El avión dio una vuelta más para que todo el aeropuerto pudiese ver la pancarta. Luego descendió, y aterrizó suavemente a sólo unos seis o siete metros de ella.
El motor se apagó, la hélice del morro comenzó a girar más despacio hasta pararse, y cuando se abrió la cabina del piloto salió Pedro… su Pedro.
Paula arrojó a un lado el trapo que tenía en la mano y corrió hacia él. Pedro esbozó una sonrisa enorme y le abrió los brazos. Paula se lanzó a ellos al llegar junto a él y lo besó, allí, delante del personal de mantenimiento de los aviones, que empezaron a silbar y aplaudir cuando Pedro la levantó y giró con ella en sus brazos.
Paula, sin embargo, que era ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, se dejó llevar por el momento y se abrazó con fuerza a Pedro. Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo todavía le daba vueltas la cabeza. Había lágrimas en los ojos, pero eran lágrimas de felicidad. ¡Qué maravilloso descubrir que el amor podía ser perfecto al aceptar las imperfecciones!
–¿Qué te parece si vamos a algún sitio donde tengamos un poco de intimidad? –le susurró Pedro al oído.
–Pues resulta que estoy limpiando ese avión de ahí, y no vendrá nadie hasta al menos media hora.
Pedro la alzó en volandas, en medio de otra ronda de aplausos de la gente, y echó a andar hacia el avión. Cuando entraron la dejó en el suelo, pero de inmediato volvió a estrecharla entre sus brazos. Ella se rió y le preguntó:
–¿Cómo has sabido dónde estaba?
–El senador Landis y yo somos parientes. Bueno, lejanos: su esposa es hermanastra de la esposa de mi prima –dijo él conduciéndola al sofá de cuero–. Hay unas cuantas cosas que necesitaba decirte.
¿Buenas o malas?, se preguntó ella. Pedro se había puesto tan serio que no podía imaginar si serían lo uno o lo otro.
–De acuerdo, te escucho –respondió cuando se hubieron sentado.
–Me he pasado la última semana negociando con Pamela un nuevo acuerdo sobre la custodia de los gemelos –le explicó tomándola de las manos–. Ahora pasarán más tiempo conmigo, y hemos contratado a una niñera que la ayude cuando estén con ella –bajó la vista a sus manos entrelazadas–. Aún no me siento preparado para hacerme esa prueba de paternidad, y no sé si lo estaré nunca. Lo único que sé es que ese otro tipo que podría ser su padre biológico no quiere saber nada de ellos, así que por el momento quiero que las cosas sigan como están y disfrutar viéndolos crecer.
–Lo entiendo –respondió Paula. Estaba segura que ella haría lo mismo en su lugar–. Perdona que te presionara.
Él le acarició la mejilla con los nudillos.
–Y tú perdona que no me abriera más contigo.
Paula tomó su rostro entre ambas manos.
–Todavía no puedo creerme lo que has hecho; esa aparición estelar en avión… Estás loco, ¿lo sabías? –le dijo sonriendo.
–Estoy loco por ti –respondió él antes de besarle la palma de la mano. Le señaló el avión a través de la ventanilla–. ¿Viste mi mensaje?
–¿Cómo no iba a verlo?
–Pues es lo que siento –los ojos verde esmeralda de Pedro brillaban–. Debí decirte esas palabras aquella noche, en el coche. No, antes de eso. Pero estaba tan preocupado por los niños y lo que había pasado con Pamela… Pero tengo otro mensaje más importante para ti.
Paula le rodeó el cuello con los brazos y jugueteó con su cabello rubio.
–¿Y qué mensaje es ése?
–Cásate conmigo –le pidió Pedro. Al ver que ella iba a interrumpirlo, puso las yemas de los dedos sobre sus labios y le dijo–: sé que esto quizá sea ir demasiado deprisa, sobre todo teniendo en cuenta que en otras cosas he sido bastante lento, pero si necesitas que esperemos un poco seré paciente. Tú lo mereces.
–Gracias, Pedro –respondió ella. Era la primera vez en toda su vida que se sentía plenamente segura de que era una persona tan válida como cualquier otra, y que merecía ser amada. Los dos se merecían ser felices–. Yo también te quiero. Me gusta lo apasionado que eres cuando hacemos el amor, y cómo me empujas a desafiar mis miedos. Me gusta lo tierno que eres con tus hijos, y eres todo lo que podría soñar.
–Te quiero, Paula –murmuró él acariciándole la mejilla–. Te quiero por lo cariñosa que eres con Baltazar y con Olivia, y quiero poder estar a tu lado cuando te exijas demasiado a ti misma, para recordarte que no es necesario que seas perfecta –añadió antes de besarla en los labios–. Me gustas tal y como eres –antes de que Paula pudiese ponerse sensiblera, y a juzgar por las lágrimas que asomaban a sus ojos le faltaba poco, Pedro se irguió y le preguntó–: ¿Nos vamos? ¿Has terminado tu trabajo aquí?
Paula se levantó como un resorte y recogió el cubo del suelo.
–Nos vamos en cuanto tú me digas. ¿Qué tenías pensado?
–Una cita como Dios manda –respondió él–. Voy a llevarte a cenar a un sitio muy romántico –le explicó entre beso y beso–, y luego haremos el amor, y mañana tendremos otra cita… y volveremos a hacer el amor… y al día siguiente igual y…
Ella suspiró contra sus labios.
–Y nos casaremos.
–Y nos casaremos –le prometió él–. Y seremos felices y comeremos perdices.
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