miércoles, 2 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 24

 


Pedro llevó a Paula al dormitorio y la tumbó sobre la cama.


—Ahora me toca a mí.


Le quitó el tanga y empezó a acariciarla con unos dedos que parecían tener un toque mágico. Una tensión nueva empezó a crecer en el vientre de Paula. Cuando se movió, la seda de la colcha creaba una deliciosa fricción contra su espalda, contra sus muslos.


Pedro tocó el diminuto botón en el centro de su ser, y ella abrió aún más las piernas, dejando escapar un suspiro de placer. Él movía los dedos y se quedaba sin aliento. Cerrando los ojos, decidió olvidarse de todo. No existía nada más que aquella habitación, aquel hombre… aquellas caricias.


Y entonces sintió el calor de su boca, de su lengua. Pedro volvió a lamerla, y Paula tomó su cabeza entre las manos.


—Quiero más…


Él debió de haberla entendido porque un segundo después oía cómo rasgaba un paquetito que había sacado de la mesilla. Enseguida se colocó encima, el torso cubierto de sudor contra sus pechos hinchados, besándola de forma tan apasionada que Paula empezó a levantar las caderas, impaciente.


Pedro se movió. Podía sentir la punta de su erección deslizándose sobre ella. Estaba preparada.


Él empujó un poco y se deslizó en su interior por completo. Paula dejó escapar un gemido, un sonido primitivo, extraño incluso a sus oídos. Luego enredó las piernas en su cintura, apretándose contra él todo lo que le era posible.


Durante un momento, Pedro se quedó parado, llenándola por completo. Pero enseguida se apartó un poco y volvió a hundirse en ella. La fricción era intensa, el ritmo aumentaba poco a poco.


Paula cerró los ojos, concentrándose en esa fricción, la sensación viajando desde su vientre hasta sus piernas, sus pechos, su lengua…


Hubo un momento de oscuridad, el mundo se volvió negro y, de repente, estaba temblando en medio de la luz.


Pedro dejó escapar una especie de rugido, y Paula lo sintió latiendo dentro de ella.


—Nunca había sido así —dijo con voz ronca—. Nunca.


La luz desapareció, y Paula sintió un escalofrío de aprensión.




martes, 1 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 23

 


Pedro y Paula comieron juntos y luego fueron a navegar un rato en su catamarán. La tarde pasó entre risas y bromas.


Esa noche, el aplauso después del espectáculo fue abrumador, mucho más que otras veces. Paula sabía que el público sentía la energía y la emoción de aquel día pasado con Pedro.


Pero también sabía que aquello no podía durar, que terminaría pronto. Sin embargo, cuando Pedro la invitó a tomar algo en su suite, decidió aceptar. Quizá como despedida. Era su última oportunidad de pasar un rato con Pedro en la burbuja que ella misma había creado.


Durante la cena charlaron sobre muchas cosas, las velas de la mesa creando un halo dorado a su alrededor. Pero detrás de esas palabras mundanas algo vibraba entre ellos, una fuerza inexorable. Y Paula sabía que Pedro lo sentía también.


—No te he ayudado a recuperar la memoria, ¿verdad? Tu regreso a Strathmos no ha servido de nada.


Debería confesarle la verdad, pensó Paula. Pero no lo hizo. No quería extinguir el brillo de sus ojos, un brillo que parecía existir sólo para ella. Quería disfrutar aunque sólo fuese unas horas. Cuando la burbuja se rompiera, no habría vuelta atrás.


—No, no ha sido en vano. El trabajo ha sido estupendo. Y te he conocido a ti… otra vez.


Pedro se levantó y le ofreció su mano.


—Ven aquí.


Paula sabía lo que le estaba pidiendo. Si le daba la mano, todo cambiaría. Si le decía que sí… tendría que aceptar que ya no creía que hubiese destruido a Mariana.


Que no era el canalla que su hermana había pintado. Que, por alguna razón, Mariana había mentido.


—Ven —repitió Pedro.


Lentamente, Paula se levantó. Él la llevó al sofá y la sentó sobre sus rodillas.


Pedro deseaba verla sonreír de nuevo, borrar aquellas sombras de sus ojos, deseaba tocarla…


¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía haber olvidado su traición? Pero la única verdad era que la semana que había pasado fuera de Strathmos había sido una tortura.


—Pídeme que te haga el amor —dijo en voz baja—. Para que no tenga que romper la promesa que te hice.


La observó tragar saliva. Y cuando la miró a los ojos vio en ellos el mismo deseo que debía haber en los suyos.


—Hazme el amor, Pedro.


Algo parecido a un río de lava empezó a moverse dentro de su pecho. Inclinándose hacia delante, Pedro buscó sus labios de seda. Era tan suave, tan dulce.


Se besaron durante largo rato y después, sin decir nada, él empezó a desabrochar su vestido. No llevaba sujetador, y una sola mirada reveló unos pechos altos, firmes, con pezones oscuros…


Pedro inclinó la cabeza y buscó uno con los labios. El pezón se endureció inmediatamente al contacto de su lengua y, cuando empezó a tirar de él, Paula cerró los ojos y tomó su cara entre las manos, como para que no la soltase. Pedro aprovechó para quitarle el vestido y deslizar las manos por su espalda, por sus nalgas, metiendo una bajo el tanga.


Estaba húmeda y la penetró con los dedos sin esfuerzo alguno. Sabía por sus jadeos que estaba excitada, que lo deseaba tanto como él.


Mientras metía y sacaba los dedos, tiraba con los labios del pezón hasta que ella dejó escapar un gemido de placer.


Pedro


Antes de que él pudiera objetar, Paula se puso de rodillas entre sus piernas. Pero cuando vio que iba a desabrochar su cinturón, sujetó sus manos.


—No.


—Sí.


—No —repitió él. Tenía la sensación de que si dejaba que pasara aquello su mundo no volvería a ser el mismo. Que estaba a punto de descubrir un universo nuevo.


Y no podía hacer nada para evitarlo.


Paula bajó la cremallera del pantalón y lo sacó, duro y potente.


—Paula…


Ella empezó a acariciarlo y, rindiéndose, Pedro apoyó la cabeza en el respaldo del sofá. Pero cuando sintió el calor de su boca, intentó apartarla de nuevo.


—¡Paula!


Estaba chupándolo, llevándolo al fondo de un oscuro y desconocido precipicio donde no pudo aguantar más. Veía sombras ante sus párpados mientras se convulsionaba una y otra vez, atrapado en un placer que iba más allá de lo que nunca hubiera imaginado.



VENGANZA: CAPÍTULO 22

 


Cuando volvieron al hotel, Mauricio le pidió que lo ayudase con el ensayo del espectáculo de Navidad. Aunque ella no estaría en Strathmos para entonces. La noche siguiente sería su última aparición en el teatro Electra. En un par de días estaría de vuelta en Auckland… para reunir las piezas de su vida.


—¡Paula!


Cuando se volvió, Mauricio y Lucie estaban mirándola con una expresión extraña.


—¿Sí?


—Despierta, mujer. Parece que estás soñando.


—Ah, perdón, es que estaba… se me había ido el santo al cielo.


—Tenemos que ensayar la canción de Navidad… —siguió diciendo Lucie.


—Paula no estará aquí en Navidad —la interrumpió Pedro, que acababa de entrar—. Cantará Stella Argyris. Pero le he pedido a Paula que ensaye por ella.


—Ah, yo conozco a Stella Argyris. Trabajé con ella una vez —dijo Lucie en voz baja—. Menuda es. En cuanto vea a Pedro querrá clavarle sus garras.


—Calla, Lucie. Pedro va a oírte.


—¿Y qué?


—Mañana es mi último día y quiero marcharme de aquí sin discusiones.


—A juzgar por cómo te mira, yo diría que no vas a tener ningún problema.


—Bueno, venga, vamos a seguir ensayando.


Pero en cuanto empezaron a cantar Silent Night, Paula supo que era un error. Aquel villancico tan antiguo, tan familiar, hacía que se le encogiese el corazón. Representaba todo lo que ella no tendría nunca, todo lo que su familia había perdido.


Pedro parecía haberse convertido en piedra. La miraba como si la estuviera viendo por primera vez.


Paula bajó los ojos, su voz haciéndose más ronca, más profunda. Cuando llegó la última estrofa, tenía que hacer un esfuerzo para no romper a llorar.


Todos se quedaron en silencio.


—Qué bonito —murmuró Lucie, asombrada.


Mauricio empezó a aplaudir y, uno por uno, todos los demás se unieron al aplauso. Sólo Pedro permanecía inmóvil. Paula empezó a sentirse un poco ridícula, de modo que bajó del escenario haciendo bromas.


Por fin, Pedro se acercó a ella.


—Has cantado como un ángel.


—Me gusta mucho ese villancico.


—Te he oído cantar muchas veces, pero esto… no sé, ha sido maravilloso. Y pensar que yo no sabía que tuvieras esa voz. ¿Cómo es posible que no me lo contaras, Paula?


Ella apretó los labios. La magia había desaparecido. Era Paula Chaves, no la Paula que Pedro creía, sino otra persona. Y las mentiras que había contado empezaban a escapársele de las manos.




VENGANZA: CAPÍTULO 21

 


El domingo tardó lo que a Paula le pareció un siglo en llegar. Estaba haciéndose un té, pensativa, cuando oyó un estruendo sobre su cabeza…


Corriendo, se asomó a la ventana y vio una enorme sombra en el cielo. ¡El helicóptero de Pedro!


Para cuando él fue a buscarla había conseguido controlar la ilusión que le hacía volver a verlo. Él llevaba un elegante traje de chaqueta, y ella un bonito vestido negro sin mangas, el pelo recogido en un moño.


—Estás muy guapa.


—Gracias.


Pedro no la besó, ni siquiera en la mejilla. Pero la miraba con una expresión indescifrable que aceleró su pulso hasta que, por fin, le ofreció su mano.


—Vamos.


Paula la aceptó. Su mano era firme, cálida. Y el ritmo de su corazón empezó a recuperar la normalidad.


Cuando llegaron a la iglesia del pueblo, Paula miró alrededor con interés. Había cientos de velas encendidas. En las paredes, santos con halos hechos de pan de oro miraban los viejos bancos de madera.


Después de la misa, la gente se congregó en pequeños grupos. Pedro fue saludado por todo el pueblo, pero la mantuvo a su lado, el brazo en su cintura. Paula pensó en aquella contradicción: el elegante hotel y la pequeña iglesia de pueblo… ¿habría visto Mariana aquella faceta de Pedro Alfonso?


—¿He estado aquí antes?


—Te pedí que vinieras conmigo varias veces, pero tú no quisiste.


De modo que Mariana nunca había ido con él a la iglesia… A su hermana le gustaba acostarse tarde y levantarse aún más tarde, de modo que era lógico.


—¿Sueles venir todos los domingos?


—Sí. Me bautizaron aquí.


—Ah, no lo sabía.


—No solíamos hablar de esas cosas. De hecho, nunca hablábamos del pasado o de nuestras familias. Hemos hablado más en estos días que en todos los meses que estuvimos juntos.


Paula asintió con la cabeza. Esas charlas terminarían. El martes tendría lugar su última actuación y después se marcharía de la isla. Para siempre.


—¿Estudiaste aquí, en Strathmos?


—No, tuve una nurse, una niñera.


—¿Ah, sí?


—Y luego me marché a Inglaterra, a los diez años.


Eso explicaba que hablase su idioma a la perfección, sin el menor acento.


—Mi madre pensó que era lo mejor. Y mi abuelo no pudo convencerla.


—¿Y qué tal lo pasaste en Inglaterra?


—Al principio mal. Estaba muy lejos de Grecia y no hablaba bien el idioma… Me sentía solo y quería volver a casa.


—¿Aquí?


—No, aquí no —contestó él, apartando la mirada.


Algo en su tono de voz hizo que Paula no siguiera preguntando. Había tantas cosas sobre Pedro Alfonso que seguía sin saber… Y ya era demasiado tarde para averiguarlas.




lunes, 30 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 20

 


Con Lucie de vuelta en el trabajo el lunes, el horario de Paula volvió a la normalidad. Sin embargo, se sentía inquieta. Y su humor se veía reflejado en el tiempo horrible que hacía en la isla. El viento y la lluvia golpeaban Strathmos, y Paula se concentró en su trabajo, intentando olvidar todo lo demás.


Había pensado pasar el jueves, su día libre, haciendo windsurf. El día amaneció claro y soleado, con suficiente viento como para volar sobre las olas, pero Paula no podía poner el corazón en ello y, media hora después, decidió volver a la playa.


Echaba de menos a Pedro.


Intentando controlar tan traidores pensamientos, pasó la tarde ayudando a los empleados del hotel a poner el árbol de Navidad.


Le resultaba agridulce colgar los adornos porque su familia evitaba esas fiestas… el día de Navidad se había convertido en un día de luto para ellos.


Mientras estaba colgando una bola plateada en una de las ramas, sonó su móvil.


Era Pedro.


Inmediatamente, su pulso se aceleró. El árbol le pareció más verde, las luces más brillantes. Por primera vez desde que Pedro se marchó de Strathmos, se sentía viva.


—¿Me echas de menos? —le preguntó él.


—Claro que no —mintió Paula—. He estado demasiado ocupada como para pensar en ti.


Luego le contó que hacía un tiempo horrible, y Pedro rió cuando le dijo que no era así como ella esperaba pasar dos semanas en una isla griega.


—Pues en Navidad no dejará de llover.


—Oh, no. Ahora entiendo que los turistas de la época de tu abuelo sólo vinieran en verano. Y entiendo también por qué ahora hay un casino, bares, piscinas climatizas… El hotel está lleno de gente.


—Me alegro —Pedro parecía distraído—. Volveré temprano el domingo. Suelo ir a misa por la mañana en la iglesia del pueblo. ¿Quieres ir conmigo?


¿Ir con Pedro a la iglesia? Era la idea más extraña del mundo.


—Sí, bueno… pero tengo que volver a tiempo para el ensayo.


Aunque sabía que estaba arriesgándose a que le rompiera el corazón, Paula no podía decirle que no.




VENGANZA: CAPÍTULO 19

 


Pedro y su familia se fueron de Strathmos el domingo. Paula oyó el ruido de las aspas del helicóptero sobre su cabeza a mediodía, pero no supo que Pedro se había ido hasta que encontró una nota en su camerino:

Volveré el próximo domingo. Nos vemos entonces.


Nada más. Ni siquiera estaba firmada. Pero supo sin ninguna duda de quién era.


Más tarde se enteró de que había ido a la isla de Kalos para mantener una reunión de negocios sobre la posibilidad de comprar otro hotel. Paula había esperado sentirse aliviada por su ausencia, pero no fue así, todo lo contrario. Se sentía… sola.


Aunque Pedro le había confesado por la noche que nunca había querido a Mariana. Y, sin embargo, había mantenido una aventura con ella. Pedro Alfonso seguramente nunca amaría a nadie. Quizá era incapaz de hacerlo. Y debía recordar eso si no quería arriesgarse a que le rompiera el corazón.


Había fantaseado con la idea de demostrarle que era la mujer más sexy de la tierra y desdeñarlo después, cuando solicitase sus atenciones. En lugar de eso… no dejaba de preguntarse con quién estaría en aquel momento.


No se atrevía a seducirlo. Porque sospechaba que cuando hiciera el amor con él jamás podría darle la espalda; que estaría marcada como la mujer de Pedro Alfonso de por vida.


No, acostarse con Pedro no respondería ninguna de sus preguntas. Al contrario. Mariana había muerto y no podía traicionar la memoria de su hermana de esa manera. Ni arriesgar su corazón por un hombre que jamás sentiría nada por ella.


En una semana se iría de Strathmos y le diría adiós a Pedro para siempre. Strathmos no sería más que una isla exótica, un vago recuerdo.


El mundo de Pedro.


Al pensar eso sintió un vacío dentro de su pecho. Mordiéndose los labios para controlar las lágrimas de soledad que asomaban a sus ojos, decidió que volvería a Auckland y seguiría adelante con su vida como su madre le había aconsejado.


Quizá el calor de su familia y sus amigos podría consolarla. Aquella misma noche llamaría a su representante para pedirle que le buscase un trabajo donde fuera.


Había llegado el momento de dejar descansar a Mariana.




VENGANZA: CAPITULO 18

 


Paula se sorprendió el sábado por la noche al verlo con un grupo de gente en el teatro. Tres mujeres, todas muy guapas, y dos hombres.


Y ninguno de ellos estaba cenando. Debían de haber ido sólo para oírla cantar, pensó.


Cuando llegó al camerino, Pedro estaba esperándola.


—Ven conmigo, quiero presentarte a una gente. Y así podrás cenar algo, además.


—Estoy cansada —protestó ella. Mentira. Estaba demasiado nerviosa.


Al final, lo convenció para que la dejara ducharse y cambiarse de ropa antes de reunirse con ellos. Eran los primos de Pedro: Zaid Kyriakos, Tiziano bin Rachid al Zayed y tres mujeres: la esposa de Zaid, Pandora, la hermana de Zaid, Katy, y su prima Sara.


—Queríamos darle una sorpresa a Pedro —le explicó Zaid—. Para celebrar su cumpleaños.


—Y debería darnos las gracias —añadió Pandora—. Me he atrevido a subir en un helicóptero sólo por él.


—Gracias por venir. A todos —rió Pedro.


La cena, estilo bufé, consistió en calamares, brocheta de langostinos, ostras, espárragos blancos, ensalada de pepino, todo tipo de pescados a la plancha…


—Bueno, vamos a brindar por Pedro —dijo Zaid, levantando su copa—. Que cumplas muchos más y que todos lo veamos.


—Ahora lo que tienes que contarnos es para cuándo habrá otra boda en la familia —añadió Pandora.


Esa frase fue seguida por un largo silencio.


—A mí no me mires —intervino Tiziano—. Ya sabes que yo no soy partidario del matrimonio —añadió, mirando a Paula con cara de pocos amigos.


Paula le devolvió la mirada sin entender. O, más bien, sin querer darse por enterada.


Después, sirvieron un pastel con velas para que Pedro las apagase y todos convencieron a Paula para que volviese a cantar el Cumpleaños Feliz.


Más tarde, mientras Tiziano y Pedro hablaban, Katy se acercó a ella para charlar un rato.


—¿Por qué me ha mirado así Tiziano? —le preguntó Paula—. Parece que no le caigo muy bien.


—La suya fue una separación muy desagradable y creo que ahora desconfía de todas las mujeres —rió Katy—. Pero no te preocupes, tú nos gustas. Casi tanto como a Pedro. Si no, no te estaría contando esto.


—Pero yo no le gusto a Pedro —protestó Paula.


—Sí, bueno, no voy a preguntar qué ocurrió entre vosotros en el pasado…


—Aunque esperamos que nos cuentes qué te hizo engañarlo con otro —intervino Pandora.


—¡Pandora! Eso no es asunto nuestro —la regañó Katy.


Paula miraba de una a otra, divertida.


—¿Todo bien? —preguntó Pedro, acercándose.


—Sí, claro.


—Mis parientes pueden ser un poco pesados.


Pandora y Katy soltaron una carcajada.


—¿Nosotros pesados? ¡Pero si somos lo mejor de la familia! —exclamó Katy.


Más tarde, Pedro la acompañó a su habitación. Hacía fresco, pero no tanto como para necesitar abrigo.


—Me parece que tu familia tiene una idea equivocada sobre nosotros.


—¿Por qué dices eso?


—Tengo la impresión de que nos creen una pareja. Y a Katy no parecía preocuparle que hubiéramos roto hace tres años. Aunque he detectado ciertas reservas por parte de Tiziano…


—Mi primo cree que volver contigo es una locura.


—¿Habéis hablado de mí?


—Tiziano ha hablado de ti. Cree que volverás a traicionarme, a romperme el corazón.


Paula habría querido protestar. Negar que ella pudiera hacer tal cosa. Pero entonces recordó que ella no era Mariana. Y Mariana siempre había sido una coqueta, una rompecorazones.


—¿Y tú qué le has dicho?


Entre las sombras, Paula podía sentir la fuerza de su mirada.


—Que nunca te quise, de modo que nunca me rompiste el corazón. Y tampoco me lo romperías ahora.