sábado, 30 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 42

 


Paula observó a su hermana. Su rostro parecía resplandecer.


—Nunca te he visto más guapa y feliz. Es evidente que el amor te sienta bien.


Teresa la miró con expresión de sorpresa.


—¿Tú, la belleza oficial de la familia, me estás llamando guapa? Ahora ya tengo la respuesta a mi pregunta: debes estar enferma.


Paula sonrió.


—Lo que digo es cierto. Siempre has sido guapa, pero ahora… —dejó la frase inconclusa y apartó la mirada—. Es el instinto lo que me ha hecho venir aquí. En cuanto a lo de huir… supongo que debo decir que he huido de Pedro.


Teresa frunció el ceño.


—¿Pedro? ¿Pedro Alfonso?


Paula asintió y a continuación explicó a su hermana el trato al que había llegado con Pedro, y sus resultados. Terminó diciendo:

—Así que, una vez más, me siento totalmente confusa. Cuando llegué aquí solo sabía una cosa: sufro un caso grave de lujuria por Pedro.


Teresa se atragantó con el té que estaba bebiendo.


Tras asegurarse de que su hermana estaba bien, Paula continuó:

—Pero desde que estoy aquí os he observado a ti y a Nico y… a veces, simplemente con que os miréis el uno al otro hacéis que sienta el amor que os profesáis. En realidad creo que eso es lo que me ha hecho venir aquí; la intuición de que Nico y tú tenéis algo auténtico. Quería aprender de ello.


—¿De nuestro amor?


Paula volvió a asentir.


—Para empezar, el amor que he visto entre vosotros me ha confirmado una decisión que tomé antes de irme de la isla: no quiero casarme con Darío. Él no me ama, y yo a él tampoco. Cuando decidí aprender cómo conquistarlo, estaba convencida de que podíamos tener un matrimonio que funcionara aunque no nos amáramos. Ahora sé lo equivocada que estaba.


—Decidir que no ibas a casarte con Darío ha debido ser el equivalente a un terremoto intelectual para ti —dijo Teresa, impresionada—, pero me alegra que hayas llegado a esa conclusión antes de que fuera demasiado tarde. Lo que nos lleva de vuelta a Pedro.


Pedro —Paula movió la cabeza—. Me temo que ahora debe odiarme.


—¿Por qué?


—Porque quería que me quedara en la isla para hablar de la noche que pasamos juntos. Pero yo sabía que no podía hacerlo sin revelarle lo que sentía por él, de manera que le hice creer que me iba al rancho para poner en práctica con Darío todas las lecciones que me había dado.


—¿Y por qué iba a disgustarle eso? A fin de cuentas, para eso te dio las lecciones, ¿no? No tiene sentido.


—Lo sé —Paula se mordió un instante el labio inferior—. Lo único que se me ocurre es que tema que vaya a renegar de nuestro trato, cosa que no pienso hacer, desde luego.


Teresa dio un sorbo a su té.


—Hay otra posibilidad —dijo.


—¿Cuál?


—Que esté enamorado de ti.


Paula negó con la cabeza.


—Imposible. Aunque tratara de disimularlo bajo una máscara de hielo, sé que cuando nos separamos en el aeropuerto estaba muy enfadado.


—¿Te importa?


—Claro que me importa, Teresa. Pedro es un hombre excepcional. En la isla me enteré de su pasado, y me hizo sentirme muy humilde.


—¿Por qué?


—Por todo lo que ha logrado a pesar de haber empezado con tan poco. También hizo que sintiera una gran tristeza por no haber conocido la clase de amor que recibió de sus padres.


—Eso lo entiendo porque, durante una temporada, yo sentí lo mismo respecto a Nico.


—¿En serio?


Teresa asintió.


—¿Y sabes a qué conclusión llegué? Tú, Cata y yo somos las únicas personas en el mundo que sabemos que nuestra supuesta vida «privilegiada» fue en realidad una pesadilla. Y hemos tenido que aprender a sobrevivir, a superar nuestra infancia de pesadilla para convertirnos en adultos. Nuestro padre nos robó incluso el mutuo consuelo. Puede que Nico y Pedro carecieran de las cosas materiales que nosotras tuvimos, o del dinero que heredamos para empezar como lo hicimos, pero contaron con algo mucho mejor. Crecieron sabiendo que, hicieran lo que hicieran, eran incondicionalmente amados por sus padres. Si lo miras así, en realidad empezaron con ventaja respecto a nosotros.


—Supongo que tienes razón —dijo Paula, lentamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir su hermana.


—Claro que lo es. Así que no vuelvas a sentirte humilde, Paula. Nos hemos ganado con creces nuestra herencia, y además hemos conseguido que la compañía alcance un nivel de beneficios con el que nuestro padre ni siquiera habría soñado.


—Tienes razón.


Teresa sonrió.


—Claro que la tengo. Y ahora, volvamos a Pedro.


Paula suspiró.


—Como ya te he dicho, sufro un grave ataque de lujuria por él.


La sonrisa de Teresa se ensanchó.


—Deja que te dé un pequeño consejo de hermana: el buen sexo no es algo que haya que desdeñar.


Paula devolvió tímidamente la sonrisa a su hermana.


—Eso ya lo he aprendido. Lo que quiero saber es cómo se puede distinguir entre el deseo y el amor. Supongo que te pasó algo parecido con Nico. ¿Cómo decidiste que lo que sentías por él era amor, y no solo deseo?


Teresa dejó su vaso en la mesa y luego tomó una mano de Paula en la suya. Paula se quedó tan sorprendida que estuvo a punto de retirarla de un tirón, pero Teresa se lo impidió.


—Escúchame, Paula. Tú, Cata y yo no aprendimos nunca nada sobre el amor porque nuestro padre no nos demostró el más mínimo afecto. Así que cuando tuve que decidir si amaba o no a Nico, no sabía en qué basarme. Pero en mi caso conté con algo de ayuda. El tío Guillermo me dijo con toda claridad que amaba a Nico. Y te aseguro que nadie se sorprendió más que yo cuando comprendí que era cierto.


Paula frunció el ceño.


—Así que cuando el tío Guillermo te dijo que querías a Nico… ¿supiste al instante que tenía razón?


Teresa asintió.


—En cuanto lo dijo comprendí que lo que debería haberme dado la pista no era algo especialmente importante y significativo, sino una serie de pequeños detalles.


—¿Por ejemplo? —preguntó Paula, sin ocultar su interés.


Teresa sonrió con ternura mientras recordaba.


—Por ejemplo, la forma en que una simple sonrisa de Nico podía hacer que se me debilitaran las rodillas. O cómo sentí que me derretía cuando bailé con él la noche de mi cumpleaños.


Paula se quedó boquiabierta, pero Teresa siguió hablando.


—La facilidad con que conseguía que lo deseara. El modo en que rechacé la oferta de Darío de venir a rescatarme cuando Nico me secuestró y me trajo aquí. Todo se fue sumando. Lo único que sucedía era que yo no había relacionado el amor con lo que sentía por Nico, porque no sabía lo que se sentía al amar a un hombre… o a nadie.


Paula miró a su hermana con los ojos abiertos de par en par.


—Todo lo que acabas de decir puede… puede aplicarse a lo que me ha sucedido con Pedro, incluyendo lo que me hace sentir.


—Más el hecho de que ya no estás interesada en casarte con Darío.


—Oh, dios santo, Teresa. ¡Estoy enamorada de Pedro!


Teresa rió, encantada.


—En ese caso tienes que volver a Dallas lo antes posible.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas de felicidad y, por primera vez en su vida, las dos hermanas se abrazaron efusivamente.





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