Paula quería enfadarse: los hombres nunca paraban de pensar en el sexo. Pero, la verdad era que a ella le había pasado lo mismo en los últimos días. Pero lo que ella necesitaba no era únicamente sexo. Era tan fácil estar con Pedro… riendo y hablando del futuro. Hasta las discusiones eran divertidas a su lado, aunque, claro está, Paula prefería el diálogo.
¿Cómo era posible que Pedro no comprendiera, que dos personas diferentes pudiesen congeniar y llevar una vida sana y feliz?
Paula se dio cuenta de que, una vez más, estaba pensando en aquel hombre, haciendo caso omiso a su sentido común. Si ambos seguían así acabarían enamorándose y ella tendría que decidirse entre él o el rancho.
—¿Estás bien? —preguntó Pedro, preocupándose de que su acompañante estuviera cómoda.
Paula se sintió incapaz de empujarlo con sus fuertes brazos, después de que el joven le desabrochara los primeros botones de la camisa.
—No esperarás que te diga que sí —dijo Paula.
—Al menos lo he intentado —replicó Alfonso, a su vez.
Pero una inevitable sonrisa iluminó el rostro de la vaquera y el joven la besó dulcemente los labios.
—¿No crees que todo el mundo debería retozar con su pareja alguna vez en la vida en un pajar, para contárselo a sus nietos? Lo malo es que al estar desnudos, la paja te puede pinchar…
—¿De verdad? —dijo Pedro—. ¿Me lo dices por experiencia, o porque alguien te lo ha contado?
—Eso es información secreta.
—Incluso para tu prometido —insistió Pedro.
—Tú no eres… —balbuceó la vaquera.
De pronto, se oyó un ruido en la entrada del establo que interrumpió a Paula. Ambos se quedaron callados para averiguar de quien se trataba.
Un caballo relinchó. Se oyó el crujido de una tabla y apareció Bandido, contento de reunirse con los jóvenes.
El perro ladró y ellos rieron distendidamente.
—Creo que está deseando que nos pongamos en camino —dijo Paula, a media voz e intentando soltarse de los brazos de Pedro.
—Paula, ¿qué te ocurre hoy? —quiso saber Alfonso, estrechándola aún más fuerte.
La vaquera enarcó una ceja y respondió:
—Pues aparte de haber mentido a mi familia y a mis amigos, de haber cumplido los treinta y de no tener muchas posibilidades de realizar mis propósitos en la vida…
—Menos mal. Creí que estabas enfadada por lo de ayer noche.
Alfonso se quedó perplejo cuando la vaquera se puso a reír alegremente. Uno de sus problemas más acuciantes era la masculinidad de Pedro, entre los muslos de Paula.
La vaquera lo abrazó, sonriendo. Se trataba de un hombre bueno, a pesar de que la traía loca.
—No, no estoy enfadada por nada —repuso Paula.
—Estupendo.
La cálida temperatura del altillo, hizo transpirar el labio superior de Alfonso. A la vaquera se le ocurrió que lamer esos labios podía ser una experiencia deliciosa. Pero conllevaría la necesidad de consumar el deseo sexual de la pareja.
—Más vale que bajemos y nos pongamos en camino. Los caballos están ensillados y nos están esperando.
—Tienes razón, Paula.
Pero ninguno de los dos llegó a levantarse.
—No creas que vamos a practicar el sexo —dijo la vaquera, con resolución.
—Yo no estaría tan segura —contestó Alfonso, excitando a Paula de nuevo con su rotunda masculinidad.
—Pedro —murmuró la joven, que se sentía más vulnerable que nunca a las caricias y al aroma suave y cálido de Alfonso.
—No te he dicho que te estoy muy agradecido —dijo de repente el joven.
—¿Por qué? —preguntó la vaquera, imaginando que Pedro le estaría preparando alguna nueva treta, para hacer el amor.
—Porque desde que te vi en lo alto de aquel árbol, me has sacado del profundo aburrimiento en el que vivía, permitiéndome disfrutar tanto de la vida, como lo estoy haciendo.
—¿Sí? —dijo Paula encantada—. ¿A pesar de que un poco más y te quemo la casa?
—Eso es —dijo Pedro, besándola tiernamente en los labios y excitándola con verdadero apetito.
—Bueno, no es que tuviera la intención de quemar nada…
—Me lo imagino —susurró el joven, disfrutando del beso con verdadero deleite.
Pedro también estaba muy excitado y necesitaba aliviar la presión de su virilidad.
—Me habría gustado que Lorena se hubiese podido sentir orgullosa de mi trabajo como ama de llaves. Es un encanto y no es nada tonta. Lo que pasa es que tiene en muy poca estima a los hombres. De hecho, a mí me pasa lo mismo que a ella.
Pedro no estaba muy atento a sus palabras. En el fondo, estaba intentando averiguar qué le pasaba a Paula, aquella mañana. Apenas lo miraba a los ojos y parecía nerviosa. Era algo sutil pero definitivo.
—Gracias por tu voto de confianza. Creo que tu opinión es aterradora. Pero no me importa, porque eres sencillamente maravillosa y me gustas tal y como eres.
—Gracias —murmuró ella, entre besos sensuales y profundos.
Pedro le acarició los pechos con las palmas de las manos, rozando delicadamente los pezones erectos. El cuerpo de Paula se arqueó, pletórico de sensaciones. Cada vez le excitaban más esas caricias. Paula deseaba que la tocara, que su boca besara sus pezones, gozando de ellos como de un exquisito manjar. Sobre todo, tenía prisa por colmar el vacío que sentía en el interior de su cuerpo.
Sin embargo, algo le advertía que tenía que parar aquella locura.
El sonido de los caballos la devolvió a la realidad y la liberó de su tortura interna.
—Maldita sea. Tenemos compañía —susurró Pedro.
—¿Quién será? —dijo Paula, guiñando los ojos por la claridad.
Los dos jóvenes se arrastraron por el altillo para ver lo que ocurría.
Me gusta cómo se está desarrollando la historia. Pau se tiene que soltar un poco más.
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