sábado, 13 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 41

 


Paula estaba en la habitación, sentada en la cama. Se había puesto vaqueros y una camisa de manga larga, y se estaba calzando unas botas de montar. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Pedro se escondió la flor en la espalda y la observó.


Era muy guapa. Y, aunque le sentaban bien los trajes, el pelo recogido y el maquillaje, le gustaba más así.


Levantó la vista y lo vio. Sonrió.


–Buenos días. No te he oído subir.


–Buenos días.


–Gracias por haberme dejado dormir.


–Me parecía justo. Anoche te mantuve despierta hasta muy tarde.


Ella sonrió y señaló hacia la ventana.


–He visto el camión. Supongo que el negocio ha ido bien.


–Perfectamente.


–Seguro que tu jefe se pone muy contento.


–Seguro.


–Bueno. ¿Voy bien así vestida?


Pedro sonrió.


–A mí me lo parece. Aunque… te falta algo.


Paula se miró de pies a cabeza.


–¿Una chaqueta?


Él sacó la flor.


–Esto.


Paula abrió mucho los ojos.


–Gracias –dijo Paula, sonriendo casi con timidez–. Es preciosa. La pondré en el jarrón para que no se marchite.


Se giró para hacerlo y Pedro la abrazó por la cintura.


–Anoche lo pasé muy bien, por cierto.


Ella suspiró, cerró los ojos y se apoyó en él.


–Yo también.


Pedro le dio un beso en el cuello y metió una mano por debajo de su camisa.


–Si no paras, no vamos a salir de aquí.


Él le dio un último beso y se apartó.


–¿Estás preparada para montar a caballo?


–La otra noche estuve horas viendo cómo se hacía por Internet.


Típico de ella, aunque no era lo mismo leer al respecto que hacerlo.


Bajaron las escaleras y Pedro tomó la cesta con el picnic antes de salir.


Buttercup y Lucifer estaban ensillados.


–¿Lista? –volvió a preguntarle a Paula.


–Eso creo –respondió ella, nerviosa.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 40

 


Ambos repitieron la operación una y otra vez, hasta que se terminaron la botella. Estaban tan excitados que, cuando hicieron el amor, salpicaron agua por todo el cuarto de baño.


Cuando esta se hubo quedado fría, recogieron el cuarto de baño, se envolvieron en dos enormes toallas y volvieron a su habitación de puntillas, aunque a las once y media de la noche no era probable que nadie los oyese.


Según Pedro, allí todo el mundo se levantaba antes del amanecer, así que Elisa debía de acostarse pronto.


Al llegar a la cama volvieron a hacer el amor y luego hablaron un rato, sobre todo del funcionamiento del rancho. Volvieron a hacer el amor y después, ella envuelta en una manta y él en una toalla, bajaron a la cocina a calentar el estofado que había sobrado, que se comieron otra vez en la cama. Eran más de las dos cuando se durmieron abrazados. Paula lo hizo pensando que había sido una noche perfecta, de la que no habría cambiado nada. Se dio cuenta de que se divertía más haciendo cosas sencillas con Pedro que cuando había estado con hombres de gran éxito profesional y económico. Le daba igual que no la llevase a sitios elegantes ni le comprase joyas o una casa, nada de eso podía cambiar lo que sentía por él.


Lo quería.


Se había enamorado sin darse cuenta, pero su tiempo juntos casi había terminado. Eso significaba que tenía exactamente dos semanas para desenamorarse de él.


*********************


Aquel iba a ser un buen día.


El ganadero había comprado las yeguas y un semental. Y casi no había regateado el precio. Pedro había tenido que hacer algo más de papeleo, pero en esos momentos, con el cheque encima de la mesa y los animales en el camión, ya estaba el trato cerrado.


–Ha ido mejor de lo esperado –comentó Claudio al ver desaparecer el camión–. Pensé que iba a intentar que bajases el precio.


–Supongo que sabía que ya era un buen precio. ¿Puedes ensillar a Buttercup y a Lucifer?


–Por supuesto, je… quiero decir, Pedro.


–Anoche casi se te escapa también.


Claudio sonrió.


–Lo siento. Es la costumbre. Y seguro que al resto de los hombres les pasa igual, así que mantén a tu amiga alejada de los establos.


–Lo haré.


Pedro dejó a Claudio y volvió a la casa, tomando un tulipán rojo de camino.


–¿Se ha levantado Paula? –le preguntó a Elisa, que estaba cortando verduras para hacer una sopa.


–La he oído moverse, pero no ha bajado todavía. Veo que no está acostumbrada a levantarse temprano.


–Suele hacerlo, pero anoche no la dejé dormir mucho.


Elisa hizo una mueca y sacudió la cabeza.


–No hacía falta que me lo contaras.


Él se echó a reír.


–¿Qué le parece esa cosa horrible que tienes en la cara?


Pedro se tocó la barba.


–Dice que le gusta.


–Espero que eso no signifique que vas a dejártela. Tienes la cara demasiado guapa para taparla.


–Ya veremos.


–Veo que estás de buen humor. Supongo que has cerrado la venta.


–Sí.


–Me alegra verte tan contento para variar.


De hecho, era estupendo sentirse tan feliz.


–¿Has visto la lista que te he dejado?


Elisa señaló la cesta que había encima de la mesa.


–Lo tienes todo ahí.


–Eres una joya –le dijo él, dándole un beso en la mejilla y tomando una zanahoria de la tabla–. Voy a buscar a Paula.


Se metió la zanahoria en la boca mientras salía de la cocina y fue a buscar a Paula pensando que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía estupendamente. La vida era genial.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 39

 


Paula no sabía cuánto tiempo llevaba charlando con Elisa, pero cuando Pedro se asomó por la puerta se había tomado ya tres copas de vino blanco.


–¿Puedo llevarme ya a mi chica?


Elisa miró el reloj que había encima de los fogones industriales y dijo:

–Dios mío, ¡qué tarde es!


Paula miró el reloj también.


–Bueno –comentó Paula, levantándose de la silla–. Ha sido un placer hablar contigo. Gracias por haberme enseñado la casa. Y por haberme hecho compañía.


Elisa asintió con la cabeza.


–El placer ha sido mío. El desayuno es a las seis en punto –comentó Elisa.


–Guárdanos algo para más tarde –le respondió Pedro.


Luego tomó a Paula de la mano y la sacó de la cocina.


–Veo que has conectado con Elisa –le dijo mientras subían las escaleras.


–Hemos estado muy a gusto.


–Espero que no hayáis hablado de mí.


–La verdad es que no. Hemos hablado mucho de flores, luego le he preguntado cómo era la vida en un rancho y ha estado contándome historias. Yo pensaba que sería más… monótono, pero parece divertido.


–Puede serlo. Aunque el trabajo es duro.


A ella le gustaba el trabajo duro, aunque en un rancho tenía que tratarse de un trabajo más físico.


Pedro la llevó por el pasillo, pero no entró en la habitación. En su lugar, la llevó a la habitación principal.


–¿Qué hacemos aquí? –le preguntó ella.


–Es una sorpresa.


Paula dudó en la puerta.


–Pero ¿no es la habitación de tu jefe?


–Sí, pero no vamos a utilizarla –le dijo, tirando de ella para que entrase.


La habitación estaba a oscuras, así que Paula no pudo ver mucho, pero olía al aftershave de Pedro, así que debía de utilizar el mismo que su jefe.


–Cierra los ojos –le pidió él.


Y ella obedeció. Pedro la guió hasta otra habitación, que debía de ser el baño.


–Ya está. Ábrelos.


Los abrió y dio un grito ahogado al ver un jacuzzi lleno de agua, rodeado de minúsculas velas. En el borde había una botella de champán y dos copas.


Paula estaba entusiasmada.


No, era evidente que no se iban a levantar a las seis.


–¿Te gusta? –le preguntó Pedro.


–Es increíble, pero ¿estás seguro de que no pasará nada?


–Seguro. De hecho, ha sido mi jefe quien me ha dado la idea. Y me ha dejado el champán para felicitarme por el premio.


Se giró hacia ella y empezó a desabrocharle la camisa. Cuando vio el sujetador, gimió en voz baja.


–¿Te gusta?


Pedro respiró hondo.


–Me gusta –respondió él, acariciándole los pechos.


–Pues aún hay más.


Pedro le desabrochó los pantalones vaqueros y se los bajó.


–Muy bonito.


–He ido de compras a la hora de la comida.


Él la devoró con la mirada.


–Me encanta verte con ropa interior tan sexy.


–Y yo me siento sexy con ella puesta. Tú me haces sentir sexy.


–A mí me sobra ropa.


Paula le desabrochó la camisa y se la quitó, y luego hizo lo mismo con los pantalones vaqueros.


–Siento tener que quitártelo –le dijo él, desabrochándole el sujetador–, pero se va a enfriar el agua.


Las braguitas fueron después. Pedro encendió los chorros de agua, se metió en el jacuzzi y le tendió la mano. Una vez dentro, la sentó en su regazo y se dispuso a abrir el champán.


Pedro, es Cristal.


Él se encogió de hombros.


–¿Y?


–Que esa botella cuesta doscientos dólares.


Él la descorchó y bebió directamente de ella, alegre.


–Pues a mí solo me sabe a champán.


Luego sirvió las dos copas y le dio una a Paula, que lo probó. Estaba… exquisito.


–Se me ocurre una manera todavía mejor de tomarlo –le dijo Pedrolevantando la copa y echándole el champán por el hombro, para limpiárselo con la lengua después–. Tenía razón. Delicioso.


–No puedo creer que estés desperdiciando un champán de doscientos dólares.


–No lo estoy desperdiciando. Lo estoy disfrutando. Deberías probarlo.


A Paula le dolía tirar algo tan caro, pero decidió hacerle caso y echó un poco de su copa sobre el cuello de Pedro. El sabor fresco y afrutado, mezclado con el sabor salado de la piel de Pedro era una mezcla increíble.



viernes, 12 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 38

 


Durante los últimos días, cuando había pensado en no tenerlo cerca, en no ver su sonrisa ni sentir sus abrazos, Paula se había sentido vacía por dentro.


Pero sabía que lo superaría. No tenía elección.


–No he tenido hijos, pero considero a Pedro como si fuese hijo mío.


–Y él tiene mucha suerte de tenerla. Quiero que sepa que no tengo intención de hacerle daño.


–A veces hacemos daño a los demás aunque no queramos.


Paula estaba de acuerdo. Estaba segura de que su madre no había pretendido hacerle daño, pero se lo había hecho.


Elisa debió de creerla, porque sonrió y le dijo:

–¿Quiere que le enseñe yo la casa mientras vuelve Pedro?


–Me encantaría. Y gracias por las flores. ¿Son del jardín?


–Sí –respondió Elisa orgullosa–. Siempre me han encantado. Aunque, con los años, cada vez me cuesta más cuidarlas. Me duelen las rodillas al agacharme.


–Son preciosas –comentó Paula–. Algunas tienen colores que no había visto nunca antes.


–Vamos a verlas –le dijo Elisa, agarrándola del brazo.


Paula no sabía por qué, pero le parecía importante que el ama de llaves la aceptase. En realidad, era una tontería, porque después de aquel fin de semana no volvería a verla.


************************


Eran las nueve y media cuando Pedro y Claudio terminaron de trabajar en el despacho que había encima de los establos.


–Siento haberte entretenido tanto –se disculpó Claudio mientras Pedro cerraba el ordenador.


–Lo primero es el rancho –contestó este–. Ya lo sabes.


–La verdad es que tengo ganas de que vuelvas.


Los últimos meses no habían sido sencillos para Claudio que, a pesar de llevar cinco años trabajando en el rancho, no tenía experiencia como capataz. Pero la noche que Pedro había sorprendido a Mauro, el anterior capataz, con Alicia, le había dicho que hiciese las maletas y se marchase para siempre. Y Claudio le había parecido el mejor sustituto.


–Sé que has tenido mucha presión y quiero que sepas que has hecho muy buen trabajo –le dijo.


–Lo que Mauro te hizo… –comentó Claudio–. No debería contártelo, pero la noche que lo despediste, varios hombres lo siguieron hasta el pueblo y le dieron una buena lección.


Pedro hizo una mueca, sabía que tenía varios expresidiarios entre sus hombres, pero eran hombres leales. A él no le gustaba la violencia, pero no le extrañaba que hubiesen reaccionado así.


–Haré como si no lo supiera.


–Solo lo hicieron porque te respetan y porque, aunque todos sospechábamos lo que estaba pasando, ninguno te lo dijimos y después nos sentimos mal.


–Si te sirve de consuelo, no os habría creído. Me tenía atontado.


–Paula es muy guapa.


Pedro no pudo evitar sonreír.


–Sí.


Cada vez estaba más convencido de que no quería que su relación se terminase después de la gala. Sabía que una relación a distancia no sería fácil, pero ya se les ocurriría algo.


Eso, si Paula lo perdonaba por haberle mentido, claro.


–Me quedé muy sorprendido cuando me dijiste que ibas a traerla –añadió Claudio–. Hablamos bastante y no me habías dicho que estabas saliendo con nadie.


–Es que la conocí el viernes pasado.


Claudio arqueó las cejas.


–Llevo cinco años y medio trabajando aquí y, contando a Alicia, sólo has traído a tres mujeres. Así que Paula debe de ser muy especial.


–Nunca había conocido a nadie igual.


–Entonces, deberías decirle quién eres. No soy un experto, pero creo que una relación basada en mentiras tiene pocas probabilidades de salir bien.


–Lo tendré en mente –le contestó Pedro–. Ahora, tengo que volver con ella.


–Lo sé, vete –le dijo Claudio–. Por cierto, te sienta bien la barba. Deberías dejártela cuando volvieses.


–Qué gracia, Elisa me ha dicho que si no me la afeito en cuanto salga a la luz toda la verdad, me la afeitará ella con una navaja.


Claudio se echó a reír porque la creía capaz.


–Vete. Yo cerraré el despacho.


Pedro tomó el botellín de cerveza vacío y fue hacia la casa. Era completamente de noche. Había querido dar un paseo con Paula, pero ya no podría hacerlo hasta el día siguiente. Al menos, como los documentos y las yeguas estaban preparados, no tendría que levantarse al amanecer. También esperaba que la compra se realizase pronto y poder disfrutar del día con Paula cuanto antes. Entró en la casa e iba a subir al dormitorio cuando oyó voces en la cocina.


Se acercó y apoyó la oreja en la puerta. Elisa y Paula estaban hablando y riendo, y parecía que se llevaban bien.


Así que tenía tiempo para prepararle una sorpresa a Paula.


Sabía que esta jamás se creería que su jefe le dejaría utilizar su cama, pero seguro que no le parecía tan mal que usasen su bañera.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 37

 


Entraron en un enorme salón con las paredes cubiertas de madera y una gran chimenea de piedra. Los muebles parecían prácticos y, al mismo tiempo, eran elegantes y con estilo. Y todo estaba impecable y limpio. En el extremo opuesto al que estaban había unas puertas dobles que debían de dar a la cocina, porque Elisa se dirigió hacia ellas.


–La casa es increíble –comentó Paula mientras subían las escaleras–. Tu jefe debe de tener mucho dinero.


–Supongo que le va bien –respondió él, haciéndole entrar en una habitación–. Aquí es.


Era una habitación grande, decorada con muebles rústicos, tal vez eran antiguos. La cama no era excesivamente grande, pero eso no era problema, porque solían dormir abrazados. En la mesita de noche había un jarrón con flores, probablemente de los lechos que había plantados delante de la casa.


Pedro dejó el equipaje en la cama.


–Esta habitación no tiene baño, así que tendremos que utilizar el del pasillo.


–No pasa nada.


Pedro se acercó a ella y la abrazó.


–Hemos salido tan deprisa que no hemos tenido tiempo de estar a solas ni un minuto hoy.


–Es verdad.


Se inclinó y la besó en el cuello. Ella suspiró y cerró los ojos.


–¿Qué te parece si dejamos el paseo para mañana y nos metemos en la cama temprano?


Ella lo abrazó por el cuello.


–La verdad es que tengo mucho sueño.


–Pues lo siento, pero no tenía pensado dejarte dormir.


Eso era precisamente lo que había esperado Paula. Y estaba preparada para ello. Como sabía que a Pedro le gustaba la lencería sexy había aprovechado la hora de la comida para ir a comprarse un conjunto de encaje color azul eléctrico de Victoria’s Secret. Y se lo había puesto al pasar por casa después del trabajo.


Pedro la besó en la garganta, en la mandíbula, y acababa de llegar a sus labios cuando llamaron suavemente a la puerta.


Paula levantó la vista y vio a un hombre en la puerta, que estaba abierta.


Era grande, como Pedro, e iba vestido de vaquero.


–Hola, je… Pedro.


Este la soltó y dijo:

–Paula, este es Claudio Andersen, uno de los hombres. Claudio, Paula Chaves.


–Encantado –respondió el hombre, tocándose el sombrero a modo de saludo–. Siento interrumpir, pero estaba preparando los documentos de mañana y he pensado que deberías echarles un vistazo antes de que los imprima. Ya sabes cómo se me da lo de los ordenadores. Y las yeguas están listas, si quieres verlas también.


–Ahora voy.


Claudio asintió.


–Encantado de conocerla, señora –le dijo a Paula antes de desaparecer por el pasillo.


–Supongo que lo nuestro va a tener que esperar –comentó Pedro.


–No te preocupes, lo primero es el trabajo.


Paula pensó que Pedro debía de sentirse orgulloso de poder leer los documentos de la venta. Y ella se sentía orgullosa de él por haberlo conseguido.


–No tardaré.


–No tengas prisa, me entretendré deshaciendo la maleta.


Pedro le dio un beso y fue hacia la puerta, la cerró al salir y Paula oyó el ruido de sus botas al bajar las escaleras.


Se giró hacia la cama y abrió la maleta. No había cajoneras en la habitación, pero sí un enorme armario de pino, que abrió. Solo había perchas vacías y un par de mantas. Sacó la ropa y la guardó. Pensó en vaciar el petate de Pedro, pero le dio miedo que a este no le gustase la idea. Podía tener algo privado dentro.


Volvieron a llamar a la puerta, con más fuerza. Y Elisa preguntó:

–¿Se puede?


–¡Adelante!


La puerta se abrió y Elisa entró con una botella de agua en una mano y una copa de vino en la otra.


–He traído también el vino, por si cambiaba de opinión.


–¿Seguro que no pasa nada?


–¿No es menor de edad, no?


Paula se echó a reír.


–No. Es solo que ya ha sido todo un detalle por parte de su jefe permitir que nos quedemos en la casa. No quiero abusar de su generosidad.


–Le aseguro que no le importará. Le gusta tener invitados en casa.


–¿Trajo Pedro a Alicia alguna vez? –preguntó Pala, y al ver el ceño fruncido de Elisa se dio cuenta de que no era asunto suyo. Se ruborizó–. Lo siento. Ni siquiera sé por qué lo he preguntado.


–No pasa nada, pero me sorprende que se lo haya contado. No suele hablar de ese tema.


–Me ha contado que la sorprendió con el capataz.


–Esa mujer le rompió el corazón y, durante un tiempo, pensé que no se iba a recuperar jamás. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan contento. Y estoy segura de que tiene mucho que ver con usted.


Pedro me importa mucho.


–Ya lo veo, pero quiero que sepa que, aunque no lo parezca, Pedro sigue siendo muy vulnerable. Y no quiero que vuelva a sufrir.


Era evidente que a Elisa también le importaba, pero no se daba cuenta de que Pedro no estaba interesado en tener una relación seria con ella. Con un poco de suerte, ninguno de los dos haría daño al otro.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 36

 


Paula no sabía nada de ranchos, pero nada más llegar a la carretera que llevaba al Copper Run se dio cuenta de que era muy grande. Enclavados en un valle verde de las montañas San Bernardino, la casa principal, el granero y los establos no eran para nada lo que ella había imaginado.


Le dio vergüenza admitir que no solo había esperado encontrarse con un negocio mucho más pequeño, sino que también se lo había imaginado más rústico y modesto, más humilde. La casa era casi una mansión, y los establos,  enormes.


Todo era moderno y estaba bien mantenido.


Los pastos verdes rodeados de vallas blancas parecían interminables y había en ellos más caballos de los que se podían contar a simple vista, y de todos los tamaños y colores. Las vistas al llegar a la casa, con el sol poniéndose sobre los picos nevados de las montañas, eran espectaculares, grandiosas.


Era normal que Pedro no quisiera marcharse de allí. Ella llevaba solo un minuto y ya lamentaba que el viaje fuese a ser tan corto.


Pedro detuvo la camioneta delante de la casa y bajaron. Paula aspiró hondo el aire fresco de la montaña y, sin más, notó cómo se deshacía lentamente de todo el estrés acumulado del trabajo.


–¿Qué te parece? –le preguntó Pedro.


–Es precioso.


Había varios hombres cerca de los establos, observándolos. Era evidente que estaban hablando de ellos, pero estaban demasiado lejos para que Paula pudiese oír lo que decían.


–Es un rancho muy grande.


–Sí, señora.


Ella sonrió al oír que la llamaba «señora».


–¿Y estarás a cargo de todo?


–Sí.


Guau. Tal vez no le hubiese dado a su puesto de capataz la importancia que tenía en realidad.


Era una enorme responsabilidad.


Pedro sacó el equipaje de la parte trasera de la camioneta.


–Vamos a instalarnos y te lo enseñaré todo.


Estaban subiendo las escaleras del porche cuando se abrió la puerta de la casa y salió una mujer mayor a saludarlos. Era diminuta, llevaba el pelo corto, blanco y rizado, e iba con unos pantalones de poliéster rosa, una camisa hawaiana y zapatillas de deporte.


–Señor Dilson –dijo, sonriendo de manera cariñosa–. Me alegro de que haya vuelto.


–Y yo de estar aquí –respondió él dándole un abrazo y un beso en la mejilla. Luego se giró hacia Paula–. Elisa, esta es Paula Chaves. Paula, Elisa Williams. Ha sido el ama de llaves de Copper Run desde antes de que yo naciese.


–Encantada de conocerla, señorita Chaves –dijo Elisa, dándole un fuerte apretón de manos–. ¿Les preparo algo de comer? Hay unos restos de estofado de la cena.


–Hemos cenado antes de salir –le respondió Pedro.


–¿Y si preparo algo de beber mientras se instala su invitada? –preguntó Elisa.


–Yo me tomaría una cerveza –le contestó él–. ¿Y tú, Paula? Estoy seguro de que hay alguna botella de chardonnay en la despensa.


Ella pensó que sería abusar demasiado de la amabilidad de su jefe.


–Con un vaso de agua me conformo –respondió.


–De acuerdo –dijo Elisa, abriéndoles la puerta–. He preparado la habitación que hay al lado de la del señor.




jueves, 11 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 35

 


Un rato después, tumbada a su lado, escuchando su respiración, lenta y profunda, sintiendo el calor de su cuerpo desnudo, sintió una paz interior, una felicidad, que le era completamente ajena. Nunca había sentido aquella necesidad de estar tan cerca de un hombre.


¿Sería eso lo que sentía uno al enamorarse? ¿Acaso era posible hacerlo en menos de una semana?


Si era amor, tenía menos de tres semanas para superarlo. Porque aunque ella quisiese más de aquella relación, era evidente que Pedro no. Y era normal, después de lo que le había hecho su prometida. Además, aunque considerase en algún momento volver a casarse, dudaba que quisiera hacerlo con alguien como ella. Eran demasiado diferentes. No obstante, podían disfrutar del tiempo que les quedaba juntos.


Aunque luego sufriesen un poco al separarse. O mucho.


***********************************


Decidido. Se había vuelto completamente loco.


¿Cómo podía haberle pedido a Paula que lo acompañase al rancho? Era evidente que no había pensado antes de hablar, porque iba a ser una pesadilla logística.


–¿Estás loco? –le preguntó su ama de llaves, Elisa, cuando la llamó para contárselo el jueves por la tarde.


Solo había dos personas que sabían lo que estaba haciendo en Vista del Mar y una de ellas era ella.


–Creo que sí –le respondió.


Ya no podía echarse atrás. Paula parecía emocionada con la idea de acompañarlo y lo cierto era que él también quería llevarla. Quería compartir una parte de su vida con ella.


Estaría bien poder hacerlo sin descubrir su tapadera.


–¿Puedes preparar la habitación que hay al lado de la mía y poner sábanas limpias en la cama? –le pidió a Elisa–. Nos instalaremos allí.


–¿No quieres dormir en tu habitación?


–¿Piensas que va a creerse que mi jefe me deja su dormitorio?


–Es verdad.


–También necesito que recorras la casa y quites cualquier cosa en la que aparezca mi nombre, o fotografías en las que salga yo.


–Eso no me va a costar mucho, porque solo tenías fotografías con la fresca esa, y las quemaste todas.


A Elisa nunca le había caído bien Alicia, siempre había pensado que era una niña mimada y egoísta. Y Alicia había insistido muchas veces en que despidiese a Elisa, quejándose de que la miraba mal y la trataba como a una extraña. Desde que la había echado al descubrir el engaño, Elisa se refería a ella como «la fresca».


Elisa, una mujer menuda, pero con carácter, había sido como su madre desde que había llegado al rancho. En ocasiones lo trataba más como un adolescente que como a su jefe, pero él la adoraba.


–¿Qué vas a hacer con los hombres? –le preguntó.


–Claudio va a hablar con ellos.


Su capataz era la otra persona que conocía su plan.


–Seguro que alguno mete la pata y te llama jefe.


–Paula piensa que me van a dar el puesto de capataz cuando vuelva al rancho, así que utilizaré esa excusa si ocurre. Mientras que nadie utilice mi nombre completo, no habrá ningún problema.


–Aun así, creo que estás jugando con fuego. Lo que significa que te debe de gustar mucho esa mujer. ¿Cuánto tiempo hace que la conoces, una semana?


–Ni siquiera.


–A la fresca tardaste tres semanas en traerla.


–Paula es distinta a las demás. Piensa que soy un peón de rancho sin estudios y parece que no le importa. Y ambos tenemos en común una niñez muy difícil. Me gusta. Me siento bien cuando estoy con ella. Y el sexo…


–¡Entendido! –gritó Elisa.


Pedro se echó a reír.


–Se va a llevar una buena sorpresa cuando se entere de la verdad –añadió ella.


–Supongo que sí.


Sobre todo, porque podía destrozar su reputación profesional. Y, aunque no tenía elección, en los últimos días había empezado a desear no averiguar nada malo de la fundación. Si sus sospechas eran ciertas podía hacerle daño a mucha gente. A Ana, que dirigía la fundación, e incluso a su hermana Emma, que estaba en la junta. Por no mencionar a los voluntarios.


–Es posible que se enfade contigo.


–Sí, lo sé.


De hecho, era inevitable. La cuestión era cuánto se enfadaría.


–Si de verdad te importa, ¿crees que merece la pena arriesgarse?


–No tengo elección. Tengo que hacerlo. Por los habitantes de Vista del Mar.


–¿Estás seguro de que lo haces por ellos? Sé que sientes que le fallaste a tu padre. ¿No estarás intentando aliviar tu culpabilidad.


Un mes antes habría tenido clara la respuesta a esa pregunta. En esos momentos, ya no estaba tan seguro.