Cuando Paula utilizó un pie para balancearse en el columpio que había en el cenador.
Estaba en el patio trasero de Uvalde, la granja en que su hermana Teresa y su cuñado Nicolás estaban pasando el verano. De hecho, fuera cual fuera la estación del año, solían ir siempre que podían. Y tras haber pasado allí tres días, Paula debía admitir que el lugar tenía un encanto especial, y que le había ofrecido la tranquilidad que necesitaba.
Cerca de ella, Teresa estaba cortando unas flores. Cuando se irguió, miró a Paula.
—Voy a llevar estas flores a casa y a traer un poco de té frío —dijo—. ¿Te parece buena idea?
—Me parece una idea estupenda —contestó Paula.
Tres días atrás, siguiendo un impulso que aún no había llegado a entender del todo, llamó a su hermana desde el avión de Pedro para preguntarle si podía ir a pasar unos días con ella. Teresa le dijo que sí con auténtico entusiasmo. Y viendo lo feliz que era de tenerla allí, Paula sentía remordimientos por todas las veces que la había rechazado.
Su mente volvió a Pedro y al vuelo de regreso a Dallas. Solo rompió su silencio en una ocasión, cuando la llamó por el intercomunicador para preguntarle si quería que le reservara un billete para acudir al Double B. Ella le explicó que ya había pedido a Monica que se ocupara de todo. Lo que no le dijo fue que no tenía ninguna intención de volar al rancho de la familia para ver a Darío.
Alzó la mirada al oír que una puerta se cerraba y vio que Teresa se acercaba con un vaso de té en cada mano. Cuando llegó, Teresa le entregó uno de ellos y se sentó a su lado.
—Me gusta tu granja, Teresa.
—Gracias. A Nico y a mí nos encanta, pero lo cierto es que pertenece a la abuela de Nico, aunque nosotros somos los únicos que queremos convertirla en nuestro segundo hogar. La hermana de Nico y su familia saben que siempre son bienvenidos, y tratamos de reunimos siempre que podemos. Durante el invierno venimos casi todos los fines de semana.
Paula asintió.
—No me extraña. Por cierto, el té está muy bueno.
—La menta es del jardín.
Paula rió.
—La verdad es que me cuesta creer que te hayas aficionado a la jardinería. Cuando vivíamos juntas no te interesaba en lo más mínimo.
Teresa asintió, pensativa.
—Lo sé, pero la diferencia es qué este es un hogar de verdad, algo que antes no sabía. Antes de casarme con Nico tenía mi casa en Dallas, pero en realidad no era un hogar. Siempre estaba viajando o trabajando —movió la cabeza al recordar el pasado—. Ahora, Nico y yo también tenemos nuestra casa en Austin. Yo aún trabajo y viajo, aunque trato de hacer lo último lo menos posible. Y Nico tiene su propio trabajo. Pero da lo mismo la casa en la que estemos, porque cualquiera de las dos está llena de amor y de los recuerdos que creamos con cada momento que pasamos juntos. He aprendido que eso es lo que convierte una casa en un hogar. Y… —Teresa sonrió—… muy pronto vamos a tener que preparar una habitación para niños en cada casa.
—¿Una habitación para niños? —preguntó Paula, conmocionada—. ¿Me estás diciendo lo que creo?
—Ojalá, pero todavía no. Pero siento que será pronto.
—Eso es estupendo —murmuró Paula, sinceramente—. Me alegro mucho por ti y por Nico.
—De acuerdo —dijo Teresa, en tono repentinamente enérgico y eficiente—. Ya basta de hablar de mí. Es hora de que me cuentes qué pasa contigo. Cuando llegaste estabas pálida como un fantasma; de hecho, parecías enferma. Desde entonces solo hemos mantenido conversaciones superficiales, pero me alegra poder decir que tienes mejor aspecto.
—Lo siento. Sé que estos días no he sido la mejor compañía.
—No me estoy quejando. Solo quiero saber qué te ha hecho venir aquí ahora. Y mientras te explicas, también quiero saber de qué estás huyendo.
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