Afortunadamente, cuando sonó el timbre estaba lista. Tenía la bolsa de los pañales con lo esencial, una niña bien descansada y comida y unos nervios de acero. Al menos, eso era lo que se decía a sí misma.
Mientras iba hacia la puerta se preparaba para ver a Pedro otra vez. Aquel día debían hablar del divorcio, no tenía sentido retrasar lo inevitable.
Susy Johnson tendría derecho legal a clavar sus garras en él.
Pero cuando abrió la puerta se quedó sorprendida al ver que no era Pedro sino una joven de pelo oscuro.
–Hola, soy Cecilia Alfonso, la mujer de Hector. Espero que no te importe que haya pasado por aquí.
–No, claro que no. Encantada de conocerte –dijo Paula. –¿Quieres entrar?
Paula sabía que Hector se había casado, de modo que, al menos por el momento, Cecilia y ella eran cuñadas.
–Me gustaría mucho, pero sé que os marcháis a Penny's Song. He hablado con Pedro esta mañana y me ha contado lo de la niña –respondió Cecilia.
–¿Pedro te ha hablado de Maite?
–Sí, me ha dicho que es una niña preciosa.
–Desde luego que sí.
–Nosotros estamos esperando un bebé –dijo Cecilia tocándose el abdomen.
Paula se dio cuenta entonces de que su blusa parecía un poco abultada.
–Me alegro por ti y por Hector… –el llanto de Maite desde la cuna hizo que interrumpiese la frase. –¿Por qué no entras un momento?
Cecilia la siguió al dormitorio y encontraron a la niña despierta, con los ojos abiertos de par en par.
–Te presento a Maite.
La niña llevaba un vestidito de color amarillo con una margarita gigante en la pechera y calcetines a juego.
–Hola, Maite. Pareces lista para dar un paseo –la saludó Cecilia, volviéndose hacia Paula. –Me han contado lo que le pasó a tu amiga y lo siento mucho.
–Sí, yo también. La echo de menos.
–Tú eres la mejor amiga que pueda tener nadie. Que te hayas hecho cargo de su hija es maravilloso.
–Gracias –murmuró Paula. –¿Qué vas a tener, una niña o un niño?
Cecilia negó con la cabeza.
–Aún no lo sé, es demasiado pronto.
Como no había usado el cliché: «Me da lo mismo mientras esté sano», Paula decidió que aquella chica le caía bien.
–Pedro me ha dicho que pensabas alquilar la cuna y todo lo demás, pero Hector y yo nos volvimos locos comprando el otro día y tenemos de todo. Puedes pedirme cualquier cosa que necesites.
–¿En serio?
–Claro que sí. Puedo prestarte el cochecito, el moisés, el parque, la trona, juguetes… tengo de todo. Nosotros no vamos a necesitarlo hasta dentro de unos meses.
En otra ocasión, Paula no habría aceptado la oferta, pero Cecilia parecía sincera y su ofrecimiento le ahorraría tiempo y dinero.
–Sería estupendo. No he podido traer nada en el avión.
–Te llevaré el cochecito a Penny's Song, así Maite podrá probarlo hoy mismo.
–No sé qué decir. Muchas gracias.
–De nada –Cecilia sonrió, apretando su mano. –Bueno, será mejor que me vaya. Pedro estará…
–¿Pedro estará qué? –escucharon una voz masculina.
Las dos se volvieron para verlo apoyado en el quicio de la puerta, la camisa negra dentro del pantalón vaquero y el pelo asomando bajo un Stetson. Allí estaba, un vaquero alto y fibroso con una sonrisa increíble y unos ojos que te derretían el corazón.
–Nos vemos luego –se despidió Cecilia. –Adiós, Paula
–Adiós.
Conocer a la mujer de Hector la había puesto de buen humor. No había esperado una bienvenida tan calurosa.
–Es muy agradable –le dijo cuando la joven desapareció.
–Sí, lo es –asintió Pedro, poniéndose serio. –Antes de irnos, me gustaría hablar contigo.
Paula miró a Maite, que estaba ocupada rodando por la cuna.
–Muy bien.
–Es sobre Susy.
El buen humor de áiña desapareció. Se le encogía el estómago cada vez que escuchaba ese nombre, recordando las veces que Susy había aparecido en el rancho tras divorciarse de su alcohólico marido. Al principio, Paula había sentido compasión de ella y le había ofrecido su amistad, pero unas semanas después había quedado claro que Susy solo quería la amistad de Pedro.
Héctor y Federico la apreciaban, Julian la apreciaba. Todo el mundo decía que era estupenda, de modo que Paula la toleraba… hasta que un día estalló.
–Lo que haya entre Susy y tú no es asunto mío –le dijo.
–Has sacado conclusiones precipitadas, Paula.
–Ya, claro, Susy es una amiga. Vuestras familias se conocen desde siempre y…
–No es lo que crees. No lo ha sido nunca.
Maite empezó a balbucear y Paula miró hacia la cuna, intentando contener sus sentimientos.
–Ya da igual.
–Quiero que sepas que vas a ver a Susy en Penny's Song. Trabaja como voluntaria en la enfermería durante su tiempo libre y no voy a malgastar saliva defendiéndome a mí mismo cada vez que creas ver algo entre nosotros.
–No te defendiste ayer, cuando apareció con las galletas.
–¿De qué habría servido? Tú ya has tomado una decisión.
–Susy aparece siempre en el momento adecuado –murmuró Paula– justo cuando yo acababa de llegar.
–La verdad es que no la he visto mucho en los últimos meses, solo cuando voy a Penny's Song.
Paula no lo creía. ¿Cómo iba a creerlo? Susy había aparecido en el rancho en cuanto ella llegó, como si fuera su casa.
–La última vez que os vi juntos –empezó a decir, recordando el golpe final para su matrimonio– apareció en casa cuando sabía que yo estaba fuera.
–No apareció, la invité yo.
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