Pedro llamó a la puerta y se quedaron esperando, él con el pastel y la bolsa de los pañales en la mano y Paula con Maite en brazos. Cualquiera que no los conociese pensaría que eran una familia…
Pero Paula apartó esa idea mientras se abría la puerta. Cecilia no parecía sorprendida al verlos, al contrario.
–Entrad, entrad. Me alegro mucho de que hayas venido, Paula. Te quedas a cenar, por supuesto. He hecho cena para un regimiento.
–No, no. Solo he venido para traeros un pastel de limón que he hecho con ayuda de Elena. Me ha dicho que es el favorito de Hector.
Hector apareció detrás de su esposa.
–¿Pastel de limón?
Aparentemente, Paula estaba empezando a ganar puntos con aquella familia.
–Quería daros las gracias por prestarme el cochecito y todo lo demás.
No les habló del accidente que Maite había tenido esa tarde porque, afortunadamente, el cochecito había quedado como nuevo. Además, pensaba comprarles otro antes de volver a Nashville.
–Encantados de poder ayudar –dijo Hector. –Y no voy a decirte que no deberías porque me encanta el pastel de limón.
–Pero tienes que quedarte a cenar –intervino Cecilia. –Tengo que hacerte un millón de preguntas sobre bebés –añadió, acariciando el pelito de Maite antes de volverse hacia Pedro. –Menudo susto nos diste ayer, por cierto. ¿Cómo estás?
–Estoy bien –Pedro se encogió de hombros, como si no tuviera importancia, mientras Cecilia los llevaba al salón.
–No soy una experta en bebés, te lo aseguro –dijo Paula– pero he traído unos libros que a mí me han venido muy bien.
–No sabes cuánto te lo agradezco. Sentaos, la cena estará lista enseguida.
Paula suspiró. No iba a poder negarse, estaba claro. Parecería una desagradecida.
–Gracias otra vez por el pastel –dijo Héctor. –No sé por qué llevo días soñando con un pastel de limón.
–Espero que te guste.
–Tendrá que pelearse conmigo para tomar una segunda porción –bromeó Pedro.
–Parece que ya te has peleado con alguien –dijo Héctor, señalando su cara.
–Si quieres que te sea sincero, ayer me encontraba fatal, pero esta mañana me he despertado de maravilla –Pedro la miró de soslayo y Paula tuvo que hacer un esfuerzo para disimular. Pero lo estrangularía si mencionaba lo que había ocurrido entre ellos por la noche.
Afortunadamente, Hector cambió de conversación para hablar del precio del ganado y del nuevo coche de Pedro. Cuando se fue a la cocina para ayudar a Cecilia, Paula sacó una mantita de la bolsa de los pañales para sentar a Maite en el suelo.
–Me han dicho que te has encontrado con Federico en Penny's Song –dijo Pedro.
–Sí, me he alegrado mucho de verlo. Es el mismo de siempre –dijo ella, dejándose caer sobre la alfombra para sujetar a la niña.
–Algunas cosas no cambian nunca.
–¿Te ha contado lo del fiasco del cochecito?
Pedro no respondió y Paula se dio cuenta de que no había sido Federico sino Susy quien le había hablado del encuentro.
Parecía estar en contacto con él todo el tiempo y, sin duda, Pedro habría recibido la información desde la perspectiva de Susy.
–Bueno, da igual, no tiene importancia.
–No, ya lo sé.
Pedro se sentó en la alfombra, a su lado, y Maite lanzó una carcajada infantil, moviendo los bracitos.
–Ah, es tan fácil hacer felices a algunas mujeres.
De repente, Pedro se inclinó para rozar sus labios, tomando a Paula por sorpresa.
Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos con una mezcla de burla y deseo.
–Yo nunca he sido «algunas mujeres» –dijo ella.
–Ya lo sé.
–¡La cena está lista! –gritó Cecilia desde la cocina.
Paula se apartó, incómoda. Se sentía como una adolescente a la que hubieran pillado besando a un chico en la puerta de su casa.
–Estoy muerto de hambre –dijo Pedro, tomando a Maite en brazos. –¿Nos vamos, pequeñaja?
Maite parecía encantada con aquel hombre tan grande y su intención de evitar que la niña se encariñase con él parecía destinada al fracaso.
Y esa noche Paula se sentía incapaz de evitarlo.
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