viernes, 14 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: EPÍLOGO

 


Un año después


Paula no podría haber pedido una boda más romántica. Y no fue en absoluto una boda con lujos y pompa. De hecho, Pedro y ella habían optado por una boda en la playa en Charleston con toda la familia. Se había montado una plataforma con tablas de madera en la arena, sobre la cual se había colocado un pequeño altar, y dos bloques con sillas y un pasillo central adornado con lirios y palmas.


Cuando el sacerdote los proclamó marido y mujer, Pedro y ella se fundieron en su primer beso como marido y mujer. El sol del atardecer le hizo pensar en el viaje de luna de miel que iban a hacer a Grecia, y en los hermosos atardeceres que compartirían allí.


Los invitados aplaudieron, y ella tomó a Olivia en brazos mientras que Pedro hacía lo propio con Baltazar. Y entonces, los dos del brazo se volvieron y avanzaron por el pasillo central. Los rayos del sol arrancaban del mar brillantes destellos, como si estuviese formada por millones de diamantes.


Los gemelos, que ya tenían casi dos años y no paraban de hablar con su lengua de trapo, aplaudieron con los invitados, que los felicitaban a su paso.


Un poco antes de la boda Pedro había ido a ver a un médico para hacerse discretamente unas pruebas de paternidad, y como Paula había pensado desde el principio, sí eran sus hijos. El alivio que había sentido era enorme, y le había dado las gracias a Paula por haberle dado la fuerza necesaria, con su amor, para decidirse a dar ese paso.


El mismo amor que estaban celebrando ese día. El perfume del ramo de Paula, compuesto de lirios, rosas y orquídeas, inundaba el aire. Su vestido era blanco y de organdí, con el cuerpo entallado y finos tirantes. Y sobre sus cabezas sobrevolaba el avión de la Segunda Guerra Mundial con el que Pedro se le había declarado, y que ese día llevaba una pancarta que anunciaba a todo el mundo que decía: «Felicidades, señor y señora Alfonso».


También se habían levantado sobre la arena una gran carpa donde tendría lugar el banquete y tocaría una orquesta de jazz. Paula había dejado que Carla, que se dedicaba al catering, escogiera el menú, y les había diseñado para la ocasión un pastel de bodas precioso que tenía la forma de un castillo de arena.


Y hablando de príncipes y princesas, toda la familia real de los Medina estaba allí, y también el senador Landis y su familia.


También había un área de juegos con niñeras para que los niños estuvieran entretenidos. Para ellos había un menú especial, con magdalenas de chocolate de postre adornadas con conchas de azúcar.


Así era como debía ser, se dijo Paula más tarde, viendo que todo el mundo estaba disfrutando con aquella sencilla y original celebración. También habían invitados a sus padres, y aunque había cosas que no se podían cambiar, en cierto modo aquello la ayudó a estar en paz consigo misma y a que cicatrizaran viejas heridas.


Pedro y ella se habían pasado ese año viendo crecer su relación, fortaleciendo el vínculo que habían sentido entre ellos desde un principio. Y en lo profesional ella también se había esforzado en esos últimos doce meses por reforzar su pequeño negocio. ¿Lo que más le gustaba? Que A-1 se encargaba de la limpieza de los aviones de búsqueda y rescate de la compañía de Pedro. Formaban sólo una parte pequeña de su flota, pero eran los más queridos para Pedro.


Los dos estaban viviendo su sueño.


Alzó la vista hacia su flamante marido mientras abrían el baile con un vals, y se encontró con que él también estaba mirándola, con ojos llenos de amor.


–¿Está saliendo todo como tú querías? –le preguntó Pedro.


Paula jugueteó con la flor que Pedro llevaba en el ojal. La floristería se había equivocado con el color al mandar las flores para los caballeros, pero a Paula aquel error le gustó. No todo tenía por qué ser perfecto.


–Está siendo el día más maravilloso de toda mi vida –le respondió.


Y estaba segura de que cada uno de los días siguientes sería aún mejor.





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