sábado, 16 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 43

 


–¿Seguro que Pedro y tú estáis bien? –susurró Beatriz, tomando la copa vacía de champán de Paula para darle otra llena–. Esta noche apenas os habéis mirado.


–Esa es la cuestión –afirmó, bebiendo un poco del líquido espumoso.


Pedro y ella ya habían arreglado quedar cerca de la medianoche en una de las habitaciones de invitados de arriba para compartir un beso de Año Nuevo Y quizá algo más.


Desde la Nochebuena, él prácticamente había pasado cada noche en su casa. Cada día traía más cosas personales y había arreglado con el servicio de lavandería que le recogiera y entregara la ropa en su casa en vez de seguir haciéndolo en el piso de él.


De repente se acercó uno de los camareros para informarle de que se habían acabado las servilletas. Mientras Beatriz iba a la despensa para encargarse de la reposición, Paula se acercó al árbol que hacía que el suyo pareciera enano.


–Este sí que es un árbol –comentó Pedro al situarse junto a ella, como si mantuviera una conversación cortés con una invitada.


–Desde luego –convino Paula.


Se inclinó y musitó:

–Deja el nuestro como si fuera un arbusto.


–Es gracioso, pero yo estaba pensando lo mismo.


–El año próximo –dijo él.


–Como queramos uno tan grande, necesitaremos una habitación con un techo abovedado.


–¿Lo añadimos a la lista?


Como preparativo para la búsqueda de la casa, habían empezado a redactar una lista con todas las cosas que querían en un hogar. Pedro ya había encontrado algunas potenciales en Internet. Paula desearía poder desterrar la sensación de que avanzaban demasiado deprisa.


¿Temía confiar por todas las veces que la habían herido o porque su instinto le decía que algo iba mal? No estaba segura.


–¿Paula Chaves? –dijo alguien a su espalda.


Se volvió y vio a una mujer baja, regordeta y vagamente familiar. Tenía el pelo rubio y ahuecado que acentuaba su rostro redondo, con un vestido quizá demasiado ceñido para alguien de su tamaño.


–¿Sí?


–¡Soy yo, Wanda Morris! –anunció entusiasmada–. ¡Del St. Mary’s School para chicas!


Paula tardó un segundo en recordar a una aspirante regordeta a animadora que siempre estaba tan desesperada por ser aceptada por las chicas populares que terminaba por resultar pesada y molesta.


–Santo cielo, Wanda, ¿Cómo estás? Hace siglos que no te veo.


Un hombre que parecía de la edad de Pedro, con pelo escaso y gafas redondas, enfundado en un esmoquin que no terminaba de encajar en su complexión fornida, cruzó la habitación. Wanda pasó un brazo por el suyo.


–Es David Brickman, mi marido. David, te presento a Paula Chaves, mi buena amiga del instituto.


Más bien conocidas, aunque Paula no la corrigió. Aceptó la mano extendida de David. Estaba caliente y húmeda.


–Encantado de conocerte –dijo él, aunque ni siquiera la miraba. Tenía la vista clavada en Pedro.


Wanda alzó la vista hacia Pedro y le preguntó a Paula.


–¿Y este es tu…?


Pedro Alfonso –intervino él, estrechándole la mano antes de extenderla hacia David.


Este la miró y luego miró furioso y con la cara enrojecida a Pedro.


Paula no entendió nada.


–No tienes idea de quién soy, ¿verdad? –preguntó David.


Pedro parpadeó y ella vio que hurgaba en su memoria.


–Fuimos juntos a la escuela preparatoria –explicó David con tal veneno en la voz que desconcertó a Paula.


¿Quién era ese sujeto y por qué se mostraba tan abiertamente grosero?




AVENTURA: CAPITULO 42

 


El padre de Paula se marchó a las siete y media y Julián se quedó jugando con Matías hasta que a éste le llegó la hora de irse a la cama. Al menos daba la impresión de que sería un gran tío.


–Es un chico estupendo –dijo después de que Paula se lo llevara a su habitación y Pedro lo acompañara a la puerta–. ¿Qué pasa con los niños últimamente? Debe de ser algo que flota en el aire. Primero tú, luego Adrián y ahora Emilio.


–¿Qué pasa con Emilio?


Se puso el abrigo.


–Cierto… ayer te fuiste de la fiesta antes de que diera la noticia. Su novia está embarazada. Se acaban de enterar. No pensé que nada pudiera sacudir a ese hombre. Es como el granito, pero juraría que tenía los ojos un poco empañados.


–Decididamente hay algo a favor de encontrar a la mujer adecuada –le dijo Pedro–. Tal vez tú seas el siguiente.


Julian sonrió y movió la cabeza.


–El problema que encuentro es que hay tantas mujeres adecuadas, que no sé dónde elegir.


–Sucederá. Probablemente, cuando menos te lo esperes. Conocerás a alguien y lo sabrás.


–¿Fue así con Paula? Porque recuerdo que tú mismo dijiste que habías roto la relación.


–Y podría haber sido el peor error de mi vida. Tengo suerte de que estuviera dispuesta a darme una segunda oportunidad.


–Te estás volviendo sentimental, lo que solo puede significar que has bebido demasiado.


De hecho, se sentía muy sobrio, pero no lo discutió.


Julián le dio una palmada en el brazo.


–Ve a dormir la mona. Y Feliz Navidad.


Calentaron tazas de sidra con especias en el microondas y luego se acurrucaron en el sofá delante de la chimenea. Paula apenas había hablado desde que se marcharan todos y Pedro empezaba a preguntarse si pasaba algo.


–¿Va todo bien? –le preguntó–. Has estado muy silenciosa.


Ella suspiró y apoyó la cabeza en su pecho.


–Solo estoy cansada. Ha sido un día muy largo.


–Lo ha sido.


–No salió exactamente como lo planeamos, pero creo que fue bien.


–Mejor de lo esperado, teniendo en cuenta la lista de invitados.


Probablemente, esta sea una pregunta horrible, ya que se trata de tu hermano, pero no le va a contar nada a la junta de Western Oil, ¿verdad? Sé que a ti te preocupaba que él lo averiguara.


–Dijo que no lo haría. Que quería una lucha limpia.


–¿Y confías en él?


–¿Tú no?


Paula se encogió de hombros.


–Quizá es por las cosas que me has contado, o por un pálpito, pero da la impresión de que realmente está resentido contigo.


–No tiene motivo para ello. Le salvé el pellejo más veces que las que puedo contar. En todo caso, está en deuda conmigo.


Ella alzó la cabeza.


–¿Se lo salvaste de quién?


–De nuestro padre. Le encantaba recalcar las cosas con un cinturón, o con el dorso de la mano, a veces incluso con los puños.


–¿Tu padre os golpeaba? –abrió mucho los ojos, le tocó la mejilla–. Deberías haber tenido una infancia mejor. No está bien que tus padres te fallaran de esa manera.


–Puede, pero el mundo no siempre funciona como debería.


–Y a pesar de ello, mira lo que has hecho con tu vida. Eres el aspirante a presidente ejecutivo de una empresa multimillonaria. Es un logro enorme.


–¿Quieres oír algo extraño? Tu padre prácticamente me ofreció un trabajo.


Ella rio.


–¿En serio?


–Me dijo que no le gustaba la idea de que su yerno trabajara para la competencia.


–¿Le recordaste que no eres su yerno?


–Bueno, aún no. Él hablaba del futuro no tan lejano.


Ella frunció el ceño.


–¿Es que planeamos casarnos en un futuro no tan lejano? Porque creo que el memorando con esa noticia no llegó a mi mesa.


–A menos que no quieras casarte conmigo –dijo él.


Ella se sentó y dejó la taza en la mesita.


–No he dicho eso. Simplemente, no sabía que tú quisieras casarte. En realidad jamás hemos hablado del tema.


–Te dije que quería que esto funcionara, que quería estar contigo. Tengo una idea que quería contarte –dijo él.


–Te escucho.


–He estado pensando que con el tiempo vamos a necesitar una casa más grande. Algo familiar, con un patio amplio para Matías. Debido al trabajo, creo que sería mejor que esperáramos, pero no nos vendría mal empezar a buscar ahora.


–¿Estás seguro? ¿Y si encontramos algo de inmediato?


–En el peor de los casos, podríamos mudarnos y yo mantener mi antiguo piso como dirección formal de correo. Aunque dudo que alguien cuestione que compre una casa. Emilio, nuestro director financiero, tiene un montón de propiedades como inversión.


Todavía se la veía insegura.


–Si no quieres, podemos esperar –indicó él.


–No se trata de eso. Lo deseo. De verdad. Es que… todo va tan deprisa.


–Y a mí me parece que lleva un año y medio de retraso.


–No quiero que nos precipitemos. Quiero que tú estés seguro.


–Lo estoy –de hecho, hacía mucho tiempo que no estaba tan seguro de algo. Sería un necio en volver a dejarla ir.


–De acuerdo, entonces. Busquemos una casa –sonrió.


–Después de las fiestas, llamaré a un agente inmobiliario.


Ella volvió a apoyarse en su pecho y suspiró.


–Estoy agotada.


–¿Por qué no te metes en la cama? Yo apagaré y comprobaré cómo está Matías.


–Nos vemos arriba.


Mientras se marchaba, bostezando y frotándose los ojos, Pedro apagó todas las luces de la casa y del árbol de Navidad. Luego se asomó a la habitación de Matías. Dormía boca abajo y como de costumbre se había destapado.


Lo arropó y luego le dio un beso en la mejilla. Cuando los tres vivieran juntos, podría hacer eso todo el tiempo. Cerró la puerta y fue al dormitorio, preguntándose si Paula estaría demasiado cansada para hacer el amor.


Al llegar obtuvo su respuesta: estaba completamente dormida.




viernes, 15 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 41

 


Mientras estaba en la ducha, le pareció oír el timbre, pero no podía imaginar quién podía pasar por allí en semejante día. Quizá fuera el chófer con más regalos para Matías.


Se afeitó, se puso un polo y unos pantalones informales y luego fue a ayudar a Paula. En cuanto entró en el salón, vio que había realmente otra persona allí y se quedó de piedra al ver que el hombre sentado en el suelo jugando con su hijo era su hermano Julián.


En ese instante, pasó de ser una de las mejores navidades de su vida a las fiestas del infierno.


Cuando Julián lo vio, se puso de pie.


–Hola, hermano. Feliz Navidad.


–¿Qué diablos haces aquí? –preguntó Pedro.


–Vino cuando estabas en la ducha –explicó Paula al entrar en el salón. Sentado en el sofá, el padre de Paula parecía divertido con toda la situación 


–¿Qué tiene de malo querer pasar la Navidad con mi hermano? Y mi sobrino –añadió Julián.


Pedro miró a Paula.


–No he dicho nada –repuso ella–. Él ya lo sabía.


Pedro miró a Julián con curiosidad.


–Llevas semanas comportándote de forma extraña. Luego me das esa excusa blanda del crucero. Insultas mi inteligencia, Pedro.


Tenían que mantener una conversación, pero no delante de Paula y su padre.


–¿Por qué no vamos fuera? –dijo.


Julian frunció el ceño.


–Hace frío y está lloviendo.


–No seas tan delicado –espetó.


Julián fue hacia la puerta y se puso el abrigo. Pedro hizo lo mismo y lo siguió al porche. Hacía frío y humedad y del cielo caía lluvia helada.


–¿No te parece acogedor? –Julian abandonó toda pretensión de alegría navideña–. Tú pasando la Navidad con Paula Chaves y su padre. Creo que ya sabemos a quién culpar del sabotaje.


–Julian, ¿de verdad crees que yo podría hacer algo así?


–No puedes negar que la situación resulta bastante sospechosa.


–No es asunto tuyo ni siento que deba justificar mis actos bajo ningún concepto, pero su padre no debía estar aquí. Acaba de aparecer, algo que sé que puedes entender. Además, ni siquiera veía a Paula cuando sucedió. Hasta hace unas semanas atrás ni siquiera sabía que tenía un hijo. Rompí con ella antes de que Paula supiera que estaba embarazada. De hecho, pensaba criar al niño sola.


–¿Y si fue ella la responsable del sabotaje?


–¿Paula? –era lo más ridículo que jamás había oído–. Imposible.


–¿Por qué no? ¿Y si la dominaba la amargura y quería vengarse de ti por abandonarla? O quizá lo hizo por su padre.


–No se puede decir que anhelara venganza. Si alguien tenía derecho a estar molesto, era yo. Y en cuanto a su padre, no mantienen la mejor de las relaciones.


–Es su bono de comida.


–Ella vive de un fondo que le dejó la madre. No recibe un céntimo de Chaves Energy. Y aunque lo recibiera, no posee ni un atisbo de maldad en todo su cuerpo –tuvo que preguntarse si no sería Julián el responsable de todo el sabotaje por la vehemencia que mostraba en tratar de culpar a otra persona. ¿O era su modo de distraer las sospechas de él? ¿Se habría enterado de que lo estaban investigando?


A pesar de que había defendido con presteza a su hermano, ya no estaba tan seguro.


–¿Cómo te enteraste que estaba viendo a Paula? –le preguntó.


–Te seguí, genio. No eres precisamente 007.


Al parecer no lo era, pero no esperaba que nadie lo siguiera.


–¿Y cómo supiste que Matías era mi hijo?


–No lo supe hasta verlo de cerca. Es como tú, aparte de que la marca de nacimiento lo delató –se sopló las manos y las metió en los bolsillos–. ¿Vas a casarte con ella?


Era la segunda vez que le hacían esa pregunta ese día.


–Diría que existe una gran posibilidad.


–Sabes que eso va a significar una oferta de trabajo del viejo Chaves.


Otro tema que salía por segunda vez.


–¿Por qué voy a querer trabajar para él cuando soy presidente ejecutivo de Western Oil.


Julian sonrió.


–Primero tendrás que pasar por encima de mí.


–Pienso hacerlo.


–Aquí hace un frío de mil demonios. ¿Es posible que volvamos dentro?


Se abrió la puerta de entrada y Paula asomó la cabeza.


–Lamento molestaros, pero todo está listo. Necesito a alguien que trinche el pavo.


Julián lo miró con curiosidad.


–¿Te importa si mi hermano se queda a cenar? –le preguntó Pedro a Paula.


–Tenemos comida suficiente –dijo, luego añadió con severidad–. Pero no quiero que la primera Navidad de mi hijo se convierta en la tercera guerra mundial. Mientras todo el mundo se comporte con civismo, por mí no hay problema.


–Yo siempre juego limpio –comentó Julián con demasiada amabilidad.




AVENTURA: CAPITULO 40

 


Paula contuvo el aliento y el temperamento de Pedro se disparó. De no haber estado sosteniendo a Matías, probablemente le hubiera dado un puñetazo. Pero por el bien de su hijo, se controló. Se plantó delante de Paula y habló con tono muy sereno y ecuánime:

–Estás hablando de la mujer que amo. Y es la última vez que le hablarás de esa manera. ¿Entendido?


Quizá el otro comprendió que se había excedido, porque retrocedió.


–Tienes toda la razón, ha sido algo injustificado. Lo siento, no era mi intención.


–Voy a vestir a Matias –dijo Paula con voz baja, quitándoselo a Pedro, dejándolo a solas con su padre.


Pedro sabía que eso era algo que Paula probablemente nunca olvidaría y tuvo la sensación de que su padre lo sabía. Aunque creía que estaba recibiendo exactamente lo que se merecía, una parte de él sintió simpatía por el otro. Sabía lo que era perder los nervios y decir o hacer algo que luego se llegaba a lamentar. La diferencia era que había sido lo bastante hombre como para controlarlo. Quizá representara el toque de alerta que el padre de Paula necesitaba. Quizá los ayudara a sanar la relación fracturada.


Después de un silencio incómodo, el padre de ella dijo:

–Traigo regalos para Matías. ¿Los entro?


¿Es que le pedía permiso a Pedro? Quizá suponía que tendría mejores posibilidades con él antes que con Paula. Y a menos que hubiera algún peligro, Pedro no consideró su lugar interponerse entre abuelo y nieto.


–Claro, tráelos.


Abrió la puerta y le hizo una señal al hombre que había de pie en la acera. Había estado esperando en el frío con los brazos llenos de paquetes. Hicieron falta tres viajes para entrarlo todo. Decididamente, esa no era la manera en que Pedro había soñado con pasar la Navidad. Las familias tenían un modo peculiar de fastidiar los planes.


–Y bien –comentó el padre de Paula cuando terminó–, ¿tienes planes para casarte con mi hija?


Debería haber esperado algo así, pero la pregunta lo sorprendió un poco.


–La idea me ha pasado por la cabeza.


–Supongo que es demasiado esperar que pidas mi permiso.


En ese punto tendría suerte de recibir una invitación para la boda.


–No veo que eso vaya a suceder.


–Supongo que esperarás un trabajo en mi empresa, con un despacho que haga esquina.


¿Es que ese sujeto podía ser más arrogante?


–Ya tengo un trabajo –respondió.


El otro frunció el ceño.


–No estoy seguro de que me guste la idea de que mi yerno trabaje para la competencia.


Pedro le importaba un bledo lo que le gustara o no. Sin contar con que tendría serios problemas trabajando para alguien como el padre de Paula, en particular si terminaba resultando ser el responsable del sabotaje.


Paula apareció en el vestíbulo con Matías en brazos. Lo había vestido con un disfraz navideño.


–¿Has comido ya? –le preguntó a su padre.


–No.


–¿Querrías quedarte a cenar con nosotros?


El otro miró a Pedro.


–Si no es una imposición.


¿De repente veía a Pedro como el hombre de la casa o solo temía realizar el movimiento equivocado?


–¿Por qué no te llevas a Matias mientras yo termino la cena y Pedro se ducha? –dijo Paula.


Se quitó el abrigo y tomó al pequeño en brazos, llevándoselo al salón. Paula le hizo un gesto a Pedro para que fueran pasillo abajo y este la siguió al dormitorio. Cerró la puerta y se apoyó en él, le rodeó la cintura con los brazos y enterró la cara en su pecho.


–¿Estás bien? –le preguntó él, frotándole la espalda.


–Después de lo que me dijo, ¿estoy loca por invitarlo a quedarse?


–Si iba en serio, quizá; pero no creo que lo pensara. Creo que se sentía amenazado y atacó sin pensar. Los hombres como él están acostumbrados a tener el control. Quítaselo, y dicen y hacen cosas estúpidas.


–Supongo que eso tiene sentido –alzó la cara y lo miró–. Gracias por defenderme.


–Tú me defendiste primero. ¿Hablabas en serio?


–¿A qué parte te refieres?


–Al decir que soy el hombre al que amas –le acarició la mejilla.


–Sí –se puso de puntillas y le dio un beso, susurrándole a los labios–: Te amo, Pedro.


–Te amo, Paula.


Ella sonrió.


–Será mejor que vuelva a la cocina antes de que se queme la cena.


–En un minuto estaré allí para ayudarte.





AVENTURA: CAPITULO 39

 


Mientras bebía café frente a la chimenea y veía a Matías jugar con sus regalos, debía reconocer que en general hasta el momento había sido una Navidad fantástica. A pesar de la llamada de su padre. Ni siquiera tenía voluntad para estar enfadada. Simplemente, sentía pena por él.


Él se lo perdía. Solo había tenido seis años cuando su madre había muerto y quizá los recuerdos que tenía de ellos como una familia feliz no eran más que fantasías infantiles.


Durante largo rato permanecieron sentados allí, escuchando música navideña y mirando jugar al pequeño. Al final Paula tuvo que levantarse y meter el pavo en el horno y luego preparar el resto de platos. Cuando Matías fue a dormir su siesta, se metieron en la cama e hicieron el amor. Luego, Pedro se quedó dormido, de modo que ella se duchó, se vistió y comprobó el estado del pavo. Todavía le quedaba otra hora, pero emitía un olor delicioso. Hasta el momento, todo iba sobre ruedas.


Había dejado el teléfono en la encimera de la cocina con el timbre apagado, y cuando fue a comprobar el horno, vio que tenía una llamada perdida de su padre de las tres y cinco de la tarde. Conociéndolo, sabía que no aprendería ninguna lección de lo sucedido y que solo la acusaría de ser egoísta.


Bueno, eso ya no importaba. No podía hacer que viera algo que no quería ver.


Después de ordenar los juguetes bajo el árbol, a las cuatro oyó que Matías se agitaba y estaba a punto de ir a buscarlo cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie, y casi nadie hacía una visita el día de Navidad.


Fue a abrir la puerta y se quedó boquiabierta al ver a la persona que había de pie en el porche.


–Como insistes en tu terquedad, no me ha quedado más opción que traer los regalos de Matías en persona.


¿De modo que ella era terca? Tenía que ser un chiste malo.


–Este no es un buen momento.


–¿Quién es, Paula? –preguntó Pedro a su espalda, con Matias en brazos. Los dos seguían con los pijamas puestos y el pelo revuelto por el sueño.


Su padre pasó a su lado sin aguardar una invitación. Al ver a Pedro parpadeó sorprendido.


–¿Quién diablos es este? –preguntó, mirando de su hija a Pedro.


Luego entrecerró los ojos y ella captó el momento del reconocimiento. Su padre se volvió hacia ella con la mandíbula tensa y los dientes apretados.


–¿Por qué no me sorprende en absoluto?


–No es lo que piensas –comentó Paula.


–¿Es tu modo de castigarme? ¿Uniéndote a la competencia?


Intentó no reflejar el dolor que le causaron esas palabras.


Su padre se volvió hacia Pedro.


–Si eres tan amable de entregarme a mi nieto, podrás vestirte y largarte de la casa de mi hija.


Pedro ni se inmutó y miró al padre a los ojos.


–Ni todo el peso del infierno me haría entregarte a mi hijo.


–¿Matías es el hijo de este hombre? –gruñó el padre de Paula.


Pedro tuvo la impresión de que acababa de abrir una caja de truenos, pero le había sido imposible mantener la boca cerrada ante la arrogancia avasalladora de ese canalla.


–Sí, Pedro es el padre de Matías –repuso ella sin disculpa ni arrepentimiento en la voz.


–Paula, en el nombre de Dios, ¿en qué estabas pensando?


–No es asunto tuyo, padre.


–Y un cuerno. ¿Dónde estaba él durante tu embarazo? ¿Durante los primeros nueve meses de vida de Matías? ¿O lo has estado viendo todo este tiempo? Mintiéndome.


Pedro ni siquiera conocía la existencia de Matías hasta hace unas pocas semanas. Pero ahora está aquí.


–No, si yo puedo evitarlo –se volvió hacia Pedro–. Tengo entendido que eres uno de los candidatos a presidente ejecutivo de Western Oil.


Pedro se puso tenso. Debería haberlo imaginado.


–Supongo que no tardaré en averiguarlo.


–No lo averiguarás –intervino Paula–. Porque mi padre no va a contárselo a nadie. Porque si lo hace, jamás volverá a ver a su nieto.


El hombre mayor soltó un bufido desdeñoso.


–Matias adora a su abuelo. Nunca lo mantendrás alejado de mí.


–Si arruinas la carrera del hombre al que amo, ten la certeza de que es lo que va a pasar.


–No hablas en serio.


–¿No lo crees? Ponme a prueba.


–En ese caso, quiero una prueba de paternidad. Quiero prueba de que es el padre biológico de Matías.


Pedro abrió la boca para decirle que se fuera al infierno, pero Paula habló primero.


–¿Que tú quieres una prueba de paternidad? Yo no veo que esto tenga nada que ver contigo. Es entre Pedro y yo. Quien, para que lo sepas, jamás pidió una. Confía en mí, a diferencia de mi propio padre, quien al parecer cree que me acosté con múltiples candidatos.


–Bueno –la miró fijamente–, no sería la primera vez, ¿verdad?




jueves, 14 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 38

 


Pedro despertó con el aroma a café recién hecho.


Apenas eran las ocho de la mañana, pero el lado de la cama de Paula estaba vacío.


Se puso boca arriba y se quitó el sueño de los ojos. La noche anterior en el sofá había sido increíble. La pasión que sentía por ella era como una válvula de escape para toda su energía acumulada.


Ella lo salvaría, podía contar con Paula para que lo mantuviera a raya. Le enseñaría a ser un buen padre. Para Matías y quizá para otro bebé. En ese momento, las posibilidades parecían interminables.


Se levantó de la cama pensando si ya lo habría hecho Matias. Tenía ganas de verle la carita mientras abría todos los regalos.


Se puso los pantalones del pijama y una sudadera y fue en busca de Paula. El árbol estaba encendido y en el salón sonaba una tenue música navideña. La encontró en la cocina con un pijama rosa de franela y un mandil atado a la cintura mientras lavaba los platos a mano. El pavo ya estaba relleno y colocado en una fuente en el horno.


Al verlo, sonrió.


–Feliz Navidad.


–Buenos días. Huelo a café.


–Está recién hecho.


Se situó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos antes de darle un beso en la mejilla.


–¿Cuánto tiempo llevas levantada?


–Desde las seis. Quería tener preparado el pavo antes de que Matías despertara.


–¿Puedo ayudarte en algo?


–Podrías servirnos café mientras termino con estos platos. He oído a Matías moverse, así que va a despertarse de un momento a otro –como si fuera la señal, desde el monitor infantil les llegó la voz del pequeño–. Pensándolo mejor, ¿por qué no vas a buscarlo tú mientras yo sirvo el café?


Lo sacó de la cunita y con la destreza recién adquirida, le cambió el pañal y lo bajó al salón. Paula los esperaba con el café y leche para Matías. Pedro se sentó en el sofá y Matías se acurrucó en su regazo para beberse el biberón.


Nada más acomodarse, sonó el móvil de Paula. Esta puso los ojos en blanco y dijo.


–Es mi padre.


–No tienes que contestar –sugirió él.


–No. Me niego a jugar ese juego con él –lo recogió de la mesita y lo abrió–. Hola, papá –escuchó durante varios segundos y luego dijo–: Te he estado llamando toda la semana. Al no recibir noticias, di por hecho que no organizarías la cena este año y he hecho otros planes –otra pausa, después respondió–. No, no cambiaré mis planes. Tengo un pavo relleno esperando que encienda el horno.


Pedro pudo oír el discurso rimbombante del padre a través del teléfono.


–Lamento que la comida se estropee. Si me hubieras devuelto la llamada… –gritos desde el otro extremo–. No, no intento mostrarme difícil. Simplemente, no puedo… –apartó el teléfono de su oreja, lo cerró y movió la cabeza–. Me ha colgado. Al parecer la comida era a las tres.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro.


–Él se lo pierde. Nos necesita más a nosotros que nosotros a él.


Y era verdad. Ellos ya eran una familia. Y Pedro no pudo sentir una retorcida sensación de satisfacción.



AVENTURA: CAPITULO 37

 


Paula dedicó la siguiente hora a mirar en Internet. Eligió una receta de pavo relleno que parecía sabrosa y fácil de hacer, luego redactó una lista de la compra de todas las cosas que iba a necesitar. Al finalizar, metieron a Matías en el cochecito y se fueron a cenar a la cafetería y de vuelta a casa pasaron por el mercado.


Cuando al fin estuvieron en el coche con todo lo que necesitaban, Matías se quedó dormido de regreso a casa. Nada más llegar, lo acostó.


Pedro se ofreció a ayudarla a guardar las cosas, pero ella lo echó de la cocina e insistió en que fuera a ver la televisión. Cuando, media hora más tarde, regresó a la cocina en busca de una cerveza, solo llevaba puesto un pantalón de pijama.


–Me cambié porque hacía mucho calor con la chimenea puesta, pero como no termines pronto aquí, quizá me vea obligado a sacarte en contra de tu voluntad.


Al volver a quedarse a solas, Paula terminó de guardar las cosas y preparó las cosas para la mañana siguiente, pensando en lo perfecta que había sido la velada. Casi demasiado perfecta, como la primera vez.


También entonces todo parecía ir demasiado bien, hasta que de repente la dejó. Quizá si supiera con certeza por qué lo había hecho, no se preocuparía en ese momento. O tal vez dejara de ser paranoica y estuviera agradecida por una segunda oportunidad.


Eran las once pasadas cuando apagó la luz de la cocina y fue al salón. La televisión seguía encendida, pero Pedro estaba dormido en el sofá. Apagó el aparato con el mando a distancia, y aunque sabía que lo mejor era ir a acostarse para levantarse temprano con el fin de empezar los preparativos para la cena, experimentó una necesidad vital de estar cerca de él.


Se desvistió, dejando la ropa en el suelo, y luego se sentó a horcajadas de los muslos de Pedro. Debía de estar extenuado, porque ni se movió.


Sin despertarlo, se inclinó y pegó los labios en su estómago duro hasta llegar a la cintura del pantalón del pijama. Paró para mirarle la cara, pero seguía con los ojos cerrados. Sin embargo, otras partes de él comenzaban a despertar. Le bajó los pantalones y Pedro ni se movió, Inclinándose, primero provocó con la lengua la punta de su erección, y cuando así no consiguió una reacción, se lo llevó a la boca.


Oyó un gemido, luego sintió las manos de él en su cabeza. Pensó que eso era mejor y lo introdujo aún más hondo en su boca.


Se incorporó y Pedro le sonrió con párpados pesados.


–Al principio pensé que soñaba –explicó–. No sucede muy a menudo que un hombre despierta y se encuentra con una mujer magnífica encima de él.


–Entonces, quizá debería hacerlo más a menudo –comentó con una sonrisa.


–Te aseguro que podría acostumbrarme a esto.


Le enmarcó la cara y la tumbó para darle un beso profundo y lento. Le acarició los hombros desnudos y la espalda y la pegó por el trasero contra él para que su erección la frotara en los puntos adecuados. Ella le clavó las uñas en los hombros y gimió sobre sus labios. Con un embate lento y hondo estuvo dentro de ella.


Era tan grato, pero Paula no podía quitarse la sensación de que faltaba algo. Entonces lo supo. No se había puesto un preservativo.


Maldijo para sus adentros.


Él se movía despacio dentro de ella y no quería que parara. Pero el acto sexual sin preservativo era como jugar a la ruleta rusa. Y tenía la prueba de ello durmiendo pasillo abajo. Pero esperaba el período en dos días, por lo que sus posibilidades de concebir eran realmente escasas.


Sin embargo, no era una decisión que tuviera derecho a tomar sola.


Se incorporó apoyando las manos en el torso de Pedro.


–Tenemos que parar.


Él gimió una objeción mientras embestía hacia arriba.


–No, no tenemos por qué hacerlo.


–Nos hemos olvidado de usar un preservativo.


–Lo sé.


–¿Lo sabes?


Rio despacio mientras subía las manos, le coronaba los pechos y la embestía una, dos veces, enloqueciéndola de necesidad.


–¿De verdad pensaste que no me daría cuenta.


–¿No te importa?


–Iba a sugerir que sacáramos uno, pero pensé que sería educado y te satisfaría primero.


–Estoy segura de que fue así como concebí a Matias.


–¿Te opones a la idea de tener otro bebé?


–Bueno, no, pero…


–Entonces, no nos preocupemos por el tema.


Si él no estaba preocupado, si no le molestaban las consecuencias…


Volvió a enloquecerla con la boca y a desterrar sus dudas.


La sujetó el rostro y la miró a los ojos.


–Te amo, Paula.


Esas tres palabras sencillas la lanzaron al precipicio y él estuvo a su lado. Luego, apoyó la cabeza bajo el mentón de Pedro, extenuada y relajada, y él la abrazó.