sábado, 15 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPITULO 3

 


Pedro Alfonso pasó la mano indeciso por el interior del armario. Sacó una corbata azul marino de seda y se la anudó satisfecho al cuello de su nueva camisa, dirigiéndose luego hacia la ventana.


Su apartamento estaba situado en el ala este de la casa de los Alfonso, en la tercera planta. Las habitaciones eran decididamente masculinas en su decoración y todavía guardaban algunos restos de cuando era niño. Pedro tenía una casa también en Nueva York, pero ésta era su casa y esas habitaciones su santuario.


Compartía la enorme mansión con su hermano mayor, Eduardo, y su familia, que ocupaban toda la segunda planta. Brian, su hermano más joven tenía un apartamento similar en el ala oeste, pero podían pasar semanas sin verse. La casa era llevada con la mayor de las suavidades por la esposa de Eduardo, Eleonora.


Pedro se apretó el nudo de la corbata un poco frustrado al ver los coches que se acercaban. Invitados a la boda. «Boda». Lo que era una farsa. Lo que se suponía que tenía que ser una simple e íntima ceremonia de cara a la ley, se había transformado en todo un acto social gracias a Eleonora. Los hermanos habían estado de acuerdo en no decirle a Eleonora la verdadera naturaleza de esa boda. Era una romántica incurable y ninguno de ellos estaba dispuesto a las regañinas que iba a soltar si se enteraba del asunto.


¡Pero Eduardo debería tener más control sobre su esposa! La supuesta pequeña ceremonia había tomado de repente las proporciones de un circo, con una audiencia de un par de cientos de parientes y amigos, babeantes anticipadamente por verlo en el altar una vez más.


Nadie pensaba que Pedro Alfonso fuera a casarse otra vez, y el que menos, él mismo. Habían pasado diez años desde que lo dejo su primera esposa, pero todavía estaba afectado. No era que todavía le guardara la ausencia, ya que había dejado de amarla aproximadamente a las setenta y dos horas después de la boda, cuando vio la especie de barracuda que era. Finalmente la había perdido, después de dieciocho meses de matrimonio, por otro más viejo, más listo e indudablemente, más rico. Su orgullo masculino se había visto afectado profundamente. Había habido algunas mujeres en su vida después de eso, pero ninguna logró arrastrarlo al altar.


Hasta ese momento. ¡Maldito Eduardo! Su hermano había heredado la autoritaria personalidad de su padre. Sólo era seis años mayor que Pedro, pero parecía que le llevaba toda una generación, ya que Eduardo siempre lo trataba como un niño caprichoso.


Pedro recordaba la noche en que su hermano le había soltado esa absurda proposición. Acababa de regresar de un largo viaje de negocios, cuando Eduardo lo llamó para hablar de un asunto muy serio.


Parecía que Jonathan Chaves había muerto arruinado, dejando el quince por ciento que tenia de la compañía en el aire; o, para ser más precisos, en las manos de su viuda. La familia siempre había logrado que las acciones de la compañía volvieran a ella, pero según pensaba Pedro, eso significaba conseguirlas de nuevo comprándolas, no casándose con ellas.


Pero no podía comprarlas en ese momento, teniendo en cuenta las enormes inversiones en equipo que acababan de hacer. Y la buena mujer necesitaba el dinero inmediatamente para mantener a su hijastro. ¿Por qué casarse? Había preguntado entonces Pedro. ¿Por qué no mejor mantenerla durante un año o dos?


Entonces Eduardo pronunció las palabras mágicas… Carmichael.


Dario Carmichael era el rival de toda la vida de los Alfonso. A veces Pedro se había llegado a preguntar hasta dónde sería capaz de llegar Dario para alcanzar su sueño de sentarse en el consejo de administración de los Alfonso. Por lo que sabía, Darío era un tipo sin conciencia y sin escrúpulos. Pedro se consideraba a sí mismo un hombre tolerante, pero en lo que se refería a Dario Carmichael, no daba cuartel.


Con J.C. muerto, Dario tenía una oportunidad de oro para apuntarse el tanto. Era sólo cuestión de tiempo que descubriera el legado de J.C. y podía perfectamente hacerse con la voluntad de la pobre y anciana viuda con una lucrativa oferta. La compañía Alfonso podría ser presionada fuertemente para superarla, lo que no podía hacer en ese momento y dejaría el campo libre. Pedro recordó el sabor amargo que le vino entonces a la boca.


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