viernes, 16 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 14

 


Paula se despertó temprano al día siguiente, lista para empezar a trabajar. Esperaba también encontrar tiempo para conocer algo más de la isla y alejarse todo lo posible de Pedro. Era una amenaza para su paz mental, y cuanto menos tiempo pasaran juntos durante su estancia en la isla, tanto mejor.


Llegó al comedor portando un maletín con sus documentos. La familia ya estaba desayunando. Rápidamente colocaron un cubierto más para ella y Paula disfrutó mucho de la comida, hasta que la reina quiso saber lo que pensaba hacer ese día. Paula tuvo el convencimiento de que no le gustaba nada a la madre de Pedro.


—Después de examinar más detenidamente las notas que Pedro me ha facilitado, he pensado que comenzar por el orfanato sería lo más adecuado —respondió ella—. Se me ha ocurrido algo que se podría hacer de cara a las vacaciones navideñas que se acercan, y habrá que actuar con rapidez porque no queda mucho tiempo.


Si a la reina le agradó la respuesta de Paula, ciertamente no lo expresó. Fue Pedro quien respondió en su lugar.


—Pediré que preparen el coche para ir a hacerles una visita —y diciéndolo, se levantó y se dirigió hacia las puertas dobles del comedor.


—¿Es que vas… a venir? —balbució Paula con el corazón en un puño. Lo último que quería era pasar el día con él.


Pedro se detuvo delante de la puerta y se dio la vuelta para mirarla.


—Por supuesto.


Paula tragó como pudo el nudo que se le había hecho en la garganta y trató de ignorar el calor que ascendía rápidamente por su cuerpo.


—No es necesario.


—Claro que lo es —respondió él suavemente—. Soy el responsable de la obra benéfica que se lleva a cabo en Glendovia. Me tomo muy en serio mi responsabilidad y tengo la intención de trabajar de cerca contigo durante tu estancia en la isla. Espero que no te importe.


Paula tuvo la seguridad de que lo último lo había añadido a propósito, por su familia, que lo miraba y escuchaba con suma atención. Porque estaba claro que aunque le importara, como de hecho ocurría, le iba a dar igual.


Lo cierto es que de haber estado solos tal vez se lo habría discutido, pero no tenía intención de montar una escenita delante de toda la familia real.


—No, no me importa en absoluto —se obligó a decir ella, pese a que tenía la boca seca.


Pedro dibujó una sonrisa, que le decía que sabía lo mucho que le había costado consentir en que la acompañara.


—Nos vemos dentro de un rato en el coche entonces —murmuró, y acto seguido salió de la habitación.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 13

 


La puerta de la biblioteca estaba abierta, cuando Pedro llegó. Su madre estaba sentada en uno de los sillones situados delante de la chimenea, tomando una copita de jerez con la mirada puesta en las llamas que bailoteaban en el hogar. Pedro cerró la puerta tras él, se acercó al aparador y se sirvió una copa antes de hablar con su madre.


—¿Querías hablar conmigo? —le preguntó, reclinándose en el otro sillón.


La reina fue directa al grano. Típico de ella.


—¿Qué hace esa chica aquí, Pedro?


Él no fingió no comprender.


—Como ya os he dicho en la cena, la he contratado para que colabore con los organismos benéficos de la isla. Es muy buena en su trabajo y creo que nos será de gran ayuda.


—Y ésa es la única razón —dijo su madre brevemente, observándolo por encima del borde de sus gafas—. ¿Nada más?


Pedro bebió un sorbo de su brandy, antes de contestar.


—¿Qué otra razón habría de tener?


—Vamos, Pedro. Puede que sea tu madre, motivo por el cual no sería a mí a quien acudirías en primer lugar para confiarle tu vida amorosa, pero estoy perfectamente al corriente de tus… pasatiempos. ¿Estás seguro de que no la has traído aquí para convertirla en tu próxima conquista?


Aunque sus relaciones íntimas no incumbían a nadie más que a él, le costaba, además de ser una enorme insensatez, decirle a la reina que se metiera en sus propios asuntos. Aunque fuera su madre.


De modo que hizo lo que tanto él como sus hermanos habían hecho innumerables veces cuando eran niños: mirarla a los ojos y mentirle.


—Claro que no. Me tomo muy en serio mis responsabilidades hacia mi país. En cuanto vi lo que Paula había hecho, en la gala a la que asistí durante mi estancia en Estados Unidos, supe que sería de gran ayuda para nuestras causas benéficas.


Su madre entornó los ojos un momento, como calibrando la sinceridad de sus palabras.


—Me alegra oírlo. Estoy segura de que comprenderás, que no nos haría ningún bien que se hicieran públicos tus pequeños devaneos, tan cerca de la fecha en la que se anunciará tu compromiso. Los dos sabemos que no te has mantenido célibe, desde que te comprometiste a casarte con la princesa Lidia. Pero es importante que guardes las apariencias y no hagas nada que pueda molestar a su familia. Este matrimonio servirá para forjar una importante alianza entre su país y el nuestro.


Hizo una pausa de unos segundos y cuando retomó la palabra tanto su tono como la expresión de sus ojos se habían vuelto más severos.


—No podemos poner en peligro esta asociación, sólo por el hecho de que no puedas mantener las manos lejos de una americana plebeya.


Pedro dejó que otro sorbo de brandy le calentara la garganta y el cuerpo, mientras trataba de relajar la mandíbula y no faltarle el respeto a su madre.


—Conozco mis responsabilidades, madre. No tienes que preocuparte por Lidia. Paula es una mujer encantadora, pero no es ninguna amenaza para mi compromiso. Créeme.


—Me alegra oírlo, pero por si cambias de opinión o la señorita Chaves pasa a ser una despreocupada diversión mientras esté aquí con nosotros, tengo algo que creo que deberías ver.


Con esas palabras, metió la mano entre el sillón y el cojín y sacó una hoja de papel doblada. Se la entregó a Pedro y se reclinó nuevamente, aguardando la reacción de su hijo con todo su regio porte.


El desdobló el papel y se encontró con un artículo de periódico con la foto de Paula. A cada lado de su foto había otras dos recortadas de forma irregular.


El titular acusaba a Paula de haber separado al hombre y a la mujer que aparecían en las otras fotografías, de haber arruinado un feliz hogar. Leyó por encima el texto, en el que Paula aparecía retratada como una mujerzuela taimada y egoísta, sin reparos en vivir una tórrida aventura con un hombre casado, padre de dos hijos.


—Ella no es una de nosotros, Pedro —dijo la reina—. Formó un escándalo en su país y avergonzó a su familia con su promiscuidad. No necesitamos que nos haga lo mismo a nosotros.


Pedro se puso tenso en respuesta al contenido del artículo y la advertencia prepotente de su madre, pero al final se relajó. Aquel descubrimiento sobre la vida de Paula lo había sorprendido, pero no le importaba lo más mínimo. Y desde luego no le había hecho cambiar respecto a su deseo de llevársela a la cama, pese a las advertencias de su madre.


—Comprendo tus temores, madre, pero creo que estás dando demasiada importancia a la visita de Paula. Sólo estará aquí un mes y sólo para ocuparse de las organizaciones benéficas de la isla. Nada más.


La reina enarcó una ceja, pero guardó silencio, como dejándole claro que no se creía ni una palabra. Pero su vida seguía siendo suya, y hasta que no jurara sus votos matrimoniales con la princesa Lidia, no le debía explicaciones a nadie.


Dobló cuidadosamente el artículo de periódico y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, se levantó y dejó el vaso vacío en el aparador, después volvió al sillón en el que estaba sentada su madre y se inclinó a darle un beso en la mejilla.


—Buenas noches, madre. Hasta mañana.




jueves, 15 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 12

 


Pedro la guió hasta la escalera principal, colocándole suavemente la mano en la parte baja de la espalda, y comenzaron a subir los escalones lentamente. A Paula no le pasaron desapercibidos sus continuos intentos de familiaridad. Y mientras las yemas de sus dedos le caldeaban la piel a través del tejido del vestido, enviando pequeñas corrientes de deseo a todo su sistema nervioso, no pudo por menos de preguntarse si no sería aquélla la primera fase de su plan para seducirla.


Aunque lo fuera, no funcionaría.


Era más fuerte. Puede que Pedro fuera encantador y guapo, y que hubiera cierto atractivo en el hecho de que fuera príncipe, pero eso no quitaba que la había atraído hasta su país con mentiras, y no tenía la intención de caer en la trampa.


—Y dime —comentó él, con voz susurrante y persuasiva—, ¿has tenido tiempo de echar un vistazo a los expedientes que dejé en tu habitación?


Era cierto. Había encontrado, sobre el escritorio, una pila de carpetas de distintos colores con los resúmenes de varios organismos benéficos que funcionaban en la isla, organismos con los que supuso que tendría que trabajar si decidía quedarse.


—Les eché un vistazo —contestó ella.


—Y…


—Algunos de esos organismos son muy interesantes.


—No funcionan tan bien como deberían —dijo él.


—Ya me he dado cuenta.


—¿Crees que podrías hacer algo?


Ahí estaba el problema, que sí podía. Aunque sólo había leído por encima los expedientes, durante unos minutos antes de vestirse para la cena, le había bastado para apuntar varias ideas que mejorarían el rendimiento de esos organismos. Por no mencionar, que también sabía cómo concienciar a la gente y conseguir grandes aportaciones.


Estaba emocionada y ansiosa por poner en marcha sus ideas. Pero para ello, tendría que permanecer en Glendovia y cumplir los términos del contrato.


—Excelente —dijo él, esperando a que continuara—. ¿Significa eso que has decidido quedarte?


—Me quedaré —respondió ella—. Un mes, tal como exige el contrato, pero transcurrido ese tiempo me concederás la prima prometida.


—Por supuesto.


Tal vez estuviera dispuesto a abundar en el tema, pero ella lo interrumpió.


—Y los que quiera que no fueran tus motivos para traerme, lo que esperaras que ocurriera, no me acostaré contigo. Ya puedes ir tachando ese artículo, de tu lista de deseos para Navidad.


Y con esas palabras, Paula giró el pomo de la puerta y se metió en su habitación.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 11

 


Segundos después, se abrieron las puertas del comedor para dar paso a otra pareja. A Paula le resultó obvio que por lo menos el caballero estaba emparentado con Pedro. Tenía la misma constitución, tono y estructura facial que Pedro y el rey.


La mujer también compartía algunos rasgos físicos, pero Paula no quiso dar nada por sentado, por si acaso se trataba de una esposa o novia y no una hermana.


—Buenas noches a todos —saludó el hombre con voz atronadora y una amplia sonrisa.


—Madre, padre —entonó la joven, borrando así toda duda que pudiera haber en torno a su relación con los presentes—. Pedro —añadió, posando las manos en los hombros de su hermano al tiempo que se inclinaba a darle un beso en la mejilla.


—Diablillo —replicó él, sonriendo ligeramente antes de desviar la mirada hacia Paula—. Te presento a mi hermano pequeño, Sebastian, y mi hermana, Mia, el bebé de la familia.


La princesa Mia suspiró agobiada.


—Detesto que me presentes así —le dijo.


—Lo sé. Por eso lo hago —respondió él.


A Paula no le pasó por alto el brillo afectuoso presente en los ojos de Pedro, ni el gesto divertido que cubría el rostro de su hermana conforme rodeaba la mesa para tomar asiento a la izquierda de ella.


—Nuestro hermano mayor, Dominic, está fuera del país en estos momentos, pero confío en que lo conozcas antes de irte.


Mia sacudió la servilleta sobre su plato y se la colocó suavemente en el regazo mientras decía: —Me alegro de conocerte, Paula. Pedro me dijo que vendrías. Dice que tienes ideas brillantes para aumentar los fondos, que recaudan las organizaciones sin ánimo de lucro.


Paula dirigió la mirada hacia Pedro, halagada por sus elogios indirectos, pero éste estaba mirando a su hermana.


—Ha hecho un trabajo excepcional para algunos organismos benéficos en su país —dijo Pedro.


Desde su sitio al otro lado de la mesa, Sebastian dijo: —Eso está muy bien. En la isla contamos con un montón de esas organizaciones y te aseguro que no les vendría nada mal un empuje. Y ayuda mucho que sea tan bella —Sebastian le guiñó el ojo al decir esto último.


Por un momento, Paula se quedó sorprendida ante el desparpajo del chico, y más todavía estando delante de su familia. Pero entonces se dio cuenta de que debía de ser así normalmente. Era el hijo más joven, el más alejado del trono en la línea sucesoria, y a juzgar por su aspecto, todo un donjuán.


Ella le devolvió la irresistible sonrisa, antes de fijarse en el ceño fruncido de Pedro. El gusto agradable del momento se desvaneció al instante y Paula tuvo una sensación de lo más extraña en la boca del estómago. No sabía si mostrarse preocupada o intimidada, o incluso divertida.


Pedro la había llevado a su palacio para convertirla en su amante; lo sabía. Con la excusa de que trabajaría para su familia, sí, pero eso no cambiaba el hecho de que quería llevársela a la cama.


Sin embargo, eso no justificaba el enfado hacia su hermano, por un comentario totalmente inofensivo.


A menos que Pedro y Sebastian se hubieran peleado, o hubieran compartido el gusto por una misma mujer. ¿Acaso le preocupaba a Pedro que a ella pudiera atraerle su hermano, antes de que él pudiera seducirla?


La situación tomaba un giro interesante. Y le estaría bien empleado por haber tejido semejante red de engaños, sólo para atraerla hasta la isla.


En ese momento, llegaron los sirvientes con las bebidas, agua y vino tinto. Cuando se hubo servido la ensalada, la conversación giró hacia la familia y asuntos de Glendovia. Paula comía en relativo silencio. Le interesaban los temas de conversación, aunque poco podía añadir ella.


En el postre, Mia y Sebastian se interesaron por su familia y su vida en Texas. Ella se mostró encantada de responder, pero se cuidó de mencionar el escándalo por el que había decidido aprovechar la invitación de Pedro y abandonar Estados Unidos.


—¿Y qué ideas tienes para Glendovia? —preguntó Mia—. ¿Por dónde querrías empezar?


Antes de que Paula pudiera contestar, Pedro interrumpió.


—Eso es algo que pretendo discutir en profundidad con ella, pero acaba de llegar y no he tenido oportunidad de ponerla al corriente de detalles que necesitará saber —empujó la silla hacia atrás y se levantó—. De hecho, si nos disculpáis, me gustaría tratar el tema ahora mismo.


Rodeó la mesa y se colocó junto a Paula, dándole pocas opciones aparte de levantarse y acompañarlo. Dio las buenas noches y lo siguió fuera de la sala.


Pedro —lo llamó la reina justo cuando llegó a la puerta—. Me gustaría hablar de algo contigo.


—Claro, madre —replicó él con tono respetuoso—. En cuanto acompañe a Paula a su habitación me reuniré contigo en la biblioteca.


Su madre asintió casi imperceptiblemente y Pedro y Paula abandonaron la estancia.



EN SU CAMA: CAPÍTULO 10

 


A las ocho menos cinco, Paula deshizo el camino por el laberinto de pasillos de la segunda planta del palacio, hasta dar con la escalera principal. La doncella que se había pasado poco antes por su habitación para ver si todo era de su agrado, le había dado indicaciones de cómo llegar al comedor y Paula había pensado que podría encontrarlo sola.


Pero no tendría por qué haberse preocupado. En cuanto llegó a las escaleras, encontró a Pedro esperándola al pie.


Iba vestido con un traje oscuro, lo cual reafirmó la elección de su propio atuendo. No sabía muy bien cómo debería vestirse para su primera cena con la familia real, de modo que había optado por un sencillo vestido de seda azul.


—Buenas noches —la saludó Pedro, observándola fijamente mientras ésta bajaba las escaleras.


Paula era totalmente consciente de su mirada de los pies a la cabeza y se puso nerviosa. Era un hombre peligroso, sin duda. Si decidía quedarse, debería tener cuidado de no caer en la trampa de aquellos ojos azules y aquel precioso rostro, y terminar haciendo algo que normalmente no haría.


—Buenas noches —respondió ella, deteniéndose al pie de las escaleras.


—¿Me permites? —le preguntó él, ofreciéndole el brazo.


Paula vaciló un segundo antes de aceptar, y deslizó suavemente la mano por el hueco del brazo doblado de él.


—Estás preciosa —le dijo según atravesaban el suelo de mármol.


Habían encendido la araña de cristal, que reflejaba la luz por todo el vestíbulo y más allá.


—Gracias.


Pedro le ahorró la incomodidad de tener que hablar, hasta que llegaron al comedor. Entonces abrió una de las altas puertas dobles y la invitó a entrar.


La sala era tan opulenta como el resto del palacio. Estaba presidida por una larga y estrecha mesa rodeada de pesadas sillas de respaldo alto y el asiento decorado con lo que parecía el escudo de armas de la familia bordado. La iluminación de la sala provenía de otra araña de luz colgada encima de la mesa y numerosos apliques de pared con una luz más tenue.


El rey y la reina estaban sentados ya a la mesa, preparada con servicios para seis comensales. Pedro la guió hacia la mesa, y se detuvo delante del que Paula supuso sería su asiento.


—Madre, padre, me gustaría presentaros a Paula Chaves. Viene de Estados Unidos y será nuestra invitada durante el próximo mes, para ayudarnos a gestionar de manera más adecuada las organizaciones benéficas de Glendovia. Y con suerte a aumentar el margen de beneficios. Paula, éste es mi padre, el rey Horacio, y mi madre, la reina Eleanor.


El hombre se levantó y rodeó la mesa hasta llegar junto a ella, le tomó la mano y depositó un delicado beso en sus nudillos.


—Bienvenida a Glendovia, querida. Te agradecemos mucho lo que vas a hacer por nuestro país.


—Gracias, Majestad —replicó ella, sólo levemente intimidada por el hecho de estar hablando con un rey de verdad—. Es un placer conocerle.


Se giró entonces hacia la reina y se percató de que no se había levantado de su asiento. Ni siquiera le ofreció la mano cuando ella se acercó a saludarla.


—Majestad —murmuró Paula respetuosamente, haciendo una pausa delante de la mujer.


Por respuesta la reina se limitó a asentir con rigidez, dándole la incómoda sensación de que no era tan bienvenida en Glendovia, como Pedro o su padre le habían dado a entender.


—Por favor, siéntate —le dijo la reina—. Pronto servirán la cena.


De vuelta junto a Pedro, Paula le permitió que le retirara la silla para ayudarla a sentarse, antes de rodear la mesa y tomar asiento justo frente a ella.




miércoles, 14 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 9

 


Girándose sobre sus talones, la dejó de pie en medio de la habitación.


Paula lo siguió con la mirada cuando él salió de la habitación, furiosa aún por sus manipulaciones, y al mismo tiempo no tan enfadada como para no apreciar el porte regio y atractivo que presentaba al salir de su habitación.


Por una parte, suponía que debería sentirse halagada porque un príncipe quisiera llevársela a la cama. Imaginaba que la mayoría de las mujeres lo estarían.


El problema era que no parecía interesarle ella como persona, conocerla o empezar una relación con ella. En Texas le había pedido que pasara la noche con él, o varias noches a lo sumo. Y había esperado obediencia, sólo por ser quien era.


Aunque pudiera haberse sentido atraída por él en otras circunstancias, aquello le parecía repugnante. No quería convertirse en la diversión íntima de ningún donjuán, por muy príncipe que fuera.


Con un suspiro, se dispuso a explorar las diferentes habitaciones que formaban la suite y comprobar dónde habían colocado sus cosas. Los vestidos, blusas y pantalones de vestir estaban colgados en perchas en el armario. Otras camisas, camisetas y pantalones más informales estaban doblados y colocados en varias pilas sobre el tocador, junto con su ropa interior. Y por último, los objetos de aseo estaban todos en el cuarto de baño, algunos sobre la encimera del lavabo y otros guardados en cajones. Hasta los libros y proyectos de trabajo que se había llevado para leer en los ratos libres, estaban cuidadosamente apilados sobre un pequeño escritorio que había junto a una de las ventanas que daba a un balcón.


Aún no había decidido si se quedaría, pero tenía que admitir que, si se decantaba por cumplir su parte del trato con el príncipe de los mentirosos, sólo la vista que tenía desde su habitación la ayudaría a no pensar en aquella visita tanto como una manipulación y sí como unas vacaciones pagadas.


Salió al amplio balcón de piedra y se apoyó contra la barandilla desde la que se podía ver el mar. Las olas acariciaban la orilla con ese suave arrullo que podría calmar hasta las almas más agitadas.


Echó un vistazo al reloj y vio que aún tenía un par de horas antes de vestirse para cenar con la familia real. La sola idea de conocerlos le revolvió el estómago de los nervios.


Pero ya pensaría en ello cuando se acercara la hora. Por el momento, llamaría a casa para decirles a su padre y a su hermana que había llegado bien y tal vez le pediría a Elena consejo sobre su situación.


¿Debería quedarse o irse? ¿Debería decirle al príncipe lo que podía hacer con sus tejemanejes y abandonar así la posibilidad de ganar doscientos cincuenta mil dólares, que tan bien le irían a cualquiera de las organizaciones benéficas para las que recaudaba fondos? ¿O debería tragarse su orgullo y hacer lo que el contrato le decía que hiciera durante un mes?




EN SU CAMA: CAPÍTULO 8

 

Pedro estudió detenidamente a la mujer que tenía delante, esforzándose por no sonreír ante su actitud franca y la furia que asomaba a sus almendrados ojos castaños. Era digna de ver, y no hizo más que reafirmar lo inteligente de la campaña que había puesto en marcha.


Su rechazo no había aplacado su deseo hacia ella. Poco después de volver de Estados Unidos decidió que, dado que el enfoque directo no había funcionado, tal vez tuviera que intentarlo de una manera más sutil.


En lo referente a Paula Chaves, parecía que iba a necesitar de todas sus armas de seducción.


Le había llevado unos días dar con la idea de invitarla a pasar una temporada en su país. Sabía que no aceptaría una mera invitación…


Pero dado que tenían algo en común, la filantropía, se dio cuenta de que ése sería el único motivo que llamaría su atención. Estaba, además, la generosa prima que había incluido en el contrato como incentivo extra: doscientos cincuenta mil dólares, que él mismo donaría a la organización benéfica que ella eligiera, una vez cumplida su parte del acuerdo.


Y ahora la tenía allí, justo donde quería.


No parecía que estuviera deseando meterse en la cama con él en ese momento, eso seguro. Pero, como todo lo demás, ya llegaría.


Ya se ocuparía él.


—Yo no diría tanto —murmuró, en respuesta a la pregunta de Paula sobre si había cambiado de idea respecto a llevársela a la cama—. Pero soy perfectamente capaz de separar los negocios y el placer.


Sin darle opción a discutírselo, continuó:—Ven conmigo. Te enseñaré tu habitación, para que puedas deshacer el equipaje y descansar un poco antes de la cena.


Dejando caer los brazos a lo largo de los costados, la rodeó y se dirigió hacia la puerta.


—No te preocupes —replicó ella con sequedad a la espalda del príncipe—. No voy a quedarme.


Pedro se giró un poco para mirarla con expresión neutra.


—No seas ridícula. Claro que vas a quedarte. Has firmado un contrato.


—Al cuerno el contrato —contestó ella, dirigiéndose hacia la puerta con actitud gélida.


Pedro esperó a que pasara y entonces la agarró por el brazo, cuando se disponía a salir por donde había entrado.


—¿De verdad vas a privar de un cuarto de millón de dólares a la organización benéfica que elijas?


El recordatorio hizo que Paula se detuviera en seco, circunstancia que él aprovechó para presionar un poco más.


—Si te vas ahora, incumpliendo así el contrato, perderás la prima. Quédate el mes de diciembre. Recibirás el salario acordado por contrato y también una considerable suma, que podrás emplear como consideres más oportuno.


Pedro casi podía oír los engranajes de su cerebro calibrando sus opciones. Irse y así quedar a salvo de él, puesto que no tendría oportunidad de convencerla para que se acostara con él. O quedarse, y meterse en la boca del lobo, pero eso implicaba que también ganaría un cuarto de millón de dólares, que podría emplear en alguno de sus proyectos. Un incentivo convincente.


Los segundos pasaban y ella seguía allí plantada en medio del pasillo, sin saber qué decisión tomar. Pedro aprovechó y le dio un ligero empujoncito en la dirección que él quería que tomara. Se acercó a ella y le colocó una mano en la parte inferior de la espalda. Paula se puso rígida y se apartó lo justo para romper el contacto físico.


—Por favor —empezó él con tono diplomático—, permíteme que te enseñe la habitación que ocuparás, si decides quedarte y cumplir el contrato. La familia se reunirá en el comedor a las ocho para la cena. Me gustaría que nos acompañaras, para que los conozcas a todos. Después, si todavía quieres volver a Estados Unidos…


Hizo una pausa, mientras buscaba sus siguientes palabras cuidadosamente.


—No diré que dejaré que te marches sin penalización alguna, pero estaré encantado de discutir el asunto contigo y buscar una solución satisfactoria para ambos.


Por un momento, Pedro pensó que Paula seguiría adelante con su decisión de irse. Y entonces la rígida línea de su espalda se relajó una fracción y Paula elevó imperceptiblemente los hombros, al tiempo que inspiraba profundamente.


—Está bien —dijo sin volverse—. Me quedaré a cenar.


—Excelente. Por aquí —replicó él, cuidando mucho de no mostrar su satisfacción. La rodeó y enfiló el largo pasillo.


Atravesaron el vestíbulo y subieron la escalera con forma curvada en dirección al ala oeste. La condujo a lo largo de varios pasillos más y otras escaleras hasta llegar a las habitaciones destinadas a los invitados.


Las habitaciones de la familia real estaban situadas en el ala este, justo en el extremo opuesto del palacio, pero así era mejor. Si su plan para seducirla tenía éxito, podría llevar su relación casi en secreto, gracias a la relativa intimidad del ala oeste puesto que ella sería la única persona de visita en el palacio en el próximo mes.


Al llegar a la suite que se le había designado, Pedro abrió la pesada puerta de caoba labrada y entró lo mínimo para dejarla pasar a ella primero. Brevemente, le mostró el espacioso salón, que contaba con una gigantesca televisión de plasma y una librería llena de DVDs. Pedro no había conseguido averiguar sus gustos personales, de manera que había ordenado que la biblioteca estuviera bien surtida y siempre podría llevarse lo que quisiera de la sala de entretenimiento de la familia.


Pedro echó un vistazo desde la puerta y comprobó, complacido, que el personal ya se había ocupado de deshacer y guardar en los armarios el equipaje de Paula. Esta observaba con detenimiento la habitación, y no pareció ofenderle que el personal del palacio le hubiera abierto la maleta. O al menos no dijo nada. Parecía complacida con el alojamiento, como dejaban ver sus expresivos ojos que no perdían ni un solo detalle de la exquisita decoración.


—Te dejaré sola para que descanses o para que te des una vuelta, lo que prefieras. Alguien del servicio te acompañará al comedor cuando lo desees.