sábado, 15 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPITULO 3

 


Pedro Alfonso pasó la mano indeciso por el interior del armario. Sacó una corbata azul marino de seda y se la anudó satisfecho al cuello de su nueva camisa, dirigiéndose luego hacia la ventana.


Su apartamento estaba situado en el ala este de la casa de los Alfonso, en la tercera planta. Las habitaciones eran decididamente masculinas en su decoración y todavía guardaban algunos restos de cuando era niño. Pedro tenía una casa también en Nueva York, pero ésta era su casa y esas habitaciones su santuario.


Compartía la enorme mansión con su hermano mayor, Eduardo, y su familia, que ocupaban toda la segunda planta. Brian, su hermano más joven tenía un apartamento similar en el ala oeste, pero podían pasar semanas sin verse. La casa era llevada con la mayor de las suavidades por la esposa de Eduardo, Eleonora.


Pedro se apretó el nudo de la corbata un poco frustrado al ver los coches que se acercaban. Invitados a la boda. «Boda». Lo que era una farsa. Lo que se suponía que tenía que ser una simple e íntima ceremonia de cara a la ley, se había transformado en todo un acto social gracias a Eleonora. Los hermanos habían estado de acuerdo en no decirle a Eleonora la verdadera naturaleza de esa boda. Era una romántica incurable y ninguno de ellos estaba dispuesto a las regañinas que iba a soltar si se enteraba del asunto.


¡Pero Eduardo debería tener más control sobre su esposa! La supuesta pequeña ceremonia había tomado de repente las proporciones de un circo, con una audiencia de un par de cientos de parientes y amigos, babeantes anticipadamente por verlo en el altar una vez más.


Nadie pensaba que Pedro Alfonso fuera a casarse otra vez, y el que menos, él mismo. Habían pasado diez años desde que lo dejo su primera esposa, pero todavía estaba afectado. No era que todavía le guardara la ausencia, ya que había dejado de amarla aproximadamente a las setenta y dos horas después de la boda, cuando vio la especie de barracuda que era. Finalmente la había perdido, después de dieciocho meses de matrimonio, por otro más viejo, más listo e indudablemente, más rico. Su orgullo masculino se había visto afectado profundamente. Había habido algunas mujeres en su vida después de eso, pero ninguna logró arrastrarlo al altar.


Hasta ese momento. ¡Maldito Eduardo! Su hermano había heredado la autoritaria personalidad de su padre. Sólo era seis años mayor que Pedro, pero parecía que le llevaba toda una generación, ya que Eduardo siempre lo trataba como un niño caprichoso.


Pedro recordaba la noche en que su hermano le había soltado esa absurda proposición. Acababa de regresar de un largo viaje de negocios, cuando Eduardo lo llamó para hablar de un asunto muy serio.


Parecía que Jonathan Chaves había muerto arruinado, dejando el quince por ciento que tenia de la compañía en el aire; o, para ser más precisos, en las manos de su viuda. La familia siempre había logrado que las acciones de la compañía volvieran a ella, pero según pensaba Pedro, eso significaba conseguirlas de nuevo comprándolas, no casándose con ellas.


Pero no podía comprarlas en ese momento, teniendo en cuenta las enormes inversiones en equipo que acababan de hacer. Y la buena mujer necesitaba el dinero inmediatamente para mantener a su hijastro. ¿Por qué casarse? Había preguntado entonces Pedro. ¿Por qué no mejor mantenerla durante un año o dos?


Entonces Eduardo pronunció las palabras mágicas… Carmichael.


Dario Carmichael era el rival de toda la vida de los Alfonso. A veces Pedro se había llegado a preguntar hasta dónde sería capaz de llegar Dario para alcanzar su sueño de sentarse en el consejo de administración de los Alfonso. Por lo que sabía, Darío era un tipo sin conciencia y sin escrúpulos. Pedro se consideraba a sí mismo un hombre tolerante, pero en lo que se refería a Dario Carmichael, no daba cuartel.


Con J.C. muerto, Dario tenía una oportunidad de oro para apuntarse el tanto. Era sólo cuestión de tiempo que descubriera el legado de J.C. y podía perfectamente hacerse con la voluntad de la pobre y anciana viuda con una lucrativa oferta. La compañía Alfonso podría ser presionada fuertemente para superarla, lo que no podía hacer en ese momento y dejaría el campo libre. Pedro recordó el sabor amargo que le vino entonces a la boca.


EL TRATO: CAPITULO 2

 


Durante un momento, se quedaron mirándose el uno al otro, compartiendo la pena por la pérdida que habían sufrido. Paula se puso de pie y se dirigió a la puerta. El sol de los últimos días del verano casi no tocaba las copas de los árboles del bonito jardín. Se imaginó a Mateo jugando allí, como solía hacer cuando estaba de vacaciones. La casa era de estilo colonial y tenía una gran cantidad de terreno alrededor. Estaba situada en Ryo, Nueva York. Era una zona de gente privilegiada y con dinero y Mateo había nacido allí. La última conversación que había tenido con él fue en ese jardín precisamente, después del funeral. Mateo le había preguntado si tendría que dejar la universidad privada en que estaba ahora que había muerto su padre. Abrazándolo fuertemente, ella le había asegurado que nada iba a cambiar, nada…


—¿Qué voy a hacer ahora, Patricio? —le preguntó Paula mirando aún a los árboles—. No me preocupa lo que me pase a mí. Tengo mi trabajo en la universidad. No es que me paguen mucho, pero puedo vivir con eso bien. ¿Pero Mateo? Él no ha sido nunca pobre. No tiene ni idea de lo que puede ser. Le he prometido que no va a tener que dejar la universidad. ¡Pero Carlton es tan cara! Oh, cielos ya ha tenido demasiadas tragedias en su vida. ¿Por qué esto ahora?


Paula se tapó el rostro con las manos y luego respiró profundamente, quedándose pensativa.


—Bueno —continuó—, supongo que lo primero que hay que hacer es deshacerse de la casa y despedir al servicio.


—Tal vez Carolina pueda ayudar.


Paula se rió y agitó la cabeza.


—Carolina es muy buena en los asuntos de caridad, como sabemos. Yo no estaría aquí si ella no me hubiera sacado de ese orfanato. Pero sólo llega hasta ahí. Nunca está demasiado cerca, demasiado involucrada. Tengo que encontrar otra forma.


Se dirigió entonces al mueble bar que había en una esquina y sirvió un par de bebidas.


—Eres una mujer con mucha entereza, Paula. Debo de admitir que te estás tomando esto mucho mejor de lo que pensaba.


—¿Pensabas que me iba a derrumbar? —le preguntó sonriendo—. Pues lo estoy haciendo. Por dentro. Lo que pasa es que soy lo suficientemente estúpida o estoy tan dolida como para no darme cuenta todavía.


—No eres nada de eso. Creo que eres valiente, y muy, muy fuerte.


—Gracias, Patricio. No es cierto, pero gracias.


Paula le pasó un vaso y le dio un largo trago al suyo, luego se volvió a dirigir a la ventana y se quedó mirando la puesta de sol. Habían estado hablando toda la tarde.


—Tiene que haber una solución.


Se volvió y lo miró.


—No te lo he dicho antes porque, francamente, no pensaba que lo fueras a tener en cuenta. Pero te estás tomando esto tan bien que tal vez quieras pensarlo.


—¡Por Dios, Patricio, no seas tan oscuro! ¿De qué me estás hablando?


—¿Has oído hablar de la «Alfonso Corporation»?


—No.


—Bueno, es una familia de pueblo. Tienen una gran compañía…


—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?


—Tú posees el quince por ciento de ella… bueno, era J.C. el que lo tenía. Él y Roberto Alfonso eran amigos y, cuando era joven, J.C. trabajó para él. En esa época, la compañía era pequeña y no hablaron de beneficios. Antes de que él se marcharas de su ciudad ya tenía el quince por ciento. No era mucho entonces, pero ahora es una buena suma.


—¿Por qué no perdió eso también?


—Porque J.C. no podía utilizarlo. El viejo Roberto Alfonso era listo. Hizo socio a J.C., pero con la condición de que, si alguna vez quería utilizar esas acciones, tenía que conseguir primero la aprobación de la familia Alfonso, dándoles un año para ejercer la opción de compra. J.C. no quiso usarlas por una cuestión de orgullo personal, de manera que mantuvo ese porcentaje intacto. Roberto siempre quiso mantener las acciones en la familia y sus hijos han continuado con la tradición.


—¡Eso es maravilloso! Vamos a vendérselas ahora mismo.


—Ya he visto esa posibilidad con Eduardo, es el hijo mayor y el presidente, y sí puedes hacerlo, pero de una manera un poco más complicada.


—¿Por qué?


—Los Alfonso están metidos en un nuevo proyecto y andan mal de capital… está todo invertido en una nueva compañía. Necesitan tiempo…


—Pero yo no puedo esperar. ¿No les podemos decir que necesito ese dinero ahora?


—Yo ya lo he hecho. También le dije que tu principal preocupación era Mateo y él me sugirió una solución.


—Y… —le dijo Paula animándolo a que continuara.


—Y yo le dije que no.


—¿Por qué? ¿Cuál es esa solución? ¡Por Dios, Patricio, ahora no puedo pensar en otra cosa que no sea poder echarle mano a algo de dinero!


—Para serte sincero, le dije que no porque pensé que no te iba a gustar. ¡Demonios, a mí no me gusta!


—Patricio, por Dios. ¿Qué te ha sugerido ese hombre?


—Que te cases con su hermano.




EL TRATO: CAPITULO 1

 


—¿Qué estás tratando de decirme, Patricio?


Era una pregunta inútil. Sabía perfectamente lo que su abogado estaba tratando de decir de la forma más agradable posible. Ella, Paula Chaves, viuda reciente de un magnate llamado Jonathan Chaves, estaba en la ruina.


—No me mimes. Si voy a tener que hacerme cargo de Mateo, es mejor que sepa la verdad.


El abogado suspiró. En ese momento, ella se dio cuenta de que la esperaba un amargo trago. J.C. había sido colega de Patricio, su mentor, su amigo, pero no habían estado muy de acuerdo en algunos negocios. Especialmente desde hacía algunos años. Desde el accidente.


J.C. no solamente había perdido a su primera esposa en un horrible accidente de coche hacía diez años, sino que también él había resultado muy afectado. Se había quedado con las dos piernas inútiles y con un hijo de seis años semisalvaje y temeroso de su amargado padre. La hermana de J.C., Carolina, había llevado entonces a una joven niñera para que cuidara de Mateo.


Paula recordaba que, a los dieciocho años, se sentía tan perdida y falta de afecto como el pequeño y solitario niño. Entre los dos se había formado una fuerte y entrañable relación.


Se levantaron algunas cejas cuando Paula y J.C. se casaron con muy poco tiempo de noviazgo. Paula sabía que todo el mundo se preguntaba la clase de matrimonio que sería. J.C. era incapaz de cualquier tipo de relación física, pero nadie sabía eso con exactitud, por lo que las especulaciones corrieron de boca en boca.


Al cabo de los años, Paula había aprendido mucho bajo la tutela de J.C., además de haberse transformado en toda una belleza como mujer. Él la había mandado a la universidad, transformándola en una experta en su campo y consejera de economía, un trabajo que a ella le encantaba y para el que valía. Había sido su esposa durante ocho años, y ahora era su viuda.


Se daba cuenta del problema que tenía Patricio, pero necesitaba que le dijeran la verdad claramente.


—Por favor, Patricio.


Patricio Brady respiró profundamente antes de sentarse en el sofá.


—De acuerdo, Paula, tú ganas. Para ponerlo claro y sin legalismos superfluos, no te queda dinero o, por lo menos, te queda muy poco. Ciertamente, no lo suficiente como para mantener este tren de vida —le dijo señalándole la elegante habitación.


—¡Eso no es posible, Patricio! ¿Qué pasa con las diversas compañías que J.C. controlaba?


—Me temo que sus socios han debido de quedarse con ellas. Durante muchos años, él ha estado tomando préstamos de su parte en ellas y no los devolvió nunca; entonces, esa parte revertió a sus socios. Cuando J.C. murió no poseía nada de J.C. Enterprises.


—Pero esta casa…


—Hipotecada.


—Nada de esto tiene sentido. J.C. era un hábil hombre de negocios. Se pasó trabajando todo el tiempo que estuvimos casados y su testamento no indicaba que tuviera problemas económicos. ¿Cómo iba a poder dejarme todos sus negocios y esta casa si no tenía nada?


Fue alzando la voz con nerviosismo mientras hablaba.


—Paula, por favor, cálmate. Siéntate, tómate un café y trataré de explicártelo lo mejor que pueda.


Ella se quedó mirándolo antes de hacerle caso.


—Primero, cuando J.C. escribió ese testamento, al principio de vuestro matrimonio, todavía lo poseía todo —le dijo Patricio poniéndose de pie bruscamente y empezando a pasearse por la habitación—. Me gustaría que hubieras conocido antes a J.C. Antes del accidente. ¡Era tremendamente listo! Pero el estar sentado día tras día en una silla de ruedas le hizo cambiar. Todo el mundo decía que seguía siendo el mismo, y lo parecía en la superficie. Pero en el fondo, algo había desaparecido. La vida se transformó en un juego. Los negocios también. Empezó a perder dinero, montones de dinero. Y cuando no lo perdía, se lo gastaba. No le importaba, Paula. Cuando hablábamos de ello, se reía de mí y me decía que me estaba volviendo viejo. Después de algunas discusiones, lo dejé. ¿Qué podía hacer? Después de todo, era su dinero.


—Sigue —le dijo ella con una expresión fría como una piedra.


—Bueno, las cosas se le fueron de las manos. Primero perdió las compañías, luego sus ahorros. Hipotecó la casa. Luego, trató de meterse en lo que había puesto a nombre de Mateo a ver si le salía bien…


—¡No! ¡El dinero de Mateo también!


—No todo. Casi al final, J.C. pudo probar ante el juzgado que necesitaba ese dinero para la educación de Mateo. El chico todavía tiene una buena cantidad —continuó Patricio y se detuvo delante suyo—. Siento decírtelo, pero la herencia de J.C. casi ha desaparecido.


—Esto es increíble.


—Ya sé que es un duro golpe, Paula. Le dije muchas veces que tenía que confiar en ti, pero él siempre pensó que podía volver a ganar ese dinero. No suponía que iba a morir.




EL TRATO: SINOPSIS

 


Paula Chaves sabía por experiencia que no todos los matrimonios eran como las que aparecían en las novelas rosa, pero aceptar un matrimonio que era como un trato comercial era demasiado.


El trato parecía simple: Paula poseía unas acciones en la Alfonso Corporation. Los Alfonso necesitaban un año para comprárselas. Para mantenerlo todo en la familia, Paula tendría que casarse con Pedro Alfonso. Al cabo de un año, ella tendría su dinero, la familia controlaría toda la empresa y la pareja anularía el matrimonio.


Paula no tuvo más que pensar en el estado de bancarrota en que la había dejado su primer marido y en el bienestar de su hijastro para decidirse por fin. Lo único que no se le había ocurrido era que iba a casarse con un extraño terriblemente atractivo…




viernes, 14 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: EPÍLOGO

 


Un año después


Paula no podría haber pedido una boda más romántica. Y no fue en absoluto una boda con lujos y pompa. De hecho, Pedro y ella habían optado por una boda en la playa en Charleston con toda la familia. Se había montado una plataforma con tablas de madera en la arena, sobre la cual se había colocado un pequeño altar, y dos bloques con sillas y un pasillo central adornado con lirios y palmas.


Cuando el sacerdote los proclamó marido y mujer, Pedro y ella se fundieron en su primer beso como marido y mujer. El sol del atardecer le hizo pensar en el viaje de luna de miel que iban a hacer a Grecia, y en los hermosos atardeceres que compartirían allí.


Los invitados aplaudieron, y ella tomó a Olivia en brazos mientras que Pedro hacía lo propio con Baltazar. Y entonces, los dos del brazo se volvieron y avanzaron por el pasillo central. Los rayos del sol arrancaban del mar brillantes destellos, como si estuviese formada por millones de diamantes.


Los gemelos, que ya tenían casi dos años y no paraban de hablar con su lengua de trapo, aplaudieron con los invitados, que los felicitaban a su paso.


Un poco antes de la boda Pedro había ido a ver a un médico para hacerse discretamente unas pruebas de paternidad, y como Paula había pensado desde el principio, sí eran sus hijos. El alivio que había sentido era enorme, y le había dado las gracias a Paula por haberle dado la fuerza necesaria, con su amor, para decidirse a dar ese paso.


El mismo amor que estaban celebrando ese día. El perfume del ramo de Paula, compuesto de lirios, rosas y orquídeas, inundaba el aire. Su vestido era blanco y de organdí, con el cuerpo entallado y finos tirantes. Y sobre sus cabezas sobrevolaba el avión de la Segunda Guerra Mundial con el que Pedro se le había declarado, y que ese día llevaba una pancarta que anunciaba a todo el mundo que decía: «Felicidades, señor y señora Alfonso».


También se habían levantado sobre la arena una gran carpa donde tendría lugar el banquete y tocaría una orquesta de jazz. Paula había dejado que Carla, que se dedicaba al catering, escogiera el menú, y les había diseñado para la ocasión un pastel de bodas precioso que tenía la forma de un castillo de arena.


Y hablando de príncipes y princesas, toda la familia real de los Medina estaba allí, y también el senador Landis y su familia.


También había un área de juegos con niñeras para que los niños estuvieran entretenidos. Para ellos había un menú especial, con magdalenas de chocolate de postre adornadas con conchas de azúcar.


Así era como debía ser, se dijo Paula más tarde, viendo que todo el mundo estaba disfrutando con aquella sencilla y original celebración. También habían invitados a sus padres, y aunque había cosas que no se podían cambiar, en cierto modo aquello la ayudó a estar en paz consigo misma y a que cicatrizaran viejas heridas.


Pedro y ella se habían pasado ese año viendo crecer su relación, fortaleciendo el vínculo que habían sentido entre ellos desde un principio. Y en lo profesional ella también se había esforzado en esos últimos doce meses por reforzar su pequeño negocio. ¿Lo que más le gustaba? Que A-1 se encargaba de la limpieza de los aviones de búsqueda y rescate de la compañía de Pedro. Formaban sólo una parte pequeña de su flota, pero eran los más queridos para Pedro.


Los dos estaban viviendo su sueño.


Alzó la vista hacia su flamante marido mientras abrían el baile con un vals, y se encontró con que él también estaba mirándola, con ojos llenos de amor.


–¿Está saliendo todo como tú querías? –le preguntó Pedro.


Paula jugueteó con la flor que Pedro llevaba en el ojal. La floristería se había equivocado con el color al mandar las flores para los caballeros, pero a Paula aquel error le gustó. No todo tenía por qué ser perfecto.


–Está siendo el día más maravilloso de toda mi vida –le respondió.


Y estaba segura de que cada uno de los días siguientes sería aún mejor.





FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 45

 


El avión dio una vuelta más para que todo el aeropuerto pudiese ver la pancarta. Luego descendió, y aterrizó suavemente a sólo unos seis o siete metros de ella.


El motor se apagó, la hélice del morro comenzó a girar más despacio hasta pararse, y cuando se abrió la cabina del piloto salió Pedro… su Pedro.


Paula arrojó a un lado el trapo que tenía en la mano y corrió hacia él. Pedro esbozó una sonrisa enorme y le abrió los brazos. Paula se lanzó a ellos al llegar junto a él y lo besó, allí, delante del personal de mantenimiento de los aviones, que empezaron a silbar y aplaudir cuando Pedro la levantó y giró con ella en sus brazos.


Paula, sin embargo, que era ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, se dejó llevar por el momento y se abrazó con fuerza a Pedro. Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo todavía le daba vueltas la cabeza. Había lágrimas en los ojos, pero eran lágrimas de felicidad. ¡Qué maravilloso descubrir que el amor podía ser perfecto al aceptar las imperfecciones!


–¿Qué te parece si vamos a algún sitio donde tengamos un poco de intimidad? –le susurró Pedro al oído.


–Pues resulta que estoy limpiando ese avión de ahí, y no vendrá nadie hasta al menos media hora.


Pedro la alzó en volandas, en medio de otra ronda de aplausos de la gente, y echó a andar hacia el avión. Cuando entraron la dejó en el suelo, pero de inmediato volvió a estrecharla entre sus brazos. Ella se rió y le preguntó:

–¿Cómo has sabido dónde estaba?


–El senador Landis y yo somos parientes. Bueno, lejanos: su esposa es hermanastra de la esposa de mi prima –dijo él conduciéndola al sofá de cuero–. Hay unas cuantas cosas que necesitaba decirte.


¿Buenas o malas?, se preguntó ella. Pedro se había puesto tan serio que no podía imaginar si serían lo uno o lo otro.


–De acuerdo, te escucho –respondió cuando se hubieron sentado.


–Me he pasado la última semana negociando con Pamela un nuevo acuerdo sobre la custodia de los gemelos –le explicó tomándola de las manos–. Ahora pasarán más tiempo conmigo, y hemos contratado a una niñera que la ayude cuando estén con ella –bajó la vista a sus manos entrelazadas–. Aún no me siento preparado para hacerme esa prueba de paternidad, y no sé si lo estaré nunca. Lo único que sé es que ese otro tipo que podría ser su padre biológico no quiere saber nada de ellos, así que por el momento quiero que las cosas sigan como están y disfrutar viéndolos crecer.


–Lo entiendo –respondió Paula. Estaba segura que ella haría lo mismo en su lugar–. Perdona que te presionara.


Él le acarició la mejilla con los nudillos.


–Y tú perdona que no me abriera más contigo.


Paula tomó su rostro entre ambas manos.


–Todavía no puedo creerme lo que has hecho; esa aparición estelar en avión… Estás loco, ¿lo sabías? –le dijo sonriendo.


–Estoy loco por ti –respondió él antes de besarle la palma de la mano. Le señaló el avión a través de la ventanilla–. ¿Viste mi mensaje?


–¿Cómo no iba a verlo?


–Pues es lo que siento –los ojos verde esmeralda de Pedro brillaban–. Debí decirte esas palabras aquella noche, en el coche. No, antes de eso. Pero estaba tan preocupado por los niños y lo que había pasado con Pamela… Pero tengo otro mensaje más importante para ti.


Paula le rodeó el cuello con los brazos y jugueteó con su cabello rubio.


–¿Y qué mensaje es ése?


–Cásate conmigo –le pidió Pedro. Al ver que ella iba a interrumpirlo, puso las yemas de los dedos sobre sus labios y le dijo–: sé que esto quizá sea ir demasiado deprisa, sobre todo teniendo en cuenta que en otras cosas he sido bastante lento, pero si necesitas que esperemos un poco seré paciente. Tú lo mereces.


–Gracias, Pedro –respondió ella. Era la primera vez en toda su vida que se sentía plenamente segura de que era una persona tan válida como cualquier otra, y que merecía ser amada. Los dos se merecían ser felices–. Yo también te quiero. Me gusta lo apasionado que eres cuando hacemos el amor, y cómo me empujas a desafiar mis miedos. Me gusta lo tierno que eres con tus hijos, y eres todo lo que podría soñar.


–Te quiero, Paula –murmuró él acariciándole la mejilla–. Te quiero por lo cariñosa que eres con Baltazar y con Olivia, y quiero poder estar a tu lado cuando te exijas demasiado a ti misma, para recordarte que no es necesario que seas perfecta –añadió antes de besarla en los labios–. Me gustas tal y como eres –antes de que Paula pudiese ponerse sensiblera, y a juzgar por las lágrimas que asomaban a sus ojos le faltaba poco, Pedro se irguió y le preguntó–: ¿Nos vamos? ¿Has terminado tu trabajo aquí?


Paula se levantó como un resorte y recogió el cubo del suelo.


–Nos vamos en cuanto tú me digas. ¿Qué tenías pensado?


–Una cita como Dios manda –respondió él–. Voy a llevarte a cenar a un sitio muy romántico –le explicó entre beso y beso–, y luego haremos el amor, y mañana tendremos otra cita… y volveremos a hacer el amor… y al día siguiente igual y…


Ella suspiró contra sus labios.


–Y nos casaremos.


–Y nos casaremos –le prometió él–. Y seremos felices y comeremos perdices.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 44

 


Pero luego se quedó pensando, y recordó algo que le había dicho Pedro sobre que, aunque aquel no fuera el momento adecuado, nada en la vida era perfecto. Él no esperaba que ella fuera perfecta y…


De pronto un alboroto fuera interrumpió sus pensamientos. Extrañada, se dirigió hacia la puerta del avión mientras escuchaba fragmentos de conversaciones de la gente.


–¿Qué es eso?


–¿Habéis visto ese avión?


–Creo que es un Thunderbolt P-47…


–¿Eres capaz de leer lo pone?


–Me preguntó quién será esa Paula…


¿Paula? ¿Un avión? Una esperanza que no se atrevía a albergar acudió a su mente, y sintió que un cosquilleo nervioso recorría su piel. Cuando salió a la puerta se detuvo en lo alto de la escalerilla metálica y se hizo visera con la mano para mirar al cielo, como todo el personal de mantenimiento del aeropuerto que andaba por allí y señalaba hacia arriba, hablando entre ellos.


Un avión de la Segunda Guerra Mundial volaba bajo por encima de ellos, un avión que le recordaba a uno que había visto en el hangar de Pedro, y detrás de él ondeaba una pancarta que decía en letras mayúsculas: «¡Te quiero, Paula Chaves!».


A Paula se le cortó el aliento y bajó lentamente los escalones mientras releía el mensaje. Para cuando pisó el asfalto, su mente por fin lo había procesado. Pedro estaba intentando volver a ganársela. A pesar de que no estaba en el momento adecuado para iniciar una relación, a pesar de los temores irracionales que ella tenía.


Pedro estaba tratando de decirle que no le importaba que ella no fuera perfecta, ni que las circunstancias no fueran perfectas. A ella tampoco le importaba que él no fuera perfecto, y estaba deseando que aterrizase para poder decírselo.