Pedro avanzó con Paula hacia la salida, pero no era aquello lo que ella tenía planeado. Además, una vez alejados de las tres mujeres, Pedro perdió en parte el férreo control que estaba ejerciendo sobre sí mismo y Paula comprobó que solo le faltaba echar espuma por la boca a causa de la rabia que sentía.
Sería más seguro para ella seguir rodeada de gente.
Retiró con energía su mano de la de Pedro y se detuvo. Él no tuvo más remedio que detenerse y volverse a mirarla.
—Me gustaría bailar —dijo Paula.
—¿Qué te hace pensar que pueda importarme lo que quieras o dejes de querer hacer?
Pedro intentó tomarla de nuevo de la mano, pero Paula se volvió y se alejó hacia una zona más apartada de la pista de baile. Cuando se volvió comprobó que él la había seguido, y agradeció en silencio que así hubiera sido.
—¿Qué diablos sostiene ese vestido sobre tu cuerpo? —preguntó Pedro, en un tono tan afilado como una cuchilla de afeitar.
Con una sonrisa, Paula se acercó a él y lo rodeó con los brazos por el cuello.
—Mi voluntad —susurró junto a su oído.
Él la apartó de su lado.
—No sé a qué estás jugando, a menos que tengas algún absurdo plan de poner celoso a Darío. Pero no te va a servir de nada, porque no está aquí.
Paula se encogió de hombros y el movimiento hizo que la aureola de uno de sus pezones asomara por el escote. Pedro siguió el movimiento con la mirada, y ella vio cómo tragaba saliva.
—No esperaba que estuviera aquí.
Pedro apretó los puños.
—¿Dónde has estado estos últimos cinco días? Sé que no estabas en el Double B, porque llamé a Darío.
—¿En serio? ¿Y por qué me estabas buscando?
—Porque… —Pedro se interrumpió y cerró brevemente los ojos. Debía haberse hecho consciente de pronto de su actitud tensa, casi furiosa, como si estuviera a punto de golpear a Paula. La tomó por los antebrazos y la atrajo con brusquedad hacia sí, aunque no tanto como para que sus cuerpos se tocaran—. Porque llamé a Darío para decirle que te esperara.
—Qué considerado por tu parte, pero no era necesario.
Una vena palpitó en la sien de Pedro.
—Luego llamé para asegurarme de que habías llegado bien.
Paula volvió a encogerse de hombros.
—Nunca dije que fuera a ir al rancho.
—Claro que lo dijiste. Me dijiste que habías llamado a Monica para que te reservara un billete.
—Eso es cierto. Pero el billete era para Uvalde. Decidí pasar unos días con Teresa y Nicolás.
—¿Tú…? —Pedro apretó los dientes.
—Suena bien el grupo que está tocando, ¿verdad? —los músicos estaban interpretando una romántica balada de Elvis Presley, pero Paula dudaba que Pedro la estuviera oyendo. Alzó los brazos, volvió a rodearlo por el cuello con ellos y comenzó a moverse al ritmo de la canción, aunque él permaneció quieto como una estatua.
—¿Qué haces?
Paula se arrimó a él y susurró junto a su oído:
—Si no recuerdo mal, la lección número tres: bailar muy pegada a mi pareja para poder hablar con la boca junto a su oído —esperó un segundo pero no obtuvo respuesta—. ¿Lo estoy haciendo bien?
Un gruñido resonó en el pecho de Pedro. Apartó uno de los brazos de Paula de su cuello para sostener su mano a un lado de sus cuerpos.
—Lo tradicional es que en el baile participen dos personas.
—Y es más divertido.
El rostro de Pedro se tensó hasta que dio la impresión de que iba a estallar.
—De acuerdo; solo te lo voy a preguntar una vez, Paula. ¿Qué se supone que estás haciendo? Y no me contestes que estás bailando o asistiendo a una fiesta benéfica. Sabes exactamente a qué me refiero, así que haz el favor de contestar.