Paula se bajó el vestido y Pedro se subió la cremallera del pantalón a toda prisa.
–No pasa nada. Solo estaba enseñándole el hotel a mi mujer.
Un hombre mayor con uniforme azul apareció entonces.
–¿Y qué estaba enseñándole aquí, donde no hay luz?
Pedro tuvo que sonreír.
–Se sorprendería.
El vigilante sacudió la cabeza.
–Pensé que eran un par de críos haciendo lo que no deberían. ¿Son ustedes clientes del hotel?
–No –respondió Pedro. –Pero acabamos de cenar con Bruno Williams, el gerente.
–¿Ah, sí? –el hombre lo miró, escéptico. Pero entonces pareció reconocerlo. –¿No es usted un cantante famoso?
–Sí, lo era.
–Pedro Alfonso, ¿no?
–El mismo.
–Entonces vive por aquí.
–Cerca de aquí, en el rancho Alfonso.
–Bueno, sigan con lo suyo, yo tengo un café esperándome en la garita.
–Sí, claro –Pedro le tomó la mano a Paula para ir prácticamente corriendo al aparcamiento. Pero en cuanto cerró la puerta y se miraron, los dos soltaron una carcajada.
–Seguro que no se te había ocurrido que pudieran meternos en la cárcel –bromeó Pedro, apoyándose en la puerta de la casa de invitados.
–Ha sido una noche increíble –asintió Paula.
Él levantó una mano para acariciarle el pelo.
–Sí, es verdad.
Paula suspiró. La noche no tenía por qué terminar. Pedro estaba esperando que dijera eso y le gustaría tanto. Podrían pasar otra maravillosa noche juntos.
–Es tarde y mañana tengo muchas cosas que hacer –dijo, sin embargo.
A veces le gustaría soltarse el pelo, olvidarse de todo y no ser tan racional. ¿Por qué no podía invitarlo a entrar y olvidarse de las consecuencias?
Porque ella no era así.
Y debía pensar en Maite, eso era lo más importante. La niña necesitaba estabilidad.
–Debería decirle a Elena que ya estoy en casa –siguió, nerviosa. –Ha sido un detalle por su parte…
Pedro la interrumpió, tomándola entre sus brazos para besarla. Era un beso menos urgente que los anteriores, menos erótico, pero el sabor de sus labios era adictivo y Paula se lo devolvió durante unos segundos.
Estaba a punto de dar marcha atrás cuando Pedro la sorprendió apartándose primero.
–Dile a Elena que la llevaré a casa –murmuró, mirándola a los ojos. –La espero en el coche.
Paula abrió la boca para decir algo, pero Pedro ya se había dado la vuelta para subir al coche.
–Vaya –murmuró para sí misma.
Desconcertada, entró en la casa con el estómago encogido y el cerebro abrumado de imágenes. Intentaba encontrar sentido a lo que estaba pasando entre su marido y ella, pero no lograba hacerlo.
Elena se levantó al oírla entrar.
–¿Lo han pasado bien?
–Sí, muy bien.
–Ya lo veo.
–¡Elena!
¿Tan evidente era? Colorada, Paula decidió aclarar las cosas.
–No es nada de eso. Hemos estado hablando de Penny's Song.
–Uno no suele acabar despeinado y con ese brillo en los ojos solo por hablar… y tampoco desaparece un pendiente.
Paula se llevó las manos a las orejas. Le faltaba uno de sus pendientes.
–Son mis favoritos –murmuró, más avergonzada que antes.
¿Los habría perdido cuando Pedro la tomó entre sus brazos en la oscuridad? ¿O tal vez cuando fueron corriendo hasta el aparcamiento? Paula no pudo evitar una sonrisa y Elena asintió con la cabeza, como diciendo «ya lo sabía yo».
Lo mejor sería cambiar de tema, decidió Paula.
–¿Cómo está Maite?
–Durmiendo como un angelito. Despertó una vez, pero le di el biberón y volvió a quedarse dormida.
–Me alegro de que no le haya dado problemas –Paula se dirigió a la habitación y apoyó las dos manos en la cuna para mirar a Maite, la lucecita de seguridad en forma de Cenicienta le iluminaba la carita. –Es tan preciosa.
–Sí, lo es –asintió el ama de llaves.
–Gracias por quedarte con ella esta noche. Yo sabía que estaba en buenas manos.
–No me importa quedarme con Maite de vez en cuando.
Volvieron al salón y Elena tomó su bolso.
–Ah, casi se me olvida. Ha llamado un tal Jonathan Stevenson –le dijo, tomando una nota de la mesa. –Su ayudante le ha dado este número. He anotado aquí el mensaje.
–Muy bien, gracias. Pedro está esperando en el coche para llevarte a casa.
–¿Por qué no ha entrado?
–No lo he invitado a entrar –respondió Paula para que el ama de llaves no se hiciese una idea equivocada.
Una aventura antes del divorcio no arreglaba un matrimonio.
Cuando la acompañó a la puerta se vio abrumada por el deseo de abrazarla por ser tan buena con Maite y Elena le devolvió el abrazo con una sonrisa.
Después, Paula leyó la nota de la agencia inmobiliaria de Nashville:
La casa que quería está en venta. ¿Sigue interesada?
La casa, a las afueras de Nashville, tenía tres dormitorios y un bonito jardín. Era una casa perfecta para una familia. Había pensado comprarla incluso antes de que Maite apareciese en su vida y solía pasar por delante todos los días, antes de ir a la oficina.
Pero no podía tomar la decisión esa noche porque estaba pensando en Pedro y en una docena de cosas más.
–Mañana –murmuró, convencida de que tendría la cabeza más despejada después de una buena noche de sueño.
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