Pedro despertó con el aroma a café recién hecho.
Apenas eran las ocho de la mañana, pero el lado de la cama de Paula estaba vacío.
Se puso boca arriba y se quitó el sueño de los ojos. La noche anterior en el sofá había sido increíble. La pasión que sentía por ella era como una válvula de escape para toda su energía acumulada.
Ella lo salvaría, podía contar con Paula para que lo mantuviera a raya. Le enseñaría a ser un buen padre. Para Matías y quizá para otro bebé. En ese momento, las posibilidades parecían interminables.
Se levantó de la cama pensando si ya lo habría hecho Matias. Tenía ganas de verle la carita mientras abría todos los regalos.
Se puso los pantalones del pijama y una sudadera y fue en busca de Paula. El árbol estaba encendido y en el salón sonaba una tenue música navideña. La encontró en la cocina con un pijama rosa de franela y un mandil atado a la cintura mientras lavaba los platos a mano. El pavo ya estaba relleno y colocado en una fuente en el horno.
Al verlo, sonrió.
–Feliz Navidad.
–Buenos días. Huelo a café.
–Está recién hecho.
Se situó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos antes de darle un beso en la mejilla.
–¿Cuánto tiempo llevas levantada?
–Desde las seis. Quería tener preparado el pavo antes de que Matías despertara.
–¿Puedo ayudarte en algo?
–Podrías servirnos café mientras termino con estos platos. He oído a Matías moverse, así que va a despertarse de un momento a otro –como si fuera la señal, desde el monitor infantil les llegó la voz del pequeño–. Pensándolo mejor, ¿por qué no vas a buscarlo tú mientras yo sirvo el café?
Lo sacó de la cunita y con la destreza recién adquirida, le cambió el pañal y lo bajó al salón. Paula los esperaba con el café y leche para Matías. Pedro se sentó en el sofá y Matías se acurrucó en su regazo para beberse el biberón.
Nada más acomodarse, sonó el móvil de Paula. Esta puso los ojos en blanco y dijo.
–Es mi padre.
–No tienes que contestar –sugirió él.
–No. Me niego a jugar ese juego con él –lo recogió de la mesita y lo abrió–. Hola, papá –escuchó durante varios segundos y luego dijo–: Te he estado llamando toda la semana. Al no recibir noticias, di por hecho que no organizarías la cena este año y he hecho otros planes –otra pausa, después respondió–. No, no cambiaré mis planes. Tengo un pavo relleno esperando que encienda el horno.
Pedro pudo oír el discurso rimbombante del padre a través del teléfono.
–Lamento que la comida se estropee. Si me hubieras devuelto la llamada… –gritos desde el otro extremo–. No, no intento mostrarme difícil. Simplemente, no puedo… –apartó el teléfono de su oreja, lo cerró y movió la cabeza–. Me ha colgado. Al parecer la comida era a las tres.
–¿Estás bien? –preguntó Pedro.
–Él se lo pierde. Nos necesita más a nosotros que nosotros a él.
Y era verdad. Ellos ya eran una familia. Y Pedro no pudo sentir una retorcida sensación de satisfacción.
Cuánto amor hay entre PP y Pau. Me encanta esta historia.
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