sábado, 30 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 39

 


El amanecer era tal y como había esperado, pensó Paula, apoyada contra el marco de la puerta mientras observaba los cambiantes tonos azulados y rosas del cielo. Detrás de ella, en la cama, Pedro dormía. En otras circunstancias, lo más probable hubiera sido que ella también estuviera dormida. Sin embargo, esa mañana tenía demasiado en qué pensar.


La noche anterior, sabía lo que hacía cuando tomó a Pedro de la mano y lo llevó al dormitorio. Todo lo sucedido había sido culpa suya. Se dijo que quería hacer el amor con él una vez, y así fue. Después debería haberse sentido satisfecha, pero no fue así. En cuanto surgió la oportunidad, prácticamente lo incitó a continuar.


Ciertamente, Pedro no necesitó muchos ánimos para complacerla, pero era un hombre, y ella ya había observado que si una mujer se mostraba dispuesta, el hombre no necesitaba más motivación.


La culpa había sido de ella. No lo lamentaba, pero tampoco podía sentirse más avergonzada al respecto. Si hubiera habido algún modo de salir de aquella isla antes de que Pedro despertara, lo habría hecho. Dadas las circunstancias, no sabía si iba a ser capaz de mirarlo a los ojos cuando despertara.


Hacer el amor con Pedro había puesto patas arriba su mundo, y no sabía si alguna vez lograría volver a colocarlo como estaba.


—¿Qué haces levantada tan temprano?


El corazón de Paula dio un vuelco al oír la voz adormecida de Pedro.


—Tenías razón —dijo, sin volverse.


—¿Sobre qué? —Pedro parecía irritado.


—Sobre el amanecer. Es espectacular.


Paula oyó movimiento a sus espaldas, como si Pedro estuviera colocando las almohadas.


—¿Qué haces levantada, Paula? No puedes haber descansado lo suficiente. ¿Y por qué estás vestida? —tras ducharse, Paula se había puesto unos pantalones negros y una camiseta blanca.


—Creo que es hora de que me vaya. Tú puedes quedarte si quieres; yo tomaré un vuelo desde una de las islas más grandes.


Pedro maldijo entre dientes. El corazón de Paula latió más rápido al notar que se estaba levantando de la cama.


—Paula…


Se acercaba a ella. Paula salió a la terraza y miró hacia la derecha.


—La mesa ya está lista, y hay un termo con café. Voy a servirme una taza mientras te vistes.


—Paula, vuelve. Tenemos que hablar.


Ella se volvió a mirarlo. Pedro estaba en el umbral de la puerta, con una toalla en torno a la cintura. Tenía el pelo totalmente revuelto, más de lo habitual, y una incipiente barba cubría su mandíbula. Tenía los ojos enrojecidos y borrosos. Sin embargo, Paula no creía haberlo visto nunca con un aspecto más atractivo.


—No creo —dijo, y se alejó rápidamente.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario