viernes, 11 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 27

 


Paula lo siguió, sorprendida, mientras la sacaba del restaurante. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras iban hacia el jardín, el único sonido que se escuchaba era el del agua de la piscina cayendo por la cascada artificial.


–Me vuelves loco –murmuró él unos segundos después, bajando la manguita del vestido para besarle los hombros.


–No sé qué he hecho –susurró Paula, sin aliento.


No mucho, debía admitir Pedro. Paula nunca había tenido que hacer mucho para excitarlo. Y ahora que la había saboreado de nuevo, quería más.


–Esos suspiros mientras probabas el pastel… me han hecho desear que me probases a mí.


–¡Pedro!


Él buscó sus labios urgentemente y la besó hasta dejarla sin aliento, haciéndola suspirar una y otra vez. Enredando los dedos en su pelo, tiró de su cabeza suavemente…


Era tan preciosa, pensaba. No se cansaba de ella.


La sujetaba firmemente con una mano mientras con la otra le acariciaba los pechos por encima del vestido. Los sensible pezones respondieron de inmediato y jugó con ellos para darle placer, reemplazando la mano pon la boca hasta que Paula le pidió más. Con el corazón desbocado, chupó por encima de la tela, deseando más de lo que el decoro y el momento podían ofrecerles. Sin embargo, siguió haciéndolo sin pensar, perdido en las caricias.


Paula arqueó la espalda, acercándose más, tan enloquecida como él mientras seguía con el sensual asalto.


–Por favor… –susurró.


–Espera, cariño –Pedro estaba deseando terminar, pero Paula era lo primero. La había llevado hasta allí y la satisfaría allí mismo.


Sin decir una palabra, le dio la vuelta, acariciándola mientras sentía su trasero entre las piernas… pero en el último momento se contuvo. No podía hacerle el amor allí, en el jardín del hotel.


Pedro


Lo necesitaba tanto como ella y, aunque le hubiera gustado estar en la cama, no pensaba dejar que se fuera a casa insatisfecha.


–Paula… –susurró, levantándole el vestido para acariciarle el centro por encima de las bragas. Estaba húmeda y sabía que sería rápido. Su pasión lo excitaba de una forma increíble.


Cuando apartó las braguitas a un lado para acariciarla con los dedos, la sintió temblar entre sus brazos.


–Lo sé –le dijo al oído.


–¿Vamos a hacerlo de verdad? –la oyó susurrar, con tono incrédulo.


La respuesta de Pedro fue introducir un dedo en su interior hasta que la vio morderse los labios para no gritar de placer. Sus espasmos lo hacían sudar, pero la llevó hasta el final tapándole la boca con una mano para evitar que los oyeran.


Cuando terminó, se volvió para mirarlo, sus preciosos ojos azules brillaban a la luz de la luna.


–Nunca he sido una amante egoísta –le dijo, bajando una mano para acariciarle la erección por encima de los pantalones.


–No empieces algo que no puedes terminar –le advirtió él.


Paula se mordió los labios.


–Dime que esto es solo sexo.


Tenía que saber que era solo un momento de locura antes del divorcio. No la había perdonado y ella no lo había perdonado a él.


–Solo es sexo –murmuró Pedro.


Paula empezó a desabrochar su cinturón…


–¿Qué hacéis ahí? –escucharon una voz a lo lejos. –Seguridad del hotel, salid para que pueda veros.




jueves, 10 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 26

 

Poco después, Williams los llevó al salón de banquetes, que tenía escenario y una pista de baile. A Pedro le gustó el sitio y lanzó un silbido, imaginando a cientos de personas abriendo sus carteras por una buena causa. Paula estaba sonriendo, pero un sexto sentido le decía que algo no le gustaba.


–Si me lo permiten, quiero enseñarles nuestro restaurante –Williams, un hombre de mediana edad con el pelo rubio oscuro y sonrisa perpetua, los llevó hacia una mesa desde la que se veía el campo de golf y las hermosas montañas Red Ridge al fondo.


Pero en cuanto se sentaron, el gerente recibió una llamada urgente y tuvo que disculparse.


–Disfruten de la cena, volveré en unos minutos.


Pedro se volvió hacia Paula en cuanto se quedaron solos.


–Hemos tenido suerte de que nos haya ofrecido usar el hotel. En el hostal de Red Ridge no cabría tanta gente.


–Es precioso, pero no me gusta para la gala.


–¿No te gusta?


–Quería verlo antes de tomar una decisión, pero creo que ya he visto suficiente.


El pelo se le movía ligeramente alrededor de la cara, los mechones rubios se reflejaban bajo la luz de las arañas de cristal.


–Muy bien –dijo él, sorprendido. –¿Qué tienes en mente?


Paula sabía que iba a escucharla. Siempre le había dado sensatos consejos sobre su carrera, ese no había sido el problema.


–Sé que no tenemos mucho tiempo, pero no podemos organizar la gala aquí.


–¿Por qué no?


–Deberíamos hacerla en Penny's Song. Así es como tiene que ser, Pedro.


–Muy bien, te escucho.


–He visto el rancho y he conocido a los niños que están allí… he visto la alegría en sus ojos y la relación que tienen con los voluntarios. Estar en Penny's Song es tan gratificante para los niños como para ellos y me he dado cuenta de lo importante que es ese rancho para todos los que están involucrados en el proyecto. No te puedes ir de Penny's Song sin sentirte bien contigo mismo y las personas que quieren aportar dinero al proyecto tienen que ver eso.


–Muy bien, de acuerdo.


–Pero no lo verán en unas diapositivas –siguió Paula. –Tienen que caminar por donde caminan los niños, ver los caballos, las habitaciones en las que duermen, la tienda donde cambian sus puntos por juguetes. Si organizásemos allí la gala conseguiríamos muchos más fondos, estoy segura.


Pedro se quedó helado. Tenía razón y era tan evidente que no entendía por qué no lo había visto él mismo. Si Paula hubiera estado allí durante la construcción del rancho, lo habría organizado así desde el principio…


–Tienes razón. ¿Pero qué le decimos a Williams? Él espera que…


–Lo único que perderá el señor Williams es cedernos el salón. Podemos usar el catering del hotel y los invitados que vengan de fuera se alojarán aquí. Haré unas cuantas llamadas mañana para que todo el mundo sepa que la gala tendrá lugar en el rancho –anunció Paula. –En cuanto a los residentes de Red Ridge, de este modo también ellos tendrán la oportunidad de ver el rancho.


–Muy bien, haremos los cambios necesarios –asintió Pedro, frunciendo el ceño al ver que Bruno Williams acababa de entrar en el restaurante. –¿Quién se lo va a decir?


Lo hizo Paula, tratando el asunto con mucho tacto e incluso haciendo que el hombre les diese las gracias por poder participar en el proyecto.


Era admirable, pensó Pedro. Paula era muy buena en su trabajo y no tenía la menor duda de que la gala sería un éxito.


Durante la cena discutieron los nuevos planes, pero era Paula quien hablaba y él la miraba, como hipnotizado por su expresión, por la convicción que ponía en sus palabras. Era preciosa a la luz de las arañas y Pedro decidió que buscaría una oportunidad de estar a solas con ella después de cenar.


Afortunadamente, el señor Williams tuvo que disculparse de nuevo para atender un asunto del hotel.


–Sigan sin mí, me temo que voy a tardar un rato. Pero hablaremos mañana por teléfono, si les parece.


Cuando el gerente se marchó, Paula probó su pastel de frambuesa y chocolate.


–Qué rico… umm… –murmuró, cerrando los ojos.


Sus suspiros eran tan sexys que Pedro no sabía si iba a poder soportarlo.


Cuando se dio cuenta de que no había probado el pastel, Paula lo miró con el ceño fruncido.


–¿No vas a probarlo? Es delicioso.


–Voy a probarlo, cariño. Pero más tarde –Pedro se había inclinado para rozar sus labios, pero el ardiente brillo de sus ojos hizo que se pusiera en acción. –Vámonos de aquí.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 25

 


Pedro abrió la puerta de su nuevo Mercedes, haciéndole un gesto a Paula para que subiera. Paula llevaba un vestido rosa con unas manguitas en forma de pétalo que le acariciaban los hombros y unos zapatos de tacón del mismo color que la hacían medir casi lo mismo que él. Y, al verla, Pedro pensó que el lujoso coche no podía compararse con su mujer.


También él se había arreglado para la cena, cambiando los vaqueros por un pantalón oscuro y una camisa blanca, sombrero Stetson y botas negras.


Pero Paula no parecía haberse fijado en él o en el coche.


–Que lo pasen bien –dijo Elena desde el porche. –No se preocupen por la niña.


Paula tragó saliva. Si fuera a su propia ejecución no estaría más triste.


–¿Nos vamos? –preguntó Pedro.


–Sí, claro.


–Bueno, ¿qué te parece? –le preguntó él después de arrancar.


–¿A qué te refieres?


–A mi nuevo coche.


–Ah, el coche –Paula acarició los suaves asientos de piel en color avellana, mirando un salpicadero con tantos aparatos como la cabina de un piloto. –Está muy bien, es muy grande. ¿Ya has pasado la fase de comprar deportivos?


–A mi edad, es lo más lógico –bromeó Pedro.


Cuando compró el coche lo hizo pensando en una familia y la velocidad no era su prioridad. Quería algo grande, seguro, un automóvil en el que se pudiesen poner una o dos sillitas de seguridad. Y cuanto antes mejor, porque ya no era un crío. Los hombres tenían relojes biológicos mentales… y el suyo estaba marcando los cuartos como loco.


–Treinta y seis años no es ser viejo.


–Treinta y siete –dijo él. –Los cumplí hace unos meses.


Paula sonrió. Parecía distraída, como si estuviera pensando en otra cosa. Debía estar preocupada por Maite, imaginó. Elena y él habían tenido que insistir para que la dejase con el ama de llaves y, por fin, Paula había aceptado. Aunque era evidente que seguía pensando en ello.


–La niña está bien, no te preocupes.


–Es que nunca la dejo sola.


–Tú misma has dicho que suele dormir de un tirón.


–¿Y si despierta y yo no estoy allí?


–Elena tiene mucha experiencia con niños. Ella conseguirá que se vuelva a dormir.


–Ya sé que se le dan bien los niños –dijo Paula. –Además, ha prometido llamarme en una hora.


–¿Lo ves? No hay ningún problema. Si hubiese alguno, Elena te lo diría, pero no lo habrá.


Paula era exageradamente protectora con Maite, pero debía reconocer que era una madre maravillosa. La preocupación que veía en su rostro lo enternecía. Era difícil estar enfadado con alguien que se esforzaba tanto y que estaba haciendo algo tan noble. Pedro había sabido desde el principio que sería así, que la familia que podrían haber tenido estaría siempre bien cuidada y atendida, pero Paula no había confiado en que fuera así.


Ese había sido un tema de discusión constante durante su matrimonio. Su impaciencia por tener hijos había hecho que decidiera formar una familia con otra mujer y cuando Paula volvió al rancho estaba al borde del precipicio con Susy Johnson.


A punto de dar el salto.


–Espero que tengas razón –murmuró ella, mordiéndose los labios.


–Siempre la tengo –bromeó Pedro.


Paula sacudió la cabeza, burlona.


«Misión cumplida», pensó él, animado por su sonrisa.


Bruno Williams, el gerente, los esperaba en la puerta del hotel Ridgecrest. Y mientras les mostraba las instalaciones, Paula tuvo que admitir que era un sitio impresionante, con cascada en la piscina, spas y hasta un campo de golf que podría rivalizar con los campos profesionales.


Mientras iban hacia la sala de juntas, Elena llamó para asegurarle que Maite seguía dormida y Paula suspiró, aliviada.


Después de eso pudo concentrarse en el trabajo, mirándolo todo con ojo crítico, calculando opciones.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 24

 


La casa de Hector y Cecilia estaba situada sobre un altozano desde el que se veía la casa principal, la luna iluminaba el paisaje mientras se dirigían al coche, con Maite medio dormida.


–Parece cansada –comentó él.


–Lo está. Ha sido un día muy largo para las dos.


–Tengo que hablar contigo –dijo Pedro entonces.


–Tenemos que hablar del divorcio…


–No, no es eso. Es sobre Penny's Song.


Mientras colocaba a Maite en la silla de seguridad, Paula vio cómo miraba a la niña, sujetando su cabecita con una mano, acariciando su pelo casi como si no se diera cuenta…


Pedro también estaba encariñándose y Maite respondía con la confianza que tendría una niña en su padre. Era lo que Paula había temido, pero no quería que Maite sufriera cuando se marchasen de Arizona.


–Mañana tenemos una cena con el gerente del hotel Ridgecrest –dijo Pedro entonces. –Como sabes, van a prestarnos el salón de banquetes y nos han ofrecido un buen descuento para la gala.


–¿Por qué me has incluido en la cena sin contar conmigo?


Pedro se encogió de hombros.


–Fue una cosa de última hora. El gerente empezó a hablar de decoraciones y cosas para la gala y yo no tengo ni idea de eso.


Era cierto. Pedro Alfonso sabía echar el lazo a una vaca, controlar a un caballo nervioso y mantener su imperio, pero no sabía nada sobre la organización de una gala, ese era su departamento. Ella podría organizar una gala para recaudar fondos con una mano atada a la espalda.


–¿Y no podemos hacerlo durante el día?


–No, él ha insistido en que vayamos a cenar.


Paula frunció el ceño.


–¿Pero qué voy a hacer con Maite? Si se queda dormida no habrá ningún problema, pero si está despierta no podré concentrarme en la conversación.


–Entonces, lleva a Elena contigo. Ella puede cuidar de Maite un rato.


–¿A qué hora has quedado con él?


–A las ocho.


Sí, la solución de Pedro era viable. Además, era importante para el futuro de Penny's Song que aquella gala fuera un éxito. Ver el rancho con sus propios ojos la había hecho pensar que organizar una lujosa gala no era la mejor manera de recaudar fondos. Tendría que hablar antes con Pedro, pero se le había ocurrido algo mucho mejor.


–Muy bien –asintió. –Si hay que hacerlo, lo haré.


Pedro esbozó una sonrisa.


–¿Por qué sonríes como un tonto?


En realidad, no parecía un tonto, más bien un hombre guapísimo.


–Eres muy sexy cuando te pones seria.


–¿No me digas? –Paula se apoyó en la puerta del coche, recordando cuando salían juntos. Pedro la desnudaba con los ojos entonces, diciendo que lo excitaba cuando se ponía seria. De hecho, cada vez que mantenían una conversación de negocios encontraba la manera de quitarle la ropa.


–Sí, lo eres –sus ojos se habían oscurecido y su sonrisa ya no era tonta sino peligrosa. Cuando dio un paso hacia ella, Paula no tuvo fuerzas para apartarse.


Pedro le levantó la barbilla con un dedo, su rostro estaba tan cerca que podía ver el círculo oscuro de sus iris, tan cerca que su corazón se aceleró, tan cerca que el aliento masculino le acariciaba las mejillas.


Y luego la besó, un mero roce de los labios, justo lo que necesitaba después de un largo y agotador día. Cuando se trataba de asuntos de la carne, Pedro sabía cuándo pisar el acelerador y cuándo levantar el pie.


Paula se acercó un poco más, absorbiendo el calor de su cuerpo, y Pedro volvió a besarla tiernamente, sin exigir nada, sin intentar controlar el beso siquiera. No había defensa contra esa táctica y Paula sentía que se iba hundiendo cada vez más en aquel beso, en el placer que le producía su proximidad. Los separaban unos centímetros, pero se veía poderosamente atraída por una sutil fuerza contra la que no podía luchar.


Pedro, por otro lado, se mostraba tranquilo y dulce… si se podía describir así a un rudo vaquero.


Sentía la tentación de apretarse contra él, de tocar su cuerpo, sus musculosos brazos… querría estar piel con piel y era difícil librarse de esa sensación.


Pedro levantó una mano para acariciarle el pulso que le latía en la garganta antes de besarla allí y el mundo pareció detenerse.


La deseaba, pero no exigía nada y se limitó a besarla tiernamente por última vez antes de apartarse.


–Vete a dormir –le dijo. –Nos vemos mañana.


Paula volvió a casa con los faros de la camioneta de Pedro reflejándose en el espejo retrovisor, pero cuando giró hacia la casa de invitados él siguió hacia el edificio principal.


–Has estado muy cerca –murmuró, con el corazón en la garganta.


No entendía por qué los ojos se le habían llenado de lágrimas.


O tal vez sí y era por eso por lo que le dolía el corazón.




miércoles, 9 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 23

 


Después de la cena, los dos hombres fueron a los establos para ver al semental de Hector mientras Cecilia y Paula se quedaban en la mesa, charlando sobre bebés y maternidad. Paula le había advertido de que ella era nueva todavía, pero Cecilia decía necesitar sus consejos, de modo que Paula le habló de los pañales y los biberones, las cosas que conocía.


–Cuando volvamos a casa habrá que vacunarla. Afortunadamente, tengo una agenda médica para no perderme ninguna vacunación.


–Ah, muy bien, pero… –Cecilia no terminó la frase.


–¿Qué?


–No, es que… en fin, déjalo, no es asunto mío.


–Te estás preguntando por mi relación con Pedro.


Su regreso a Red Ridge debía ser la comidilla del pueblo, de modo que la reacción de Cecilia no era una sorpresa.


–Has dicho «cuando volvamos a casa», pero yo he notado cómo miras a Pedro.


Paula apartó la mirada.


–Tú también estás casada con un Alfonso y sabes lo encantadores que pueden ser, pero mi relación con Pedro es complicada.


–Hector y yo también hemos tenido problemas, pero hemos logrado resolverlos.


–Tú estás embarazada y los niños pueden unir a una pareja… a veces. O pueden separarla para siempre si uno está dispuesto a formar una familia y el otro no.


–Pero ahora tienes a Maite.


–Sí, pero no es hija de Pedro.


–No quería decir…


Paula puso la mano sobre la de su cuñada.


–Ya lo sé, pero lo que iba mal en mi matrimonio no tiene nada que ver con Maite. Solo he vuelto por unos días. Tengo que volver a Nashville y seguir adelante con mi vida. Pedro ya me rompió el corazón una vez y no voy a dejar que vuelva a hacerlo.


–Lo siento –se disculpó Cecilia. –Había pensado que si Héctor y yo hemos logrado resolver nuestros problemas, tal vez vosotros también podríais hacerlo. Me encantaría tener a mi cuñada cerca y Maite sería parte de la familia.


Un bonito sueño en un mundo perfecto.


–Siempre seremos amigas –dijo Paula. –Y vendré a visitarte cuando nazca el niño, te lo prometo.


–¿Sabes una cosa? Tú miras a Pedro como Pedro te mira a ti… perdona, tenía que decirlo. Pero ya no digo nada más.


Paula sacudió la cabeza, sin decir nada.


Cuando volvieron los hombres del establo, Paula sirvió el pastel de limón, que estaba más rico de lo que había esperado. Hector y Pedro tomaron dos buenas porciones y la felicitaron por él. Cuando terminaron el postre, Paula estaba lista para volver a casa. Le había gustado charlar con Cecilia y pasar un rato con Hector, pero mientras recordase por qué había ido al rancho Alfonso, todo iría bien.


Sujetando a Maite con un brazo, alargó el otro para abrazar a sus anfitriones.


–Gracias por la cena y por la compañía.


–Soy yo quien debería darte las gracias por tus consejos –dijo Cecilia. –Estar con Maite me hace desear que mi hijo llegue lo antes posible.


–A mí me pasa lo mismo –Hector besó a su mujer en la mejilla antes de volverse hacia Paula. –¿Te importaría darle a Cecilia la receta del pastel de limón?


–No, claro que no.


Su mujer le dio un codazo en las costillas, pero a él no le pareció importarle.


–Es un tragón.


–En fin, tengo que meter a Maite en la cuna. Si no lo hago, empezará a protestar.


–Te acompaño –se ofreció Pedro, tomando la bolsa de los pañales.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 22

 

Pedro llamó a la puerta y se quedaron esperando, él con el pastel y la bolsa de los pañales en la mano y Paula con Maite en brazos. Cualquiera que no los conociese pensaría que eran una familia…


Pero Paula apartó esa idea mientras se abría la puerta. Cecilia no parecía sorprendida al verlos, al contrario.


–Entrad, entrad. Me alegro mucho de que hayas venido, Paula. Te quedas a cenar, por supuesto. He hecho cena para un regimiento.


–No, no. Solo he venido para traeros un pastel de limón que he hecho con ayuda de Elena. Me ha dicho que es el favorito de Hector.


Hector apareció detrás de su esposa.


–¿Pastel de limón?


Aparentemente, Paula estaba empezando a ganar puntos con aquella familia.


–Quería daros las gracias por prestarme el cochecito y todo lo demás.


No les habló del accidente que Maite había tenido esa tarde porque, afortunadamente, el cochecito había quedado como nuevo. Además, pensaba comprarles otro antes de volver a Nashville.


–Encantados de poder ayudar –dijo Hector. –Y no voy a decirte que no deberías porque me encanta el pastel de limón.


–Pero tienes que quedarte a cenar –intervino Cecilia. –Tengo que hacerte un millón de preguntas sobre bebés –añadió, acariciando el pelito de Maite antes de volverse hacia Pedro. –Menudo susto nos diste ayer, por cierto. ¿Cómo estás?


–Estoy bien –Pedro se encogió de hombros, como si no tuviera importancia, mientras Cecilia los llevaba al salón.


–No soy una experta en bebés, te lo aseguro –dijo Paula– pero he traído unos libros que a mí me han venido muy bien.


–No sabes cuánto te lo agradezco. Sentaos, la cena estará lista enseguida.


Paula suspiró. No iba a poder negarse, estaba claro. Parecería una desagradecida.


–Gracias otra vez por el pastel –dijo Héctor. –No sé por qué llevo días soñando con un pastel de limón.


–Espero que te guste.


–Tendrá que pelearse conmigo para tomar una segunda porción –bromeó Pedro.


–Parece que ya te has peleado con alguien –dijo Héctor, señalando su cara.


–Si quieres que te sea sincero, ayer me encontraba fatal, pero esta mañana me he despertado de maravilla –Pedro la miró de soslayo y Paula tuvo que hacer un esfuerzo para disimular. Pero lo estrangularía si mencionaba lo que había ocurrido entre ellos por la noche.


Afortunadamente, Hector cambió de conversación para hablar del precio del ganado y del nuevo coche de Pedro. Cuando se fue a la cocina para ayudar a Cecilia, Paula sacó una mantita de la bolsa de los pañales para sentar a Maite en el suelo.


–Me han dicho que te has encontrado con Federico en Penny's Song –dijo Pedro.


–Sí, me he alegrado mucho de verlo. Es el mismo de siempre –dijo ella, dejándose caer sobre la alfombra para sujetar a la niña.


–Algunas cosas no cambian nunca.


–¿Te ha contado lo del fiasco del cochecito?


Pedro no respondió y Paula se dio cuenta de que no había sido Federico sino Susy quien le había hablado del encuentro.


Parecía estar en contacto con él todo el tiempo y, sin duda, Pedro habría recibido la información desde la perspectiva de Susy.


–Bueno, da igual, no tiene importancia.


–No, ya lo sé.


Pedro se sentó en la alfombra, a su lado, y Maite lanzó una carcajada infantil, moviendo los bracitos.


–Ah, es tan fácil hacer felices a algunas mujeres.


De repente, Pedro se inclinó para rozar sus labios, tomando a Paula por sorpresa.


Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos con una mezcla de burla y deseo.


–Yo nunca he sido «algunas mujeres» –dijo ella.


–Ya lo sé.


–¡La cena está lista! –gritó Cecilia desde la cocina.


Paula se apartó, incómoda. Se sentía como una adolescente a la que hubieran pillado besando a un chico en la puerta de su casa.


–Estoy muerto de hambre –dijo Pedro, tomando a Maite en brazos. –¿Nos vamos, pequeñaja?


Maite parecía encantada con aquel hombre tan grande y su intención de evitar que la niña se encariñase con él parecía destinada al fracaso.


Y esa noche Paula se sentía incapaz de evitarlo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 21

 


Paula detuvo el coche frente a la casa de Hector y respiró profundamente. Había conseguido superar la humillación de esa tarde y racionalizar el asunto del pañal. En realidad, se había desprendido. Era un accidente que podría ocurrirle a cualquiera, se decía a sí misma, aunque en silencio le prometía a Maite esforzarse más en el futuro. Pero había conseguido limpiar el cochecito ya que, afortunadamente, el material estaba hecho a prueba de accidentes de ese tipo.


–Dejaremos el pastel y nos marcharemos –le dijo a la niña.


Maite la miró con sus ojitos llenos de confianza y Paula sintió una oleada de amor. No podía creer cuánto quería a aquella cosita.


Se había preguntado si sería así tras la muerte de Karina, cuando todo era tan difícil porque Maite añoraba a su madre y no dejaba de llorar. Había tardado semanas en aceptarla, pero ahora la niña ponía toda su fe en ella y Paula esperaba que la perdonase por sus errores.


Después del día que había tenido, decidió no tentar a la suerte llevando a Maite con una mano y el pastel en la otra, de modo que lo dejó en el coche. Le pediría ayuda a Hector o Cecilia cuando abriesen la puerta.


Pero cuando salía del coche, una camioneta apareció por el camino y Paula dejó escapar un suspiro.


Aquel día estaba siendo imposible relajarse.


–Hola –la saludó Pedro, mirándola como si recordase cada centímetro de su cuerpo desnudo.


–Hola.


–No me habían dicho que estarías aquí.


–No les había avisado. Solo he pasado un momento por aquí porque les he hecho un pastel.


–¿Qué tipo de pastel?


–De limón. Elena me ha ayudado, por supuesto.


Pedro sonrió. Seguía teniendo un hematoma en el pómulo, pero Paula solo podía ver su hermoso rostro.


–¿Y dónde está el pastel?


–En el coche.


–Voy a buscarlo.


–No hace falta… –Paula sacudió la cabeza cuando, sin hacerle caso, Pedro se dirigió al coche. Cuanto antes dejase el pastel y le diera las gracias a los Alfonso, antes podría marcharse. –¿Te importaría sacar mi bolso?


–Ahora mismo.


Pedro no solo llevó el pastel y el bolso sino la bolsa de los pañales. Debería decirle que no era necesario, que no pensaba quedarse más que cinco minutos, pero el gesto la había tomado por sorpresa.


–Está muy bien que visites a tu hermano –le dijo.


–En realidad, he venido porque no tenía más remedio. Cecilia ha insistido en invitarme a cenar y no voy a discutir con una señora embarazada.


–¿Te encuentras mejor?


No debería haber preguntado.


–Tú me curaste anoche, ¿recuerdas?


Paula se puso colorada.


Pedro


Paula no podía controlarse con él a su lado, respirando su aroma, escuchando el tono ronco de su voz…


Afortunadamente, la niña empezó a moverse y eso la devolvió a la realidad. Paula puso las cosas en perspectiva mientras se la colocaba en el otro brazo.


Un punto para Maite.