martes, 1 de diciembre de 2020

VENGANZA: CAPÍTULO 21

 


El domingo tardó lo que a Paula le pareció un siglo en llegar. Estaba haciéndose un té, pensativa, cuando oyó un estruendo sobre su cabeza…


Corriendo, se asomó a la ventana y vio una enorme sombra en el cielo. ¡El helicóptero de Pedro!


Para cuando él fue a buscarla había conseguido controlar la ilusión que le hacía volver a verlo. Él llevaba un elegante traje de chaqueta, y ella un bonito vestido negro sin mangas, el pelo recogido en un moño.


—Estás muy guapa.


—Gracias.


Pedro no la besó, ni siquiera en la mejilla. Pero la miraba con una expresión indescifrable que aceleró su pulso hasta que, por fin, le ofreció su mano.


—Vamos.


Paula la aceptó. Su mano era firme, cálida. Y el ritmo de su corazón empezó a recuperar la normalidad.


Cuando llegaron a la iglesia del pueblo, Paula miró alrededor con interés. Había cientos de velas encendidas. En las paredes, santos con halos hechos de pan de oro miraban los viejos bancos de madera.


Después de la misa, la gente se congregó en pequeños grupos. Pedro fue saludado por todo el pueblo, pero la mantuvo a su lado, el brazo en su cintura. Paula pensó en aquella contradicción: el elegante hotel y la pequeña iglesia de pueblo… ¿habría visto Mariana aquella faceta de Pedro Alfonso?


—¿He estado aquí antes?


—Te pedí que vinieras conmigo varias veces, pero tú no quisiste.


De modo que Mariana nunca había ido con él a la iglesia… A su hermana le gustaba acostarse tarde y levantarse aún más tarde, de modo que era lógico.


—¿Sueles venir todos los domingos?


—Sí. Me bautizaron aquí.


—Ah, no lo sabía.


—No solíamos hablar de esas cosas. De hecho, nunca hablábamos del pasado o de nuestras familias. Hemos hablado más en estos días que en todos los meses que estuvimos juntos.


Paula asintió con la cabeza. Esas charlas terminarían. El martes tendría lugar su última actuación y después se marcharía de la isla. Para siempre.


—¿Estudiaste aquí, en Strathmos?


—No, tuve una nurse, una niñera.


—¿Ah, sí?


—Y luego me marché a Inglaterra, a los diez años.


Eso explicaba que hablase su idioma a la perfección, sin el menor acento.


—Mi madre pensó que era lo mejor. Y mi abuelo no pudo convencerla.


—¿Y qué tal lo pasaste en Inglaterra?


—Al principio mal. Estaba muy lejos de Grecia y no hablaba bien el idioma… Me sentía solo y quería volver a casa.


—¿Aquí?


—No, aquí no —contestó él, apartando la mirada.


Algo en su tono de voz hizo que Paula no siguiera preguntando. Había tantas cosas sobre Pedro Alfonso que seguía sin saber… Y ya era demasiado tarde para averiguarlas.




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