sábado, 5 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 8



Pedro caminaba a toda velocidad hacia su casa.


Paula tenía una hija. No sabía si iba a poder acostumbrarse a la idea. Paula había destrozado su matrimonio negándole hijos cuando él tenía más dinero y más recursos que el noventa y nueve por ciento de la población para mantener a una familia. Pero Paula no había confiado en él y, además, lo había acusado de mantener una relación con Susy Johnson…


La aparición de Paula con la niña lo había dejado estupefacto. Tal vez debería haber dejado que los abogados se encargasen de todo, pero la verdad era que quería volver a verla, quería terminar con aquel matrimonio de manera civilizada. Ese había sido el plan.


Seguía siendo el plan, se recordó a sí mismo.


Pedro entró en casa y cerró la puerta con demasiada fuerza.


–¿Eres tú, Pedro? –escuchó la voz de Elena en el piso de arriba.


Y después oyó un estruendo.


–¿Elena?


–Estoy aquí, en el ático. Y necesito ayuda.


Pedro subió las escaleras de dos en dos y cuando llegó al primer piso giró a la derecha, hacia la escalerilla que llevaba al ático.


–¿Se puede saber qué haces?


–He tenido que apartar un montón de cosas, pero he encontrado una cuna –respondió el ama de llaves. –También hay sábanas y mantitas. Hay que lavarlo todo, pero están en buenas condiciones.


Pedro dejó escapar un suspiro de alivio.


–No deberías haber subido sola. Podrías haberte hecho daño.


–Tonterías. Venga, tenemos que bajar todo esto.


–Paula va a alquilar una cuna en el pueblo.


–¿Para qué si tenemos una aquí? Esa mujer necesita ayuda, Pedro.


Elena nunca se metía en su vida, de modo que no había crítica en ese comentario. Y tenía razón; Paula parecía agotada.


Además, él no discutía con Elena, que siempre había sido como una madre para sus hermanos y para él.


–Muy bien, de acuerdo.

 

Dos horas más tarde, Pedro había montado la cuna de nogal en el dormitorio principal de la casa de invitados y cuando se volvió encontró a Paula con un vaso de té helado en las manos.


–Imagino que tendrás sed después de tanto esfuerzo.


Él se lo tomó de un trago.


–Ah, justo como a mí me gusta.


–Algunas cosas no cambian nunca –bromeó Paula.


¿Era una crítica o un comentario burlón?


–No sé cómo darte las gracias –dijo luego. –No tenías por qué hacer esto, pero a Maite le encantará.


Pedro no quería sonreír, pero no pudo evitarlo. Paula se había puesto unos vaqueros y una blusa de cuadros rojos, pero incluso con la ropa más sencilla tenía un aspecto elegante. Y su pelo rubio, mojado, olía a limón y a azúcar.


–Será mejor que me vaya.


Ella asintió con la cabeza, tomando las sábanas recién lavadas y secas.


–Te acompaño a la puerta.


La niña levantó la cabecita en ese momento, mirándolo con unos ojitos tan azules como las aguas del lago. Era preciosa, tuvo que reconocer, con las mejillas regordetas y los diminutos rizos rubios.


–Vaya, mira quién se ha despertado –dijo Paula, sonriendo.


Pedro puso la mano en el picaporte. Él no debía estar allí, no era parte de aquel escenario feliz.


–Buenas noches –se despidió, mientras Paula levantaba a la niña del suelo.


Madre e hija.


–Hasta mañana.


Pedro abrió la puerta y la cerró tras él.


Había hecho su buena obra del día.


Sacar a Maite de la cuna, darle el biberón, bañarla y vestirla fue el típico remolino de actividad al que Paula aún no estaba acostumbrada. A las nueve en punto, después de vestirse a toda prisa, se sujetó el pelo en una coleta y se puso brillo en los labios.


Estaba deseando ver Penny's Song por primera vez. Solo había visto los planos mientras diseñaba el rancho con Pedro y se preguntó si la realidad estaría a la altura de sus sueños.




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