meses.


Paula sonrió. Parecía distraída, como si estuviera pensando en otra cosa. Debía estar preocupada por Maite, imaginó. Elena y él habían tenido que insistir para que la dejase con el ama de llaves y, por fin, Paula había aceptado. Aunque era evidente que seguía pensando en ello.


–La niña está bien, no te preocupes.


–Es que nunca la dejo sola.


–Tú misma has dicho que suele dormir de un tirón.


–¿Y si despierta y yo no estoy allí?


–Elena tiene mucha experiencia con niños. Ella conseguirá que se vuelva a dormir.


–Ya sé que se le dan bien los niños –dijo Paula. –Además, ha prometido llamarme en una hora.


–¿Lo ves? No hay ningún problema. Si hubiese alguno, Elena te lo diría, pero no lo habrá.


Paula era exageradamente protectora con Maite, pero debía reconocer que era una madre maravillosa. La preocupación que veía en su rostro lo enternecía. Era difícil estar enfadado con alguien que se esforzaba tanto y que estaba haciendo algo tan noble. Pedro había sabido desde el principio que sería así, que la familia que podrían haber tenido estaría siempre bien cuidada y atendida, pero Paula no había confiado en que fuera así.


Ese había sido un tema de discusión constante durante su matrimonio. Su impaciencia por tener hijos había hecho que decidiera formar una familia con otra mujer y cuando Paula volvió al rancho estaba al borde del precipicio con Susy Johnson.


A punto de dar el salto.


–Espero que tengas razón –murmuró ella, mordiéndose los labios.


–Siempre la tengo –bromeó Pedro.


Paula sacudió la cabeza, burlona.


«Misión cumplida», pensó él, animado por su sonrisa.


Bruno Williams, el gerente, los esperaba en la puerta del hotel Ridgecrest. Y mientras les mostraba las instalaciones, Paula tuvo que admitir que era un sitio impresionante, con cascada en la piscina, spas y hasta un campo de golf que podría rivalizar con los campos profesionales.


Mientras iban hacia la sala de juntas, Elena llamó para asegurarle que Maite seguía dormida y Paula suspiró, aliviada.


Después de eso pudo concentrarse en el trabajo, mirándolo todo con ojo crítico, calculando opciones.




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