domingo, 14 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 44

 


Cuando volvieron al rancho eran más de las doce. Paula estaba un poco mareada por la cerveza y agotada, así que se metió en la cama y esperó a que Pedro saliese del baño.


Cuando volvió a abrir los ojos ya era de día.


–Buenos días, bella durmiente.


Paula se sentó y se frotó los ojos. Pedro estaba al lado del armario, vistiéndose. Tenía el pelo mojado y había una toalla a los pies de la cama.


–¿Qué hora es?


–Poco más de las ocho y media. Anoche, cuando me metí en la cama, ya estabas frita.


–Pues haberme despertado.


Él se encogió de hombros antes de ponerse una camiseta.


–Creo que ambos necesitábamos descansar.


–Pero era mi última noche aquí.


Pedro se acercó y se sentó en el borde de la cama.


–No tiene por qué ser así.


–Sabes que tengo que volver a trabajar.


Él le acarició la mejilla y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.


–Podrías volver después de la gala.


Paula contuvo la respiración un instante.


–¿Te gustaría? Pensé que habíamos dicho que lo nuestro se terminaría después de la gala.


–¿Es eso lo que quieres?


No era lo que quería, pero sabía que no tenían futuro. Sus vidas eran demasiado diferentes.


–Será mejor que no hagamos planes a largo plazo –le dijo–. Ya veremos cómo van las cosas.


–Me parece bien –le dijo Pedro.


Y su respuesta la decepcionó.


Lo vio ponerse los calcetines y las botas. Entonces, levantó la cabeza y la miró.


–¿Estás bien?


Debía de notársele en la cara que estaba confundida.


Se obligó a sonreír.


–Supongo que todavía medio dormida.


–Bueno, pues levántate. Tenemos que ponernos en marcha –le dijo él, dándole un rápido beso–. He estado tan ocupado que no te he enseñado los establos. ¿Quieres verlos antes de que nos marchemos?


–Sí.


–Te esperaré fuera.


–No tardaré.


Paula se levantó, se aseó, se vistió e hizo la maleta. Le hubiese gustado quedarse unos días más, pero tenía que volver a su vida real. Bajó la maleta y la dejó al lado de la puerta, y luego fue a la cocina a despedirse de Elisa y darle las gracias por su hospitalidad, pero no la encontró.


De hecho, debía de ser porque era domingo, pero no había nadie por ninguna parte. Fue hacia los establos y encontró a Pedro en lo que debía de ser el despacho, sentado delante del ordenador, concentrado en la pantalla y escribiendo a una velocidad increíble para alguien que acababa de aprender a leer.


–Eres muy rápido –comentó.


Pedro se sobresaltó al oír su voz.


–Me has asustado. No te he oído entrar.


Le dio a un par de teclas más y cerró el ordenador.


–¿Cómo has aprendido a escribir así?


Él se levantó del sillón.


–Con un programa de ordenador de la biblioteca. Practico en mi tiempo libre.


Parecía nervioso, así que Paula prefirió dejar el tema.


–¿Has visto a Elisa? –le preguntó–. Quería despedirme de ella.


–Está en la iglesia. Como casi todos los hombres. Los obliga a ir. Dice que eso hace que sean buenas personas.


Paula se preguntó si también lo obligaría a ir a él. No se lo imaginaba.


–Supongo que por eso está todo tan tranquilo.


–Los domingos son así. ¿Damos ese paseo?


–Sí.





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