sábado, 30 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 43

 


Paula llegó tarde a propósito a la función benéfica. Entregó su invitación al portero y entró en la sala de baile. Como esperaba, la cena había concluido y los asistentes estaban bailando, charlando en grupos o paseando tranquilamente. Pero no vio a Pedro.


Se mordió el labio inferior, agradeciendo la semipenumbra que reinaba en el salón. No quería que nadie se fijara en ella todavía. De hecho, le habría gustado que el único que se fijara en ella fuera Pedro. Había decidido que encontrarse con él allí sería la mejor forma de convencerlo de que lo amaba. Pensar que pudiera haberse equivocado hizo que el estómago se le encogiera.


Monica había comprobado la lista de invitaciones aceptadas y, a menos que Pedro hubiera cambiado de opinión desde que aceptó acudir, debería estar allí. Paula avanzó por un lateral hacia el fondo del salón.


El vestido que había elegido para su tarea de esa noche era lo más atrevido que se había puesto en su vida, incluyendo el vestido rosa que le compró Pedro el día que fueron al club de blues.


Estaba hecho de una peculiar tela que parecía plata líquida y daba la impresión de haber sido vertida directamente sobre su cuerpo. Su escote vuelto caía peligrosamente justo por encima de los pezones. En la espalda, la línea del escote continuaba hasta más abajo de la cintura, deteniéndose justo encima del comienzo de sus glúteos. Para facilitar la movilidad, la falda tenía una abertura a un lado. El vestido tomaba por completo su forma del cuerpo de Paula, y no había forma de ponerse debajo ninguna prenda interior, a pesar de que ella lo había intentado por todos los medios.


De no ser por el chal a juego que llevaba sobre los hombros y cubriéndole los pechos, lo más probable era que no se hubiera atrevido a salir con él de casa.


De pronto vio a Pedro y, como de costumbre, su corazón empezó a latir con más fuerza. Estaba increíblemente atractivo con su esmoquin negro, una mano despreocupada y elegantemente metida en el bolsillo del pantalón y una bebida en la otra.


Lo rodeaban tres mujeres y estaba riendo por algo que acababa de decir una de ellas. Paula supo al instante que su risa era solo una fachada. No habría podido saberlo de no haber pasado un tiempo con él en la isla, pero lo sabía.


Sentía las palmas de las manos húmedas, y el corazón le latía tan rápido que estaba segura de que el movimiento podía percibirse a través de su piel.


Pero estaba totalmente decidida a hacer lo que se había propuesto, y no iba a echarse atrás. Respiró profundamente e hizo acopio de todo el coraje que pudo encontrar en su interior.


Rogando para que todo saliera bien, retiró el chal de sus hombros, colocó los bordes sobre sus antebrazos y avanzó hacia Pedro.


En cuanto la vio, Pedro se puso rígido y la sonrisa se desvaneció de su rostro. Las tres mujeres se volvieron para ver qué había llamado su atención, y cuando Paula llegó hasta el grupo, fueron los saludos de estas los que ayudaron a aliviar el pétreo silencio en que se sumió Pedro.


—Nos estábamos preguntando si ibas a aparecer esta noche, Paula.


—Estás guapísima. Tú nuevo peinado te sienta estupendamente.


—Ese vestido es una maravilla, aunque no es tu estilo habitual. ¿Qué ha pasado? Debes haber acudido a algún sitio para cambiar por completo de imagen.


Sin dejarse intimidar por la helada expresión de Pedro, Paula lo miró directamente a los ojos.


—Lo cierto es que sí… con la ayuda de Pedro.


—¿En serio? —como si hubiera sido un movimiento coreografiado, las tres mujeres se volvieron a mirar a Pedro, y luego de nuevo a Paula.


Ella asintió.


—Sí. Incluso me ayudó a comprar ropa. Pensó que vestía demasiado formalmente y decidió que necesitaba ponerme vestidos más… atrevidos.


—Sugerentes —corrigió Pedro, aunque la palabra surgió de su garganta como si lo estuviera estrangulando—. Y yo no te compré ese vestido.


Una de las mujeres volvió a mirar a Pedro.


—¿Te importa que te pregunte por qué decidiste hacer cambiar de aspecto a Paula?


Al ver que no contestaba, Paula lo hizo por él.


—Hicimos un trato de negocios, ¿verdad, Pedro? Y como la mayoría de esos tratos, este es privado. Sin embargo, sí puedo deciros que parte de ese trato incluía unas lecciones.


La expresión de las tres mujeres evidenció su curiosidad.


—¿Lecciones? —repitió una de ellas.


Paula asintió.


—De hecho, las lecciones podrían resumirse con una frase: cómo torturar a Paula.


Pedro masculló una maldición y la tomó de la mano.


—¿Nos disculpáis, por favor?


Las tres mujeres asintieron al unísono, boquiabiertas.




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