Cuando el sol empezaba a ponerse en el horizonte, Pedro detuvo la camioneta frente a la casa de Susy. Suspirando, guardó las gafas de sol en la guantera y miró la puerta durante unos segundos mientras escuchaba el canto de un pájaro. Debía estar en las ramas del árbol más cercano y Pedro intentó buscarlo con la mirada…
Pero hizo mueca al percatarse de lo que estaba haciendo.
Retrasar el momento.
¿Qué le pasaba últimamente? Antes de que Paula apareciese había sabido exactamente lo que quería de la vida y cómo conseguirlo.
Susy era la mujer perfecta para él. Había pasado por un divorcio difícil y había llorado muchas veces sobre su hombro. Pero ahora era libre y él lo sería pronto.
Además, Susy era como de la familia.
Pedro no dejaba de recordarse a sí mismo las virtudes de la joven: le gustaba, era fácil estar con ella y quería tener hijos.
«Paula tiene una hija».
No podía dejar de pensar en ello.
Paula tenía una hija, una niña encantadora y cariñosa. Él no tenía experiencia con bebés, pero había pensado que aprendería cuando Hector y Cecilia tuviesen a su hijo.
Sin embargo, Maite estaba allí y sentía una extraña conexión con ella. Cuando se agarró a su cuello esa mañana y lo miró con sus ojitos azules, supo que le daría la luna si eso la hacía feliz.
Pedro se pasó una mano por la frente. Susy lo esperaba esa noche. Un mes antes se había ofrecido a llevarla al baile de los ganaderos de Red Ridge. Era algo a lo que iban todos los años, una manera de honrar a los mayores, cuyas tradiciones y formas de hacer las cosas empezaban a perderse. Y el padre de Susy acudiría también.
Qué demonios, pensó, bajando de la camioneta.
Susy acababa de salir al porche y la vio cerrar la puerta con una sonrisa en los labios. Era una chica guapa de larga melena oscura y expresivos ojos de color ámbar. Su vestido de flores se movía con la brisa mientras bajaba los escalones del porche, pero en cuanto se acercó a la camioneta su sonrisa desapareció.
–¿Qué ocurre?
–Mi padre no irá con nosotros, no se encuentra bien.
–¿Qué le pasa?
–Está cansado. Dice que tiene un resfriado y no quiere contagiárnoslo.
–Pero tú no lo crees.
Susy negó con la cabeza.
–Yo creo que es algo más. Últimamente siempre está cansado… dice que se pondrá bien en un par de días, pero yo no estoy tan segura.
–Pareces preocupada.
–Mentiría si dijera que no lo estoy.
–¿Quieres quedarte con él? No tenemos por qué ir al baile.
Susy inclinó a un lado la cabeza.
–Mi padre se enfadaría si no fuese. Me ha dicho que vaya al baile y me entere de todos los cotilleos del pueblo para contárselos luego.
Pedro sonrió.
–Muy bien, entonces vamos. No te preocupes por tu padre, es un tipo duro.
–Gracias –dijo ella, apretándole el brazo. –No sé qué haría sin ti –añadió, poniéndose de puntillas para darle un beso en la cara.
Lo había hecho más de una vez y Pedro siempre se había tomado la libertad de devolverle el beso. En alguna ocasión habían estado a punto de hacer algo más, pero siempre era él quien pisaba el freno. Era como si entre ellos hubiese un acuerdo tácito para que las cosas no llegasen más lejos hasta que estuviera divorciado.
No era fácil rechazar a una mujer como Susy, pero durante todo ese tiempo había pensado que estaba haciendo lo que debía hacer. Nunca le había sido infiel a Paula, ni siquiera cuando estaba furioso con ella, porque las promesas del matrimonio eran importantes. Pero empezaba a preguntarse si había algo más. Tal vez lo único que podía haber entre Susy y él era una amistad.
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