jueves, 10 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 24

 


La casa de Hector y Cecilia estaba situada sobre un altozano desde el que se veía la casa principal, la luna iluminaba el paisaje mientras se dirigían al coche, con Maite medio dormida.


–Parece cansada –comentó él.


–Lo está. Ha sido un día muy largo para las dos.


–Tengo que hablar contigo –dijo Pedro entonces.


–Tenemos que hablar del divorcio…


–No, no es eso. Es sobre Penny's Song.


Mientras colocaba a Maite en la silla de seguridad, Paula vio cómo miraba a la niña, sujetando su cabecita con una mano, acariciando su pelo casi como si no se diera cuenta…


Pedro también estaba encariñándose y Maite respondía con la confianza que tendría una niña en su padre. Era lo que Paula había temido, pero no quería que Maite sufriera cuando se marchasen de Arizona.


–Mañana tenemos una cena con el gerente del hotel Ridgecrest –dijo Pedro entonces. –Como sabes, van a prestarnos el salón de banquetes y nos han ofrecido un buen descuento para la gala.


–¿Por qué me has incluido en la cena sin contar conmigo?


Pedro se encogió de hombros.


–Fue una cosa de última hora. El gerente empezó a hablar de decoraciones y cosas para la gala y yo no tengo ni idea de eso.


Era cierto. Pedro Alfonso sabía echar el lazo a una vaca, controlar a un caballo nervioso y mantener su imperio, pero no sabía nada sobre la organización de una gala, ese era su departamento. Ella podría organizar una gala para recaudar fondos con una mano atada a la espalda.


–¿Y no podemos hacerlo durante el día?


–No, él ha insistido en que vayamos a cenar.


Paula frunció el ceño.


–¿Pero qué voy a hacer con Maite? Si se queda dormida no habrá ningún problema, pero si está despierta no podré concentrarme en la conversación.


–Entonces, lleva a Elena contigo. Ella puede cuidar de Maite un rato.


–¿A qué hora has quedado con él?


–A las ocho.


Sí, la solución de Pedro era viable. Además, era importante para el futuro de Penny's Song que aquella gala fuera un éxito. Ver el rancho con sus propios ojos la había hecho pensar que organizar una lujosa gala no era la mejor manera de recaudar fondos. Tendría que hablar antes con Pedro, pero se le había ocurrido algo mucho mejor.


–Muy bien –asintió. –Si hay que hacerlo, lo haré.


Pedro esbozó una sonrisa.


–¿Por qué sonríes como un tonto?


En realidad, no parecía un tonto, más bien un hombre guapísimo.


–Eres muy sexy cuando te pones seria.


–¿No me digas? –Paula se apoyó en la puerta del coche, recordando cuando salían juntos. Pedro la desnudaba con los ojos entonces, diciendo que lo excitaba cuando se ponía seria. De hecho, cada vez que mantenían una conversación de negocios encontraba la manera de quitarle la ropa.


–Sí, lo eres –sus ojos se habían oscurecido y su sonrisa ya no era tonta sino peligrosa. Cuando dio un paso hacia ella, Paula no tuvo fuerzas para apartarse.


Pedro le levantó la barbilla con un dedo, su rostro estaba tan cerca que podía ver el círculo oscuro de sus iris, tan cerca que su corazón se aceleró, tan cerca que el aliento masculino le acariciaba las mejillas.


Y luego la besó, un mero roce de los labios, justo lo que necesitaba después de un largo y agotador día. Cuando se trataba de asuntos de la carne, Pedro sabía cuándo pisar el acelerador y cuándo levantar el pie.


Paula se acercó un poco más, absorbiendo el calor de su cuerpo, y Pedro volvió a besarla tiernamente, sin exigir nada, sin intentar controlar el beso siquiera. No había defensa contra esa táctica y Paula sentía que se iba hundiendo cada vez más en aquel beso, en el placer que le producía su proximidad. Los separaban unos centímetros, pero se veía poderosamente atraída por una sutil fuerza contra la que no podía luchar.


Pedro, por otro lado, se mostraba tranquilo y dulce… si se podía describir así a un rudo vaquero.


Sentía la tentación de apretarse contra él, de tocar su cuerpo, sus musculosos brazos… querría estar piel con piel y era difícil librarse de esa sensación.


Pedro levantó una mano para acariciarle el pulso que le latía en la garganta antes de besarla allí y el mundo pareció detenerse.


La deseaba, pero no exigía nada y se limitó a besarla tiernamente por última vez antes de apartarse.


–Vete a dormir –le dijo. –Nos vemos mañana.


Paula volvió a casa con los faros de la camioneta de Pedro reflejándose en el espejo retrovisor, pero cuando giró hacia la casa de invitados él siguió hacia el edificio principal.


–Has estado muy cerca –murmuró, con el corazón en la garganta.


No entendía por qué los ojos se le habían llenado de lágrimas.


O tal vez sí y era por eso por lo que le dolía el corazón.




miércoles, 9 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 23

 


Después de la cena, los dos hombres fueron a los establos para ver al semental de Hector mientras Cecilia y Paula se quedaban en la mesa, charlando sobre bebés y maternidad. Paula le había advertido de que ella era nueva todavía, pero Cecilia decía necesitar sus consejos, de modo que Paula le habló de los pañales y los biberones, las cosas que conocía.


–Cuando volvamos a casa habrá que vacunarla. Afortunadamente, tengo una agenda médica para no perderme ninguna vacunación.


–Ah, muy bien, pero… –Cecilia no terminó la frase.


–¿Qué?


–No, es que… en fin, déjalo, no es asunto mío.


–Te estás preguntando por mi relación con Pedro.


Su regreso a Red Ridge debía ser la comidilla del pueblo, de modo que la reacción de Cecilia no era una sorpresa.


–Has dicho «cuando volvamos a casa», pero yo he notado cómo miras a Pedro.


Paula apartó la mirada.


–Tú también estás casada con un Alfonso y sabes lo encantadores que pueden ser, pero mi relación con Pedro es complicada.


–Hector y yo también hemos tenido problemas, pero hemos logrado resolverlos.


–Tú estás embarazada y los niños pueden unir a una pareja… a veces. O pueden separarla para siempre si uno está dispuesto a formar una familia y el otro no.


–Pero ahora tienes a Maite.


–Sí, pero no es hija de Pedro.


–No quería decir…


Paula puso la mano sobre la de su cuñada.


–Ya lo sé, pero lo que iba mal en mi matrimonio no tiene nada que ver con Maite. Solo he vuelto por unos días. Tengo que volver a Nashville y seguir adelante con mi vida. Pedro ya me rompió el corazón una vez y no voy a dejar que vuelva a hacerlo.


–Lo siento –se disculpó Cecilia. –Había pensado que si Héctor y yo hemos logrado resolver nuestros problemas, tal vez vosotros también podríais hacerlo. Me encantaría tener a mi cuñada cerca y Maite sería parte de la familia.


Un bonito sueño en un mundo perfecto.


–Siempre seremos amigas –dijo Paula. –Y vendré a visitarte cuando nazca el niño, te lo prometo.


–¿Sabes una cosa? Tú miras a Pedro como Pedro te mira a ti… perdona, tenía que decirlo. Pero ya no digo nada más.


Paula sacudió la cabeza, sin decir nada.


Cuando volvieron los hombres del establo, Paula sirvió el pastel de limón, que estaba más rico de lo que había esperado. Hector y Pedro tomaron dos buenas porciones y la felicitaron por él. Cuando terminaron el postre, Paula estaba lista para volver a casa. Le había gustado charlar con Cecilia y pasar un rato con Hector, pero mientras recordase por qué había ido al rancho Alfonso, todo iría bien.


Sujetando a Maite con un brazo, alargó el otro para abrazar a sus anfitriones.


–Gracias por la cena y por la compañía.


–Soy yo quien debería darte las gracias por tus consejos –dijo Cecilia. –Estar con Maite me hace desear que mi hijo llegue lo antes posible.


–A mí me pasa lo mismo –Hector besó a su mujer en la mejilla antes de volverse hacia Paula. –¿Te importaría darle a Cecilia la receta del pastel de limón?


–No, claro que no.


Su mujer le dio un codazo en las costillas, pero a él no le pareció importarle.


–Es un tragón.


–En fin, tengo que meter a Maite en la cuna. Si no lo hago, empezará a protestar.


–Te acompaño –se ofreció Pedro, tomando la bolsa de los pañales.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 22

 

Pedro llamó a la puerta y se quedaron esperando, él con el pastel y la bolsa de los pañales en la mano y Paula con Maite en brazos. Cualquiera que no los conociese pensaría que eran una familia…


Pero Paula apartó esa idea mientras se abría la puerta. Cecilia no parecía sorprendida al verlos, al contrario.


–Entrad, entrad. Me alegro mucho de que hayas venido, Paula. Te quedas a cenar, por supuesto. He hecho cena para un regimiento.


–No, no. Solo he venido para traeros un pastel de limón que he hecho con ayuda de Elena. Me ha dicho que es el favorito de Hector.


Hector apareció detrás de su esposa.


–¿Pastel de limón?


Aparentemente, Paula estaba empezando a ganar puntos con aquella familia.


–Quería daros las gracias por prestarme el cochecito y todo lo demás.


No les habló del accidente que Maite había tenido esa tarde porque, afortunadamente, el cochecito había quedado como nuevo. Además, pensaba comprarles otro antes de volver a Nashville.


–Encantados de poder ayudar –dijo Hector. –Y no voy a decirte que no deberías porque me encanta el pastel de limón.


–Pero tienes que quedarte a cenar –intervino Cecilia. –Tengo que hacerte un millón de preguntas sobre bebés –añadió, acariciando el pelito de Maite antes de volverse hacia Pedro. –Menudo susto nos diste ayer, por cierto. ¿Cómo estás?


–Estoy bien –Pedro se encogió de hombros, como si no tuviera importancia, mientras Cecilia los llevaba al salón.


–No soy una experta en bebés, te lo aseguro –dijo Paula– pero he traído unos libros que a mí me han venido muy bien.


–No sabes cuánto te lo agradezco. Sentaos, la cena estará lista enseguida.


Paula suspiró. No iba a poder negarse, estaba claro. Parecería una desagradecida.


–Gracias otra vez por el pastel –dijo Héctor. –No sé por qué llevo días soñando con un pastel de limón.


–Espero que te guste.


–Tendrá que pelearse conmigo para tomar una segunda porción –bromeó Pedro.


–Parece que ya te has peleado con alguien –dijo Héctor, señalando su cara.


–Si quieres que te sea sincero, ayer me encontraba fatal, pero esta mañana me he despertado de maravilla –Pedro la miró de soslayo y Paula tuvo que hacer un esfuerzo para disimular. Pero lo estrangularía si mencionaba lo que había ocurrido entre ellos por la noche.


Afortunadamente, Hector cambió de conversación para hablar del precio del ganado y del nuevo coche de Pedro. Cuando se fue a la cocina para ayudar a Cecilia, Paula sacó una mantita de la bolsa de los pañales para sentar a Maite en el suelo.


–Me han dicho que te has encontrado con Federico en Penny's Song –dijo Pedro.


–Sí, me he alegrado mucho de verlo. Es el mismo de siempre –dijo ella, dejándose caer sobre la alfombra para sujetar a la niña.


–Algunas cosas no cambian nunca.


–¿Te ha contado lo del fiasco del cochecito?


Pedro no respondió y Paula se dio cuenta de que no había sido Federico sino Susy quien le había hablado del encuentro.


Parecía estar en contacto con él todo el tiempo y, sin duda, Pedro habría recibido la información desde la perspectiva de Susy.


–Bueno, da igual, no tiene importancia.


–No, ya lo sé.


Pedro se sentó en la alfombra, a su lado, y Maite lanzó una carcajada infantil, moviendo los bracitos.


–Ah, es tan fácil hacer felices a algunas mujeres.


De repente, Pedro se inclinó para rozar sus labios, tomando a Paula por sorpresa.


Cuando se apartó, Pedro la miró a los ojos con una mezcla de burla y deseo.


–Yo nunca he sido «algunas mujeres» –dijo ella.


–Ya lo sé.


–¡La cena está lista! –gritó Cecilia desde la cocina.


Paula se apartó, incómoda. Se sentía como una adolescente a la que hubieran pillado besando a un chico en la puerta de su casa.


–Estoy muerto de hambre –dijo Pedro, tomando a Maite en brazos. –¿Nos vamos, pequeñaja?


Maite parecía encantada con aquel hombre tan grande y su intención de evitar que la niña se encariñase con él parecía destinada al fracaso.


Y esa noche Paula se sentía incapaz de evitarlo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 21

 


Paula detuvo el coche frente a la casa de Hector y respiró profundamente. Había conseguido superar la humillación de esa tarde y racionalizar el asunto del pañal. En realidad, se había desprendido. Era un accidente que podría ocurrirle a cualquiera, se decía a sí misma, aunque en silencio le prometía a Maite esforzarse más en el futuro. Pero había conseguido limpiar el cochecito ya que, afortunadamente, el material estaba hecho a prueba de accidentes de ese tipo.


–Dejaremos el pastel y nos marcharemos –le dijo a la niña.


Maite la miró con sus ojitos llenos de confianza y Paula sintió una oleada de amor. No podía creer cuánto quería a aquella cosita.


Se había preguntado si sería así tras la muerte de Karina, cuando todo era tan difícil porque Maite añoraba a su madre y no dejaba de llorar. Había tardado semanas en aceptarla, pero ahora la niña ponía toda su fe en ella y Paula esperaba que la perdonase por sus errores.


Después del día que había tenido, decidió no tentar a la suerte llevando a Maite con una mano y el pastel en la otra, de modo que lo dejó en el coche. Le pediría ayuda a Hector o Cecilia cuando abriesen la puerta.


Pero cuando salía del coche, una camioneta apareció por el camino y Paula dejó escapar un suspiro.


Aquel día estaba siendo imposible relajarse.


–Hola –la saludó Pedro, mirándola como si recordase cada centímetro de su cuerpo desnudo.


–Hola.


–No me habían dicho que estarías aquí.


–No les había avisado. Solo he pasado un momento por aquí porque les he hecho un pastel.


–¿Qué tipo de pastel?


–De limón. Elena me ha ayudado, por supuesto.


Pedro sonrió. Seguía teniendo un hematoma en el pómulo, pero Paula solo podía ver su hermoso rostro.


–¿Y dónde está el pastel?


–En el coche.


–Voy a buscarlo.


–No hace falta… –Paula sacudió la cabeza cuando, sin hacerle caso, Pedro se dirigió al coche. Cuanto antes dejase el pastel y le diera las gracias a los Alfonso, antes podría marcharse. –¿Te importaría sacar mi bolso?


–Ahora mismo.


Pedro no solo llevó el pastel y el bolso sino la bolsa de los pañales. Debería decirle que no era necesario, que no pensaba quedarse más que cinco minutos, pero el gesto la había tomado por sorpresa.


–Está muy bien que visites a tu hermano –le dijo.


–En realidad, he venido porque no tenía más remedio. Cecilia ha insistido en invitarme a cenar y no voy a discutir con una señora embarazada.


–¿Te encuentras mejor?


No debería haber preguntado.


–Tú me curaste anoche, ¿recuerdas?


Paula se puso colorada.


Pedro


Paula no podía controlarse con él a su lado, respirando su aroma, escuchando el tono ronco de su voz…


Afortunadamente, la niña empezó a moverse y eso la devolvió a la realidad. Paula puso las cosas en perspectiva mientras se la colocaba en el otro brazo.


Un punto para Maite.



martes, 8 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 20

 


Paula aparcó el Volvo en la entrada del rancho Penny's Song y después de colocar a Maite en el cochecito se dirigió al corral para ver a los caballos.


Ella había crecido en Nashville, una ciudad llena de coches y tráfico, de modo que no era una experta en ganado o en ranchos, lo cual era una sorpresa para los que no la conocían bien. Pero en realidad nunca se había sentido cómoda del todo mientras vivía en el rancho Alfonso.


Una niña se acercó a ellas corriendo.


–¡Hola!


–Hola, Wanda –Paula sonrió a su nueva amiga.


–Hemos estado limpiando los cajones de los caballos. Olían muy mal.


–Ya me imagino.


–Pero esta tarde voy a ir a la tienda a cambiar mis puntos. Nos dan puntos por todas las tareas y voy a comprar a Cuddles.


–¿Quién es Cuddles?


–Un gatito con ojos de tigre.


–Ah, vaya, qué bien –Paula imaginó que sería un gatito de peluche.


La niña acarició la cabeza de Maite y su hija sonrió, mostrando unas encías sin dientes. Pero cuando llamaron para el almuerzo, Wanda corrió al saloon para reunirse con el resto de los niños.


Paula pasó el resto de la tarde en la tienda, ayudando a Paula, uno de los voluntarios, a colocar cosas en las estanterías. Y Maite cooperó quedándose dormida en el cochecito, detrás del mostrador.


Cuando despertó, Paula le dio el biberón y la tomó en brazos para pasearla por la tienda. Cinco niños, entre ellos Wanda, habían entrado en ese tiempo y todos querían jugar con ella.


–Hola otra vez. ¿Has venido a buscar a Cuddles, Wanda?


La niña asintió con la cabeza, acercándose a la estantería donde estaban los muñecos de peluche.


–He guardado mis puntos durante toda la semana.


–¿Y seguro que eso es lo que quieres?


–Es para mi hermana –respondió Wanda. –Tiene cinco años y me echa de menos.


Paula tragó saliva, sorprendida por la generosidad de la cría. Wanda había tenido que superar algo que haría que la mayoría de los niños se volvieran caprichosos y, sin embargo, en quien pensaba era en su hermana.


–Es un detalle muy bonito por tu parte. Seguro que le encantará.


Wanda le contó que pensaba dormir con Cuddles durante los próximos días, hasta que su hermana fuese a visitarla. Paula cerró poco después, con el corazón lleno de amor por todas las Wanda del mundo. Penny's Song era una aventura que merecía la pena, algo de lo que se sentía orgullosa, y se alegraba de haber hecho el esfuerzo.


Cuando estaba empujando el cochecito de Maite hacia la entrada del rancho vio a Federico Alfonso, el hermano de Pedro, charlando con Susy Johnson. Susy estaba riendo, la melena oscura flotaba sobre sus hombros. Que siempre estuviera sonriendo era algo que irritaba a Paula, pero tendría que acostumbrarse porque la joven era voluntaria en el rancho. Susy no había sido la raíz del problema con Pedro, pero sí el catalizador y la última persona a la que quería ver en ese momento.


Federico la saludó con la mano y, deseando que se la tragase la tierra, Paula se acercó.


–Paula Chaves, me habían dicho que habías vuelto al rancho –Federico la saludó con un cariñoso abrazo. –Estás muy guapa.


–Lo mismo digo.


Federico Alfonso era encantador y el más parecido a su legendario tatarabuelo, Carlos Alfonso, con sus ojos negros y su seductora sonrisa.


–¿Cómo estás?


–Metiéndome en jaleos, como siempre.


–Hola, Paula –la saludó Susy.


–Hola –Paula intentó sonreír. Se negaba a dejar que aquella chica la afectase o, al menos, intentaría disimular que la afectaba.


–Me he enterado de la muerte de tu amiga, lo siento mucho. Es muy noble por tu parte que hayas adoptado a la niña.


–Era mi obligación. Además, Maite es la alegría de mi vida.


En ese momento, Maite lanzó un grito y Paula puso los ojos en blanco.


–Es preciosa –dijo Federico. –Y tiene buenos pulmones.


–Preciosa y mojada –dijo Susy, señalando el pañal. –Me parece que tiene una gotera.


Paula observó, horrorizada, que se le había escapado el pipí y estaba manchando el cochecito.


–Ay, Dios mío –murmuró. Había olvidado cambiarle el pañal después de su siesta. –Será mejor que me vaya. La cambiaré en el coche… me alegro de haberos visto.


Federico la tomó del brazo.


–Espera, yo te ayudaré.


–Gracias –por el rabillo del ojo, Paula vio que Susy fruncía el ceño.


Peor para ella.


Con Maite llorando, el cochecito sucio y Susy Johnson mirándola con cara de mal genio, Paula había fracasado una vez más en sus labores como madre.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 19

 


Paula estaba frente a la cafetera, esperando que la cafeína la devolviese a la realidad. No podía creer lo que había ocurrido entre Pedro y ella esa noche… y luego, de madrugada. ¿Cómo había dejado que llegase tan lejos?


La realidad era un asco, pensó.


Tenía que lidiar con ella esa mañana, pero antes disfrutó de aquella sensación de liberación. Meses y meses de frustración se habían borrado en un par de horas mientras hacía el amor con Pedro. Se sentía saciada, feliz, ligera como el aire. No sabía cuánto echaba de menos hacer el amor con él, dejando que sus caricias la hiciesen gritar de placer. Se estremecía al recordar lo que había ocurrido por la noche…


Pero había llegado el día y, con él, Paula llegó a una conclusión: no podía dejar que volviera a pasar.


Había ido al rancho para finalizar su divorcio, olvidar el pasado y empezar una nueva vida. Tenía que criar a una niña y Maite era lo primero. Algo que ella no había sido para su madre. Paula quería a su madre, pero sabía que su relación con Maite sería mucho mejor.


Alicia Fontaine lo había intentado, pero no lo suficiente. Sergio ocupaba todo su tiempo y no le había quedado nada para la hija que necesitaba atención desesperadamente. Paula se sentía culpable por tener celos de su hermano, un niño enfermo durante casi toda su infancia, porque Sergio siempre estaba atendido mientras ella había tenido que lidiar con todo por sí misma.


¿Cuántas veces se había ido llorando a la cama? ¿Cuántas funciones escolares se habían perdido sus padres? Casi todas, por eso era tan protectora con Maite.


Y no podía dejar que se encariñase con Pedro. Sería una crueldad porque no había futuro para ellos. La niña ya había perdido a sus padres y, por inepta que ella fuera, su obligación era darle todo su cariño e intentar evitarle cualquier sufrimiento.


Paula se sirvió una taza de café, pensativa.


–¿Te queda algo para mí?


Ella dio un respingo cuando Pedro la tomó por la cintura, el profundo timbre de su voz hizo que sintiera un escalofrío.


–Sí, claro.


–Hueles muy bien –dijo él, enterrando la cara en su pelo. –¿Te has duchado sin mí?


Sabía que estaba bromeando, pero eso no evitó que en su cerebro apareciesen imágenes de duchas memorables con su marido.


En Nashville su misión había estado clara, pero estando allí, viéndolo en persona, las cosas empezaban a complicarse. Y no podía permitírselo. En aquel momento de su vida, necesitaba mostrarse firme. Aún tenían que discutir el divorcio y la gala en Penny's Song para recaudar fondos.


–Tengo que trabajar –le dijo, volviéndose con una taza en la mano. –Toma.


Pedro tomó la taza y se sentó en un taburete.


–¿Maite sigue durmiendo?


–Sí –respondió Paula –Con un poco de suerte, podré tomarme el café antes de que despierte.


A la luz del día, Pedro tenía mejor aspecto, aunque los hematomas seguían ahí.


–Yo tengo que hablar con el seguro y comprar otro coche.


–¿Tu coche está siniestro total? –exclamó ella. Cuando no usaba la camioneta, Pedro usaba un Mercedes último modelo.


–Me temo que sí –respondió él. –Estaba pensando… ¿qué tal si cenamos juntos esta noche?


Sonaba de maravilla, pero Paula estaba decidida a ser sensata.


–No me parece buena idea.


–Pensé que tenía buenas ideas –bromeó Pedro. –Tú misma lo dijiste anoche.


–Lo de anoche fue increíble –admitió Paula. –Y no lo lamento, es algo que los dos queríamos y necesitábamos, pero…


–¿Por qué no? –la interrumpió él, dejando la taza sobre la encimera.


–Porque es inútil.


Pedro vaciló un momento, como sorprendido, antes de sacudir la cabeza.


–No lo analices tanto, Paula. Al fin y al cabo, seguimos casados.


–No podemos portarnos como si no estuviéramos separados. No puedo hacerme eso a mí misma o a Maite.


–¿Qué va a perder porque cenemos juntos?


–No terminará ahí y tú lo sabes.


Pedro se apoyó en la encimera, con expresión decidida.


Era muy resuelto cuando quería algo y el brillo de sus ojos le dijo lo que quería.


–En la cama nos entendemos de maravilla.


–Lo sé –asintió Paula. Le dolía pensar que tal vez no encontraría nunca una pasión como aquella, que tal vez nunca volvería a sentirse tan completa, tan feliz. Pero había mucho en juego, mucho más que el deseo que sentían el uno por el otro.


Cuando abandonó a Pedro, había esperado en secreto una demostración de que su amor por ella no había muerto con tantas discusiones. Pero esa demostración no llegó nunca. Pedro quería seguir adelante con su vida, sin ella.


Cuando recibió la solicitud de divorcio lloró durante días, pero cuando por fin logró animarse y volver a la oficina, se había convertido en una persona diferente, una persona que sabía que no podía depender ni de Pedro ni de nadie para ser feliz.


Era como ver esas sillas vacías en el auditorio durante alguna función escolar. Sus padres eran los únicos que no acudían.


–Mientras esté aquí, voy a concentrarme en la gala para Penny's Song. No tengo tiempo para nada más –le dijo.


Pedro inclinó a un lado la cabeza, mirándola con los ojos brillantes.


–Estoy dispuesto a hacer que cambies de opinión.


Paula no dijo una palabra y cuando se acercó para darle un beso en la frente a modo de despedida se quedó inmóvil, rezando para no cometer un tremendo error.


Pero, sin darse cuenta, se había convertido en un reto para Pedro Alfonso.


Y un reto era lo único a lo que su marido no podía resistirse.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 18

 


Quince minutos después de meter a Maite en la cuna, Paula reunió valor para hablar con Pedro, pero no podía negar que estaba pisando terreno resbaladizo. Una vez lo había amado con locura, pero debía pensar en Maite y en su vida en Nashville.


Cuando entró en el dormitorio, Pedro tenía los ojos cerrados y las manos en la nuca. Problema resuelto, pensó, creyendo que estaba dormido.


–No te vayas.


–Ah, creí que dormías.


Pedro esbozó una sonrisa.


–Estaba esperándote.


–¿Por qué?


¿De verdad le había preguntado eso? El brillo de sus ojos y el bulto bajo sus calzoncillos dejaba bien claro lo que quería.


Pedro se levantó entonces y Paula tragó saliva. Casi había olvidado su hermoso cuerpo que, a pesar de los hematomas, le parecía más atractivo que nunca.


–No me estás preguntando por qué, ¿verdad?


Paula se mordió los labios.


Pedro, lo de anoche fue…


Él desató el cinturón del albornoz con dedos expertos.


–No compliques las cosas, cariño.


Cuando la prenda cayó al suelo, Pedro respiró profundamente.


–Eres preciosa y todavía eres mi mujer.


Paula no podía negarlo. Ser su mujer no significaba que tuviera que acostarse con él, pero Pedro sabía cómo hacer que perdiese la cabeza y lo echaba de menos.


–¿Estás sugiriendo que tenemos algo por terminar? –le preguntó mientras Pedro la apretaba contra su torso, el roce del vello masculino en sus pezones le creó un río de lava entre las piernas.


–Estoy diciendo que el placer nos espera.


Había pronunciado esa palabra con voz ronca, sensual, y Paula asintió con la cabeza. Su cuerpo lo necesitaba.


Pero cuando pensó que iba a llevarla a la cama, Pedro la tomó en brazos para sentarla sobre la cómoda, el roce de la fría madera en su trasero desnudo hizo que se estremeciera. Después de quitarse los calzoncillos, él inclinó la cabeza para buscar sus labios y Paula le devolvió la caricia hasta que los dos estuvieron sin aliento, enredando las piernas en su cintura como si fuera el lazo en un regalo navideño.


Dejando escapar un rugido de impaciencia, Pedro tiró de ella, apretando sus nalgas antes de enterrarse en ella y dejando escapar un suspiro de satisfacción cuando Paula se apretó contra él, moviéndose al mismo ritmo hasta que gritó su nombre, consumida por una última ola de placer.


Pedro se dejó ir unos segundos después, echando la cabeza hacia atrás, las venas de su cuello se marcaban con la potencia del clímax.


Después, mientras intentaban buscar aire, Pedro besó su pelo, su garganta y sus labios suavemente.


–Paula… –musitó.


Ella sentía lo mismo. No había palabras.


Pedro le tomó la mano para llevarla a la cama y se apretó contra ella, acariciándole el pelo en la silenciosa habitación hasta que los dos se quedaron dormidos.