martes, 8 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 19

 


Paula estaba frente a la cafetera, esperando que la cafeína la devolviese a la realidad. No podía creer lo que había ocurrido entre Pedro y ella esa noche… y luego, de madrugada. ¿Cómo había dejado que llegase tan lejos?


La realidad era un asco, pensó.


Tenía que lidiar con ella esa mañana, pero antes disfrutó de aquella sensación de liberación. Meses y meses de frustración se habían borrado en un par de horas mientras hacía el amor con Pedro. Se sentía saciada, feliz, ligera como el aire. No sabía cuánto echaba de menos hacer el amor con él, dejando que sus caricias la hiciesen gritar de placer. Se estremecía al recordar lo que había ocurrido por la noche…


Pero había llegado el día y, con él, Paula llegó a una conclusión: no podía dejar que volviera a pasar.


Había ido al rancho para finalizar su divorcio, olvidar el pasado y empezar una nueva vida. Tenía que criar a una niña y Maite era lo primero. Algo que ella no había sido para su madre. Paula quería a su madre, pero sabía que su relación con Maite sería mucho mejor.


Alicia Fontaine lo había intentado, pero no lo suficiente. Sergio ocupaba todo su tiempo y no le había quedado nada para la hija que necesitaba atención desesperadamente. Paula se sentía culpable por tener celos de su hermano, un niño enfermo durante casi toda su infancia, porque Sergio siempre estaba atendido mientras ella había tenido que lidiar con todo por sí misma.


¿Cuántas veces se había ido llorando a la cama? ¿Cuántas funciones escolares se habían perdido sus padres? Casi todas, por eso era tan protectora con Maite.


Y no podía dejar que se encariñase con Pedro. Sería una crueldad porque no había futuro para ellos. La niña ya había perdido a sus padres y, por inepta que ella fuera, su obligación era darle todo su cariño e intentar evitarle cualquier sufrimiento.


Paula se sirvió una taza de café, pensativa.


–¿Te queda algo para mí?


Ella dio un respingo cuando Pedro la tomó por la cintura, el profundo timbre de su voz hizo que sintiera un escalofrío.


–Sí, claro.


–Hueles muy bien –dijo él, enterrando la cara en su pelo. –¿Te has duchado sin mí?


Sabía que estaba bromeando, pero eso no evitó que en su cerebro apareciesen imágenes de duchas memorables con su marido.


En Nashville su misión había estado clara, pero estando allí, viéndolo en persona, las cosas empezaban a complicarse. Y no podía permitírselo. En aquel momento de su vida, necesitaba mostrarse firme. Aún tenían que discutir el divorcio y la gala en Penny's Song para recaudar fondos.


–Tengo que trabajar –le dijo, volviéndose con una taza en la mano. –Toma.


Pedro tomó la taza y se sentó en un taburete.


–¿Maite sigue durmiendo?


–Sí –respondió Paula –Con un poco de suerte, podré tomarme el café antes de que despierte.


A la luz del día, Pedro tenía mejor aspecto, aunque los hematomas seguían ahí.


–Yo tengo que hablar con el seguro y comprar otro coche.


–¿Tu coche está siniestro total? –exclamó ella. Cuando no usaba la camioneta, Pedro usaba un Mercedes último modelo.


–Me temo que sí –respondió él. –Estaba pensando… ¿qué tal si cenamos juntos esta noche?


Sonaba de maravilla, pero Paula estaba decidida a ser sensata.


–No me parece buena idea.


–Pensé que tenía buenas ideas –bromeó Pedro. –Tú misma lo dijiste anoche.


–Lo de anoche fue increíble –admitió Paula. –Y no lo lamento, es algo que los dos queríamos y necesitábamos, pero…


–¿Por qué no? –la interrumpió él, dejando la taza sobre la encimera.


–Porque es inútil.


Pedro vaciló un momento, como sorprendido, antes de sacudir la cabeza.


–No lo analices tanto, Paula. Al fin y al cabo, seguimos casados.


–No podemos portarnos como si no estuviéramos separados. No puedo hacerme eso a mí misma o a Maite.


–¿Qué va a perder porque cenemos juntos?


–No terminará ahí y tú lo sabes.


Pedro se apoyó en la encimera, con expresión decidida.


Era muy resuelto cuando quería algo y el brillo de sus ojos le dijo lo que quería.


–En la cama nos entendemos de maravilla.


–Lo sé –asintió Paula. Le dolía pensar que tal vez no encontraría nunca una pasión como aquella, que tal vez nunca volvería a sentirse tan completa, tan feliz. Pero había mucho en juego, mucho más que el deseo que sentían el uno por el otro.


Cuando abandonó a Pedro, había esperado en secreto una demostración de que su amor por ella no había muerto con tantas discusiones. Pero esa demostración no llegó nunca. Pedro quería seguir adelante con su vida, sin ella.


Cuando recibió la solicitud de divorcio lloró durante días, pero cuando por fin logró animarse y volver a la oficina, se había convertido en una persona diferente, una persona que sabía que no podía depender ni de Pedro ni de nadie para ser feliz.


Era como ver esas sillas vacías en el auditorio durante alguna función escolar. Sus padres eran los únicos que no acudían.


–Mientras esté aquí, voy a concentrarme en la gala para Penny's Song. No tengo tiempo para nada más –le dijo.


Pedro inclinó a un lado la cabeza, mirándola con los ojos brillantes.


–Estoy dispuesto a hacer que cambies de opinión.


Paula no dijo una palabra y cuando se acercó para darle un beso en la frente a modo de despedida se quedó inmóvil, rezando para no cometer un tremendo error.


Pero, sin darse cuenta, se había convertido en un reto para Pedro Alfonso.


Y un reto era lo único a lo que su marido no podía resistirse.




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