Pedro se estaba tomando otra taza de café, mientras esperaba que Paula estuviese lista. Le encantaba verla en acción, charlando con todo el mundo. ¡Era una excelente relaciones públicas y lo hacía tan bien, porque le encantaba la gente!
Los vaqueros estaban en los establos con los turistas, según su grado de dominio les otorgaban tal o tal montura y les designaban a un guía.
Paula le estaba diciendo a un tímido adolescente, lo bien que lo iban a pasar montando a caballo y conduciendo el ganado por las montañas. Automáticamente, el chico la adoró por completo.
Pedro suspiró. Paula le acababa de robar el corazón a un nuevo turista…
Sin embargo, dentro de un rato la vaquera y él saldrían con los caballos y estarían completamente solos. Alfonso pensó que quizá podrían hacer un pequeño progreso en su relación de amistad.
Pero, de pronto, una voz aguda cortó el alegre bullicio matinal.
—¡Cielo santo, Pedro! ¿Éste es el lugar que has escogido para esconderte?
Alfonso levantó la vista y divisó a Gabriela Scott, a unos tres metros de su mesa. Llevaba un modelo de seda clara y unos zapatos italianos que desentonaban completamente con el entorno del rancho.
—Hola, Gabriela, ¿qué tal estás?
—¡Qué pinta tienes, Pedro!
Alfonso se miró, y vio que sus téjanos estaban manchados de polvo.
—¿Qué te trae por Montana?
Los ojos de Gabriela estaban más azules que nunca y mostraban claramente lo fría que era su mirada.
—No sabíamos dónde te habías metido. Papá te había dejado un montón de mensajes en el contestador automático.
—Es verdad, se me olvidó oír los mensajes —respondió Alfonso, tratando de no reír.
Paula apareció a su lado, sin poder creer lo que estaba viendo.
—¿Pedro?
Alfonso abrazó a la vaquera, diciendo:
—Hola, cariño, ¿a qué no sabes quién ha venido?
—¡Oh! Por lo que veo, te has ido de vacaciones con tu criada… Resulta muy democrático, pero me temo que no es una buena idea.
Paula soltó las riendas de sus monturas, para tener las manos libres…
—¿Se puede saber…? —empezó a preguntar la vaquera.
—Cariño, se trata de una invitada… —le cortó Pedro, comprobando que Paula no iba a tener ningún problema en llegar a las manos con Gabriela.
—No soy la criada de nadie —dejó bien claro la vaquera.
—Claro que no, querida —dijo Alfonso—. La familia de Paula es propietaria de todo el rancho. Se trata de una hacienda próspera, que atrae todos los veranos a cientos de turistas.
Sin embargo, aquellas palabras no impresionaron a Gabriela, en absoluto.
De repente, Pedro tuvo una idea.
—Estoy encantado de verte, porque tengo que anunciar que Paula y yo nos vamos a casar —dijo Alfonso en alto dándole un beso en la boca a su futura esposa, que no podía creer lo que estaba oyendo.
Un alegre murmullo se extendió por el patio, mientras que Gabriela dio un chillido:
—¿Que os vais a casar?
Acto seguido, Paula se volvió hacia Pedro, e intentó golpearlo en el pecho, sin conseguirlo. El muy cretino, se lo estaba pasando en grande con aquel montaje. Sin embargo, el beso que le había dado aún resonaba dentro de su corazón.
Pero tenía claro que se iba a vengar de Pedro en cuanto pudiera.
A su alrededor, la gente que había oído la noticia les felicitaba sonriendo. Paula siguió interpretando su papel de prometida, como si fuera muy feliz. En cuanto pudo, le susurró a Pedro:
—Te vas a acordar de esto…
Tras el anuncio del compromiso, Gabriela se puso como una furia.
A Paula no le importó seguir con el juego, puesto que en cuanto se marchara la despechada acosadora, las aguas volverían a su cauce y desmentirían el compromiso.
—Querido, ¿no habíamos quedado en que se lo diríamos primero a mi familia? —dijo Paula, dulcemente—. Iba a ser un secreto hasta entonces.
—No he podido evitarlo —sostuvo Pedro, besando de nuevo a la vaquera—. He querido compartir nuestra alegría con mi vieja amiga. Y ya sabes lo importantes que son los amigos para mí, ¿no es cierto, amor mío?
Paula estuvo a punto de pegarlo, pero prefirió no soltar prenda.
—Claro, cielo.
Tantas palabras de amor estaban a punto de empalagarla. Además, no estaban teniendo el efecto esperado en Gabriela, que no había abandonado su habitual frialdad calculadora.
—La noticia me ha pillado realmente por sorpresa, Pedro.
—La verdad es que a mí también —dijo Alfonso, animadamente—. Ya sabes como soy yo con el matrimonio.
—Sí, pero tu pequeña Paula… ¿cómo se llamaba?
—Chaves—la apostilló la propia vaquera, sonriendo tan fríamente como lo hacía habitualmente Gabriela.
—La señorita Chaves parece haberte hecho cambiar de opinión, respecto al matrimonio.
—Pues, sí. No hay nada como tomarse unas buenas vacaciones para relajarse en pareja… Te hace congeniar con el otro, mucho más fácilmente. Te lo recomiendo de verdad, si quieres contraer matrimonio.