viernes, 9 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 51

 


—¿Paula?


Paula estaba en la parte de arriba del establo. Si conseguía que Pedro no la descubriera, podría pasar el día sin tener que ocuparse de él.


Lo que le pasaba en el fondo, era que la presencia de Pedro le gustaba demasiado. Además, tenía fantasías a plena luz del día, en las que se veía rodeada de niños morenos como Alfonso, con sus mismos dientes blancos.


—¿Querida? —continuó llamándola el joven.


Paula suspiró, diciendo:

—Estoy aquí arriba, Pedro, dentro del establo.


—¿Dónde? —preguntó Alfonso, con la mirada desenfocada por el contraste de luz.


—Aquí. Tenía unos minutos libres y me he puesto a buscar a Pidge y su familia.


El joven tomó una escalera para subir y encontrarse con Paula.


—¿Quién es Pidge?


—Se trata de una gata. Es buenísima cazando ratones. Tuvo gatitos hace unos días y todavía no sé donde los tiene escondidos. Ya sabes que las gatas recién paridas son extremadamente protectoras con sus crías y el trajín de los turistas les molesta especialmente. No se lo podemos reprochar, porque es algo instintivo.


—Esto parece un buen escondite para tener intimidad…


Paula protestó. Estaba reconociendo la mirada que se le ponía a Pedro cuando hablaba de intimidad. La vaquera tuvo la necesidad de bajar y salir fuera del establo: no quería que ambos se reunieran en la oscuridad, porque no podía hacerse responsable de sus actos.


—Vayamos a buscar a los caballos —dijo Paula sin darle tiempo a reaccionar.


—No tenemos ninguna prisa. Lo que quieren tus abuelos es que pasemos el día juntos. Nuestro compromiso ha sido muy agradable, porque todo el mundo desea que estemos solos. ¡Qué considerada es la gente!


—Querrás decir nuestro falso compromiso —puntualizó Paula, teniendo en cuenta que él no tenía la intención de casarse con nadie, y menos con ella.


Pedro se apoyó en una paca de heno.


—Se está muy bien aquí. Como en el resto del rancho, no falta detalle para que todo sea práctico y cómodo.


—Gracias —dijo la vaquera.


Estaba un poco triste porque a pesar de que no debía tener relaciones sexuales con él, era lo que más le apetecía en el mundo.


Pedro, a su vez, se había sorprendido a sí mismo pensando cómo serían sus hijos si alguna vez se casara… desde luego no con alguien como ella.


—No has encontrado a los gatos, ¿no es cierto?


—Pues no.


—¿Crees que la gata se encontrará bien?


Paula se puso a juguetear con el pañuelo que tenía anudado al cuello.


—Ha aparecido por casa para comer. Hasta que las crías no sean más grandes, Pidge no va a compartirlas con nadie. Ya sabes lo independientes que son los gatos, excepto cuando las hembras están en celo, claro.


Paula era consciente de que no paraba de hablar, porque Alfonso se acercaba más y más a su pecho, y teniendo en cuenta lo sensible que tenía el corazón…


—Es curioso las repercusiones que llegan a tener ciertas cosas con el sexo —comentó Alfonso.


Las mejillas de la vaquera se sonrojaron.


—El sexo es más fácil para los machos que para las hembras. Al fin y al cabo, son ellas las que se quedan preñadas… No se puede decir que haya muchos gatos machos que desempeñen el papel de padre —dijo Paula.


—Puede que no se sientan muy válidos en ese papel —añadió Pedro, y ambos supieron que no se refería a los gatos.


—Estoy segura de que si lo intentaran, se darían cuenta de que no es tan difícil…


—Puede que los padres carezcan de lo que más les puede gustar a sus bebés —dijo Alfonso, mirando hacia el pecho de Paula.


—Eso son excusas —repuso la vaquera, intentando ponerse en pie—. Salgamos de aquí. No me apetece seguir hablando de la vida sexual de los gatos.


—Pues, a mí no me apetece hablar en absoluto —añadió Alfonso, mientras introducía un dedo en la trabilla del cinturón de Paula y la tendía en el suelo del altillo.


—¡Pedro!


—¡Paula! —saltó Alfonso, imitando el mismo tono de voz de la vaquera—. Lo único que quiero es disfrutar un poco de intimidad con mi prometida.


Pedro se dedicó a dibujarle el rostro con la punta del dedo índice.


—Hemos dormido juntos esta noche. ¿Qué más puedes esperar de mí? —se quejó Paula.


—Lo más divertido del asunto. Podemos probarlo entre el heno de aquella esquina



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