Se trataba de Gabriela, que perseguida por Claudio, había entrado en el establo. El hermano de Paula, que estaba mucho más tranquilo, ató a los caballos en una valla del corral. Ambos se enzarzaron en una larga discusión, que les condujo al centro del barracón.
La vaquera y el joven no podían acallar sus risas. Pedro, que estaba riendo a mandíbula batiente, se quiso incorporar apoyándose en una cuerda. Antes de que pudiera advertirle de que aquella soga abría una trampilla, Paula y él aterrizaron en pleno suelo del cobertizo.
Gabriela pegó un chillido. Y Claudio, sin sorprenderse demasiado le dijo a su hermana:
—¡Hola Red! ¿Dónde estuviste anoche? La fiesta estuvo muy bien.
Paula no dijo nada y cayó, con la cara aplastada sobre el pecho de Pedro.
Para Gabriela se trataba de un momento crítico: no sólo había perdido a su futuro marido, sino que otra mujer se lo había arrebatado. Paula lo sentía por ella.
—¿Estás bien, querida? —preguntó Pedro.
—Sí, ¿y tú?
—Muy bien. Parece que va siendo una costumbre que aterrices encima de mí. ¿Esta vez has perdido también la camisa, o no?
—Tonto —dijo Paula, pellizcándolo.
—¡Hey! Sólo era una pregunta. Ya sabes que siempre estoy dispuesto a cubrir tu desnudez con mi propia ropa…
—Claro —repuso la vaquera, sacudiendo su melena sobre los hombros.
Miró hacia Gabriela un segundo y le sorprendió que, en vez de estar enfadada, estuviese melancólica. Ella los miró a su vez.
—¡Hola a todos! —dijo Pedro, animadamente, intentando quitar la paja que se les había pegado encima a él y a Paula—. Lo siento, pero tenemos prisa. Justo ahora salíamos a comprobar el estado de las vallas del rancho. Lo comprendéis, ¿verdad?
—Por supuesto, se ve que teníais mucha prisa —exclamó Claudio, viendo la camisa de Paula entreabierta.
Pedro dio la vuelta a la vaquera y se dispuso a abrocharle los botones de la camisa, que difícilmente había conseguido desabrochar. Claudio le caía bien, pero algunas cosas pertenecían a su más estricta intimidad… como el sujetador de encaje de Paula.
—Me ha parecido oírte decir que un animal estaba herido —quiso saber la vaquera.
—No ha sido muy grave, pero la turista no se ha molestado en absoluto por el percance y no hemos podido volver antes.
—Eso no es cierto… —protestó Gabriela, gritando.
Paula frunció el ceño.
—Señorita Scott, siento que no pueda comprenderlo, pero nosotros tenemos que proteger…
—Querida —le interrumpió Alfonso—, eso es un problema que tienen que resolver Claudio y Gabriela.
—Pero…
—Nada. Tenemos mucha prisa esta mañana —replicó Pedro, llevándose a Paula de la mano, a través del establo—. Hemos de pasarlo bien, disfrutando de un picnic en el campo.
Esto último lo dijo Alfonso al oído de Paula, que estaba completamente desconcertada.
—Pero tengo que saber lo que ha ocurrido, porque esto es el negocio de mi familia. Necesito saber si Gabriela ha hecho algo peligroso, para que no lo repita…
—No tiene nada que ver con el rancho, créeme —dijo Pedro con seguridad, mientras ambos se subían a caballo.
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