Paula dedicó la siguiente hora a mirar en Internet. Eligió una receta de pavo relleno que parecía sabrosa y fácil de hacer, luego redactó una lista de la compra de todas las cosas que iba a necesitar. Al finalizar, metieron a Matías en el cochecito y se fueron a cenar a la cafetería y de vuelta a casa pasaron por el mercado.
Cuando al fin estuvieron en el coche con todo lo que necesitaban, Matías se quedó dormido de regreso a casa. Nada más llegar, lo acostó.
Pedro se ofreció a ayudarla a guardar las cosas, pero ella lo echó de la cocina e insistió en que fuera a ver la televisión. Cuando, media hora más tarde, regresó a la cocina en busca de una cerveza, solo llevaba puesto un pantalón de pijama.
–Me cambié porque hacía mucho calor con la chimenea puesta, pero como no termines pronto aquí, quizá me vea obligado a sacarte en contra de tu voluntad.
Al volver a quedarse a solas, Paula terminó de guardar las cosas y preparó las cosas para la mañana siguiente, pensando en lo perfecta que había sido la velada. Casi demasiado perfecta, como la primera vez.
También entonces todo parecía ir demasiado bien, hasta que de repente la dejó. Quizá si supiera con certeza por qué lo había hecho, no se preocuparía en ese momento. O tal vez dejara de ser paranoica y estuviera agradecida por una segunda oportunidad.
Eran las once pasadas cuando apagó la luz de la cocina y fue al salón. La televisión seguía encendida, pero Pedro estaba dormido en el sofá. Apagó el aparato con el mando a distancia, y aunque sabía que lo mejor era ir a acostarse para levantarse temprano con el fin de empezar los preparativos para la cena, experimentó una necesidad vital de estar cerca de él.
Se desvistió, dejando la ropa en el suelo, y luego se sentó a horcajadas de los muslos de Pedro. Debía de estar extenuado, porque ni se movió.
Sin despertarlo, se inclinó y pegó los labios en su estómago duro hasta llegar a la cintura del pantalón del pijama. Paró para mirarle la cara, pero seguía con los ojos cerrados. Sin embargo, otras partes de él comenzaban a despertar. Le bajó los pantalones y Pedro ni se movió, Inclinándose, primero provocó con la lengua la punta de su erección, y cuando así no consiguió una reacción, se lo llevó a la boca.
Oyó un gemido, luego sintió las manos de él en su cabeza. Pensó que eso era mejor y lo introdujo aún más hondo en su boca.
Se incorporó y Pedro le sonrió con párpados pesados.
–Al principio pensé que soñaba –explicó–. No sucede muy a menudo que un hombre despierta y se encuentra con una mujer magnífica encima de él.
–Entonces, quizá debería hacerlo más a menudo –comentó con una sonrisa.
–Te aseguro que podría acostumbrarme a esto.
Le enmarcó la cara y la tumbó para darle un beso profundo y lento. Le acarició los hombros desnudos y la espalda y la pegó por el trasero contra él para que su erección la frotara en los puntos adecuados. Ella le clavó las uñas en los hombros y gimió sobre sus labios. Con un embate lento y hondo estuvo dentro de ella.
Era tan grato, pero Paula no podía quitarse la sensación de que faltaba algo. Entonces lo supo. No se había puesto un preservativo.
Maldijo para sus adentros.
Él se movía despacio dentro de ella y no quería que parara. Pero el acto sexual sin preservativo era como jugar a la ruleta rusa. Y tenía la prueba de ello durmiendo pasillo abajo. Pero esperaba el período en dos días, por lo que sus posibilidades de concebir eran realmente escasas.
Sin embargo, no era una decisión que tuviera derecho a tomar sola.
Se incorporó apoyando las manos en el torso de Pedro.
–Tenemos que parar.
Él gimió una objeción mientras embestía hacia arriba.
–No, no tenemos por qué hacerlo.
–Nos hemos olvidado de usar un preservativo.
–Lo sé.
–¿Lo sabes?
Rio despacio mientras subía las manos, le coronaba los pechos y la embestía una, dos veces, enloqueciéndola de necesidad.
–¿De verdad pensaste que no me daría cuenta.
–¿No te importa?
–Iba a sugerir que sacáramos uno, pero pensé que sería educado y te satisfaría primero.
–Estoy segura de que fue así como concebí a Matias.
–¿Te opones a la idea de tener otro bebé?
–Bueno, no, pero…
–Entonces, no nos preocupemos por el tema.
Si él no estaba preocupado, si no le molestaban las consecuencias…
Volvió a enloquecerla con la boca y a desterrar sus dudas.
La sujetó el rostro y la miró a los ojos.
–Te amo, Paula.
Esas tres palabras sencillas la lanzaron al precipicio y él estuvo a su lado. Luego, apoyó la cabeza bajo el mentón de Pedro, extenuada y relajada, y él la abrazó.
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