sábado, 5 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 10

 

Paula parpadeó, sorprendida. ¿La había invitado él?


Se había marchado a Nashville después de una pelea y volvió unos días después con la intención de arreglar su matrimonio, pero los encontró sentados en el sofá, con sendas copas de vino en la mano, riendo. Paula se había sentido como una extraña en su propia casa, traicionada de la peor manera posible.


Susy, que había usurpado su puesto, no pudo disimular una mueca de satisfacción. Esa había sido la gota que colmó el vaso y Paula había subido a su habitación para hacer las maletas.


No debería haberla sorprendido porque Pedro había hecho lo mismo con las mujeres que la habían precedido y, sin embargo, fue como si le clavase un puñal en el corazón. Porque había sido tan tonta como para pensar que ella era diferente, que era única.


–Ah, la invitaste –murmuró.


–No me gusta que me acusen de algo que no he hecho, Paula. Deja que te lo aclare de una vez por todas: esa noche no ocurrió nada.


–¿No te has acostado con ella?


–No –respondió Pedro, con una seguridad que la sorprendió.


–¿La has besado?


Él apartó la mirada.


–¡La has besado!


–¡Maldita sea, Paula, tú me abandonaste!


–Y nadie te había hecho eso antes –dijo ella.


Su ego no había podido soportar el golpe o tal vez se había dado cuenta de que ya no la amaba. Fuera cual fuera la razón, Pedro ni siquiera había intentado arreglar su matrimonio. Sencillamente, había aceptado su decisión de marcharse.


–No, la verdad es que no, pero eso no es lo importante. Lo importante es que te fuiste de aquí.


–Y tú no hiciste nada.


Paula había esperado que la buscase, que intentase una reconciliación. La había llamado dos veces por teléfono, pero esas conversaciones no los habían llevado a ningún sitio.


–Estabas deseando pedir el divorcio.


–No es solo culpa mía –dijo Pedro. –O me crees o no, es así de sencillo. Pero vamos a trabajar juntos organizando la gala de inauguración y quiero que empecemos de cero.


Paula no podía dejarlo pasar cuando aquello era algo que no había admitido nunca.


–¿Por qué invitaste a Susy esa noche?


Él se pasó una mano por la cara.


–Necesitaba saber su opinión sobre algo.


–¿Sobre qué?


–Quería darte algo que pertenece a mi familia desde siempre.


–¿El collar de rubíes? –exclamó Paula. Había oído hablar del famoso collar Alfonso. Según la leyenda, ese collar había salvado al rancho de la ruina y había unido a Marta y Carlos Alfonso, el tatarabuelo de Pedro, cien años antes. Nunca lo había visto porque su marido lo guardaba en el banco…


Pero nada de aquello tenía sentido. Pedro y ella no se entendían y último que haría sería regalarle una joya tan valiosa a una mujer que se negaba a darle hijos cuando él daba la orden.


–No, un anillo a juego que había encargado.


–¿Y por qué no me lo dijiste antes?


–Porque estaba enfadada. Que me acusaras de tener una relación ilícita con Susy era injusto. Tu deberías haber sabido que yo no…


–¿Cómo iba a saberlo?


–Porque contigo siempre ha sido diferente –respondió Pedro. –Yo nunca había querido casarme hasta que te conocí, Paula. Me casé contigo y creí que sabías lo que eso significaba. O se tiene confianza en alguien o no se tiene.


Hacía que algo tan complicado pareciese tan sencillo… pero ella sabía que no lo era. Tener confianza plena en alguien era algo que no había podido hacer nunca, tal vez porque se había llevado demasiadas desilusiones en la vida.


–No siempre es tan sencillo.


–A veces lo es –replicó él.


Maite se movió en la cuna, impaciente, y Paula la tomó en brazos para consolarla. Aunque era ella quien necesitaba consuelo.


–Creo que deberíamos irnos.


Pedro apretó los labios, airado.


–Sí, vámonos de aquí.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 9


Afortunadamente, cuando sonó el timbre estaba lista. Tenía la bolsa de los pañales con lo esencial, una niña bien descansada y comida y unos nervios de acero. Al menos, eso era lo que se decía a sí misma.


Mientras iba hacia la puerta se preparaba para ver a Pedro otra vez. Aquel día debían hablar del divorcio, no tenía sentido retrasar lo inevitable.


Susy Johnson tendría derecho legal a clavar sus garras en él.


Pero cuando abrió la puerta se quedó sorprendida al ver que no era Pedro sino una joven de pelo oscuro.


–Hola, soy Cecilia Alfonso, la mujer de Hector. Espero que no te importe que haya pasado por aquí.


–No, claro que no. Encantada de conocerte –dijo Paula. –¿Quieres entrar?


Paula sabía que Hector se había casado, de modo que, al menos por el momento, Cecilia y ella eran cuñadas.


–Me gustaría mucho, pero sé que os marcháis a Penny's Song. He hablado con Pedro esta mañana y me ha contado lo de la niña –respondió Cecilia.


–¿Pedro te ha hablado de Maite?


–Sí, me ha dicho que es una niña preciosa.


–Desde luego que sí.


–Nosotros estamos esperando un bebé –dijo Cecilia tocándose el abdomen.


Paula se dio cuenta entonces de que su blusa parecía un poco abultada.


–Me alegro por ti y por Hector… –el llanto de Maite desde la cuna hizo que interrumpiese la frase. –¿Por qué no entras un momento?


Cecilia la siguió al dormitorio y encontraron a la niña despierta, con los ojos abiertos de par en par.


–Te presento a Maite.


La niña llevaba un vestidito de color amarillo con una margarita gigante en la pechera y calcetines a juego.


–Hola, Maite. Pareces lista para dar un paseo –la saludó Cecilia, volviéndose hacia Paula. –Me han contado lo que le pasó a tu amiga y lo siento mucho.


–Sí, yo también. La echo de menos.


–Tú eres la mejor amiga que pueda tener nadie. Que te hayas hecho cargo de su hija es maravilloso.


–Gracias –murmuró Paula. –¿Qué vas a tener, una niña o un niño?


Cecilia negó con la cabeza.


–Aún no lo sé, es demasiado pronto.


Como no había usado el cliché: «Me da lo mismo mientras esté sano», Paula decidió que aquella chica le caía bien.


Pedro me ha dicho que pensabas alquilar la cuna y todo lo demás, pero Hector y yo nos volvimos locos comprando el otro día y tenemos de todo. Puedes pedirme cualquier cosa que necesites.


–¿En serio?


–Claro que sí. Puedo prestarte el cochecito, el moisés, el parque, la trona, juguetes… tengo de todo. Nosotros no vamos a necesitarlo hasta dentro de unos meses.


En otra ocasión, Paula no habría aceptado la oferta, pero Cecilia parecía sincera y su ofrecimiento le ahorraría tiempo y dinero.


–Sería estupendo. No he podido traer nada en el avión.


–Te llevaré el cochecito a Penny's Song, así Maite podrá probarlo hoy mismo.


–No sé qué decir. Muchas gracias.


–De nada –Cecilia sonrió, apretando su mano. –Bueno, será mejor que me vaya. Pedro estará…


–¿Pedro estará qué? –escucharon una voz masculina.


Las dos se volvieron para verlo apoyado en el quicio de la puerta, la camisa negra dentro del pantalón vaquero y el pelo asomando bajo un Stetson. Allí estaba, un vaquero alto y fibroso con una sonrisa increíble y unos ojos que te derretían el corazón.


–Nos vemos luego –se despidió Cecilia. –Adiós, Paula


–Adiós.


Conocer a la mujer de Hector la había puesto de buen humor. No había esperado una bienvenida tan calurosa.


–Es muy agradable –le dijo cuando la joven desapareció.


–Sí, lo es –asintió Pedro, poniéndose serio. –Antes de irnos, me gustaría hablar contigo.


Paula miró a Maite, que estaba ocupada rodando por la cuna.


–Muy bien.


–Es sobre Susy.


El buen humor de áiña desapareció. Se le encogía el estómago cada vez que escuchaba ese nombre, recordando las veces que Susy había aparecido en el rancho tras divorciarse de su alcohólico marido. Al principio, Paula había sentido compasión de ella y le había ofrecido su amistad, pero unas semanas después había quedado claro que Susy solo quería la amistad de Pedro.


Héctor y Federico la apreciaban, Julian la apreciaba. Todo el mundo decía que era estupenda, de modo que Paula la toleraba… hasta que un día estalló.


–Lo que haya entre Susy y tú no es asunto mío –le dijo.


–Has sacado conclusiones precipitadas, Paula.


–Ya, claro, Susy es una amiga. Vuestras familias se conocen desde siempre y…


–No es lo que crees. No lo ha sido nunca.


Maite empezó a balbucear y Paula miró hacia la cuna, intentando contener sus sentimientos.


–Ya da igual.


–Quiero que sepas que vas a ver a Susy en Penny's Song. Trabaja como voluntaria en la enfermería durante su tiempo libre y no voy a malgastar saliva defendiéndome a mí mismo cada vez que creas ver algo entre nosotros.


–No te defendiste ayer, cuando apareció con las galletas.


–¿De qué habría servido? Tú ya has tomado una decisión.


–Susy aparece siempre en el momento adecuado –murmuró Paula– justo cuando yo acababa de llegar.


–La verdad es que no la he visto mucho en los últimos meses, solo cuando voy a Penny's Song.


Paula no lo creía. ¿Cómo iba a creerlo? Susy había aparecido en el rancho en cuanto ella llegó, como si fuera su casa.


–La última vez que os vi juntos –empezó a decir, recordando el golpe final para su matrimonio– apareció en casa cuando sabía que yo estaba fuera.


–No apareció, la invité yo.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 8



Pedro caminaba a toda velocidad hacia su casa.


Paula tenía una hija. No sabía si iba a poder acostumbrarse a la idea. Paula había destrozado su matrimonio negándole hijos cuando él tenía más dinero y más recursos que el noventa y nueve por ciento de la población para mantener a una familia. Pero Paula no había confiado en él y, además, lo había acusado de mantener una relación con Susy Johnson…


La aparición de Paula con la niña lo había dejado estupefacto. Tal vez debería haber dejado que los abogados se encargasen de todo, pero la verdad era que quería volver a verla, quería terminar con aquel matrimonio de manera civilizada. Ese había sido el plan.


Seguía siendo el plan, se recordó a sí mismo.


Pedro entró en casa y cerró la puerta con demasiada fuerza.


–¿Eres tú, Pedro? –escuchó la voz de Elena en el piso de arriba.


Y después oyó un estruendo.


–¿Elena?


–Estoy aquí, en el ático. Y necesito ayuda.


Pedro subió las escaleras de dos en dos y cuando llegó al primer piso giró a la derecha, hacia la escalerilla que llevaba al ático.


–¿Se puede saber qué haces?


–He tenido que apartar un montón de cosas, pero he encontrado una cuna –respondió el ama de llaves. –También hay sábanas y mantitas. Hay que lavarlo todo, pero están en buenas condiciones.


Pedro dejó escapar un suspiro de alivio.


–No deberías haber subido sola. Podrías haberte hecho daño.


–Tonterías. Venga, tenemos que bajar todo esto.


–Paula va a alquilar una cuna en el pueblo.


–¿Para qué si tenemos una aquí? Esa mujer necesita ayuda, Pedro.


Elena nunca se metía en su vida, de modo que no había crítica en ese comentario. Y tenía razón; Paula parecía agotada.


Además, él no discutía con Elena, que siempre había sido como una madre para sus hermanos y para él.


–Muy bien, de acuerdo.

 

Dos horas más tarde, Pedro había montado la cuna de nogal en el dormitorio principal de la casa de invitados y cuando se volvió encontró a Paula con un vaso de té helado en las manos.


–Imagino que tendrás sed después de tanto esfuerzo.


Él se lo tomó de un trago.


–Ah, justo como a mí me gusta.


–Algunas cosas no cambian nunca –bromeó Paula.


¿Era una crítica o un comentario burlón?


–No sé cómo darte las gracias –dijo luego. –No tenías por qué hacer esto, pero a Maite le encantará.


Pedro no quería sonreír, pero no pudo evitarlo. Paula se había puesto unos vaqueros y una blusa de cuadros rojos, pero incluso con la ropa más sencilla tenía un aspecto elegante. Y su pelo rubio, mojado, olía a limón y a azúcar.


–Será mejor que me vaya.


Ella asintió con la cabeza, tomando las sábanas recién lavadas y secas.


–Te acompaño a la puerta.


La niña levantó la cabecita en ese momento, mirándolo con unos ojitos tan azules como las aguas del lago. Era preciosa, tuvo que reconocer, con las mejillas regordetas y los diminutos rizos rubios.


–Vaya, mira quién se ha despertado –dijo Paula, sonriendo.


Pedro puso la mano en el picaporte. Él no debía estar allí, no era parte de aquel escenario feliz.


–Buenas noches –se despidió, mientras Paula levantaba a la niña del suelo.


Madre e hija.


–Hasta mañana.


Pedro abrió la puerta y la cerró tras él.


Había hecho su buena obra del día.


Sacar a Maite de la cuna, darle el biberón, bañarla y vestirla fue el típico remolino de actividad al que Paula aún no estaba acostumbrada. A las nueve en punto, después de vestirse a toda prisa, se sujetó el pelo en una coleta y se puso brillo en los labios.


Estaba deseando ver Penny's Song por primera vez. Solo había visto los planos mientras diseñaba el rancho con Pedro y se preguntó si la realidad estaría a la altura de sus sueños.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 7

 


En los últimos meses, las emociones de Paula habían sido como una montaña rusa, yendo de la alegría cuando Maite tomaba el biberón hasta la más profunda tristeza cuando no quería comer o se quejaba porque le dolía algo.


–Elena ha llenado la nevera –dijo Pedro.


–Muy bien. Pero me gustaría ver Penny's Song en cuanto sea posible.


El divorcio no era la única razón por la que había vuelto al rancho Alfonso. La fundación Penny's Song era importante para ella, aunque el plan de estar allí desde el principio hasta el final de la construcción se hubiera esfumado cuando su matrimonio se rompió.


–¿Mañana por la mañana te parece bien?


–Sí, muy bien. He pensado mucho en ello. Me preguntaba si todo sería como yo lo había imaginado.


La expresión de Pedro se suavizó.


–Es todo eso y mucho más. Ver a los niños allí… en fin, la verdad es que me siento muy orgulloso.


Paloma Martin, una niña de Red Ridge, no había tenido tanta suerte como su hermano Sergio. Aunque había luchado valientemente, por fin había perdido la batalla contra la leucemia a los diez años. Su muerte había hecho germinar la idea de usar unos terrenos del rancho para construir la fundación y Pedro la había apoyado al cien por cien. Penny's Song sería un consuelo para los niños que habían perdido su infancia debido a una enfermedad y los ayudaría a sentirse normales tras su recuperación.


–Estoy deseando ver cómo ha quedado.


–Puedo llevarte a las nueve, si no es demasiado temprano.


–¿Temprano? Ya me gustaría –Paula sonrió. –Maite se despierta al amanecer.


Pedro estaba mirando a la niña, que se había tumbado boca abajo y estaba rodando hacia la chimenea como una bolita.


–Parece que quiere escaparse.


–¡Maite!


Pedro se inclinó para levantar a la niña antes de que se tirase encima los hierros de la chimenea.


–Eres muy rápida, ruedas como una pelota –le dijo, apretándola contra su pecho.


Maite no lo conocía, pero no lloraba. Al contrario, parecía encantada con él. Ojalá Paula pudiese decir lo mismo. Pero, por dentro, su corazón se rompía al ver a Pedro Alfonso, el rudo vaquero, sujetando a un bebé con sus fuertes brazos.


Podría haber estado mirándolos durante horas, pero Pedro no le dio tiempo.


–Toma –dijo, poniéndola en sus brazos. –Imagino que te tiene muy ocupada.


–Sí, desde luego –asintió Paula. –Pero al menos duerme bien.


Él miró a la niña por última vez antes de darse la vuelta.


–Si cambias de opinión –le dijo, con la mano en el picaporte– puedo pedirle a Elena que venga a echarte una mano.


–No, no hace falta.


Cuando Pedro salió de la casa, Paula cerró los ojos. La última media hora había sido la más difícil de su vida. Verlo de nuevo le dolía tanto… y verlo con Maite en brazos era como echar sal sobre una herida.


«Está deseando que firmes los papeles del divorcio. Nunca te ha entendido de verdad. Probablemente tiene una aventura con Susy».


Todas razones para mantenerse a distancia y olvidarse de su atractivo, de su preciosa sonrisa y de los buenos tiempos que habían compartido.


Tal vez aún no tenía controlada la maternidad, pero su obligación era sobrevivir y, para hacerlo, debía recordar por qué había ido al rancho Alfonso.


Para divorciarse de Pedro.





viernes, 4 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 6

 


Pedro parecía molesto mientras iban hacia la casa de invitados, pero Paula estaba demasiado cansada como para preocuparse de su mal humor.


Aunque llevaban casi un año separados, era irritante que Susy Johnson siguiese apareciendo allí en cualquier momento, siempre sonriente y siempre llevando algún pastel.


Paula apretó los labios. Cuanto antes firmasen los papeles del divorcio, mejor. Pero, por el momento, poner cómoda a Maite era su prioridad.


Ella era una persona muy organizada; de hecho, en parte se ganaba la vida gracias a esa cualidad. Hacía listas, se ponía objetivos, por eso había tenido éxito como publicista. Tenía un don para encontrar músicos con talento y para hacer que sus carreras durasen todo lo posible.


Pero no tenía planes de ser madre. Ninguno. Y estaba aprendiendo de la manera más dura que los bebés no aceptaban la agenda de los adultos. Eran impredecibles, sus necesidades tan imperiosas que uno debía olvidarse de todo lo demás. Cada día era un reto y Paula tenía que aprender a improvisar.


Pedro abrió la puerta de la casa y le hizo un gesto para que entrase.


–Tus maletas están en el dormitorio principal –le dijo, dejando la bolsa de los pañales sobre el sofá.


–Gracias.


Una vez, Paula se había enamorado de aquella casita y había decidido poner su sello allí, recordó mirando alrededor. La combinación de piel y ante en tonos crema le daba un toque cálido a la habitación, las esculturas de bronce sobre mesas de cristal y los cuadros en las paredes creaban un ambiente agradable para los invitados.


Pero parecía como si nadie hubiera puesto el pie allí. Todo estaba como ella lo había dejado, ni un mueble ni un objeto decorativo se habían movido de su sitio. Claro que eso cambiaría en un abrir y cerrar de ojos.


Los bebés provocaban el caos, incluso los de cuatro meses que aún no gateaban. Maite, sin embargo, solía rodar por el suelo como una bolita y Paula sabía que debía darle espacio.


–Si necesitas ayuda, puedes pedírsela a Elena. Ya sabes que tiene tres nietos.


–¿Ya son tres? Solo tenía dos cuando… yo vivía aquí –Paula terminó torpemente la frase.


–Julieta tuvo otro hijo, un niño esta vez.


–De modo que Elena tiene dos nietas y un nieto. Seguro que eso la mantiene muy ocupada.


–Cuando no está aquí, normalmente está con ellos.


Paula solía preguntarse si su madre aceptaría a Maite y la querría de forma incondicional, pero en el fondo sabía que no sería así. Su madre le había dado a su hermano Sergio todo lo que tenía y cuando se recuperó del cáncer nunca volvió a ser la misma. Tal vez fue debido a la presión, a la constante angustia o al cansancio, pero su madre nunca se había emocionado ante la idea de ser abuela.


Maite se movió en sus brazos mientras Pedro las observaba con expresión curiosa.


–Será mejor que la deje en el suelo unos segundos.


Paula se inclinó para sentar a la niña en la alfombra, con la espalda apoyada en el sofá. Maite movió los bracitos y empezó a reír, contenta.


–Así estás mejor, ¿verdad, cariño? –Paula se incorporó. –No es bueno tenerla en brazos todo el tiempo.


Pedro asintió con la cabeza.


–¿Necesitas ayuda?


–No, gracias.


–Pero la niña necesitará una cuna.


–Llamaré a una empresa de alquiler y mañana me traerán todo lo necesario.


–¿Pero dónde va a dormir esta noche?


Paula dejó escapar un suspiro.


–Conmigo –respondió. –La verdad es que no duermo mucho. Me despierto a todas horas para ver si está bien… duerme tan profundamente que a veces me pregunto si ha dejado de respirar. Imagino que a todas las madres les pasará lo mismo.


Pedro asintió como si lo entendiera, pero Paula vio un interrogante en sus ojos. Nadie sabía lo que era la paternidad hasta que la experimentaba en carne propia.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 5

 


Había aceptado alojarse en la casa de invitados durante un mes, mientras organizaba la gala de inauguración de Penny’s Song. Y mientras estuviera allí terminarían legalmente con su matrimonio.


–En estas circunstancias, me sorprende que hayas venido.


–Penny's Song sigue siendo importante para mí, Pedro. Tal vez más que para mucha gente después de ver lo que sufrió mi hermano. Y más ahora que tengo una hija –Paula hizo una mueca al darse cuenta de lo que había dicho, pero no había amargura ni enfado en los ojos de Pedro y eso hizo que se enfrentase a una amarga realidad.


«Va a divorciarse de ti. Ya no le importas».


Había recibido los papeles del divorcio unos meses después de marcharse del rancho, pero no había tenido valor para terminar con su matrimonio. Encontrarse cara a cara con Pedro cerraba el círculo y se le encogía el corazón de pena. Una vez estuvieron tan enamorados… pero todo había cambiado. Ahora tenía una hija y debía ordenar su vida. Vería el final de un sueño y el comienzo de otro, se dijo.


Después de cerrar el pañal, Paula tomó a Maite en brazos para apretarla contra su corazón.


–Ya estás limpita.


La niña le echó los bracitos al cuello, apoyando la cabeza en su hombro y haciéndole cosquillas con sus rizos.


–Deberías habérmelo contado, Paula.


–Y tú deberías haber respondido a mis llamadas.


Pedro hizo una mueca. Los dos eran testarudos cuando creían que tenían razón, por eso habían discutido tan a menudo.


–Además, ya no compartimos nuestra vida –siguió Paula.


Él se pasó una mano por la cara.


–Te acompaño a la casa de invitados.


Con la niña en brazos, Paula se levantó del sofá y tomó la bolsa de los pañales, pero cuando iba a colgársela al hombro Pedro se la quitó de la mano.


–Deja, la llevaré yo.


Sus dedos se rozaron y Paula tuvo que disimular un suspiro. Y cuando miró a Pedro, en sus ojos vio un brillo que no podía disimular. También él había sentido esa conexión, esa descarga.


Se quedaron en silencio durante un segundo, sin moverse, mirándose a los ojos…


–¿Estás ahí, Pedro? –escucharon entonces una voz femenina. –He hecho galletas para los niños y he pensado que te gustaría probarlas.


Susy Johnson acababa de entrar en la casa con una sonrisa en los labios, un vestido de flores azules y una bandeja en la mano.


–Ah, perdón –dijo al ver a Paula. –La puerta estaba abierta y… en fin, no sabía que…


–No pasa nada –dijo Pedro –Gracias por las galletas.


La joven miró a Maite y estuvo a punto de dejar caer la bandeja.


Susy Johnson, amiga de Pedro desde que eran niños, siempre estaba pasando por allí para llevar pasteles o galletas, para pedir favores o para recordar con él su infancia en Red Ridge. Y cada vez que aparecía, Paula se sentía como una extraña, de modo que ver que por una vez que Susy se sentía incómoda le produjo cierta satisfacción.


–Voy a dejar las galletas… en la cocina –murmuró la joven.


Cuando desapareció, Paula se volvió hacia Pedro.


–Veo que no ha cambiado nada –le dijo, intentando disimular su pena.



NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 4

 


Se sentó en el sofá, tumbando a Maite a su lado. La niña la miraba con sus ojitos brillantes, contenta de poder mover las piernecitas. Pero fue entonces cuando vio que tenía el pañal manchado.


–Ay, porras –murmuró, sacudiendo la cabeza al recordar que había dejado la bolsa de los pañales en el taxi. Ella era una persona inteligente, pero nunca hubiera podido imaginar lo difícil que era cuidar de un bebé.


La maternidad estaba dándole un revolcón.


–Ten paciencia conmigo, cariño. Sigo aprendiendo.


Pedro entró en el salón en ese momento y a Paula se le aceleró el corazón. Casi había olvidado lo guapo que era. Casi había olvidado su cruda sensualidad. Eso y un encanto innato que hacía a la gente volver la cabeza. Al principio de su relación había luchado para no enamorarse, aunque no había rechazado ser su representante. Un contrato con una superestrella de la música, incluso en los años finales de su carrera, era muy importante y ella nunca mezclaba los negocios con el placer.


Pero Pedro tenía otras ideas y, una vez que dejó de resistirse a lo irresistible, se había enamorado como nunca.


–Eres la mujer perfecta para mí –le había dicho él. Y Paula lo había creído durante un tiempo.


Pedro se detuvo frente a ella, con la bolsa de los pañales en la mano.


–¿Esto es lo que necesitas?


Paula miró los vaqueros, que se le ajustaban a los muslos, la hebilla plateada del cinturón con la famosa A del rancho y el triángulo de vello oscuro que asomaba por el cuello de la camisa de cuadros. Antes le encantaba besarlo ahí…


Cuando levantó la mirada se encontró con unos ojos castaños que parecían ver dentro de su alma. Una vez había sido capaz de derretirle el corazón con esa mirada y se preguntó si estaría derritiendo el de Susy Johnson.


–Sí, gracias.


Pedro dejó la bolsa sobre la alfombra y se sentó frente a ella en un sillón.


–¿Vas a contármelo? –le preguntó.


Paula no sabía cómo empezar; en parte porque ni ella misma lo creía, en parte porque sabía cuánto deseaba Pedro tener hijos. Que ella supiera, nadie había sido capaz de negarle nada a Pedro Alfonso, que se había convertido en una estrella de la música siendo muy joven y se había retirado con treinta y cinco años para dirigir el imperio Alfonso. Era un hombre sano, guapo, rico y admirado, un hombre acostumbrado a hacer las cosas a su manera. Todo en la vida le había resultado fácil, al contrario que a ella.


Paula había trabajado mucho para hacerse un nombre en la profesión y cuando Pedro se mudó al rancho, ella mantuvo su negocio en Nashville, dividiendo su tiempo entre un sitio y otro. Entonces él parecía aceptar la situación. Sabía que tener un hijo hubiera significado que Paula renunciase a sus sueños.


De niña, sus padres habían estado tan ocupados cuidando de su hermano Sergio, enfermo de cáncer, que ella había pasado a un segundo lugar. Cada momento, cada segundo de energía estaban dedicados a atender a su hermano.


Paula había aprendido pronto a defenderse por sí misma y a ser independiente, aferrándose a las cosas que la hacían fuerte: su carrera universitaria y más tarde su negocio.


La idea de dejarlo todo para formar una familia era algo inconcebible para ella.


–¿Recuerdas que te hablé de Karina, mi amiga del colegio que vivía en Europa? –le preguntó.


Pedro asintió con la cabeza.


–Sí, lo recuerdo.


–Su marido murió hace un año. Karina volvió a Nashville destrozada y poco después descubrió que estaba embarazada.


Paula miró a Maite, que había girado la cabeza para observar a Pedro con curiosidad. La niña tenía buen instinto, pensó, intentando contener las lágrimas mientras le contaba la historia.


–Karina se había quedado sola, de modo que yo estuve a su lado cuando Maite nació. Fue algo tan…


No pudo terminar la frase. Pero ver nacer a Maite, tan arrugada y pequeñita, y oírla llorar por primera vez, había sido una experiencia absolutamente increíble para Paula. Nunca había esperado sentir algo así.


–Karina tuvo complicaciones en el parto y estuvo muy delicada durante varios meses, pero el mes pasado sufrió una infección contra la que no pudo luchar.


Paula cerró los ojos, intentando contener el dolor.


–Lo siento mucho –murmuró Pedro.


–Me hizo prometer que cuidaría de su hija si algo le ocurría a ella y eso es lo que estoy haciendo.


Jamás había pensado que tendría que cumplir esa promesa. Jamás pensó que Karina pudiese morir, pero había sido así y ahora su hija dependía de ella.


–Soy la tutora legal de Maite –le explicó– y pienso adoptarla en cuanto sea posible.


Pedro miró a la niña de nuevo.


–¿No tiene familia?


–La madre de Karina está en una residencia y los padres de su marido murieron hace años, de modo que yo soy su única familia –respondió Paula, mientras sacaba un pañal de la bolsa e intentaba ponérselo, tarea nada fácil para ella. –Estoy haciendo lo que puedo, pero todo esto es nuevo para mí… Maite tuvo fiebre la semana pasada y no podía viajar con ella enferma, por eso no he podido venir antes.