miércoles, 14 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 8

 

Pedro estudió detenidamente a la mujer que tenía delante, esforzándose por no sonreír ante su actitud franca y la furia que asomaba a sus almendrados ojos castaños. Era digna de ver, y no hizo más que reafirmar lo inteligente de la campaña que había puesto en marcha.


Su rechazo no había aplacado su deseo hacia ella. Poco después de volver de Estados Unidos decidió que, dado que el enfoque directo no había funcionado, tal vez tuviera que intentarlo de una manera más sutil.


En lo referente a Paula Chaves, parecía que iba a necesitar de todas sus armas de seducción.


Le había llevado unos días dar con la idea de invitarla a pasar una temporada en su país. Sabía que no aceptaría una mera invitación…


Pero dado que tenían algo en común, la filantropía, se dio cuenta de que ése sería el único motivo que llamaría su atención. Estaba, además, la generosa prima que había incluido en el contrato como incentivo extra: doscientos cincuenta mil dólares, que él mismo donaría a la organización benéfica que ella eligiera, una vez cumplida su parte del acuerdo.


Y ahora la tenía allí, justo donde quería.


No parecía que estuviera deseando meterse en la cama con él en ese momento, eso seguro. Pero, como todo lo demás, ya llegaría.


Ya se ocuparía él.


—Yo no diría tanto —murmuró, en respuesta a la pregunta de Paula sobre si había cambiado de idea respecto a llevársela a la cama—. Pero soy perfectamente capaz de separar los negocios y el placer.


Sin darle opción a discutírselo, continuó:—Ven conmigo. Te enseñaré tu habitación, para que puedas deshacer el equipaje y descansar un poco antes de la cena.


Dejando caer los brazos a lo largo de los costados, la rodeó y se dirigió hacia la puerta.


—No te preocupes —replicó ella con sequedad a la espalda del príncipe—. No voy a quedarme.


Pedro se giró un poco para mirarla con expresión neutra.


—No seas ridícula. Claro que vas a quedarte. Has firmado un contrato.


—Al cuerno el contrato —contestó ella, dirigiéndose hacia la puerta con actitud gélida.


Pedro esperó a que pasara y entonces la agarró por el brazo, cuando se disponía a salir por donde había entrado.


—¿De verdad vas a privar de un cuarto de millón de dólares a la organización benéfica que elijas?


El recordatorio hizo que Paula se detuviera en seco, circunstancia que él aprovechó para presionar un poco más.


—Si te vas ahora, incumpliendo así el contrato, perderás la prima. Quédate el mes de diciembre. Recibirás el salario acordado por contrato y también una considerable suma, que podrás emplear como consideres más oportuno.


Pedro casi podía oír los engranajes de su cerebro calibrando sus opciones. Irse y así quedar a salvo de él, puesto que no tendría oportunidad de convencerla para que se acostara con él. O quedarse, y meterse en la boca del lobo, pero eso implicaba que también ganaría un cuarto de millón de dólares, que podría emplear en alguno de sus proyectos. Un incentivo convincente.


Los segundos pasaban y ella seguía allí plantada en medio del pasillo, sin saber qué decisión tomar. Pedro aprovechó y le dio un ligero empujoncito en la dirección que él quería que tomara. Se acercó a ella y le colocó una mano en la parte inferior de la espalda. Paula se puso rígida y se apartó lo justo para romper el contacto físico.


—Por favor —empezó él con tono diplomático—, permíteme que te enseñe la habitación que ocuparás, si decides quedarte y cumplir el contrato. La familia se reunirá en el comedor a las ocho para la cena. Me gustaría que nos acompañaras, para que los conozcas a todos. Después, si todavía quieres volver a Estados Unidos…


Hizo una pausa, mientras buscaba sus siguientes palabras cuidadosamente.


—No diré que dejaré que te marches sin penalización alguna, pero estaré encantado de discutir el asunto contigo y buscar una solución satisfactoria para ambos.


Por un momento, Pedro pensó que Paula seguiría adelante con su decisión de irse. Y entonces la rígida línea de su espalda se relajó una fracción y Paula elevó imperceptiblemente los hombros, al tiempo que inspiraba profundamente.


—Está bien —dijo sin volverse—. Me quedaré a cenar.


—Excelente. Por aquí —replicó él, cuidando mucho de no mostrar su satisfacción. La rodeó y enfiló el largo pasillo.


Atravesaron el vestíbulo y subieron la escalera con forma curvada en dirección al ala oeste. La condujo a lo largo de varios pasillos más y otras escaleras hasta llegar a las habitaciones destinadas a los invitados.


Las habitaciones de la familia real estaban situadas en el ala este, justo en el extremo opuesto del palacio, pero así era mejor. Si su plan para seducirla tenía éxito, podría llevar su relación casi en secreto, gracias a la relativa intimidad del ala oeste puesto que ella sería la única persona de visita en el palacio en el próximo mes.


Al llegar a la suite que se le había designado, Pedro abrió la pesada puerta de caoba labrada y entró lo mínimo para dejarla pasar a ella primero. Brevemente, le mostró el espacioso salón, que contaba con una gigantesca televisión de plasma y una librería llena de DVDs. Pedro no había conseguido averiguar sus gustos personales, de manera que había ordenado que la biblioteca estuviera bien surtida y siempre podría llevarse lo que quisiera de la sala de entretenimiento de la familia.


Pedro echó un vistazo desde la puerta y comprobó, complacido, que el personal ya se había ocupado de deshacer y guardar en los armarios el equipaje de Paula. Esta observaba con detenimiento la habitación, y no pareció ofenderle que el personal del palacio le hubiera abierto la maleta. O al menos no dijo nada. Parecía complacida con el alojamiento, como dejaban ver sus expresivos ojos que no perdían ni un solo detalle de la exquisita decoración.


—Te dejaré sola para que descanses o para que te des una vuelta, lo que prefieras. Alguien del servicio te acompañará al comedor cuando lo desees.



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