El rancho recibía en verano a los turistas, como un ingreso complementario, porque lo que realmente generaba ganancias era el ganado. El negocio de la hacienda no era ningún juego. Los rancheros cuidaban a las reses con esmero y desarrollaban toda una serie de actividades suplementarias, propias de la vida del campo. Aquello era mucho más natural que crear ganancias a los que, de por sí ya tenían dinero y, sobre todo, mucho más satisfactorio.
Cada vez comprendía mejor a Paula y su pasión por poseer el rancho.
—¿Dónde se conocieron Samuel y usted? —le preguntó Pedro a Eva, mientras empujaba la silla de Paula, con corrección.
La abuela de la vaquera se preparó una taza de café y se sentó con ellos a la mesa.
—Samuel acababa de graduarse en una universidad de California, obteniendo el título de ingeniero agrónomo. Y yo iba en tren a ver a una prima que vivía en Sacramento. Me confundí de parada y cuando me quise dar cuenta ya me había bajado del tren. Le pedí ayuda a un joven que parecía un gigante y que me dijo:
—Es usted la joven con la que me voy a casar.
—No dije eso —aseguró Samuel, entrando en la cocina.
—No le hagas caso, Pedro. No quiere que sepáis lo romántico que era.
—Nunca fui romántico y además, recuerdo perfectamente lo que te dije —apuntó el abuelo, sonriendo—. Te dije que tendrías que tener mejor sentido de la orientación si querías casarte conmigo y venir a vivir a Montana.
—Siempre fuiste un poco gallito —le dijo Eva, cariñosamente.
Pedro sonrió y miró a Paula. Seguro que había oído la historia cientos de veces, pero le encantaba oírla una vez más.
—¿Al cabo de cuántos días se casaron? —siguió preguntando Alfonso.
—Cinco días —respondió Samuel.
«Cinco días, Dios mío», pensó Pedro, quedándose perplejo.
Era obvio que los Harding habían sido muy felices, durante mucho tiempo, pero ¿cómo pudieron conocerse en cinco días y arriesgarse, casándose para el resto de sus días? En cinco días la gente apenas si podía elegir un coche, pero casi nada más.
En el caso de que él quisiera casarse, lo haría pensándolo mucho.
Pedro, se encontró de repente confundido.
Si le hubieran hablado de contraer matrimonio, una semana antes, Alfonso habría mandado a paseo al inoportuno de turno. Pero, después de haber conocido a Paula, ya no pensaba igual. No sólo porque era realmente guapa, sino porque se trataba de una joven muy especial… Le encantaba su risa, su carácter firme, su honradez y ese sentido del humor que llevaba siempre consigo.
Después de todo, casarse con ella no estaría nada mal.
Quizá se encontraba un poco eufórico por estar en plenas vacaciones. En esos momentos, no quería ni oír hablar de su trabajo.
Consciente de que la vaquera lo estaba mirando, Pedro bebió cuidadosamente un sorbo de café negro. Le daba la impresión de que Paula estaba más callada aquella mañana… No era de extrañar: aún tenían que decirle a todo el mundo que lo del compromiso había sido puro teatro.
—¿Qué planes tenemos para hoy, señor Harding? —preguntó Alfonso, para borrar sus pensamientos sombríos—. Es más tarde que otros días.
—No pasa nada. Podéis ir a comprobar en qué estado están las vallas lindantes con el este del rancho.
Paula casi se atraganta con lo que estaba tomando. No le importaba trabajar duro, pero no por puro capricho del abuelo.
—¡Pero si Sebastian y tú lo estuvisteis revisando antes de ayer! Están en perfecto estado.
—Verificadlo de nuevo —ordenó Samuel Harding, sin más palabras.
—Pero…
—Venga, en marcha. Ya va siendo hora de que os pongáis en camino. Habéis trabajado duro durante toda la semana, no pasa nada por que os relajéis un poco hoy.
—De acuerdo —aceptó Paula.
Samuel Harding era el jefe del rancho; por mucho que no estuviera de acuerdo con él, Paula acataría sus órdenes.
—Me parece estupendo que disfrutéis de estos días. Al fin y al cabo es el momento adecuado para que celebréis vuestro compromiso —aconsejó la abuela de Paula.
La vaquera fue consciente de nuevo del lío en el que le había metido Pedro. Y estaba dispuesta a solucionarlo lo antes posible. Pero ¿cómo? Si hacían como que habían reñido para romper el compromiso, estarían mintiendo de nuevo. Por otra parte, decir la verdad iba a ser tan bochornoso…
—Lo pasaremos bien recorriendo las vallas —dijo Pedro con entusiasmo—. Podríamos hacer otro picnic.
—Lo dudo… —susurró secamente, la vaquera.
—Estupendo —se entusiasmó Eva, haciendo caso omiso de las palabras de su nieta—. Ahora mismo os preparo la comida para que os la llevéis.
Paula asesinó con la mirada a Pedro y dijo:
—Termina tu desayuno tranquilamente. Nos reuniremos dentro de una hora en el patio central.
Como respuesta, Alfonso le dedicó la mejor de sus sonrisas.
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