No era solo cuestión de tiempo. Quizá ella jamás lo entendiera, pero le había hecho un favor cuando puso fin a la relación. Paula le hacía bajar la guardia, perder el control, y con un hombre como él eso solo podía significar problemas. No era la clase de relación que ella se merecía. Era demasiado apasionada y estaba llena de vida. Y también… dulce. No necesitaba que él la arrastrara al fondo.
–¿Lo que quieres decir es que te hice daño y este era tu modo de devolvérmelo? –le preguntó.
–No es lo que he dicho.
No, pero pudo ver que tocaba una tecla sensible.
–Esto no nos lleva a ninguna parte –prosiguió ella–. Si quieres hablar de Matías, perfecto. Pero si has venido aquí a repartir culpas, puedes marcharte.
–Al menos podrías tener la decencia, el valor, de reconocer que tal vez cometiste un error.
–Hice lo que consideré mejor para mi hijo. Para todos –guardó silencio y luego añadió a regañadientes–. Pero no te negaré que me sentía herida y confusa y quizá no tomé en consideración los sentimientos de todas las partes.
Pedro supuso que eso era lo más parecido que iba a conseguir como disculpa. Y ella tenía razón: repartir culpas no los iba a llevar a ninguna parte. El único modo de tratar el tema era de forma racional y con serenidad. Pensó en cómo llevaría la situación su padre e hizo lo opuesto.
Se tragó su amargura y una gran dosis de orgullo antes de decir:
–Olvidemos quién tiene la culpa o quién salió perjudicado y háblame de mi hijo.
–Primero, ¿por qué no me cuentas qué planeas hacer ahora que sabes de su existencia? –repuso Paula. No tenía sentido que aprendiera cosas de un hijo al que no pretendía ver.
–Para serte sincero, aún no estoy seguro.
–¿Te preocupa cómo afectará a tu carrera?
–Claro que esa es una preocupación.
–No debería serla. Es tu hijo. Deberías amarlo y aceptarlo incondicionalmente. Si no puedes hacer eso, en su vida no hay espacio para ti.
–Eso es un poco duro, ¿no crees?
–No. Es mi responsabilidad y yo sé lo que es mejor para él. Y a menos que estés dispuesto a aceptarlo como a tu hijo y brindarle un espacio permanente en tu vida, y eso incluyen visitas habituales que sean convenientes para mí, puedes olvidarte de llegar a verlo. Necesita estabilidad, no un padre esporádico que lo introduce y lo saca de su vida a su capricho.
Una inusual muestra de furia le endureció las facciones.
–Imagino que también esperarás una pensión alimenticia –manifestó con la mandíbula tensa.
Simplemente, no lo entendía. Eso no tenía nada que ver con el dinero o una necesidad de manipularlo.
Todo era por Matias.
–Guárdate tu dinero. No lo necesitamos.
–Es mi hijo y mi responsabilidad económica.
–No puedes comprar el acceso a su vida, Pedro. No está en venta. Si no puedes estar presente emocionalmente para él a largo plazo, te quedas fuera del juego. Es algo innegociable.
Pudo ver que no lo entusiasmaba nada su enfoque directo.
–Supongo que tengo mucho que pensar –expuso Pedro.
–Imagino que sí –se levantó del sofá, instándolo a hacer lo mismo–. Cuando hayas tomado una decisión, entonces podrás ver a Matías. Entiendo que necesites tiempo para pensártelo. Y quiero que sepas que lo que decidas, estará bien para mí. Me encantaría que Matías conociera a su padre, pero no quiero que te sientas presionado por algo para lo que no estás preparado. Puedo manejar esta situación yo sola.
Fue hacia la puerta y se puso la cazadora, mirando por el pasillo hacia los dormitorios.
–¿Puedo llamarte? –preguntó.
–Mi número sigue siendo el mismo –lo sabría si hubiera intentado contactar con ella en los últimos dieciocho meses.
Él se detuvo junto a la puerta con la mano en el pomo y se volvió hacia ella.
–Lamento cómo resultaron las cosas entre nosotros.
Pero no lo suficiente como para quererla de vuelta en su vida, pensó mientras él regresaba a su coche.