sábado, 10 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 56

 


—¿Paula?


Paula se quedó de piedra cuando identificó la voz de Gabriela Scott. Ahora se iba a librar del juego de Pedro. Le iba a contar que no estaban realmente comprometidos para que ella aprovechara aún más sus armas de mujer…


—¿Sí, señorita Scott?


Pedro me dijo que no te encontrabas muy bien. La verdad es que necesitaba hablar contigo y pensé que si no te importaba…


Su voz sonaba como si estuviera triste. Pero triste de verdad.


Paula miró a la otra joven y vio que tenía marcas de haber estado llorando.


—¿Qué te pasa? —le preguntó a su clienta.


—Siento haber subido hasta aquí para molestarte. Has sido tan amable conmigo y yo, me he portado tan mal contigo… Se trata de Claudio.


Paula pestañeó, sorprendida.


—¿Qué pasa con Claudio? —preguntó la vaquera.


—Estoy enamorada de él, pero él no quiere casarse conmigo.


—Oh, ¿sí? —dijo la vaquera, sin poder imaginar a su hermano con Gabriela al lado—. ¿Has intentado hablar con él del asunto?


—Muchas veces. No puedo creer que me haya enamorado de él. Papá no aprobaría nunca nuestra relación.


Paula tenía ganas de mandar a la porra al papá de Gabriela…


—¡Me temo que Claudio no es la persona que esté más a favor del matrimonio!


Pedro era igual, hasta que te lo propuso a ti.


—Pero no es lo mismo.


—La idea de que nos casáramos fue de papá, porque así, él no podría abandonar nunca la compañía —explicó Gabriela—. Ya sé que no estuvo bien por mi parte perseguirlo y fastidiarle las vacaciones, pero ahora que se va a casar contigo, espero que no me guarde rencor.


—Por supuesto que no —dijo Paula, intentando ser comprensiva.


—Te seré sincera —continuó Gabriela—. Pedro siempre me ha asustado un poco. Es tan inteligente y controvertido con todo lo que hace… Estará mucho mejor contigo puesto que tú también eres inteligente; así podréis tener conversaciones interesantes.


Paula se mordió el labio, preguntándose qué podrían tener en común una joven de la alta sociedad con Claudio y, de qué podrían hablar Pedro y ella, a parte de lanzarse insultos…


—Necesito a mi lado a alguien más básico que Pedro y Claudio es el hombre más adecuado.


En eso Gabriela tenía razón: realmente Claudio era un tipo muy sencillo… ¡Desde luego, el amor era algo impredecible! Te llevaba a hacer tonterías y rarezas, perdiendo la razón.


Paula lo sabía, por experiencia: se había enamorado de Pedro, a pesar de haberlo evitado por todos los medios. Por lo menos era consciente de ello.


En esos momentos, su caso era como el de Gabriela. Ambas se habían enamorado de dos hombres que no creían en el matrimonio y que vivían en mundos ajenos a los suyos.


Sacudiendo la cabeza amargamente, Paula le daba palmadas en la espalda a Gabriela, para consolarla. No sabía muy bien qué decirle. Estaba claro que Claudio no iba a abandonar su vida de soltero por ninguna mujer, y menos aún, por una joven cosmopolita con más dinero que inteligencia. Aunque fuera su tipo y estuviesen enamorados, su hermano mayor no podría mantener a su familia, con el sueldo de vaquero.


—No sé qué hacer —dijo Gabriela, llorando sinceramente—. Sería capaz de quedarme a vivir en Montana, si fuese necesario.


Paula seguía pensando que aquella joven no tenía dos dedos de frente… pero al fin y al cabo se trataba de una mujer agradable.




FARSANTES: CAPÍTULO 55

 


Aquella noche, Pedro estaba apoyado en la pared del establo, mordisqueando una paja. Se trataba de la última fiesta que se celebraba por la noche, para los turistas que iban a abandonar el rancho el domingo. Todo el mundo estaba pasándolo bien, excepto Alfonso.


Paula estaba bailando una polca con Augusto Steele y ambos reían como nunca. La conciencia de Pedro se puso furiosa: parecía como si Paula fuese la prometida de Steele. Aunque, realmente tampoco era la suya.


Había estado poco pendiente de Alfonso durante la velada. Sin embargo había hablado y bailado con casi todo el mundo. Se había ocupado de que todos los invitados bailasen por lo menos una vez, y de que hasta los más tímidos no se quedasen sin pareja.


Todos los hombres solteros estaban embobados observándola y parte de los casados, también.


De repente, aparecía al lado de Alfonso, pero en seguida salía corriendo a bailar.


Pedro estaba celoso, porque Paula estaba compartiendo muchas canciones con Augusto y sus hijos. Estaba claro que Steele era la pareja perfecta para Paula.


Era un hombre amante de la familia. Le encantaban los niños, y con Paula habría tenido una docena más. Había crecido en un rancho y conocía el negocio por dentro y por fuera. En la actualidad, se dedicaba a la cría de caballos. Los abuelos de Paula le tenían mucho cariño. Y para colmo, vivía en la finca de al lado…


Pedro detestaba sentirse celoso: era la táctica de su madre, que se había pasado la vida flirteando con otros hombres para fastidiar a su padre. De ese modo, le había hecho sentirse un fracasado como marido y como persona.


Para calmarse, bebió un poco de limonada. Paula no sería capaz de portarse así con él, ¿o, estaba equivocado? Mientras Alfonso seguía el torbellino de la vaquera, la pregunta se mantenía en su cerebro, sin descanso.


—¡Oh, cielos! Me encanta bailar la polca —dijo Paula entusiasmada, abanicándose con las dos manos.


—Ya lo veo —arguyo Augusto, frotándose la rodilla derecha—. Casi no puedo seguirte, eso quiere decir que me estoy haciendo viejo.


—Pobrecito… —dijo Paula sonriendo y dándole una palmada en le mejilla, que le sentó a Pedro como una patada en la espinilla—. No puedes parar ahora, teniendo en cuenta que llevamos veinte años perfeccionando el estilo.


Pedro, por favor, sálvame —exclamó Augusto cuando descubrió a Alfonso, medio escondido en una esquina—. El próximo baile es para vosotros dos.


—Gracias —murmuró Pedro.


Paula rió de buena gana. Su amigo siempre se quejaba cuando bailaban juntos, pero ella nunca le hacía caso.


—No te pierdas la próxima polca: verás en acción a un auténtico agente de bolsa, llamado Pedro Alfonso


Pedro paró a Paula por el codo y le susurró:

—Me tendrías que pedir este baile, Paula. Estaría encantado de concedértelo.


La vaquera no entendió lo que quería decirle Alfonso.


—Hemos bailado varias canciones. ¿Qué es lo que ocurre?


—Nada —respondió Pedro, molesto.


Ante ese panorama, Augusto se despidió y fue a buscar a los niños, para volver a casa.


—Nos veremos el próximo fin de semana —dijo la vaquera.


—Mañana por la mañana, estaré por aquí, tengo que tratar un asunto con Samuel.


Cuando Steele se alejó, Paula dio media vuelta hacia Pedro.


—¿Se puede saber qué es lo que te pasa? Has estado toda la noche en un rincón y con aire ausente —quiso saber Paula.


—¿Yo? —dijo Pedro, sorprendido.


—Te has portado altivamente, sin querer hablar con nadie. Pensé que habías cambiado desde que llegaste a Montana, pero ya veo que no ha sido así.


—Y yo creía que un novio tenía derecho a pasar más de cinco minutos por hora, con su prometida. Sin duda, estaba en un error.


—Eres… —murmuró Paula, dejándole con la palabra en la boca y volviendo a la pista de baile.


¡Menuda cara tenía ese hombre! Un compromiso falso no le daba ningún derecho sobre ella. Ni siquiera un auténtico compromiso, la haría cambiar de actitud con los invitados.


—Espera un momento, Paula.


La vaquera lo miró y giró hacia él.


—¿Qué quieres?


—Perdona, no tendría que haber hablado de nuestro compromiso.


—Por supuesto que no. No soy de tu propiedad y te recuerdo que no estamos prometidos. Todo esto no es más que una broma que te has inventado para divertirte y está claro que no debía haberte seguido el juego.


—De acuerdo —respondió Pedro, tratando de calmarse antes de hablar—. Pero no se puede decir que disfrute sintiendo celos, no esperaba que recurrieses a ese tipo de devaneos conmigo.


—¿Qué devaneos? —preguntó Paula, anonadada.


—Has estado flirteando con todos los hombres de la fiesta. ¿Cómo querías que me sintiese?


—No estaba flirteando, estaba haciendo mi trabajo. Por si te interesa, aún trabajo para el rancho —dijo Paula, agresivamente—. Lo que hacía era intentar que todos los invitados estuviesen cómodos y relajados, como en su casa.


—Sí, pero Augusto y tú…


—Para mí, Augusto es como mi hermano mayor: somos amigos y nada más. Además, desde que perdió a su esposa, no se le ha visto con otra mujer.


—Quizá he metido la pata —dijo Pedro, confuso.


—¿No me digas? —dijo Paula, con los brazos cruzados y derramando un par de lágrimas cálidas—. No paras día a día para conseguir tu objetivo conmigo. Pero al mismo tiempo, tampoco paras de decirme que no tienes la intención de casarte, y menos conmigo.


—Intenta comprenderme —le insistió Pedro—. Tus abuelos son el único matrimonio bien avenido que conozco en el mundo. Siempre había pensado que ese tipo de unión no podía existir.


—Lo comprendo, pero, ¿sigues pensando que tienes derecho a sentirte celoso? Yo siempre he sido muy clara contigo: mi intención era poseer el rancho, casarme y tener hijos. ¿Por qué iba a querer ponerte celoso?


—Querida…


—No me llames así y déjame en paz.


La vaquera pensaba que todos los hombres eran iguales. Su hermana Lorena había tenido suerte: su prometido era un auténtico calavera, fácil de identificar y de mandarlo a paseo. Los hombres como Pedro primero eran agradables, pero luego te partían el corazón.


Paula subió el camino que llevaba a la casa principal, pero se quedó sentada en el balancín del porche. Allí podía tener un momento de intimidad, observando el panorama del rancho apaciblemente.


Pedro podía volver a Seattle con toda tranquilidad.


No pensaba volver a verlo nunca más.


Pedro permaneció en la fiesta. Su ego se había visto amenazado y lo había pagado con Paula, de nuevo. ¡Pero es que había sido tan cariñosa con Augusto! La vaquera debería haber sido consciente de que él la estaba mirando…


—¿Pedro?


¡Qué espanto! Se trataba de Gabriela Scott. Con la paciencia al límite, la saludó brevemente.


—Hola.


—¿Dónde está Paula? Necesito hablar con ella.


—No se encontraba muy bien y se ha marchado a su casa.


—¡Oh! Voy a verla, a ver cómo está —se empeñó Gabriela.


Realmente, era lo último que necesitaba Paula en ese momento, enfrentarse a esa arpía, pero él no pensaba mover ni un dedo por ninguna de las dos mujeres…




FARSANTES: CAPÍTULO 54

 


Los dos jóvenes cabalgaron rápidamente y solo cuando estuvieron lejos, aflojaron la marcha de sus monturas.


Al cabo de un rato, Paula dijo:

—Pedro, debería averiguar qué ha pasado exactamente. No tenía que haber ocurrido ningún incidente. Para estos casos, hacemos firmar a los turistas un escrito en el que no nos hacemos responsables de lo que les pueda pasar, pero eso no quiere decir que no nos preocupemos de ellos. Al contrario, hacemos todo lo posible para proteger a nuestros invitados.


—Paula, ya que puedes comprender a los animales, trata de decirme lo que se estaban diciendo Claudio y Gabriela sin palabras.


—Eso es ridículo —protestó la vaquera.


—Verdaderamente, han ocurrido cosas muy serias entre esos dos y si te fijas en la banda del sombrero de tu hermano, se puede decir que él también protege bien a las turistas… A este paso, va a tener que reponer su almacén de preservativos, antes de que termine la semana…


Paula hizo una mueca de desesperación.


El propio Pedro estaba sorprendido: Claudio no era muy exigente a la hora de tirarle los tejos a una mujer.


Y Alfonso siguió diciendo:

—Hacen una buena pareja. Son como Conan el Bárbaro y la madrastra de Blancanieves.


—Para, Pedro —dijo Paula, riendo abiertamente—. Estoy segura de que Gabriela tiene también sus cosas buenas.


—Dime alguna.


La vaquera se mordió el labio, intentando reconocer algo positivo en ella.


—Bueno… Ella es… Su coche es muy bonito.


—¡Aja! — masculló Pedro, triunfante—. O sea, que te gustan los coches caros, ¿eh? Pues te regalaré un deportivo rojo como regalo de compromiso.


—No he dicho que quiera uno, sino que me gustan. Y en cuanto al lado positivo de Gabriela, tú lo tienes que conocer mucho mejor que yo.


—¿Quieres saber algo bueno de ella? —sonrió Alfonso—. Me ha dado la oportunidad de conocer Montana y le estoy muy agradecido.


—¡Oh! —repuso Paula, mientras que se le encendían los colores.


—¿Qué te parece, querida?


—Me alegro de que estés disfrutando tanto en el rancho.


—Gracias —replicó Pedro, educadamente.


El joven se acercó más a la montura de Paula y, le acarició la trenza que le colgaba sobre el pecho. A continuación, notó bajo sus dedos el encaje del sujetador que llevaba puesto. Dio un suspiro, recordando sus insinuaciones sobre Gabriela y Claudio.


—Lo pasaría mucho mejor, si… —siguió hablando Alfonso.


—¡Calla, Pedro! —dijo dulcemente, Paula, ordenándole a su caballo que se alejara—. Deberías aprender a abandonar la partida, cuando vas ganando.



FARSANTES: CAPÍTULO 53

 


Se trataba de Gabriela, que perseguida por Claudio, había entrado en el establo. El hermano de Paula, que estaba mucho más tranquilo, ató a los caballos en una valla del corral. Ambos se enzarzaron en una larga discusión, que les condujo al centro del barracón.


La vaquera y el joven no podían acallar sus risas. Pedro, que estaba riendo a mandíbula batiente, se quiso incorporar apoyándose en una cuerda. Antes de que pudiera advertirle de que aquella soga abría una trampilla, Paula y él aterrizaron en pleno suelo del cobertizo.


Gabriela pegó un chillido. Y Claudio, sin sorprenderse demasiado le dijo a su hermana:

—¡Hola Red! ¿Dónde estuviste anoche? La fiesta estuvo muy bien.


Paula no dijo nada y cayó, con la cara aplastada sobre el pecho de Pedro.


Para Gabriela se trataba de un momento crítico: no sólo había perdido a su futuro marido, sino que otra mujer se lo había arrebatado. Paula lo sentía por ella.


—¿Estás bien, querida? —preguntó Pedro.


—Sí, ¿y tú?


—Muy bien. Parece que va siendo una costumbre que aterrices encima de mí. ¿Esta vez has perdido también la camisa, o no?


—Tonto —dijo Paula, pellizcándolo.


—¡Hey! Sólo era una pregunta. Ya sabes que siempre estoy dispuesto a cubrir tu desnudez con mi propia ropa…


—Claro —repuso la vaquera, sacudiendo su melena sobre los hombros.


Miró hacia Gabriela un segundo y le sorprendió que, en vez de estar enfadada, estuviese melancólica. Ella los miró a su vez.


—¡Hola a todos! —dijo Pedro, animadamente, intentando quitar la paja que se les había pegado encima a él y a Paula—. Lo siento, pero tenemos prisa. Justo ahora salíamos a comprobar el estado de las vallas del rancho. Lo comprendéis, ¿verdad?


—Por supuesto, se ve que teníais mucha prisa —exclamó Claudio, viendo la camisa de Paula entreabierta.


Pedro dio la vuelta a la vaquera y se dispuso a abrocharle los botones de la camisa, que difícilmente había conseguido desabrochar. Claudio le caía bien, pero algunas cosas pertenecían a su más estricta intimidad… como el sujetador de encaje de Paula.


—Me ha parecido oírte decir que un animal estaba herido —quiso saber la vaquera.


—No ha sido muy grave, pero la turista no se ha molestado en absoluto por el percance y no hemos podido volver antes.


—Eso no es cierto… —protestó Gabriela, gritando.


Paula frunció el ceño.


—Señorita Scott, siento que no pueda comprenderlo, pero nosotros tenemos que proteger…


—Querida —le interrumpió Alfonso—, eso es un problema que tienen que resolver Claudio y Gabriela.


—Pero…


—Nada. Tenemos mucha prisa esta mañana —replicó Pedro, llevándose a Paula de la mano, a través del establo—. Hemos de pasarlo bien, disfrutando de un picnic en el campo.


Esto último lo dijo Alfonso al oído de Paula, que estaba completamente desconcertada.


—Pero tengo que saber lo que ha ocurrido, porque esto es el negocio de mi familia. Necesito saber si Gabriela ha hecho algo peligroso, para que no lo repita…


—No tiene nada que ver con el rancho, créeme —dijo Pedro con seguridad, mientras ambos se subían a caballo.



viernes, 9 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 52

 


Paula quería enfadarse: los hombres nunca paraban de pensar en el sexo. Pero, la verdad era que a ella le había pasado lo mismo en los últimos días. Pero lo que ella necesitaba no era únicamente sexo. Era tan fácil estar con Pedro… riendo y hablando del futuro. Hasta las discusiones eran divertidas a su lado, aunque, claro está, Paula prefería el diálogo.


¿Cómo era posible que Pedro no comprendiera, que dos personas diferentes pudiesen congeniar y llevar una vida sana y feliz?


Paula se dio cuenta de que, una vez más, estaba pensando en aquel hombre, haciendo caso omiso a su sentido común. Si ambos seguían así acabarían enamorándose y ella tendría que decidirse entre él o el rancho.


—¿Estás bien? —preguntó Pedro, preocupándose de que su acompañante estuviera cómoda.


Paula se sintió incapaz de empujarlo con sus fuertes brazos, después de que el joven le desabrochara los primeros botones de la camisa.


—No esperarás que te diga que sí —dijo Paula.


—Al menos lo he intentado —replicó Alfonso, a su vez.


Pero una inevitable sonrisa iluminó el rostro de la vaquera y el joven la besó dulcemente los labios.


—¿No crees que todo el mundo debería retozar con su pareja alguna vez en la vida en un pajar, para contárselo a sus nietos? Lo malo es que al estar desnudos, la paja te puede pinchar…


—¿De verdad? —dijo Pedro—. ¿Me lo dices por experiencia, o porque alguien te lo ha contado?


—Eso es información secreta.


—Incluso para tu prometido —insistió Pedro.


—Tú no eres… —balbuceó la vaquera.


De pronto, se oyó un ruido en la entrada del establo que interrumpió a Paula. Ambos se quedaron callados para averiguar de quien se trataba.


Un caballo relinchó. Se oyó el crujido de una tabla y apareció Bandido, contento de reunirse con los jóvenes.


El perro ladró y ellos rieron distendidamente.


—Creo que está deseando que nos pongamos en camino —dijo Paula, a media voz e intentando soltarse de los brazos de Pedro.


—Paula, ¿qué te ocurre hoy? —quiso saber Alfonso, estrechándola aún más fuerte.


La vaquera enarcó una ceja y respondió:

—Pues aparte de haber mentido a mi familia y a mis amigos, de haber cumplido los treinta y de no tener muchas posibilidades de realizar mis propósitos en la vida…


—Menos mal. Creí que estabas enfadada por lo de ayer noche.


Alfonso se quedó perplejo cuando la vaquera se puso a reír alegremente. Uno de sus problemas más acuciantes era la masculinidad de Pedro, entre los muslos de Paula.


La vaquera lo abrazó, sonriendo. Se trataba de un hombre bueno, a pesar de que la traía loca.


—No, no estoy enfadada por nada —repuso Paula.


—Estupendo.


La cálida temperatura del altillo, hizo transpirar el labio superior de Alfonso. A la vaquera se le ocurrió que lamer esos labios podía ser una experiencia deliciosa. Pero conllevaría la necesidad de consumar el deseo sexual de la pareja.


—Más vale que bajemos y nos pongamos en camino. Los caballos están ensillados y nos están esperando.


—Tienes razón, Paula.


Pero ninguno de los dos llegó a levantarse.


—No creas que vamos a practicar el sexo —dijo la vaquera, con resolución.


—Yo no estaría tan segura —contestó Alfonso, excitando a Paula de nuevo con su rotunda masculinidad.


Pedro —murmuró la joven, que se sentía más vulnerable que nunca a las caricias y al aroma suave y cálido de Alfonso.


—No te he dicho que te estoy muy agradecido —dijo de repente el joven.


—¿Por qué? —preguntó la vaquera, imaginando que Pedro le estaría preparando alguna nueva treta, para hacer el amor.


—Porque desde que te vi en lo alto de aquel árbol, me has sacado del profundo aburrimiento en el que vivía, permitiéndome disfrutar tanto de la vida, como lo estoy haciendo.


—¿Sí? —dijo Paula encantada—. ¿A pesar de que un poco más y te quemo la casa?


—Eso es —dijo Pedro, besándola tiernamente en los labios y excitándola con verdadero apetito.


—Bueno, no es que tuviera la intención de quemar nada…


—Me lo imagino —susurró el joven, disfrutando del beso con verdadero deleite.


Pedro también estaba muy excitado y necesitaba aliviar la presión de su virilidad.


—Me habría gustado que Lorena se hubiese podido sentir orgullosa de mi trabajo como ama de llaves. Es un encanto y no es nada tonta. Lo que pasa es que tiene en muy poca estima a los hombres. De hecho, a mí me pasa lo mismo que a ella.


Pedro no estaba muy atento a sus palabras. En el fondo, estaba intentando averiguar qué le pasaba a Paula, aquella mañana. Apenas lo miraba a los ojos y parecía nerviosa. Era algo sutil pero definitivo.


—Gracias por tu voto de confianza. Creo que tu opinión es aterradora. Pero no me importa, porque eres sencillamente maravillosa y me gustas tal y como eres.


—Gracias —murmuró ella, entre besos sensuales y profundos.


Pedro le acarició los pechos con las palmas de las manos, rozando delicadamente los pezones erectos. El cuerpo de Paula se arqueó, pletórico de sensaciones. Cada vez le excitaban más esas caricias. Paula deseaba que la tocara, que su boca besara sus pezones, gozando de ellos como de un exquisito manjar. Sobre todo, tenía prisa por colmar el vacío que sentía en el interior de su cuerpo.


Sin embargo, algo le advertía que tenía que parar aquella locura.


El sonido de los caballos la devolvió a la realidad y la liberó de su tortura interna.


—Maldita sea. Tenemos compañía —susurró Pedro.


—¿Quién será? —dijo Paula, guiñando los ojos por la claridad.


Los dos jóvenes se arrastraron por el altillo para ver lo que ocurría.



FARSANTES: CAPÍTULO 51

 


—¿Paula?


Paula estaba en la parte de arriba del establo. Si conseguía que Pedro no la descubriera, podría pasar el día sin tener que ocuparse de él.


Lo que le pasaba en el fondo, era que la presencia de Pedro le gustaba demasiado. Además, tenía fantasías a plena luz del día, en las que se veía rodeada de niños morenos como Alfonso, con sus mismos dientes blancos.


—¿Querida? —continuó llamándola el joven.


Paula suspiró, diciendo:

—Estoy aquí arriba, Pedro, dentro del establo.


—¿Dónde? —preguntó Alfonso, con la mirada desenfocada por el contraste de luz.


—Aquí. Tenía unos minutos libres y me he puesto a buscar a Pidge y su familia.


El joven tomó una escalera para subir y encontrarse con Paula.


—¿Quién es Pidge?


—Se trata de una gata. Es buenísima cazando ratones. Tuvo gatitos hace unos días y todavía no sé donde los tiene escondidos. Ya sabes que las gatas recién paridas son extremadamente protectoras con sus crías y el trajín de los turistas les molesta especialmente. No se lo podemos reprochar, porque es algo instintivo.


—Esto parece un buen escondite para tener intimidad…


Paula protestó. Estaba reconociendo la mirada que se le ponía a Pedro cuando hablaba de intimidad. La vaquera tuvo la necesidad de bajar y salir fuera del establo: no quería que ambos se reunieran en la oscuridad, porque no podía hacerse responsable de sus actos.


—Vayamos a buscar a los caballos —dijo Paula sin darle tiempo a reaccionar.


—No tenemos ninguna prisa. Lo que quieren tus abuelos es que pasemos el día juntos. Nuestro compromiso ha sido muy agradable, porque todo el mundo desea que estemos solos. ¡Qué considerada es la gente!


—Querrás decir nuestro falso compromiso —puntualizó Paula, teniendo en cuenta que él no tenía la intención de casarse con nadie, y menos con ella.


Pedro se apoyó en una paca de heno.


—Se está muy bien aquí. Como en el resto del rancho, no falta detalle para que todo sea práctico y cómodo.


—Gracias —dijo la vaquera.


Estaba un poco triste porque a pesar de que no debía tener relaciones sexuales con él, era lo que más le apetecía en el mundo.


Pedro, a su vez, se había sorprendido a sí mismo pensando cómo serían sus hijos si alguna vez se casara… desde luego no con alguien como ella.


—No has encontrado a los gatos, ¿no es cierto?


—Pues no.


—¿Crees que la gata se encontrará bien?


Paula se puso a juguetear con el pañuelo que tenía anudado al cuello.


—Ha aparecido por casa para comer. Hasta que las crías no sean más grandes, Pidge no va a compartirlas con nadie. Ya sabes lo independientes que son los gatos, excepto cuando las hembras están en celo, claro.


Paula era consciente de que no paraba de hablar, porque Alfonso se acercaba más y más a su pecho, y teniendo en cuenta lo sensible que tenía el corazón…


—Es curioso las repercusiones que llegan a tener ciertas cosas con el sexo —comentó Alfonso.


Las mejillas de la vaquera se sonrojaron.


—El sexo es más fácil para los machos que para las hembras. Al fin y al cabo, son ellas las que se quedan preñadas… No se puede decir que haya muchos gatos machos que desempeñen el papel de padre —dijo Paula.


—Puede que no se sientan muy válidos en ese papel —añadió Pedro, y ambos supieron que no se refería a los gatos.


—Estoy segura de que si lo intentaran, se darían cuenta de que no es tan difícil…


—Puede que los padres carezcan de lo que más les puede gustar a sus bebés —dijo Alfonso, mirando hacia el pecho de Paula.


—Eso son excusas —repuso la vaquera, intentando ponerse en pie—. Salgamos de aquí. No me apetece seguir hablando de la vida sexual de los gatos.


—Pues, a mí no me apetece hablar en absoluto —añadió Alfonso, mientras introducía un dedo en la trabilla del cinturón de Paula y la tendía en el suelo del altillo.


—¡Pedro!


—¡Paula! —saltó Alfonso, imitando el mismo tono de voz de la vaquera—. Lo único que quiero es disfrutar un poco de intimidad con mi prometida.


Pedro se dedicó a dibujarle el rostro con la punta del dedo índice.


—Hemos dormido juntos esta noche. ¿Qué más puedes esperar de mí? —se quejó Paula.


—Lo más divertido del asunto. Podemos probarlo entre el heno de aquella esquina



FARSANTES: CAPÍTULO 50

 


El rancho recibía en verano a los turistas, como un ingreso complementario, porque lo que realmente generaba ganancias era el ganado. El negocio de la hacienda no era ningún juego. Los rancheros cuidaban a las reses con esmero y desarrollaban toda una serie de actividades suplementarias, propias de la vida del campo. Aquello era mucho más natural que crear ganancias a los que, de por sí ya tenían dinero y, sobre todo, mucho más satisfactorio.


Cada vez comprendía mejor a Paula y su pasión por poseer el rancho.


—¿Dónde se conocieron Samuel y usted? —le preguntó Pedro a Eva, mientras empujaba la silla de Paula, con corrección.


La abuela de la vaquera se preparó una taza de café y se sentó con ellos a la mesa.


—Samuel acababa de graduarse en una universidad de California, obteniendo el título de ingeniero agrónomo. Y yo iba en tren a ver a una prima que vivía en Sacramento. Me confundí de parada y cuando me quise dar cuenta ya me había bajado del tren. Le pedí ayuda a un joven que parecía un gigante y que me dijo:

—Es usted la joven con la que me voy a casar.


—No dije eso —aseguró Samuel, entrando en la cocina.


—No le hagas caso, Pedro. No quiere que sepáis lo romántico que era.


—Nunca fui romántico y además, recuerdo perfectamente lo que te dije —apuntó el abuelo, sonriendo—. Te dije que tendrías que tener mejor sentido de la orientación si querías casarte conmigo y venir a vivir a Montana.


—Siempre fuiste un poco gallito —le dijo Eva, cariñosamente.


Pedro sonrió y miró a Paula. Seguro que había oído la historia cientos de veces, pero le encantaba oírla una vez más.


—¿Al cabo de cuántos días se casaron? —siguió preguntando Alfonso.


—Cinco días —respondió Samuel.


«Cinco días, Dios mío», pensó Pedro, quedándose perplejo.


Era obvio que los Harding habían sido muy felices, durante mucho tiempo, pero ¿cómo pudieron conocerse en cinco días y arriesgarse, casándose para el resto de sus días? En cinco días la gente apenas si podía elegir un coche, pero casi nada más.


En el caso de que él quisiera casarse, lo haría pensándolo mucho.


Pedro, se encontró de repente confundido.


Si le hubieran hablado de contraer matrimonio, una semana antes, Alfonso habría mandado a paseo al inoportuno de turno. Pero, después de haber conocido a Paula, ya no pensaba igual. No sólo porque era realmente guapa, sino porque se trataba de una joven muy especial… Le encantaba su risa, su carácter firme, su honradez y ese sentido del humor que llevaba siempre consigo.


Después de todo, casarse con ella no estaría nada mal.


Quizá se encontraba un poco eufórico por estar en plenas vacaciones. En esos momentos, no quería ni oír hablar de su trabajo.


Consciente de que la vaquera lo estaba mirando, Pedro bebió cuidadosamente un sorbo de café negro. Le daba la impresión de que Paula estaba más callada aquella mañana… No era de extrañar: aún tenían que decirle a todo el mundo que lo del compromiso había sido puro teatro.


—¿Qué planes tenemos para hoy, señor Harding? —preguntó Alfonso, para borrar sus pensamientos sombríos—. Es más tarde que otros días.


—No pasa nada. Podéis ir a comprobar en qué estado están las vallas lindantes con el este del rancho.


Paula casi se atraganta con lo que estaba tomando. No le importaba trabajar duro, pero no por puro capricho del abuelo.


—¡Pero si Sebastian y tú lo estuvisteis revisando antes de ayer! Están en perfecto estado.


—Verificadlo de nuevo —ordenó Samuel Harding, sin más palabras.


—Pero…


—Venga, en marcha. Ya va siendo hora de que os pongáis en camino. Habéis trabajado duro durante toda la semana, no pasa nada por que os relajéis un poco hoy.


—De acuerdo —aceptó Paula.


Samuel Harding era el jefe del rancho; por mucho que no estuviera de acuerdo con él, Paula acataría sus órdenes.


—Me parece estupendo que disfrutéis de estos días. Al fin y al cabo es el momento adecuado para que celebréis vuestro compromiso —aconsejó la abuela de Paula.


La vaquera fue consciente de nuevo del lío en el que le había metido Pedro. Y estaba dispuesta a solucionarlo lo antes posible. Pero ¿cómo? Si hacían como que habían reñido para romper el compromiso, estarían mintiendo de nuevo. Por otra parte, decir la verdad iba a ser tan bochornoso…


—Lo pasaremos bien recorriendo las vallas —dijo Pedro con entusiasmo—. Podríamos hacer otro picnic.


—Lo dudo… —susurró secamente, la vaquera.


—Estupendo —se entusiasmó Eva, haciendo caso omiso de las palabras de su nieta—. Ahora mismo os preparo la comida para que os la llevéis.


Paula asesinó con la mirada a Pedro y dijo:

—Termina tu desayuno tranquilamente. Nos reuniremos dentro de una hora en el patio central.


Como respuesta, Alfonso le dedicó la mejor de sus sonrisas.