La casa de Hector y Cecilia estaba situada sobre un altozano desde el que se veía la casa principal, la luna iluminaba el paisaje mientras se dirigían al coche, con Maite medio dormida.
–Parece cansada –comentó él.
–Lo está. Ha sido un día muy largo para las dos.
–Tengo que hablar contigo –dijo Pedro entonces.
–Tenemos que hablar del divorcio…
–No, no es eso. Es sobre Penny's Song.
Mientras colocaba a Maite en la silla de seguridad, Paula vio cómo miraba a la niña, sujetando su cabecita con una mano, acariciando su pelo casi como si no se diera cuenta…
Pedro también estaba encariñándose y Maite respondía con la confianza que tendría una niña en su padre. Era lo que Paula había temido, pero no quería que Maite sufriera cuando se marchasen de Arizona.
–Mañana tenemos una cena con el gerente del hotel Ridgecrest –dijo Pedro entonces. –Como sabes, van a prestarnos el salón de banquetes y nos han ofrecido un buen descuento para la gala.
–¿Por qué me has incluido en la cena sin contar conmigo?
Pedro se encogió de hombros.
–Fue una cosa de última hora. El gerente empezó a hablar de decoraciones y cosas para la gala y yo no tengo ni idea de eso.
Era cierto. Pedro Alfonso sabía echar el lazo a una vaca, controlar a un caballo nervioso y mantener su imperio, pero no sabía nada sobre la organización de una gala, ese era su departamento. Ella podría organizar una gala para recaudar fondos con una mano atada a la espalda.
–¿Y no podemos hacerlo durante el día?
–No, él ha insistido en que vayamos a cenar.
Paula frunció el ceño.
–¿Pero qué voy a hacer con Maite? Si se queda dormida no habrá ningún problema, pero si está despierta no podré concentrarme en la conversación.
–Entonces, lleva a Elena contigo. Ella puede cuidar de Maite un rato.
–¿A qué hora has quedado con él?
–A las ocho.
Sí, la solución de Pedro era viable. Además, era importante para el futuro de Penny's Song que aquella gala fuera un éxito. Ver el rancho con sus propios ojos la había hecho pensar que organizar una lujosa gala no era la mejor manera de recaudar fondos. Tendría que hablar antes con Pedro, pero se le había ocurrido algo mucho mejor.
–Muy bien –asintió. –Si hay que hacerlo, lo haré.
Pedro esbozó una sonrisa.
–¿Por qué sonríes como un tonto?
En realidad, no parecía un tonto, más bien un hombre guapísimo.
–Eres muy sexy cuando te pones seria.
–¿No me digas? –Paula se apoyó en la puerta del coche, recordando cuando salían juntos. Pedro la desnudaba con los ojos entonces, diciendo que lo excitaba cuando se ponía seria. De hecho, cada vez que mantenían una conversación de negocios encontraba la manera de quitarle la ropa.
–Sí, lo eres –sus ojos se habían oscurecido y su sonrisa ya no era tonta sino peligrosa. Cuando dio un paso hacia ella, Paula no tuvo fuerzas para apartarse.
Pedro le levantó la barbilla con un dedo, su rostro estaba tan cerca que podía ver el círculo oscuro de sus iris, tan cerca que su corazón se aceleró, tan cerca que el aliento masculino le acariciaba las mejillas.
Y luego la besó, un mero roce de los labios, justo lo que necesitaba después de un largo y agotador día. Cuando se trataba de asuntos de la carne, Pedro sabía cuándo pisar el acelerador y cuándo levantar el pie.
Paula se acercó un poco más, absorbiendo el calor de su cuerpo, y Pedro volvió a besarla tiernamente, sin exigir nada, sin intentar controlar el beso siquiera. No había defensa contra esa táctica y Paula sentía que se iba hundiendo cada vez más en aquel beso, en el placer que le producía su proximidad. Los separaban unos centímetros, pero se veía poderosamente atraída por una sutil fuerza contra la que no podía luchar.
Pedro, por otro lado, se mostraba tranquilo y dulce… si se podía describir así a un rudo vaquero.
Sentía la tentación de apretarse contra él, de tocar su cuerpo, sus musculosos brazos… querría estar piel con piel y era difícil librarse de esa sensación.
Pedro levantó una mano para acariciarle el pulso que le latía en la garganta antes de besarla allí y el mundo pareció detenerse.
La deseaba, pero no exigía nada y se limitó a besarla tiernamente por última vez antes de apartarse.
–Vete a dormir –le dijo. –Nos vemos mañana.
Paula volvió a casa con los faros de la camioneta de Pedro reflejándose en el espejo retrovisor, pero cuando giró hacia la casa de invitados él siguió hacia el edificio principal.
–Has estado muy cerca –murmuró, con el corazón en la garganta.
No entendía por qué los ojos se le habían llenado de lágrimas.
O tal vez sí y era por eso por lo que le dolía el corazón.
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