martes, 6 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 41

 


Pedro se estaba tomando otra taza de café, mientras esperaba que Paula estuviese lista. Le encantaba verla en acción, charlando con todo el mundo. ¡Era una excelente relaciones públicas y lo hacía tan bien, porque le encantaba la gente!


Los vaqueros estaban en los establos con los turistas, según su grado de dominio les otorgaban tal o tal montura y les designaban a un guía.


Paula le estaba diciendo a un tímido adolescente, lo bien que lo iban a pasar montando a caballo y conduciendo el ganado por las montañas. Automáticamente, el chico la adoró por completo.


Pedro suspiró. Paula le acababa de robar el corazón a un nuevo turista…


Sin embargo, dentro de un rato la vaquera y él saldrían con los caballos y estarían completamente solos. Alfonso pensó que quizá podrían hacer un pequeño progreso en su relación de amistad.


Pero, de pronto, una voz aguda cortó el alegre bullicio matinal.


—¡Cielo santo, Pedro! ¿Éste es el lugar que has escogido para esconderte?


Alfonso levantó la vista y divisó a Gabriela Scott, a unos tres metros de su mesa. Llevaba un modelo de seda clara y unos zapatos italianos que desentonaban completamente con el entorno del rancho.


—Hola, Gabriela, ¿qué tal estás?


—¡Qué pinta tienes, Pedro!


Alfonso se miró, y vio que sus téjanos estaban manchados de polvo.


—¿Qué te trae por Montana?


Los ojos de Gabriela estaban más azules que nunca y mostraban claramente lo fría que era su mirada.


—No sabíamos dónde te habías metido. Papá te había dejado un montón de mensajes en el contestador automático.


—Es verdad, se me olvidó oír los mensajes —respondió Alfonso, tratando de no reír.


Paula apareció a su lado, sin poder creer lo que estaba viendo.


—¿Pedro?


Alfonso abrazó a la vaquera, diciendo:

—Hola, cariño, ¿a qué no sabes quién ha venido?


—¡Oh! Por lo que veo, te has ido de vacaciones con tu criada… Resulta muy democrático, pero me temo que no es una buena idea.


Paula soltó las riendas de sus monturas, para tener las manos libres…


—¿Se puede saber…? —empezó a preguntar la vaquera.


—Cariño, se trata de una invitada… —le cortó Pedro, comprobando que Paula no iba a tener ningún problema en llegar a las manos con Gabriela.


—No soy la criada de nadie —dejó bien claro la vaquera.


—Claro que no, querida —dijo Alfonso—. La familia de Paula es propietaria de todo el rancho. Se trata de una hacienda próspera, que atrae todos los veranos a cientos de turistas.


Sin embargo, aquellas palabras no impresionaron a Gabriela, en absoluto.


De repente, Pedro tuvo una idea.


—Estoy encantado de verte, porque tengo que anunciar que Paula y yo nos vamos a casar —dijo Alfonso en alto dándole un beso en la boca a su futura esposa, que no podía creer lo que estaba oyendo.


Un alegre murmullo se extendió por el patio, mientras que Gabriela dio un chillido:

—¿Que os vais a casar?


Acto seguido, Paula se volvió hacia Pedro, e intentó golpearlo en el pecho, sin conseguirlo. El muy cretino, se lo estaba pasando en grande con aquel montaje. Sin embargo, el beso que le había dado aún resonaba dentro de su corazón.


Pero tenía claro que se iba a vengar de Pedro en cuanto pudiera.


A su alrededor, la gente que había oído la noticia les felicitaba sonriendo. Paula siguió interpretando su papel de prometida, como si fuera muy feliz. En cuanto pudo, le susurró a Pedro:

—Te vas a acordar de esto…


Tras el anuncio del compromiso, Gabriela se puso como una furia.


A Paula no le importó seguir con el juego, puesto que en cuanto se marchara la despechada acosadora, las aguas volverían a su cauce y desmentirían el compromiso.


—Querido, ¿no habíamos quedado en que se lo diríamos primero a mi familia? —dijo Paula, dulcemente—. Iba a ser un secreto hasta entonces.


—No he podido evitarlo —sostuvo Pedro, besando de nuevo a la vaquera—. He querido compartir nuestra alegría con mi vieja amiga. Y ya sabes lo importantes que son los amigos para mí, ¿no es cierto, amor mío?


Paula estuvo a punto de pegarlo, pero prefirió no soltar prenda.


—Claro, cielo.


Tantas palabras de amor estaban a punto de empalagarla. Además, no estaban teniendo el efecto esperado en Gabriela, que no había abandonado su habitual frialdad calculadora.


—La noticia me ha pillado realmente por sorpresa, Pedro.


—La verdad es que a mí también —dijo Alfonso, animadamente—. Ya sabes como soy yo con el matrimonio.


—Sí, pero tu pequeña Paula… ¿cómo se llamaba?


—Chaves—la apostilló la propia vaquera, sonriendo tan fríamente como lo hacía habitualmente Gabriela.


—La señorita Chaves parece haberte hecho cambiar de opinión, respecto al matrimonio.


—Pues, sí. No hay nada como tomarse unas buenas vacaciones para relajarse en pareja… Te hace congeniar con el otro, mucho más fácilmente. Te lo recomiendo de verdad, si quieres contraer matrimonio.




lunes, 5 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 40

 


Paula se encontraba más calmada, cuando se acercó a la tienda que hacía las veces de comedor. Pedro estaba sentado con otros vaqueros bromeando… Siempre y cuando aquellos hombres no la besaran, Alfonso se sentiría a gusto con ellos.


De pronto, Pedro la divisó y le hizo señales para que se uniera al grupo.


Un vaquero susurró algo al oído de la joven, interceptándole el paso:

—Red, parece que ese tipo se te ha pegado como una lapa.


Paula se dio media vuelta y descubrió a Claudio, cuyo sombrero había sido recientemente abastecido de todo tipo de preservativos.


En efecto, su hermano mayor podía ser un mujeriego, pero por lo menos era coherente y se relacionaba honestamente con sus acompañantes.


—No te preocupes, Claudio —respondió la vaquera.


—¿Sabes una cosa? No me cae del todo mal —dijo el vaquero, refiriéndose a Alfonso.


—Los hombres siempre suelen hace buenas migas entre ellos… Luego te veo, Claudio.


Paula tomó un plato y lo llevó donde estaba el cocinero, para que le sirviera el desayuno. A continuación se fue a sentar con Pedro y los demás, que desaparecieron poco a poco para no molestar…


—¿Qué les has dicho para que se esfumaran nada más verme? ¿Los has amenazado para que nos dejaran solos?


—Por supuesto que no. Soy un tipo muy civilizado —dijo Pedro bebiendo un buen trago de café—. ¿Acaso no te apetecía desayunar conmigo?


Paula rió por lo bajo, mientras le lanzaba un poco de beicon a Bandido.


—Has conquistado a todo el mundo en el rancho, ¿acaso no soy una más?


—Pero querida, tú eres mi…


—… monitora —le interrumpió, la vaquera—. No necesitas para nada un monitor, porque puedes arreglártelas solo perfectamente.


—Pero prometiste que serías mi guía —dijo Pedro con su irresistible sonrisa. Al cabo de un par de segundos, Paula había olvidado lo que le preocupaba.


En efecto, hombres como aquél podían ser muy perjudiciales para la salud, sobre todo para mujeres como ella, que podían llegar a perder hasta la identidad.


El resto de los turistas comenzaban a acercarse en grupos más numerosos para tomar el desayuno.


Paula se levantó y se dirigió hacia sus abuelos, que estaban conversando con varias familias.


Los turistas que venían por primera vez tenían muchas preguntas que hacer y no dudaban en planteárselas a sus anfitriones. Pero los que lo pasaban mejor eran los niños, para ellos era como un sueño poder ser auténticos vaqueros, como los de las películas.


De pronto, Paula volvió a acordarse de Alfonso, por lo tierno que se ponía a veces. Pero estaba claro que ambos no serían más que amigos.




FARSANTES: CAPÍTULO 39

 


—¿Estás bien, querida? —le preguntó a Paula, su abuela.


—Claro que sí. ¿Qué podría pasarme?


—Pues no sé… algo relacionado con tu amigo.


—Apenas es mi amigo —dijo la joven—. Lo único que quiere es practicar el sexo conmigo.


—Eso estaría muy bien —sugirió Eva Harding.


—Pero abuela, no está bien que hables así. Se supone que tienes que salvaguardar mi honor y no respaldar a un hombre que sólo quiere tener relaciones pasajeras.


—Esas ideas están pasadas de moda. Yo pensaría más bien, en aprovechar todas las posibilidades de disfrutar que se nos presenten día a día.


—Pero en este caso, las posibilidades son escasamente interesantes. Lo que busca Pedro es sexo. Y no está enamorado de mí.


Eva sonreía serenamente.


—No te preocupes por eso. Los hombres suelen razonar partiendo del abdomen, pero posteriormente, los pensamientos terminan pasando por el corazón.


El propio corazón de Paula se aceleró ligeramente.


—Me da la impresión de que éste no es el caso. Yo no quiero que Pedro se enamore de mí, porque sería incapaz de quedarse a vivir en Montana.


—Pero, querida, el rancho no es lo más importante del mundo —exclamó Eva.


—No digas eso, abuela —respondió Paula cruzándose de brazos—. Espero que no pienses como el abuelo, que para llevar el rancho hace falta ser un hombre.


—Claro que no, cariño. Sé muy bien que lo harías de maravilla. Pero sería más fácil compartir la gestión del rancho con un hombre como Pedro. Dale una oportunidad, porque creo que se trata de una buena persona. Es posible que acabe sorprendiéndote.


Paula seguía pensando que la amistad de Alfonso no tenía futuro. Él sabía muy bien lo que quería: una aventura de verano. Y ante todo, la vaquera sabía que, aunque Pedro tuviese la intención de casarse, ella no reunía los requisitos para ser su esposa.


Y lo más importante era que a ella todo aquello le daba igual. Es más, la idea de que ambos se enamoraran le parecía absurda…


La vaquera se quedó mirando por la ventana, fascinada por el soberbio paisaje que se divisaba desde la casa familiar.


Con una sonrisa en los labios, Paula pensó que, pasara lo que pasara, ella siempre podría contar con su propio sentido del humor.



FARSANTES: CAPÍTULO 38

 


Pedro dio media vuelta en su saco de dormir y miró hacia el techo de la tienda de campaña. Llevaba seis días en el rancho. Seis días de frustración y de felicidad completa…


Paula era como un tornado que absorbía a todos los que pasaban a su lado. La falta de agua caliente en las duchas y la dureza del suelo para dormir dejaban de tener importancia, ante la simpatía y el entusiasmo de la vaquera.


Sus abuelos la querían con locura.


Los turistas la adoraban.


Los vaqueros eran capaces de hacer cualquier cosa por ella.


Sin embargo, a Pedro le hacía sentirse frustrado, a pesar de su sentido del humor. No habían vuelto a besarse como amigos. Alfonso se había concentrado en el trabajo duro del rancho. Con la intención de convertirse en un amigo de la familia, se dedicó a hacer méritos, ocupándose de todo tipo de tareas, consideradas poco apropiadas para los turistas, como alimentar a los animales, o limpiar las cuadras de los caballos.


Pedro se había dado cuenta de que, cualquier trabajo se convertía en un divertimento en cuanto Paula estaba a su lado, riendo alegremente y con los ojos más expresivos que nunca.


Lo que más le tranquilizaba era saber que ambos se deseaban mutuamente, con la misma intensidad.


Bostezando, Pedro salió de la tienda y se dirigió hacia las duchas, tapado con una toalla anudada a la cintura. El sol no había salido todavía detrás de las montañas, mientras que las últimas estrellas desaparecían con la claridad del nuevo día. Era miércoles y al cabo de unas horas, llegaría un nuevo grupo de turistas.


—Buenos días —saludó Paula, notando como Pedro se erguía ligeramente.


—Buenos días —contestó Alfonso, a su vez.


La guía le traía ropa limpia de parte de su abuela.


—Te la iba a dejar en tu tienda, pero ya que estás aquí, tómala.


Pedro reconoció varios téjanos y camisas, que estaban impecables.


—Vaya, vaya. Creo que le he caído bien a tu abuela —dijo Pedro, sonriendo.


—Eso es porque no paras de hacer méritos —contestó la vaquera, en broma.


En realidad, Alfonso se sentía molesto en presencia de la familia Harding. Pero ellos no tenían la culpa. Las familias felices eran un enigma para él. Sabía que Paula había fruncido el ceño cuando ambos se habían reunido con sus allegados del rancho. El problema era que él era incapaz de relajarse en ese ambiente.


¿Qué pasaría cuando se separaran después de las vacaciones?


Pedro no quería plantearse la pregunta. Quería aprovechar hasta el último minuto de su estancia en el rancho para estar con Paula.


—¿Qué tal una ducha entre amigos? —preguntó Alfonso, con picardía.


—Ni pensarlo —dijo la vaquera.


Ella se daba cuenta de que los objetivos de Pedro eran siempre los mismos. Lo único que variaba eran las tácticas que empleaba para conquistarlos…



domingo, 4 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 37

 


Alfonso se quedó pensando que Paula significaba mucho para él. La encontraba realmente bella: su piel era sonrosada, sus ojos estaban realzados por abundantes pestañas y poseían el fulgor de la malaquita. Su melena era simplemente soberbia…


Sin darse cuenta, Paula se desabrochó los primeros botones de la camisa dejando entrever los senos. Pedro acarició lo más sensual de su feminidad, pero rápidamente, notó el desacuerdo de su anfitriona.


—No, por favor. Dijimos que nos daríamos un beso solamente.


—De acuerdo —dijo Alfonso, respetando su deseo.


Pero el beso que le estaba dando se había fijado en el pecho izquierdo, por lo que tenía que apartar el sujetador de encaje.


De pronto, un lamento lleno de deseo salió de la garganta de Paula…


La monitora, a pesar de su falta de experiencia, respondía con mucha vivacidad a los estímulos sensoriales que le suscitaba su compañero. Los dos se movían al unísono, sabiendo lo mucho que se deseaban. Hacían una pareja perfecta para descubrir nuevas sensaciones.


Pero, tras unos segundos de puro placer, Paula se incorporó.


—Pedro…


—Dime, querida —murmuró Alfonso, mordisqueando uno de sus pezones y acariciando suavemente el otro.


Se estaba concentrando en el pecho de Paula porque quería continuar, bajándole la cremallera de los téjanos y descubrir la cálida hendidura que se encontraba entre sus piernas.


Pedro, no… —protestó la vaquera, impulsándole fuertemente hacia atrás.


—Pero, cariño…


—Para, por favor.


La voz de Paula, lo dejó paralizado de frustración. No obstante, se trataba de la voluntad de su compañera y quiso respetarla.


Molesto, se puso a mirar el paisaje, preguntándose como se había podido meter en aquel lío. La mujer con la que estaba era la que le había gustado más que cualquier otra en el mundo. Pero daba la casualidad de que lo único que le interesaba de él era su amistad…




FARSANTES: CAPÍTULO 36

 


La vaquera no podía ser más feliz, estaba en Montana, en pleno contacto con la naturaleza y con aquel hombre, que le hacía disfrutar tanto de las sensaciones como ningún otro hombre había sabido hacer.


—Pedro, ¿me puedes decir a qué viene todo esto? —preguntó Paula, desorientada.


—Pídeme lo que quieras que te lo voy a dar…


Los dientes de Alfonso brillaban, más blancos que nunca, lo que hacía contraste con el bronceado de su cuerpo. La joven sabía que Pedro era perfecto, pero no hasta el punto de imaginárselo en una cabina de rayos UVA.


—¿Cómo un broker que está trabajando durante todo el día, puede estar tan moreno? —le susurró Paula, al oído.


—Es que mi despacho da a una terraza… No, en serio, suelo ocuparme del jardín de casa, en cuanto tengo tiempo.


Su casa contaba con mucho terreno. Tenía muchos árboles y arbustos que componían un paisaje bello y sereno, un auténtico compendio equilibrado de naturaleza y sofisticación.


—No necesitas a un jardinero.


—No.


—Pensé que era un símbolo de status y que no podías pasar sin él.


La expresión de su rostro mostró cierta amargura.


—Sé que no vas a creerme, pero el dinero no lo es todo para mí, Paula. Y además, si me gusta el trabajo duro, ¿para qué voy a contratar a un jardinero?


—Tienes razón —añadió la guía, pensando lo mucho que le había sorprendido Pedro.


En efecto, Alfonso le había parecido en un principio, un ser volcado en su trabajo y que valoraba excesivamente el dinero. Pero desde que lo convenció para que fuera a Montana, estaba mucho más natural y relajado. Era una pena que su profesión se desarrollara en un escueto despacho.


Paula se puso a juguetear dibujando los rasgos de su rostro con el dedo índice. De pronto, Pedro lo atrapó con la boca y comenzó a succionarlo sensualmente.


Su acompañante sentía que iba a derretirse de un momento a otro, sobre la manta de cuadros.


—Puede que no sea una buena idea continuar así…


—Sería un auténtico error parar de besarnos y acariciarnos —respondió Alfonso, con voz ahogada.


Sin embargo, aunque no había pensado besarla, había sido ella la que le había inducido a ello. No cabía duda de que Paula procedía de una familia de pioneros, cuya obstinación y perseverancia, habían levantado un rancho contra viento y marea. ¡La determinación era lo último que había que perder!


Pedro le deshizo la trenza y esparció sus cabellos sobre los hombros. No pudo evitar imaginar lo bella que estaría, haciendo el amor en una cama…




FARSANTES: CAPÍTULO 35

 


Debía de estar loca, rechazando a un tipo como Pedro Alfonso. Siendo quién era, podía resultar mucho más engreído e inaccesible. ¡Y pensar que la deseaba apasionadamente!


Paula le apartó un mechón de pelo que le tapaba la frente.


—Supongo que no somos tan distintos, al fin y al cabo —dijo la joven, luchando lo indecible para no estrecharlo entre sus brazos.


—¿Hablas en serio?


—Claro. Creo que tienes razón: hemos trabajado tan duro que necesitamos vivir la vida más intensamente. No es que me esté refiriendo a tener una aventura…


—Lo comprendo —contestó Pedro, suavemente.


Paula le acarició esa vez los labios y la barbilla… No podía negar que le apetecía mucho tocar ese cuerpo tan masculino.


La monitora suspiró profundamente. Se moría por que Pedro la besara de nuevo, como lo había hecho el otro día en el establo. Sus cuerpos se habían unido íntimamente, formando un todo… Tenía que existir una solución conjunta para los dos.


—Podríamos ayudarnos entre nosotros, como amigos, claro está.


—Sí, claro. La amistad es muy importante.


Ambos coincidieron en la mirada y Merrie se sintió de algún modo, triunfante.


—Los amigos se besan de vez en cuando, y no tiene por qué haber algo más entre ellos.


—Cielos… —se quejó Pedro, mientras tomaba la nuca de Paula para darle un beso en la boca.


Los dos se sumieron en un apabullante cuerpo a cuerpo, aunque la joven esperaba que esta vez, el beso fuese más dulce y sensual que el anterior. Así, ambos podrían aliviar la tensión que existía entre los dos…


Pero Paula se equivocó, la fuerza que les unía se enfervorizó aun más todavía.


Paula se quedó espantada al comprobar el poder que tenía Pedro sobre sus sentidos. No quería que dejara de besarla nunca más, y echó su cabellera hacia atrás. Aquello excitó a Alfonso, que comenzó a penetrar su boca con la lengua, deleitándose con la suavidad de su interior.


La monitora le acarició los brazos y el torso, recordando lo musculosos que eran.


Jamás podría olvidar aquellos instantes tan ajenos al tiempo y al espacio, que provocaban un auténtico torbellino de pasión.


—Esto es pura ambrosía de placer —murmuró Alfonso, al oído de su guía.


—No —contestó Paula—, se trata del afrodisíaco bizcocho de chocolate que nos hemos tomado de postre.


—No necesito el chocolate por muy afrodisíaco que sea, para que me arrebates el sentido —insistió Pedro incorporándose, y tomándola en sus brazos.