martes, 1 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 22

 


Cuando volvieron al hotel, Mauricio le pidió que lo ayudase con el ensayo del espectáculo de Navidad. Aunque ella no estaría en Strathmos para entonces. La noche siguiente sería su última aparición en el teatro Electra. En un par de días estaría de vuelta en Auckland… para reunir las piezas de su vida.


—¡Paula!


Cuando se volvió, Mauricio y Lucie estaban mirándola con una expresión extraña.


—¿Sí?


—Despierta, mujer. Parece que estás soñando.


—Ah, perdón, es que estaba… se me había ido el santo al cielo.


—Tenemos que ensayar la canción de Navidad… —siguió diciendo Lucie.


—Paula no estará aquí en Navidad —la interrumpió Pedro, que acababa de entrar—. Cantará Stella Argyris. Pero le he pedido a Paula que ensaye por ella.


—Ah, yo conozco a Stella Argyris. Trabajé con ella una vez —dijo Lucie en voz baja—. Menuda es. En cuanto vea a Pedro querrá clavarle sus garras.


—Calla, Lucie. Pedro va a oírte.


—¿Y qué?


—Mañana es mi último día y quiero marcharme de aquí sin discusiones.


—A juzgar por cómo te mira, yo diría que no vas a tener ningún problema.


—Bueno, venga, vamos a seguir ensayando.


Pero en cuanto empezaron a cantar Silent Night, Paula supo que era un error. Aquel villancico tan antiguo, tan familiar, hacía que se le encogiese el corazón. Representaba todo lo que ella no tendría nunca, todo lo que su familia había perdido.


Pedro parecía haberse convertido en piedra. La miraba como si la estuviera viendo por primera vez.


Paula bajó los ojos, su voz haciéndose más ronca, más profunda. Cuando llegó la última estrofa, tenía que hacer un esfuerzo para no romper a llorar.


Todos se quedaron en silencio.


—Qué bonito —murmuró Lucie, asombrada.


Mauricio empezó a aplaudir y, uno por uno, todos los demás se unieron al aplauso. Sólo Pedro permanecía inmóvil. Paula empezó a sentirse un poco ridícula, de modo que bajó del escenario haciendo bromas.


Por fin, Pedro se acercó a ella.


—Has cantado como un ángel.


—Me gusta mucho ese villancico.


—Te he oído cantar muchas veces, pero esto… no sé, ha sido maravilloso. Y pensar que yo no sabía que tuvieras esa voz. ¿Cómo es posible que no me lo contaras, Paula?


Ella apretó los labios. La magia había desaparecido. Era Paula Chaves, no la Paula que Pedro creía, sino otra persona. Y las mentiras que había contado empezaban a escapársele de las manos.




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