—¿Paula?
Paula se quedó de piedra cuando identificó la voz de Gabriela Scott. Ahora se iba a librar del juego de Pedro. Le iba a contar que no estaban realmente comprometidos para que ella aprovechara aún más sus armas de mujer…
—¿Sí, señorita Scott?
—Pedro me dijo que no te encontrabas muy bien. La verdad es que necesitaba hablar contigo y pensé que si no te importaba…
Su voz sonaba como si estuviera triste. Pero triste de verdad.
Paula miró a la otra joven y vio que tenía marcas de haber estado llorando.
—¿Qué te pasa? —le preguntó a su clienta.
—Siento haber subido hasta aquí para molestarte. Has sido tan amable conmigo y yo, me he portado tan mal contigo… Se trata de Claudio.
Paula pestañeó, sorprendida.
—¿Qué pasa con Claudio? —preguntó la vaquera.
—Estoy enamorada de él, pero él no quiere casarse conmigo.
—Oh, ¿sí? —dijo la vaquera, sin poder imaginar a su hermano con Gabriela al lado—. ¿Has intentado hablar con él del asunto?
—Muchas veces. No puedo creer que me haya enamorado de él. Papá no aprobaría nunca nuestra relación.
Paula tenía ganas de mandar a la porra al papá de Gabriela…
—¡Me temo que Claudio no es la persona que esté más a favor del matrimonio!
—Pedro era igual, hasta que te lo propuso a ti.
—Pero no es lo mismo.
—La idea de que nos casáramos fue de papá, porque así, él no podría abandonar nunca la compañía —explicó Gabriela—. Ya sé que no estuvo bien por mi parte perseguirlo y fastidiarle las vacaciones, pero ahora que se va a casar contigo, espero que no me guarde rencor.
—Por supuesto que no —dijo Paula, intentando ser comprensiva.
—Te seré sincera —continuó Gabriela—. Pedro siempre me ha asustado un poco. Es tan inteligente y controvertido con todo lo que hace… Estará mucho mejor contigo puesto que tú también eres inteligente; así podréis tener conversaciones interesantes.
Paula se mordió el labio, preguntándose qué podrían tener en común una joven de la alta sociedad con Claudio y, de qué podrían hablar Pedro y ella, a parte de lanzarse insultos…
—Necesito a mi lado a alguien más básico que Pedro y Claudio es el hombre más adecuado.
En eso Gabriela tenía razón: realmente Claudio era un tipo muy sencillo… ¡Desde luego, el amor era algo impredecible! Te llevaba a hacer tonterías y rarezas, perdiendo la razón.
Paula lo sabía, por experiencia: se había enamorado de Pedro, a pesar de haberlo evitado por todos los medios. Por lo menos era consciente de ello.
En esos momentos, su caso era como el de Gabriela. Ambas se habían enamorado de dos hombres que no creían en el matrimonio y que vivían en mundos ajenos a los suyos.
Sacudiendo la cabeza amargamente, Paula le daba palmadas en la espalda a Gabriela, para consolarla. No sabía muy bien qué decirle. Estaba claro que Claudio no iba a abandonar su vida de soltero por ninguna mujer, y menos aún, por una joven cosmopolita con más dinero que inteligencia. Aunque fuera su tipo y estuviesen enamorados, su hermano mayor no podría mantener a su familia, con el sueldo de vaquero.
—No sé qué hacer —dijo Gabriela, llorando sinceramente—. Sería capaz de quedarme a vivir en Montana, si fuese necesario.
Paula seguía pensando que aquella joven no tenía dos dedos de frente… pero al fin y al cabo se trataba de una mujer agradable.
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