sábado, 15 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPITULO 2

 


Durante un momento, se quedaron mirándose el uno al otro, compartiendo la pena por la pérdida que habían sufrido. Paula se puso de pie y se dirigió a la puerta. El sol de los últimos días del verano casi no tocaba las copas de los árboles del bonito jardín. Se imaginó a Mateo jugando allí, como solía hacer cuando estaba de vacaciones. La casa era de estilo colonial y tenía una gran cantidad de terreno alrededor. Estaba situada en Ryo, Nueva York. Era una zona de gente privilegiada y con dinero y Mateo había nacido allí. La última conversación que había tenido con él fue en ese jardín precisamente, después del funeral. Mateo le había preguntado si tendría que dejar la universidad privada en que estaba ahora que había muerto su padre. Abrazándolo fuertemente, ella le había asegurado que nada iba a cambiar, nada…


—¿Qué voy a hacer ahora, Patricio? —le preguntó Paula mirando aún a los árboles—. No me preocupa lo que me pase a mí. Tengo mi trabajo en la universidad. No es que me paguen mucho, pero puedo vivir con eso bien. ¿Pero Mateo? Él no ha sido nunca pobre. No tiene ni idea de lo que puede ser. Le he prometido que no va a tener que dejar la universidad. ¡Pero Carlton es tan cara! Oh, cielos ya ha tenido demasiadas tragedias en su vida. ¿Por qué esto ahora?


Paula se tapó el rostro con las manos y luego respiró profundamente, quedándose pensativa.


—Bueno —continuó—, supongo que lo primero que hay que hacer es deshacerse de la casa y despedir al servicio.


—Tal vez Carolina pueda ayudar.


Paula se rió y agitó la cabeza.


—Carolina es muy buena en los asuntos de caridad, como sabemos. Yo no estaría aquí si ella no me hubiera sacado de ese orfanato. Pero sólo llega hasta ahí. Nunca está demasiado cerca, demasiado involucrada. Tengo que encontrar otra forma.


Se dirigió entonces al mueble bar que había en una esquina y sirvió un par de bebidas.


—Eres una mujer con mucha entereza, Paula. Debo de admitir que te estás tomando esto mucho mejor de lo que pensaba.


—¿Pensabas que me iba a derrumbar? —le preguntó sonriendo—. Pues lo estoy haciendo. Por dentro. Lo que pasa es que soy lo suficientemente estúpida o estoy tan dolida como para no darme cuenta todavía.


—No eres nada de eso. Creo que eres valiente, y muy, muy fuerte.


—Gracias, Patricio. No es cierto, pero gracias.


Paula le pasó un vaso y le dio un largo trago al suyo, luego se volvió a dirigir a la ventana y se quedó mirando la puesta de sol. Habían estado hablando toda la tarde.


—Tiene que haber una solución.


Se volvió y lo miró.


—No te lo he dicho antes porque, francamente, no pensaba que lo fueras a tener en cuenta. Pero te estás tomando esto tan bien que tal vez quieras pensarlo.


—¡Por Dios, Patricio, no seas tan oscuro! ¿De qué me estás hablando?


—¿Has oído hablar de la «Alfonso Corporation»?


—No.


—Bueno, es una familia de pueblo. Tienen una gran compañía…


—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?


—Tú posees el quince por ciento de ella… bueno, era J.C. el que lo tenía. Él y Roberto Alfonso eran amigos y, cuando era joven, J.C. trabajó para él. En esa época, la compañía era pequeña y no hablaron de beneficios. Antes de que él se marcharas de su ciudad ya tenía el quince por ciento. No era mucho entonces, pero ahora es una buena suma.


—¿Por qué no perdió eso también?


—Porque J.C. no podía utilizarlo. El viejo Roberto Alfonso era listo. Hizo socio a J.C., pero con la condición de que, si alguna vez quería utilizar esas acciones, tenía que conseguir primero la aprobación de la familia Alfonso, dándoles un año para ejercer la opción de compra. J.C. no quiso usarlas por una cuestión de orgullo personal, de manera que mantuvo ese porcentaje intacto. Roberto siempre quiso mantener las acciones en la familia y sus hijos han continuado con la tradición.


—¡Eso es maravilloso! Vamos a vendérselas ahora mismo.


—Ya he visto esa posibilidad con Eduardo, es el hijo mayor y el presidente, y sí puedes hacerlo, pero de una manera un poco más complicada.


—¿Por qué?


—Los Alfonso están metidos en un nuevo proyecto y andan mal de capital… está todo invertido en una nueva compañía. Necesitan tiempo…


—Pero yo no puedo esperar. ¿No les podemos decir que necesito ese dinero ahora?


—Yo ya lo he hecho. También le dije que tu principal preocupación era Mateo y él me sugirió una solución.


—Y… —le dijo Paula animándolo a que continuara.


—Y yo le dije que no.


—¿Por qué? ¿Cuál es esa solución? ¡Por Dios, Patricio, ahora no puedo pensar en otra cosa que no sea poder echarle mano a algo de dinero!


—Para serte sincero, le dije que no porque pensé que no te iba a gustar. ¡Demonios, a mí no me gusta!


—Patricio, por Dios. ¿Qué te ha sugerido ese hombre?


—Que te cases con su hermano.




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