Pedro le tomó de la mano y le enseñó los dos establo. Y ella se quedó impresionada con la limpieza y las instalaciones.
Luego fueron al granero y Paula se fijó en un edificio alargado que había en la parte de atrás.
–¿Es ahí donde duermen los hombres?
–Sí.
–¿Puedo verlo?
Él se encogió de hombros.
–Claro. No creo que haya nadie a estas horas.
Si Paula necesitaba una dosis de realidad, el barracón le hizo bajar de las nubes. El edificio estaba formado por una cocina con dos mesas largas, un salón con sofás, sillones y una vieja televisión, y el dormitorio. Al final de este había varias puertas, que debían de ser los baños.
Se parecía demasiado a la casa de acogida en la que había estado con su madre, y solo de verlo se puso nerviosa, le trajo malos recuerdos.
No se podía imaginar volviendo a vivir en un lugar así. Solo la idea le dio miedo.
–¿Y has dicho que el capataz tiene su propio alojamiento?
–Está detrás. Si quieres, puedo enseñártelo, aunque ahora lo está utilizando Claudio. Se parece a tu apartamento, pero todo en una habitación. Y con la mitad de tamaño.
Eso significaba que la vivienda era como su salón. Y era suficiente para un hombre solo, pero ¿y si el capataz decidía casarse?
A ella le daba igual porque, a pesar de lo que sentía por Pedro, después de ver aquella parte de su vida supo que su relación no iría más allá.
Pedro debió de darse cuenta de que estaba incómoda, porque le puso la mano en el hombro y le dio un cariñoso apretón.
–¿Estás bien?
Ella se obligó a sonreír.
–Sí. Solo un poco cansada.
–Bueno, pues vamos. Puedes dormir en el viaje si quieres.
–Sí.
Recogieron sus cosas, las metieron en la camioneta y se fueron antes de las diez. Paula cerró los ojos, pero no podía dormir. Tampoco podía hablar, así que se quedó inmóvil, para que Pedro pensase que estaba dormida y lo escuchó cantar con la radio. ¿Sabría que cantaba muy bien? Era un hombre perfecto en todos los aspectos. En todos, menos en el que más le importaba a ella.
Y lo irónico de la situación era que, aunque hubiese podido cambiarlo, no lo habría hecho. El problema era suyo, no de él. No se lo merecía, así que, aunque aquella semana hubiese sido maravillosa, tenía que terminar con aquello lo antes posible.