Solo después de colgar y comprobar su agenda para la próxima reunión, comprendió el error que acababa de cometer. El sábado por la noche se suponía que debía asistir a una fiesta que daban Adrián y Katy. Había quedado tan encantado por la idea de pasar tiempo con su hijo, que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la idea de poder tener otro compromiso.
Emilio y su novia estarían allí, y conocía lo bastante bien a su hermano como para saber que jamás perdería la oportunidad de ganar puntos a su favor. Haciendo que él quedara como el raro. Podía volver a llamar a Paula y decirle que le sería imposible ocuparse de Matías, pero algo le dijo que eso no saldría bien.
Sabía que ser padre requeriría sacrificios. Además, Adrián le había asegurado que no pasaba nada si no iba, que era muy precipitado.
Solo esperó que lo creyera de verdad. Estaba demasiado cerca de conseguir todo lo que quería como para tirarlo por la borda.
A pesar de que Paula no había parado de repetirse de que todo iría bien, cuando sonó el timbre se levantó del sofá como impelida por un resorte. «Cielos, relájate». Se obligó a ir despacio hacia la puerta. No salía mucho, así que se había tomado su tiempo en arreglarse.
Con un nudo en la garganta, abrió. Pedro se hallaba en el porche, con un aspecto condenadamente sexy. Por lo general, cuando iba a ver a Matías vestía de manera informal, pero en ese momento aún llevaba puesto el traje.
La estudió, asimilando el ceñido jersey negro de cachemira, las mallas y las botas de tacón alto.
–Estás estupenda –alabó con sinceridad.
–Gracias –dijo, retrocediendo para que él pudiera entrar del frío. Una vez dentro, se dio cuenta del aspecto cansado que mostraba, como si llevara despierto varios días seguidos.
–Lamento llegar tarde –se disculpó él–. La reunión se prolongó demasiado. Ni siquiera he tenido tiempo de ir a casa a cambiarme.
–Pareces exhausto.
Pedro se quitó el abrigo.
–Ha sido una semana larga. Vamos a iniciar la producción de una nueva campaña publicitaria. Y todo lo que podía salir mal ha salido mal. Por suerte vamos a cerrar para las fiestas. Necesito un descanso.
Desde el otro lado del salón Matias lanzó un grito y se puso a saltar entusiasmado al ver a Pedro.
–Hola –Pedro cruzó el salón para ir a saludarlo, y lo alzó, abrazándolo–. Te he echado de menos.
Paula sintió que se le derretía el corazón.
–Hoy ha dormido más tiempo, así que podrá quedarse un rato más despierto. Solo asegúrate de que esté en la cama a las nueve. Tenemos que levantarnos temprano para ir a desayunar a la casa de mi padre.
–¿Lo hacéis a menudo?
–Un par de veces al mes. Mi padre está ocupado la mayor parte del tiempo, pero le gusta ver a su nieto.
–Y a ti, no me cabe ninguna duda.
–No, casi todo se centra en Matías. Mi padre y yo apenas nos hablamos. A menos que esté dándome un discurso sobre cómo educar a Matías, no tiene más que decir. Pero es una conversación unilateral.
–Se parece a mi madre –comentó Pedro–. Le encanta oírse hablar. ¿Tu padre está soltero? Quizá deberíamos presentarlos.
–¿Para que puedas ser mi hermanastro? Sería divertido explicarle eso a Matias.
–Es verdad –rio y señaló el árbol de Navidad–. Ha quedado bonito.
–Beatriz llegará pronto. ¿Por qué no te muestro dónde está todo para no tener que hacerla esperar? –aunque la idea de quedarse en casa con ellos ya le resultaba más atractiva.
Después de mostrarle dónde estaban los pañales limpios, las toallitas y los pijamas en caso de que el pequeño ensuciara los que llevaba, agregó:
–Te he dejado instrucciones en la cocina de cómo preparar un biberón, pero ya me has visto hacerlo –le dijo–. Tienes el número de mi móvil, así que no dudes en llamar si necesitas algo.
–Seguro que me arreglaré.
Se puso el abrigo y recogió el bolso de la mesa del recibidor. Pensó en darle un beso a Matías, pero con Pedro sosteniéndolo en brazos, podría resultar un poco incómodo. Le sopló un beso y dijo:
–Adiós, cariño, te quiero.
–Diviértete –comentó Pedro.
–Tú también –cruzó la puerta en dirección al coche de Beatriz.