Pedro y Paula comieron juntos y luego fueron a navegar un rato en su catamarán. La tarde pasó entre risas y bromas.
Esa noche, el aplauso después del espectáculo fue abrumador, mucho más que otras veces. Paula sabía que el público sentía la energía y la emoción de aquel día pasado con Pedro.
Pero también sabía que aquello no podía durar, que terminaría pronto. Sin embargo, cuando Pedro la invitó a tomar algo en su suite, decidió aceptar. Quizá como despedida. Era su última oportunidad de pasar un rato con Pedro en la burbuja que ella misma había creado.
Durante la cena charlaron sobre muchas cosas, las velas de la mesa creando un halo dorado a su alrededor. Pero detrás de esas palabras mundanas algo vibraba entre ellos, una fuerza inexorable. Y Paula sabía que Pedro lo sentía también.
—No te he ayudado a recuperar la memoria, ¿verdad? Tu regreso a Strathmos no ha servido de nada.
Debería confesarle la verdad, pensó Paula. Pero no lo hizo. No quería extinguir el brillo de sus ojos, un brillo que parecía existir sólo para ella. Quería disfrutar aunque sólo fuese unas horas. Cuando la burbuja se rompiera, no habría vuelta atrás.
—No, no ha sido en vano. El trabajo ha sido estupendo. Y te he conocido a ti… otra vez.
Pedro se levantó y le ofreció su mano.
—Ven aquí.
Paula sabía lo que le estaba pidiendo. Si le daba la mano, todo cambiaría. Si le decía que sí… tendría que aceptar que ya no creía que hubiese destruido a Mariana.
Que no era el canalla que su hermana había pintado. Que, por alguna razón, Mariana había mentido.
—Ven —repitió Pedro.
Lentamente, Paula se levantó. Él la llevó al sofá y la sentó sobre sus rodillas.
Pedro deseaba verla sonreír de nuevo, borrar aquellas sombras de sus ojos, deseaba tocarla…
¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía haber olvidado su traición? Pero la única verdad era que la semana que había pasado fuera de Strathmos había sido una tortura.
—Pídeme que te haga el amor —dijo en voz baja—. Para que no tenga que romper la promesa que te hice.
La observó tragar saliva. Y cuando la miró a los ojos vio en ellos el mismo deseo que debía haber en los suyos.
—Hazme el amor, Pedro.
Algo parecido a un río de lava empezó a moverse dentro de su pecho. Inclinándose hacia delante, Pedro buscó sus labios de seda. Era tan suave, tan dulce.
Se besaron durante largo rato y después, sin decir nada, él empezó a desabrochar su vestido. No llevaba sujetador, y una sola mirada reveló unos pechos altos, firmes, con pezones oscuros…
Pedro inclinó la cabeza y buscó uno con los labios. El pezón se endureció inmediatamente al contacto de su lengua y, cuando empezó a tirar de él, Paula cerró los ojos y tomó su cara entre las manos, como para que no la soltase. Pedro aprovechó para quitarle el vestido y deslizar las manos por su espalda, por sus nalgas, metiendo una bajo el tanga.
Estaba húmeda y la penetró con los dedos sin esfuerzo alguno. Sabía por sus jadeos que estaba excitada, que lo deseaba tanto como él.
Mientras metía y sacaba los dedos, tiraba con los labios del pezón hasta que ella dejó escapar un gemido de placer.
—Pedro…
Antes de que él pudiera objetar, Paula se puso de rodillas entre sus piernas. Pero cuando vio que iba a desabrochar su cinturón, sujetó sus manos.
—No.
—Sí.
—No —repitió él. Tenía la sensación de que si dejaba que pasara aquello su mundo no volvería a ser el mismo. Que estaba a punto de descubrir un universo nuevo.
Y no podía hacer nada para evitarlo.
Paula bajó la cremallera del pantalón y lo sacó, duro y potente.
—Paula…
Ella empezó a acariciarlo y, rindiéndose, Pedro apoyó la cabeza en el respaldo del sofá. Pero cuando sintió el calor de su boca, intentó apartarla de nuevo.
—¡Paula!
Estaba chupándolo, llevándolo al fondo de un oscuro y desconocido precipicio donde no pudo aguantar más. Veía sombras ante sus párpados mientras se convulsionaba una y otra vez, atrapado en un placer que iba más allá de lo que nunca hubiera imaginado.
Uyyyyyyyyyyyyyyy la que se va a armar. ¿Por qué no le dijo la verdad Pau? Cómo se va a enojar Pedro.
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