jueves, 10 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 26

 

Poco después, Williams los llevó al salón de banquetes, que tenía escenario y una pista de baile. A Pedro le gustó el sitio y lanzó un silbido, imaginando a cientos de personas abriendo sus carteras por una buena causa. Paula estaba sonriendo, pero un sexto sentido le decía que algo no le gustaba.


–Si me lo permiten, quiero enseñarles nuestro restaurante –Williams, un hombre de mediana edad con el pelo rubio oscuro y sonrisa perpetua, los llevó hacia una mesa desde la que se veía el campo de golf y las hermosas montañas Red Ridge al fondo.


Pero en cuanto se sentaron, el gerente recibió una llamada urgente y tuvo que disculparse.


–Disfruten de la cena, volveré en unos minutos.


Pedro se volvió hacia Paula en cuanto se quedaron solos.


–Hemos tenido suerte de que nos haya ofrecido usar el hotel. En el hostal de Red Ridge no cabría tanta gente.


–Es precioso, pero no me gusta para la gala.


–¿No te gusta?


–Quería verlo antes de tomar una decisión, pero creo que ya he visto suficiente.


El pelo se le movía ligeramente alrededor de la cara, los mechones rubios se reflejaban bajo la luz de las arañas de cristal.


–Muy bien –dijo él, sorprendido. –¿Qué tienes en mente?


Paula sabía que iba a escucharla. Siempre le había dado sensatos consejos sobre su carrera, ese no había sido el problema.


–Sé que no tenemos mucho tiempo, pero no podemos organizar la gala aquí.


–¿Por qué no?


–Deberíamos hacerla en Penny's Song. Así es como tiene que ser, Pedro.


–Muy bien, te escucho.


–He visto el rancho y he conocido a los niños que están allí… he visto la alegría en sus ojos y la relación que tienen con los voluntarios. Estar en Penny's Song es tan gratificante para los niños como para ellos y me he dado cuenta de lo importante que es ese rancho para todos los que están involucrados en el proyecto. No te puedes ir de Penny's Song sin sentirte bien contigo mismo y las personas que quieren aportar dinero al proyecto tienen que ver eso.


–Muy bien, de acuerdo.


–Pero no lo verán en unas diapositivas –siguió Paula. –Tienen que caminar por donde caminan los niños, ver los caballos, las habitaciones en las que duermen, la tienda donde cambian sus puntos por juguetes. Si organizásemos allí la gala conseguiríamos muchos más fondos, estoy segura.


Pedro se quedó helado. Tenía razón y era tan evidente que no entendía por qué no lo había visto él mismo. Si Paula hubiera estado allí durante la construcción del rancho, lo habría organizado así desde el principio…


–Tienes razón. ¿Pero qué le decimos a Williams? Él espera que…


–Lo único que perderá el señor Williams es cedernos el salón. Podemos usar el catering del hotel y los invitados que vengan de fuera se alojarán aquí. Haré unas cuantas llamadas mañana para que todo el mundo sepa que la gala tendrá lugar en el rancho –anunció Paula. –En cuanto a los residentes de Red Ridge, de este modo también ellos tendrán la oportunidad de ver el rancho.


–Muy bien, haremos los cambios necesarios –asintió Pedro, frunciendo el ceño al ver que Bruno Williams acababa de entrar en el restaurante. –¿Quién se lo va a decir?


Lo hizo Paula, tratando el asunto con mucho tacto e incluso haciendo que el hombre les diese las gracias por poder participar en el proyecto.


Era admirable, pensó Pedro. Paula era muy buena en su trabajo y no tenía la menor duda de que la gala sería un éxito.


Durante la cena discutieron los nuevos planes, pero era Paula quien hablaba y él la miraba, como hipnotizado por su expresión, por la convicción que ponía en sus palabras. Era preciosa a la luz de las arañas y Pedro decidió que buscaría una oportunidad de estar a solas con ella después de cenar.


Afortunadamente, el señor Williams tuvo que disculparse de nuevo para atender un asunto del hotel.


–Sigan sin mí, me temo que voy a tardar un rato. Pero hablaremos mañana por teléfono, si les parece.


Cuando el gerente se marchó, Paula probó su pastel de frambuesa y chocolate.


–Qué rico… umm… –murmuró, cerrando los ojos.


Sus suspiros eran tan sexys que Pedro no sabía si iba a poder soportarlo.


Cuando se dio cuenta de que no había probado el pastel, Paula lo miró con el ceño fruncido.


–¿No vas a probarlo? Es delicioso.


–Voy a probarlo, cariño. Pero más tarde –Pedro se había inclinado para rozar sus labios, pero el ardiente brillo de sus ojos hizo que se pusiera en acción. –Vámonos de aquí.





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