A las ocho menos cinco, Paula deshizo el camino por el laberinto de pasillos de la segunda planta del palacio, hasta dar con la escalera principal. La doncella que se había pasado poco antes por su habitación para ver si todo era de su agrado, le había dado indicaciones de cómo llegar al comedor y Paula había pensado que podría encontrarlo sola.
Pero no tendría por qué haberse preocupado. En cuanto llegó a las escaleras, encontró a Pedro esperándola al pie.
Iba vestido con un traje oscuro, lo cual reafirmó la elección de su propio atuendo. No sabía muy bien cómo debería vestirse para su primera cena con la familia real, de modo que había optado por un sencillo vestido de seda azul.
—Buenas noches —la saludó Pedro, observándola fijamente mientras ésta bajaba las escaleras.
Paula era totalmente consciente de su mirada de los pies a la cabeza y se puso nerviosa. Era un hombre peligroso, sin duda. Si decidía quedarse, debería tener cuidado de no caer en la trampa de aquellos ojos azules y aquel precioso rostro, y terminar haciendo algo que normalmente no haría.
—Buenas noches —respondió ella, deteniéndose al pie de las escaleras.
—¿Me permites? —le preguntó él, ofreciéndole el brazo.
Paula vaciló un segundo antes de aceptar, y deslizó suavemente la mano por el hueco del brazo doblado de él.
—Estás preciosa —le dijo según atravesaban el suelo de mármol.
Habían encendido la araña de cristal, que reflejaba la luz por todo el vestíbulo y más allá.
—Gracias.
Pedro le ahorró la incomodidad de tener que hablar, hasta que llegaron al comedor. Entonces abrió una de las altas puertas dobles y la invitó a entrar.
La sala era tan opulenta como el resto del palacio. Estaba presidida por una larga y estrecha mesa rodeada de pesadas sillas de respaldo alto y el asiento decorado con lo que parecía el escudo de armas de la familia bordado. La iluminación de la sala provenía de otra araña de luz colgada encima de la mesa y numerosos apliques de pared con una luz más tenue.
El rey y la reina estaban sentados ya a la mesa, preparada con servicios para seis comensales. Pedro la guió hacia la mesa, y se detuvo delante del que Paula supuso sería su asiento.
—Madre, padre, me gustaría presentaros a Paula Chaves. Viene de Estados Unidos y será nuestra invitada durante el próximo mes, para ayudarnos a gestionar de manera más adecuada las organizaciones benéficas de Glendovia. Y con suerte a aumentar el margen de beneficios. Paula, éste es mi padre, el rey Horacio, y mi madre, la reina Eleanor.
El hombre se levantó y rodeó la mesa hasta llegar junto a ella, le tomó la mano y depositó un delicado beso en sus nudillos.
—Bienvenida a Glendovia, querida. Te agradecemos mucho lo que vas a hacer por nuestro país.
—Gracias, Majestad —replicó ella, sólo levemente intimidada por el hecho de estar hablando con un rey de verdad—. Es un placer conocerle.
Se giró entonces hacia la reina y se percató de que no se había levantado de su asiento. Ni siquiera le ofreció la mano cuando ella se acercó a saludarla.
—Majestad —murmuró Paula respetuosamente, haciendo una pausa delante de la mujer.
Por respuesta la reina se limitó a asentir con rigidez, dándole la incómoda sensación de que no era tan bienvenida en Glendovia, como Pedro o su padre le habían dado a entender.
—Por favor, siéntate —le dijo la reina—. Pronto servirán la cena.
De vuelta junto a Pedro, Paula le permitió que le retirara la silla para ayudarla a sentarse, antes de rodear la mesa y tomar asiento justo frente a ella.
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