sábado, 10 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 54

 


Los dos jóvenes cabalgaron rápidamente y solo cuando estuvieron lejos, aflojaron la marcha de sus monturas.


Al cabo de un rato, Paula dijo:

—Pedro, debería averiguar qué ha pasado exactamente. No tenía que haber ocurrido ningún incidente. Para estos casos, hacemos firmar a los turistas un escrito en el que no nos hacemos responsables de lo que les pueda pasar, pero eso no quiere decir que no nos preocupemos de ellos. Al contrario, hacemos todo lo posible para proteger a nuestros invitados.


—Paula, ya que puedes comprender a los animales, trata de decirme lo que se estaban diciendo Claudio y Gabriela sin palabras.


—Eso es ridículo —protestó la vaquera.


—Verdaderamente, han ocurrido cosas muy serias entre esos dos y si te fijas en la banda del sombrero de tu hermano, se puede decir que él también protege bien a las turistas… A este paso, va a tener que reponer su almacén de preservativos, antes de que termine la semana…


Paula hizo una mueca de desesperación.


El propio Pedro estaba sorprendido: Claudio no era muy exigente a la hora de tirarle los tejos a una mujer.


Y Alfonso siguió diciendo:

—Hacen una buena pareja. Son como Conan el Bárbaro y la madrastra de Blancanieves.


—Para, Pedro —dijo Paula, riendo abiertamente—. Estoy segura de que Gabriela tiene también sus cosas buenas.


—Dime alguna.


La vaquera se mordió el labio, intentando reconocer algo positivo en ella.


—Bueno… Ella es… Su coche es muy bonito.


—¡Aja! — masculló Pedro, triunfante—. O sea, que te gustan los coches caros, ¿eh? Pues te regalaré un deportivo rojo como regalo de compromiso.


—No he dicho que quiera uno, sino que me gustan. Y en cuanto al lado positivo de Gabriela, tú lo tienes que conocer mucho mejor que yo.


—¿Quieres saber algo bueno de ella? —sonrió Alfonso—. Me ha dado la oportunidad de conocer Montana y le estoy muy agradecido.


—¡Oh! —repuso Paula, mientras que se le encendían los colores.


—¿Qué te parece, querida?


—Me alegro de que estés disfrutando tanto en el rancho.


—Gracias —replicó Pedro, educadamente.


El joven se acercó más a la montura de Paula y, le acarició la trenza que le colgaba sobre el pecho. A continuación, notó bajo sus dedos el encaje del sujetador que llevaba puesto. Dio un suspiro, recordando sus insinuaciones sobre Gabriela y Claudio.


—Lo pasaría mucho mejor, si… —siguió hablando Alfonso.


—¡Calla, Pedro! —dijo dulcemente, Paula, ordenándole a su caballo que se alejara—. Deberías aprender a abandonar la partida, cuando vas ganando.



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